CARTA DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO
II
AL PREPÓSITO GENERAL DE LA ORDEN
AL PREPÓSITO GENERAL DE LA ORDEN
DE LOS CLÉRIGOS REGULARES -TEATINOS-
EN EL QUINTO CENTENARIO
DEL NACIMIENTO DE SAN CAYETANO DE THIENE
DEL NACIMIENTO DE SAN CAYETANO DE THIENE
Al querido hijo
Michele Tucci,
Prepósito general de la Orden de los
Clérigos Regulares -teatinos-.
La Iglesia, en la celebración litúrgica
de los Santos, suele conmemorar el ala de su nacimiento para el cielo; pero
también es conveniente renovar, con gratitud a Dios dador de todos los bienes,
el recuerdo del día en que nacieron para la tierra. Los Santos, a los que llama
Dios "en virtud de su propósito y de la gracia" (2 Tim 1,
9) para que sean conformes de manera especial con la imagen de su Hijo Cristo,
son miembros preclaros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia (cf. Col 1,18),
ejemplos de perfección evangélica, y muchas veces han sido puestos para que
dejen testimonio con su multiforme actividad en las grandes empresas de la
Iglesia y del género humano.
Con paternal gozo, pues, he sabido,
queridísimos hijos de San Cayetano de Thien, que vais a celebrar el V
centenario de su nacimiento.
Cayetano, como atestigua la historia,
nació en Vicenza el mes de octubre de 1480, de una familia llena de
religiosidad, y aprovechó estas circunstancias tan a propósito para fomentar
enseguida la santidad fundamental recibida en el bautismo, es decir, la gracia
santificante, las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo, que
cultivó personalmente, ya que cada día siguió más de cerca y con mayor
fidelidad a Cristo que le llamaba a la santidad, primero en el estado laical,
luego en el sacerdotal y, finalmente, en la vida religiosa.
Resulta hermoso verle joven de buenas
costumbres, como alumno de la universidad de Padua, donde obtuvo el grado de
doctor "in utroque iure", después de lo cual recibió la sagrada
tonsura, tratando de seguir —como es lícito conjeturar— la vocación interior al
estado eclesiástico. Resulta hermoso verle en el palacio del Sumo Pontífice,
donde se le encomendó el cargo de escritor de las Cartas Pontificias con la
dignidad de Protonotario Apostólico, bajo los pontificados de Julio II y León
X, que tanto lo estimaron, y trabajó diligentemente en la Curia Romana.
Su celo en el Oratorio del Divino Amor,
y la ayuda prestada a los incurables en el hospital de Santiago en Augusta,
fueron ejemplos preclaros de caridad y reforma interior que dio también
ejerciendo el apostolado en las Confraternidades laicales, sobre todo en
Vicenza, su patria, en Verona y Venecia, donde instauró el espíritu de aquellos
piadosos sodalicios, lo mismo que antes en el sodalicio de Roma del Divino
Amor, estimulando a los compañeros a orar en común, a oír la Palabra de Dios y
meditarla, así como a frecuentar los sacramentos: y estos piadosos ejercicios
se traducían eficacísimamente en caridad para con los enfermos y los pobres
porque, como él mismo decía: "Las almas se purifican no por el fervor del
afecto, sino por el fervor del efecto" [1]. Con razón el Sumo Pontífice Pío XII,
teniendo en cuenta sus obras de caridad, en la Carta que os dirigió al celebrar
las fiestas centenarias de la muerte de vuestro fundador, lo llamó
"apóstol ardiente del Divino Amor y abanderado de la misericordia
cristiana" [2].
Mas, para que se pueda apreciar
rectamente el carisma propio de San Cayetano, es preciso considerar también que
él restableció la vida apostólica en la Iglesia de su época; urgió a los
eclesiásticos la santidad propia de su vocación y de su estado; dio testimonio
abiertamente de la pobreza evangélica y, al mismo tiempo, imitó a Cristo con
diligentísimo afán.
Obedeciendo a la inspiración divina,
Cayetano, con sus tres compañeros, Juan Pedro Carafa, obispo de Thien y luego
Papa Pablo IV, Bonifacio de Colli y Pablo Consigleri, por medio de la profesión
de los votos solemnes emitidos el 14 de septiembre de 1524, junto al sepulcro
de San Pedro, en el Vaticano, dio comienzo al instituto de Clérigos Regulares,
cuyo propósito era restablecer los ejemplos de la primitiva comunidad apostólica
de Jerusalén, en la que los fieles, movidos por el Espíritu Santo, vivían
unidos en la fe, escuchando las enseñanzas de los Apóstoles, perseverando en la
fracción del pan y en la oración, compartiendo con todos sus bienes, según la
necesidad de cada uno, congregados en la caridad de Cristo, tenían un solo
corazón y una sola alma (cf. Act 2,41-47; 4, 32-35).
Se instauraban, pues, aquellas conocidas
comunidades sacerdotales que, instituidas sin cesar durante siglos, siempre
existieron en el ministerio de los Pastores y de sus Iglesias, y que, dando
testimonio sinceramente del Evangelio de Cristo, aseguraron la auténtica
reforma de la Iglesia. Con toda razón el insigne cardenal de la Santa Iglesia
Romana, Guglielmo Sirleto, que durante algunos años había sido huésped en Roma
de los teatinos, dijo del instituto: "En fomentar el culto divino, en el
desprecio de las riquezas, y en toda su conducta, siguiendo las huellas de los
Apóstoles, imitaban en nuestra época los primeros tiempos de la Iglesia cristiana" [3]. También el cardenal Cesare Baronio, en
sus anotaciones al martirologio romano, hablando de los teatinos, dice: "Se
dedican pía y santamente a la primitiva forma apostólica de vida, viviéndola de
nuevo en su integridad" [4].
Según la historia, éste es el carisma
del espíritu de San Cayetano. Por lo que la Iglesia, al celebrar en la liturgia
su memoria, reza así: "Señor, Dios nuestro, que concediste a San Cayetano
presbítero imitar el modo de vivir de los Apóstoles"; y por ello mismo
pide al Señor que, por su intercesión le conceda poner en El su confianza y
buscar siempre el Reino de los cielos [5].
Este menosprecio y desdén de las cosas
humanas y esta confianza en el Padre celestial que alimenta a las aves del
cielo y viste a los lirios del campo (cf. Mt 6, 26. 28),
contribuyó en gran manera a que se propagase el culto de vuestro fundador,
sobre todo en los pueblos llamados latinos, y que se le invoque como
"Santo de la Providencia".
De ahí que a la Orden de Clérigos
Regulares, desde los primeros tiempos de su fundación (1524), siguieran, con la
ayuda de Dios, otras muchas insignes Ordenes de Regulares [6], que observando también el espíritu de
las primeras comunidades apostólicas, sirvieron de gran ayuda, tanto para la
celebración del Concilio Tridentino y la aplicación de sus Decretos, como para
efectuar la reforma católica que comenzó a realizarse en el siglo XVI.
Con el. testimonio de estas comunidades,
compuestas por sacerdotes reformados, San Cayetano pretendía también y
principalmente la reforma del clero, que era necesaria en aquel tiempo de tanta
corrupción.
Del instituto de San Cayetano, como de
los otros similares, los eclesiásticos sacaban estímulo, en primer lugar, para
la reforma interior, que se manifestaba en la total conversión del corazón y de
sus costumbres, y en el ejercicio del ministerio sacerdotal desarrollado de
acuerdo con la voluntad de Cristo, Sumo Sacerdote y Pontífice de la Nueva
Alianza, exhortándoles así: "Mirad lo que tratáis". A este respecto
pudo afirmar con toda verdad un escritor teatino de los Anales: "Quienes
no seguían regla alguna, mirándose en el espejo de los Clérigos Regulares,
podían reconocer cuánto se desviaban del camino que debían seguir" [7].
En cambio, Cayetano y sus compañeros,
abrazando el "seguimiento de Cristo", imbuidos del espíritu de una
auténtica pobreza evangélica, dieron el mismo ejemplo en el uso de las cosas
externas.
Con gran espíritu, más aún, con espíritu
heroico, Cayetano y Juan Pedro Carafa, junto con los demás compañeros que
habían fundado el instituto, dejaron sus bienes eclesiásticos y su patrimonio.
En adelante se propusieron —como aconsejaba San Pablo— vivir de lo que obtenían
por el sagrado ministerio, puesto que "el obrero es digno de su
salario" (Lc 10, 7), y de las limosnas que voluntariamente les
daban los fieles. Sin bienes ni ganancias seguras, pero sin mendigar, vivían
abandonándose como hijos en la Providencia del Padre celestial.
Este máximo y casi increíble menosprecio
de las cosas terrenas hizo que la sociedad de la época creyera en la reforma
que Cayetano aconsejaba a los eclesiásticos y, por medio de ellos, al pueblo
cristiano. llamado por Dios a la perfección evangélica según su estado.
Cayetano pudo realizar todo esto porque
un amor vehemente le impulsaba a imitar a Cristo; fijos los ojos en El, alcanzó
el culmen de la perfección evangélica, y se entregó de tal manera a la caridad
que, cercano a los últimos días, después de implorar con ardientes plegarias la
clemencia divina, ofreció a Dios su vida, en Nápoles, ciudad perturbada por
cruentas luchas civiles, para impetrar la paz, según cuentan Unánimemente sus
biógrafos.
Por lo que se ve claramente que también
para estos tiempos es oportuno cuanto enseñó San Cayetano en lo referente al
bien de las almas y de la sociedad.
Realmente San Cayetano estuvo adornado
de espíritu sacerdotal, celosísimo de renovar constantemente "al hombre
interior", para que se entregue mejor al amor de Dios y del prójimo, en lo
que consiste la perfección cristiana; trató en realidad, con infatigable ardor,
de renovar en su tiempo la Iglesia, "semper reformanda"; buscó sincera
e intrépidamente las fuentes puras del Evangelio y la forma de vivir de los
Apóstoles y de los discípulos del Señor, tanto en la pobreza privada y común,
como en el modo de vivir de los cristianos, unidos en un solo corazón y una
sola alma por el vínculo del amor de Cristo; cuidó afanosamente con esfuerzo en
el decoro de la casa de Dios y en la digna realización del ministerio
litúrgico, en cuya celebración había de esmerarse especialmente su familia
religiosa; sirvió sin cesar a los enfermos, pobres abandonados, a los que
sufrían peste y otras enfermedades repugnantes parecidas a esta plaga;
finalmente, se entregó con toda confianza a la providente bondad del Padre
celestial, que exhorta al hombre para que reciba, espere, busque las cosas que
superan el criterio de este mundo, que sólo mira a la utilidad y que ha
desaprobado el Concilio. Ecuménico Vaticano II: Por haber sobresalido en todo
esto y en otras cosas del espíritu, el Santo justamente puede ser propuesto a
la imitación de los fieles.
Contento porque con esta Carta, muy
grata sin duda para vosotros, especialmente porque Cayetano amó intensamente a
la Sede de Pedro, comparto de algún modo con vosotros estas celebraciones, os
exhorto en el Señor a que imitéis a vuestro fundador, como él imitó a Cristo. Y
esto lo haréis ciertamente siguiendo a Cristo, ayudando a los fieles tanto en
el cuerpo como en el alma, ejerciendo el trabajo de vuestro ministerio
sacerdotal, contribuyendo a edificar el Cuerpo de Cristo (Ef 4,
12).
Guiado por este espíritu, a ti, querido
hijo, y a toda la familia religiosa que presides, imparto con afecto la
bendición apostólica, prenda de los dones celestiales.
Vaticano 7 de agosto de 1980, II año de
nuestro pontificado.
IOANNES PAULUS PP. II
Notas
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