sábado, 29 de septiembre de 2012

Domingo XXVI (ciclo b) - Mons. Domingo Castagna

Mons. Domingo Castagna
28 de setiembre de 1997

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

          La intolerancia original. Los discípulos, que serán Apóstoles, son intolerantes y celosos. La escena que nos relata el Evangelio según Marcos es común entre ellos. Muestra suficiente del estado de imperfección de aquellos hombres en quienes había recaído la misteriosa elección del Señor. La respuesta es una enseñanza positiva: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.” (Marcos 9, 39-40) ¡Qué lección tan oportuna para una sociedad atomizada por innumerables y graves contradicciones! No nos ponemos de acuerdo. Se suceden esfuerzos enormes para establecer pautas de concertación. Y ¡qué frágiles resultan!

          Diálogo y cooperación. Si nos proponemos encarnar los valores evangélicos, como debiera ser al confesarnos cristianos, será necesario crear las formas más eficaces para el diálogo y la cooperación. El bien de todas las personas constituye la meta, el objetivo principal. En el mundo de la lucha por el poder no se entienden así las cosas. Es

particularmente ilustrativo y desalentador repasar los debates políticos y sus internas reglas de juego. Las confrontaciones, en general, no parecen ser instancias de diálogo sino verdaderos combates, hasta encarnizados. Con intenciones, que presumo buenas, se busca el descrédito del adversario procurando descalificarlo ante un electorado que con frecuencia se siente desorientado. ¿Por qué creemos que la diversidad, o sana pluralidad, es necesariamente división y cruenta beligerancia?

          Diálogo, nervio de la democracia. Jesús enseña a sus discípulos a convivir pacíficamente, a recuperar de los aportes de los otros los valores afines. Lo importante es identificar las expresiones auténticas de la verdad y superar, en franca conjunción de esfuerzos, las dificultades para hallarla. En otro momento he afirmado que “la democracia es un estilo de vida”. El diálogo es nervio de la democracia. Si no se concreta, de verdad, en gestos claros y respetuosos, el estilo de vida mencionado no logra configurar la sociedad que componemos. Para ello se necesitará el esfuerzo de todos, la convicción de que no hay otro camino y el entusiasmo por recorrerlo decididamente. La primera medida que Jesús toma ante sus ambiciosos discípulos es desactivar la búsqueda del poder por el poder. El primero debe constituirse en servidor de todos, ocupando efectivamente el último lugar.


          El diálogo desde la fe. Algunos exclamarán: ¡Es imposible!, y aducirán muchas razones, aparentemente considerables. Cristo vino a hacer posible la reconstrucción interna de la libertad y, por lo mismo, de la capacidad para lograr algunas metas virtuosas inalcanzables hasta ahora. Un cristiano, que se considera tal, no puede estimar como inútil el esfuerzo por entablar un auténtico diálogo. La gracia de Cristo produce un verdadero giro del ser, una orientación nueva y saludable. No pretendo que todos profesen la fe católica para que sea posible una sociedad aproximada a la perfección que anhelamos. Estoy convencido de que la gracia de Cristo, que ha muerto y resucitado, se difunde en los corazones cuando encuentra deseos sinceros de hacer las cosas bien. No hay bien, ni movimientos que aproximen al bien, que no tenga como vertiente el Misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado.

          Diversidad y división. Esa convicción, que desaloja toda pretensión de dividir la humanidad en dos bandos, nosotros, los buenos y los otros, los malos; alienta el deseo de un diálogo fraterno con todos, aún con los más distantes religiosa e ideológicamente. La enseñanza de Jesús es directa, simple y realista. No se puede considerar enemigo a quien es distinto. La diversidad es providencial, la división y la guerra que provoca es pecado. Los hombres debemos llegar a perdonarnos ser diversos. No es un perdón estricto. Lo referimos a la distorsión que hemos introducido en las armónicas relaciones de las personas, tan originales e irrepetibles. De esta manera Jesús, Maestro y Salvador, ofrece la verdad que necesitamos para una certera orientación al bien que buscamos.

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