CARTA APOSTÓLICA
AUGUSTINUM HIPPONENSEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO
DE LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN
AUGUSTINUM HIPPONENSEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
EN EL XVI CENTENARIO
DE LA CONVERSIÓN DE SAN AGUSTÍN
A los obispos,
sacerdotes,
familias religiosas
y fieles de toda la Iglesia católica
en el XVI centenario de la conversión
de san Agustín,
Obispo y Doctor de la Iglesia
sacerdotes,
familias religiosas
y fieles de toda la Iglesia católica
en el XVI centenario de la conversión
de san Agustín,
Obispo y Doctor de la Iglesia
Venerables hermanos y queridos hijos e hijas, salud y bendición
apostólica.
1. Agustín de Hipona, desde que apenas un año después de su
muerte fue catalogado como uno de los "mejores maestros de la
Iglesia" [1] por mi lejano predecesor Celestino
I, ha seguido estando presente en la vida de la Iglesia y en la mente y en la
cultura de todo el Occidente. Después, otros Romanos Pontífices, por no hablar
de los Concilios que con frecuencia y abundantemente se han inspirado en sus
escritos, han propuesto sus ejemplos y sus documentos doctrinales para que se les
estudiara e imitara. León XIII exaltó
sus enseñanzas filosóficas en la Encíclica Aeterni Patris [2]; Pío XI reasumió
sus virtudes y su pensamiento en la Encíclica Ad salutem humani generis,
declarando que por su ingenio agudísimo, por la riqueza y sublimidad de su
doctrina, por la santidad de su vida y por la defensa de la verdad católica
nadie, o muy pocos se le pueden comparar de cuantos han florecido desde los
principios del género humano hasta nuestros días [3]; Pablo VI afirmó que "además de
brillar en él de forma eminente las cualidades de los Padres, se puede afirmar
en verdad que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de
ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal
de los siglos posteriores [4].
Yo mismo he añadido mi voz a la de mis predecesores, expresando el vivo
deseo de que "su doctrina filosófica, teológica y espiritual se estudie y
se difunda, de tal modo que continúe... su magisterio en la Iglesia; un
magisterio, añadía, humilde y luminoso al mismo tiempo, que habla sobre todo de
Cristo y del amor" [5]. He tenido ocasión además de recomendar
especialmente a los hijos espirituales del gran Santo que mantengan "vivo
y atrayente el encanto de San Agustín también en la sociedad moderna",
ideal estupendo y entusiasmante, porque "el conocimiento exacto y
afectuoso de su pensamiento y de su vida provoca la sed de Dios, descubre el
encanto de Jesucristo, el amor a la sabiduría y a la verdad, la necesidad de la
gracia, de la oración, de la virtud, de la caridad fraterna, el anhelo de la
eternidad feliz" [6].
Me es muy grato, pues, que la feliz circunstancia del XVI centenario de
su conversión y de su bautismo me ofrezca la oportunidad de evocar de nuevo su
figura luminosa. Esta nueva evocación será al mismo tiempo una acción de
gracias a Dios por el don que hizo a la Iglesia, y mediante ella a la humanidad
entera, gracias a aquella admirable conversión; y será también una ocasión
propicia para recordar que el convertido, una vez hecho obispo, fue un modelo
espléndido de Pastor, un defensor intrépido de la fe ortodoxa o, como decía él,
de la "virginidad" de la fe [7], un constructor genial de aquella
filosofía que por su armonía con la fe bien puede llamarse cristiana, y un
promotor infatigable de la perfección espiritual y religiosa.
I. La conversión