Fiesta de la
EXALTACIÓN DE
14 de setiembre de 1997
Juan 3, 13-17
Elevado en la Cruz. Celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. El texto evangélico de San Juan posee una riqueza difícil de sintetizar. Se hace uno con nosotros el que desciende del cielo. Paladea nuestra amargura, se hace cargo de nuestra nostalgia y, de esa manera, anima nuestro regreso. Su entrañable devoción al Padre le otorga la capacidad de transmitir su conocimiento. Nadie que conozca a Cristo puede eximirse de conocer al Padre. El que lo ve se encuentra con el rostro invisible del Padre: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. Cómo dices: ‘Muéstranos al Padre’? No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?”(Juan 14, 8-10) Este encuentro con el Padre, en Jesús, expone ante la mirada azorada del hombre una verdad increíble: el amor que Dios le tiene. Incalificable y cierto como el nacimiento y la muerte.
Dios amó tanto al mundo. Como procedente de una convicción recién adquirida, Jesús confiesa: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna.” (Juan 3, 16) Este pensamiento lo envuelve constantemente y por ello desborda en sus palabras y gestos. Es el Padre, para Él mismo y para todos sus hermanos. Jesús contempla amorosamente el rostro del Padre y lo deja transparentarse en Él. Su misión es salvar, desde un conocimiento existencial de Dios como Padre lleno de misericordia. Qué lejos está de sus sentimientos algo que desentone con esa presentación del Padre!: “Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (3Juan 3, 17).
Para salvar, no para juzgar. Nadie con más derecho que Él para juzgar a los hombres, al comprobar la enorme cantidad de delitos. No es el camino que traza su amor. El juicio es para condenar y no para redimir. Jesús manifiesta cuál es la opción misteriosa de Dios. No quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por lo tanto, el cometido de su misión es ofrecer la salvación y marcar el sendero de acceso a la misma. No hay tiempo para juzgar a nadie, toda su actividad está empeñada en suscitar una respuesta libre a la operación poderosa de su Espíritu. Es ilustrativo recorrer las páginas del Evangelio con esta clave de interpretación. Terminaremos en el hallazgo de una imagen reconfortante de la misericordia.
La forma que Dios ha elegido. Los hombres estamos necesitando cambiar nuestra extraña visión de Dios, sobre la matriz de la frágil y poco convincente bondad humana. Es preciso que Quien conoce a Dios nos hable de Dios. Se requiere, de inmediato, que abandonemos la pretensión de inventar a Dios. Dios es Dios y se lo profana cuando se le quiere añadir una forma que Él no ha elegido. En Jesucristo se revela, únicamente en Él. La exaltación de Cristo en la Cruz es la forma que Dios ha elegido para mostrarse tal cual es en relación con los hombres. Nos manifiesta su entrañable amor, sin medida, hasta hacer exclamar al gran San Ignacio de Antioquía: “Mi amor está crucificado”. En esa visión de Sí mismo nos ofrece el sentido perdido del verdadero amor.
Valor fundamental. En nuestras pautas culturales, algunas de las cuales manifiestan un progreso innegable, existen también carencias y retrocesos significativos. El amor adquiere una fisonomía particularmente deformada. Tema de especial importancia ya que su exacta comprensión influye en favor o en contra de una auténtica convivencia entre las personas. En épocas, marcadas por el destape y la ausencia de todo recato, no aparece con claridad la naturaleza propia de un valor tan fundamental. Todo se llama “amor”, lo que lo conforma y lo que obviamente lo deforma. ¿Dónde está la verdad? En Quien es el revelador de todos los valores: Jesucristo. En su fidelidad filial al Padre y en su fraternal amor a los hombres está la verdad buscada con ansiedad. El cuerpo martirizado de Jesús, pendiente en la Cruz y elevado a la vista de todos, es la expresión revelada del Amor auténtico, el de Dios, más aún, el que es Dios, según la definición exacta de San Juan.
El crucificado. En la Fiesta de la Exaltación es preciso elevar la mirada al Señor Crucificado. Que no corresponda a una simple situación emotiva. Allí está el mensaje viviente, el llamado exigente a ser receptivos al reclamo de conversión derivado del Evangelio. Él mismo es la prueba y testimonio de lo que enseña. Por ser absolutamente creíble se convierte en autor de la fe cristiana. Es preciso que lo miremos con profundo deseo de adecuar nuestra vida a Él y a sus exigencias.
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