EL
CORAZÓN DE JESÚS AL CORAZÓN DEL SACERDOTE
V.
¡HOMBRE DE POCA FE!...
(Mt 14,31)
Conoces
la historia de esas dos palabras, ¿verdad?
Por
lo menos el principio de esa historia.
Puedo
decirte que esa historia, que tú conoces, no es otra que el principio de una
historia que todavía no se ha acabado de representar.
Aquella
escena del apóstol mío sumergiéndose en las aguas por falta de fe en Mí ¡se
reproduce tanto!, y he tenido y tengo a tantos que repetir, desde mi Sagrario,
al par que les doy la mano, para que no se ahoguen:
¡Hombre de poca fe!...
Yo
estoy cierto que mis sacerdotes creen en Mí y que con gusto darían su sangre
por confesarme Dios y Hombre verdadero realmente presente en la Hostia
consagrada; pero también estoy cierto de que ¡siento palpitar tan poco en torno
mío la vida de fe!
Fe muerta o mortecina
¡Hombre
de poca fe!...
¡Encuentro
tan poca fe viva en torno mío que algunas veces, muchas veces, podrían de nuevo
mis Evangelistas escribir aquella desoladora frase: Porque ni sus hermanos
creían en Él (Jn 7,5).
¿Podría
explicarse de otro modo tanto desaliento de los míos, tanto criterio humano o
terreno en materias de suyo sobrenaturales, tanto afán de premio de tierra, de
comodidad de tierra, de honor de tierra, de vida de tierra, tanto lamentarse y
entristecerse y desesperarse como si Yo no fuera Yo y no estuviera donde estoy,
tanto contar con el hombre y con su pobre y desmedrado poderío y tan poco
contar conmigo, tanto amor de sí y tan poco amor de Mí?...
Sacerdote
mío, ¿verdad que todo eso es falta de fe viva o sobra de fe muerta o
amortiguada? ¿Verdad que tengo razón de quejarme de la poca fe de los míos y de
echar sobre ellos el reproche del vacilante Pedro: ¡Hombre de poca fe!?...
¡Si
se creyera en Mí!
Fe viva
Pero
¡con lógica, con consecuencia, con formalidad y con constancia!
Si
con esa fe se creyera en mi Sagrario, ¿quién te ha dicho que habría tanto
sacerdote fluctuante en las congojas del desaliento y del pesimismo o ahogado
entre las olas turbias de tentaciones y tibiezas?
Tú
al menos, sacerdote, que me visitas en mi Sagrario, cree así en Mí.
Y
creyendo en Mí, verás cómo tienes fe en tu ministerio, que es divino; en tu
palabra, que es mía; en tu oración, que es de la Iglesia, en tu acción que es
ministerial; hasta en tu presencia, que me representa a Mí.
Y
con esa fe verás qué acompañado te sientes y con qué decisión y firmeza andas
sereno sobre todas las olas reales y simbólicas y hasta sobre brasas encendidas
sin mojarte ni quemarte.
Sacerdote,
¡si creyeras del todo y siempre en Mí!...
¡Qué
feliz vivirías, qué seguro andarías, qué claro verías, qué resueltamente
saltarías por encima de todos los obstáculos, con qué paz avanzarías cogido de
la mano de mi Madre Inmaculada y apoyado sobre mi pecho!
¡sacerdote,
amigo mío, cree en Mí y fíate de Mí!...
***
Respuesta,
Salmo 30: En Ti, Señor, he esperado...
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