LEON XIII
Texto
completo de la
Carta Encíclica
Humanum
Genus
Sobre la
masonería
(I) El género humano,
después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes
celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos contrarios,
de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro
lucha por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El primer campo
es el reino de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia verdadera de
Jesucristo. Los que quieren adherirse a ésta de corazón como conviene para su
salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su unigénito Hijo con
todo su entendimiento y toda su voluntad. El otro campo es el reino de Satanás.
Bajo su jurisdicción y poder se encuentran todos lo que, siguiendo los funestos
ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer a
la ley divina y eterna y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o
combatiendo contra Dios. Con aguda visión ha descrito Agustín estos dos reinos
como dos ciudades de contrarias leyes y deseos, y con sutil brevedad ha
compendiado la causa eficiente de una y otra en estas palabras: "Dos
amores edificaron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios
edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la
ciudad celestial". Durante todos los siglos han estado luchando entre sí
con diversas armas y múltiples tácticas, aunque no siempre con el mismo ímpetu
y ardor. En nuestros días, todos los que favorecen el campo peor parecen
conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio
de la masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por
todas partes. No disimulan ya sus propósitos. Se levantan con suma audacia
contra la majestad de Dios. Maquinan abiertamente la ruina de la santa Iglesia
con el propósito de despojar enteramente, si pudiesen, a los pueblos cristianos
de los beneficios que les ganó Jesucristo nuestro Salvador.
Deplorando Nos estos
males, la caridad nos urge y obliga a clamar repetidamente a Dios: Mira que
bravean tus enemigos y yerguen la cabeza los que te aborrecen. Tienden
asechanzas a tu pueblo y se conjuran contra tus protegidos. Dicen: "Ea, borrémoslos
del número de las naciones" (Ps.82).
(2) Ante un peligro
tan inminente, en medio de una guerra tan despiadada y tenaz contra el
cristianismo, es nuestro deber señalar el peligro, descubrir a los adversarios,
resistir en lo posible sus tácticas y propósitos, para que no perezcan eternamente
aquéllos cuya salvación nos está confiada, y para que no sólo permanezca firme
y entero el reino de Jesucristo, cuya defensa Nos hemos tomado, sino que se
dilate todavía con nuevos aumentos por todo el orbe.
I. LA IGLESIA , FRENTE A LA MASONERIA
(3) Nuestros
antecesores los Romanos Pontífices, velando solícitamente por la salvación del
pueblo cristiano, conocieron la personalidad y las intenciones de este capital
enemigo tan pronto como comenzó a salir de las tinieblas de su oculta conjuración.
Los Romanos Pontífices, previendo el futuro, dieron la señal de alarma frente
al peligro y advirtieron a los príncipes y a los pueblos para que no se dejaran
sorprender por las artimañas y las asechanzas preparadas para engañarlos.
El Papa Clemente XII,
en 1738, fue el primero en indicar el peligro. Benedicto XIV confirmó y renovó la Constitución del anterior
Pontífice. Pío VII siguió las huellas de ambos. Y León XIII, incluyendo en su
Constitución Apostólica Quo graviora toda legislación dada en esta materia por
los Papas anteriores, la ratificó y confirmó para siempre. Pío VIII, Gregorio
XVI y reiteradamente Pío IX hablaron en el mismo sentido.
(4) En efecto, tan
pronto como una serie de indicios manifiestos -instrucción de proceso,
publicación de las leyes, ritos y anales masónicos, el testimonio personal de
muchos masones- evidenciaron la naturaleza y los propósitos de la masonería, esta
Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la masonería, constituida
contra todo derecho divino y humano, era tan perniciosa para el Estado como
para la religión cristiana. Y amenazando con las penas más graves que suele emplear
la Iglesia
contra los delincuentes, prohibió terminantemente a todos inscribirse en esta
sociedad. Los masones, encolerizados por esta prohibición, pensaron que podrían
evitar, o debilitar al menos, en parte con el desprecio y en parte con las
calumnias, la fuerza de estas sentencias, y acusaron a los Sumos Pontífices que
las decretaron de haber procedido injustamente o de haberse excedido en su
competencia. De esta manera procuraron eludir la grave autoridad de las Constituciones
Apostólicas de Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII y Pío IX. No faltaron, sin
embargo, dentro de la misma masonería quienes reconocieron, aun a pesar suyo,
que las disposiciones tomadas por los Romanos Pontífices estaban de acuerdo con
la doctrina y la disciplina de la Iglesia Católica. En este punto muchos Príncipes
y Jefes de Gobierno estuvieron de acuerdo con los Papas, ya acusando a la
masonería ante la Sede
Apostólica , ya condenándola por sí mismos, promulgando leyes
a este efecto. Así sucedió en Holanda, Austria, Suiza, España, Baviera, Saboya
y otros Estados de Italia.
(5) Pero lo más
importante es ver cómo la prudente previsión de nuestros antecesores quedó
confirmada con los sucesos posteriores. Porque sus providentes y paternales
medidas no siempre, ni en todas partes, tuvieron el éxito deseado. Fracaso debido,
unas veces, al fingimiento astuto de los afiliados a la masonería, y otras
veces, a las inconsiderada ligereza de quienes tenían la grave obligación de
velar con diligencia en este asunto. Por esto, en el espacio de siglo y medio
la masonería ha alcanzado rápidamente un crecimiento superior a todo lo que se
podía esperar, e infiltrándose de una manera audaz y dolosa en todos los
órdenes del Estado, ha comenzado a tener tanto poder, que casi parece haberse
convertido en dueña de los Estados. A este tan rápido y terrible progreso se ha
seguido sobre la Iglesia ,
sobre el poder de los príncipes y sobre la misma salud pública la ruina
prevista ya mucho antes por nuestros antecesores. Porque hemos llegado a tal situación,
que con razón debemos temer grandemente por el futuro, no ciertamente por el
futuro de la Iglesia ,
cuyo fundamento es demasiado firme para que pueda ser socavado por el solo
esfuerzo humano, sino por el futuro de aquellas naciones en las que ha logrado
una influencia excesiva la secta de que hablamos u otras semejantes que están
unidas a ella como satélites auxiliares.
(6) Por estas causas,
tan pronto como llegamos al gobierno de la Iglesia , comprendimos claramente la gran
necesidad de resistir todo lo posible a una calamidad tan grave, oponiéndole
para ello nuestra autoridad. Aprovechando repetidas veces la ocasión que se nos
presentaba, hemos expuesto algunos de los puntos doctrinales más importantes
que habían sufrido influjo mayor de los perversos errores masónicos. Así, en
nuestra Encíclica Quod Apostolici muneris hemos demostrado con razones
convincentes las utópicas monstruosidades de los socialistas y de los
comunistas. Más tarde, en otra Encíclica, Arcanum, hemos defendido y explicado
la verdadera y genuina noción de la sociedad doméstica, cuya fuente y origen es
el matrimonio. Por último, en la Encíclica Diuturnum hemos desarrollado la
estructura del poder político, configurado según los principios de la filosofía
cristiana; estructura maravillosamente coherente con la naturaleza de las cosas
y con la seguridad de los pueblos y de los gobernantes. Hoy, siguiendo el
ejemplo de nuestros predecesores, hemos decidido consagrar directamente nuestra
atención a la masonería en sí misma considerada, su sistema doctrinal, sus
propósitos, su manera de sentir y de obrar, para iluminar con nueva y mayor luz
su maléfica fuerza e impedir así el contagio de tan mortal epidemia.
II. JUICIO
FUNDAMENTAL ACERCA DE LA
MASONERIA
(7) Varias son las
sectas que, aunque diferentes en nombre, rito, forma y origen, al estar, sin
embargo, asociadas entre sí por la unidad de intenciones y la identidad en sus
principios fundamentales, concuerdan de hecho con la masonería, que viene a ser
como el punto de partida y el centro de referencia de todas ellas. Estas
sectas, aunque aparentan rechazar todo ocultamiento y celebran sus reuniones a
la vista de todo el mundo y publican sus periódicos, sin embargo, examinando a
fondo el asunto, conservan la esencia y la conducta de las sociedades
clandestinas. Tienen muchas cosas envueltas en un misterioso secreto. Y es ley
fundamental de tales sociedades el diligente y cuidadoso ocultamiento de estas
cosas no sólo ante los extraños, sino incluso ante muchos de sus mismos
adeptos. Tales son, entre otras, las finalidades últimas y más íntimas, las
jerarquías supremas de cada secta, ciertas reuniones íntimas y ocultas, los
modos y medios con que deben ser realizadas las decisiones adoptadas. A este
fin se dirigen la múltiple diversidad de derechos, obligaciones y cargos
existente entre los socios, la distinción establecida de órdenes y grados y la
severidad disciplinar con que se rigen. Los iniciados tienen que prometer, más
aún, de ordinario tienen que jurar solemnemente, no descubrir nunca ni en modo
alguno a sus compañeros, sus signos, sus doctrinas. Así, con esta engañosa
apariencia y con un constante disimulo procuran con empeño los masones, como en
otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que sus propios
conmilitones. Buscan hábilmente la comodidad del ocultamiento, usando el
pretexto de la literatura y de la ciencia como si fuesen personas que se reúnen
para fines científicos. Hablan continuamente de su afán por la civilización, de
su amor por las clases bajas. Afirman que su único deseo es mejorar la
condición de los pueblos y extender al mayor número posible de ciudadanos las
ventajas propias de la sociedad civil. Estos propósitos, aunque fuesen
verdaderos, no son, sin embargo, los únicos. Los afiliados deben, además, dar
palabra y garantías de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y maestros;
deben estar preparados a la menor señal e indicación de éstos para ejecutar sus
órdenes; de no hacerlo así, deben aceptar los más duros castigos, incluso la
misma muerte. De hecho, cuando la masonería juzga que algunos de sus seguidores
han traicionado el secreto o han desobedecido las órdenes recibidas, no es raro
que éstos reciban la muerte con tanta audacia y destreza, que el asesino burla
muy a menudo las pesquisas de la policía y el castigo de la justicia. Ahora bien,
esto de fingir y querer esconderse, de obligar a los hombres, como esclavos,
con un fortísimo vínculo y sin causa suficientemente conocida, de valerse para
cualquier crimen de hombres sujetos al capricho de otros, de armar a los
asesinos procurándoles la impunidad de sus delitos, es un crimen monstruoso,
que la naturaleza no puede permitir. Por esto, la razón y la misma verdad
demuestran con evidencia que la sociedad de que hablamos es contraria a la
justicia y a la moral natural.
(8) Afirmación
reforzada por otros argumentos clarísimos, que ponen de manifiesto esta
contradicción de la masonería con la moral natural. Porque por muy grande que
sea la astucia de los hombres para ocultarse, por muy excesiva que sea su costumbre
de mentir, es imposible que no aparezca de algún modo en los efectos la
naturaleza de la causa. No puede árbol bueno dar malos frutos, ni árbol malo
dar frutos buenos (Mt.7,8). Los frutos de la masonería son frutos venenosos y llenos
de amargura. Porque de los certísimos indicios que antes hemos mencionado,
brota el último y principal de los intentos masónicos; a saber: la destrucción
radical de todo el orden religioso y civil establecido por el cristianismo, y la
creación, a su arbitrio, de otro orden nuevo con fundamentos y leyes tomados de
la entraña misma del naturalismo.
(9) Todo lo que hemos
dicho hasta aquí, y lo que diremos en adelante, debe entenderse de la masonería
considerada en sí misma y como centro de todas las demás sectas unidas y
confederadas con ella, pero no debe entenderse de cada uno de sus seguidores.
Puede haber, en efecto, entre sus afiliados no pocas personas que, aunque
culpables por haber ingresado en estas sociedades, no participan, sin embargo,
por sí mismos en los crímenes de las sectas e ignoran los últimos intentos de éstas.
De la misma manera, entre las asociaciones unidas a la masonería, algunas tal
vez no aprueban en modo alguno ciertas conclusiones extremas, que sería lógico
abrazar como consecuencias necesarias de principios comunes, si no fuese por el
horror que causa su misma monstruosidad. Igualmente algunas asociaciones, por
circunstancias de tiempo y lugar, no se atreven a ejecutar todo lo que querrían
hacer y otras suelen realizar; no por esto, sin embargo, deben ser consideradas
como ajenas a la unión masónica, porque esta unión masónica debe ser juzgada,
más que por los hechos y realizaciones que lleva a cabo, por el conjunto de
principios que profesa.
III.
NATURALEZA Y METODOS DE LA
MASONERIA
Autonomía de
la razón
(10) Ahora bien, el
principio fundamental de los que profesan el Naturalismo, como su mismo nombre
declara, es que la naturaleza humana y la razón natural del hombre han de ser
en todo maestras y soberanas absolutas. Establecido este principio, los
naturalistas, o descuidan los deberes para con Dios, o tienen de éstos un falso
concepto impreciso y desviado.
Niegan toda revelación
divina. No admiten dogma religioso alguno. No aceptan verdad alguna que no
pueda ser alcanzada por la razón humana. Rechazan todo maestro a quien haya que
creer obligatoriamente por la autoridad de su oficio. Y como es oficio propio y
exclusivo de la
Iglesia Católica guardar enteramente y defender en su
incorrupta pureza el depósito de las doctrinas reveladas por Dios, la autoridad
del Magisterio y de los demás medios sobrenaturales para la salvación, de aquí
que todo el ataque iracundo de estos adversarios se haya concentrado sobre la Iglesia. Véase
ahora el proceder de la masonería en lo tocante a la religión, singularmente en
las naciones en que tiene una mayor libertad de acción, y júzguese si es o no
verdad que todo su empeño se reduce a traducir en los hechos las teorías del
Naturalismo. Hace mucho tiempo que se trabaja tenazmente para anular todo
posible influjo del Magisterio y de la autoridad de la Iglesia en el Estado. Con
este fin hablan públicamente y defienden la separación total de la Iglesia y del Estado.
Excluyen así de la legislación y de la administración pública el influjo
saludable de la religión católica. De lo cual se sigue la tesis de que la
constitución total del Estado debe establecerse al margen de las enseñanzas y
de los preceptos de la
Iglesia. Pero no les basta con prescindir de tan buena guía
como es la Iglesia. La
persiguen, además, con actuaciones hostiles. Se llega, en efecto, a combatir impunemente
de palabra, por escrito y con la enseñanza los mismos fundamentos de la
religión católica. Se niegan los derechos de la Iglesia. No se respetan
las prerrogativas con que Dios la enriqueció. Se reduce al mínimo su libertad
de acción, y esto con una legislación en apariencia no muy violenta, pero en
realidad dada expresamente para impedir la libertad de la Iglesia. Vemos ,
además, al Clero oprimido con leyes singularmente graves, promulgadas para
disminuir cada día más su número y para reducir sus recursos; el patrimonio
eclesiástico que todavía queda, gravado con todo género de cargas y sometido
enteramente al juicio arbitrario del Estado; y las Ordenes Religiosas
suprimidas y dispersas. Pero el esfuerzo más enérgico de los adversarios se
lanza principalmente contra la Sede Apostólica y el Romano Pontífice.
Primeramente le ha
sido arrebatado a éste, con fingidos pretextos, el poder temporal, baluarte de
su libertad y de sus derechos. A continuación ha sido reducido el Romano
Pontífice a una situación injusta, a la par que intolerable, por las dificultades
que de todas partes se le oponen. Finalmente, hemos llegado a una situación en
la que los fautores de las sectas proclaman abiertamente lo que en oculto
habían maquinado durante largo tiempo; esto es, que hay que suprimir la sagrada
potestad del Pontífice y que hay que destruir por completo el pontificado
instituído por derecho divino. Aunque faltasen otras pruebas, lo dicho está
probado suficientemente por el testimonio de los mismos jefes sectarios, muchos
de los cuales, en diversas ocasiones, y últimamente en una reciente memoria,
han declarado como objetivo verdadero de la masonería el intento capital de
vejar todo lo posible al Catolicismo como una enemistad implacable, sin
descansar hasta ver deshechas todas las instituciones establecidas por los
Papas en la esfera religiosa. Y si los afiliados a la masonería no están
obligados a abjurar expresamente de la fe católica, esta táctica está tan lejos
de oponerse a los intentos masónicos, que más bien sirve a sus propósitos. En
primer lugar, porque éste es el camino de engañar fácilmente a los sencillos y
a los incautos y de multiplicar el número de adeptos. Y en segundo lugar,
porque al abrir los brazos a todos los procedentes de cualquier credo religioso,
logra, de hecho, la propagación del gran error de los tiempos actuales: el
indiferentismo religioso y la igualdad de todos los cultos. Conducta muy
acertada para arruinar todas las religiones, singularmente la Católica , que, como única
verdadera, no puede ser igualada a las demás sin suma injusticia.
Errores
Metafísicos
(11) Pero los
naturalistas avanzan más todavía. Lanzados audazmente por la vía del error en
los asuntos de mayor importancia, caen despeñados por el precipicio de las
conclusiones más extremistas, ya sea por la flaqueza de la naturaleza humana,
ya sea por justo juicio de Dios, que castiga el pecado de la soberbia
naturalista. De esta manera sucede que para esos hombres pierden toda su
certeza y fijeza incluso las verdades conocidas por la sola luz natural de la
razón, como son la existencia de Dios y la espiritualidad e inmortalidad del
alma humana. Por su parte, la masonería tropieza con estos mismos escollos a
través de un camino igualmente equivocado. Porque si bien reconocen
generalmente la existencia de Dios, afirman, sin embargo, que esta verdad no se
halla impresa en la mente de cada uno con firme asentimiento y estable juicio.
Reconocen, en efecto,
que el problema de Dios es entre ellos la causa principal de sus divisiones
internas. Más aún, es cosa sabida que últimamente ha habido entre ellos, por
esta misma cuestión, una no leve contienda. Pero, en realidad, la secta concede
a sus iniciados una libertad absoluta para defender la existencia de Dios o
para negarla; y con la misma facilidad se recibe a los que resueltamente
defienden la opinión negativa como a los que piensan que Dios existe, pero
tienen acerca de Dios un concepto erróneo como los panteístas, lo cual equivale
a conservar una absurda idea de la naturaleza divina, rechazando la verdadera
noción de ésta. Destruido o debilitado este principio fundamental, síguese
lógicamente la inestabilidad en las verdades conocidas por la razón natural: la
creación libre de todas las cosas por Dios, la providencia divina sobre el
mundo, la inmortalidad de las almas, la vida eterna que ha de suceder a la
presente vida temporal.
Moral cívica
(12) Perdidas estas
verdades, que son como principios del orden natural, trascendentales para el
conocimiento y la práctica de la vida, fácilmente aparece el giro que ha de
tomar la moral pública y privada. No nos referimos a las virtudes sobrenaturales,
que nadie puede alcanzar ni ejercitar sin especial don gratuito de Dios. Por
fuerza no puede encontrarse vestigio alguno de estas virtudes en los que
desprecian como inexistentes la redención del género humano, la gracia divina, los
sacramentos y la bienaventuranza que se ha de alcanzar en el cielo. Hablamos
aquí de las obligaciones derivadas de la moral natural. Un Dios creador y
gobernador providente del mundo; una ley eterna que manda conservar el orden
natural y prohíbe perturbarlo; un fin último del hombre, muy superior a todas
las realidades humanas y colocado más allá de esta transitoria vida terrena.
Estas son las fuentes, éstos son los principios de toda moral y de toda
justicia. Si se suprimen, como suelen hacer el naturalismo y la masonería, la
ciencia moral y el derecho quedan destituidos de todo fundamento y defensa.
En efecto, la única
moral que reconoce la familia masónica, y en la que, según ella, ha de ser
educada la juventud, es la llamada moral cívica, independiente y libre; es
decir, una moral que excluya toda idea religiosa. Pero la debilidad de esta moral,
su falta de firmeza y su movilidad a impulso de cualquier viento de pasiones,
están bien demostradas por los frutos de perdición que parcialmente están ya
apareciendo. Pues dondequiera que esta educación ha comenzado a reinar con mayor
libertad, suprimiendo la educación cristiana, ha producido la rápida
desintegración de la sana y recta moral, el crecimiento vigoroso de las
opiniones más horrendas y el aumento ilimitado de las estadísticas criminales.
Muchos son los que deploran públicamente esas consecuencias. Incluso no son
pocos los que, aun contra su voluntad, las reconocen obligados por la evidencia
de la verdad.
(13) Pero, además,
como la naturaleza humana quedó manchada con la caída del primer pecado y, por
esta misma causa, más inclinada al vicio que a la virtud, es totalmente
necesario para obrar moralmente bien sujetar los movimientos desordenados del
espíritu y someter los apetitos a la razón. Y para que en este combate la razón
vencedora conserve siempre su dominio se necesita muy a menudo el despego de
todas las cosas humanas y la aceptación de molestias y trabajos muy grandes.
Pero los naturalistas y los masones, al no creer las verdades reveladas por
Dios, niegan el pecado del primer padre de la humanidad, y juzgan por esto que
el libre albedrío "no está debilitado ni inclinado al pecado". Por el
contrario, exagerando las fuerzas y la excelencia de la naturaleza y poniendo
en ésta el único principio regulador de la justicia, ni siquiera pueden pensar
que para calmar los ímpetus de la naturaleza y regir sus apetitos sean
necesarios un prolongado combate y una constancia muy grande. Por esto vemos el
ofrecimiento público a todos los hombres de innumerables estímulos de las
pasiones; periódicos y revistas sin moderación ni vergüenza alguna; obras
teatrales extraordinariamente licenciosas; temas y motivos artísticos buscados
impúdicamente en los principios del llamado realismo; artificios sutilmente
pensados para satisfacción de una vida muelle y delicada; la búsqueda, en una
palabra, de toda clase de halagos sensuales, ante los cuales cierre sus ojos la
virtud adormecida. Al obrar así proceden criminalmente, pero son consecuentes
consigo mismos todos los que suprimen la esperanza de los bienes eternos y la
reducen a los bienes caducos, hundiéndola en la tierra. Los hechos referidos
pueden confirmar una realidad fácil de decir, pero difícil de creer. Porque como
no hay nadie tan esclavo de las hábiles maniobras de los hombre astutos como
los individuos que tienen el ánimo enervado y quebrantado por la tiranía de las
pasiones, hubo en la masonería quienes dijeron y propusieron públicamente que hay
que procurar con una táctica pensada sobresaturar a la multitud con una
licencia infinita en materia de vicios; una vez conseguido este objetivo, la
tendrían sujeta a su arbitrio para acometer cualquier empresa.
Familia y
Educación
(14) Por lo que toca a
la sociedad doméstica, toda la doctrina de los naturalistas se reduce a los
capítulos siguientes: el matrimonio pertenece a la categoría jurídica de los
contratos. Puede rescindirse legalmente a voluntad de los contrayentes.
La autoridad civil
tiene poder sobre el vínculo matrimonial. En la educación de los hijos no hay
que enseñarles cosa alguna como cierta y determinada en materia de religión;
que cada uno al llegar a la adolescencia escoja lo que quiera. Los masones
están de acuerdo con estos principios. No solamente están de acuerdo, sino que
se empeñan, hace ya tiempo, por introducir estos principios en la moral de la
vida diaria. En muchas naciones, incluso entre las llamadas católicas, está
sancionado legalmente que fuera del matrimonio civil no hay unión legítima
alguna. En algunos Estados la ley permite el divorcio. En otros Estados se
trabaja para lograr cuanto antes la licitud del divorcio. De esta manera se
tiende con paso rápido a cambiar la naturaleza del matrimonio, convirtiéndolo
en una unión inestable y pasajera, que la pasión haga o deshaga a su antojo. La
masonería tiene puesta también la mirada con total unión de voluntades en el
monopolio de la educación de los jóvenes. Piensan que pueden modelar fácilmente
a su capricho esta edad tierna y flexible y dirigirla hacia donde ellos quieren
y que éste es el medio más eficaz para formar en la sociedad una generación de
ciudadanos como ellos imaginan. Por esto, en materia de educación y enseñanza
no permiten la menor intervención y vigilancia de los ministros de la Iglesia , y en varios
lugares han conseguido que toda la educación de los jóvenes esté en manos de
los laicos y que al formar los corazones infantiles nada se diga de los grandes
y sagrados deberes que unen al hombre con Dios.
Doctrina
Política
(15) Vienen a
continuación los principios de la ciencia política. En esta materia los
naturalistas afirman que todos los hombres son jurídicamente iguales y de la
misma condición en todos los aspectos de la vida. Que todos son libres por naturaleza.
Que nadie tiene derecho de mandar a otro y que pretender que los hombres
obedezcan a una autoridad que no proceda de ellos mismos es hacerles violencia.
Todo está, pues, en manos del pueblo libre; el poder político existe por mandato
o delegación del pueblo, pero de tal forma que, si cambia la voluntad popular,
es lícito destronar a los Príncipes aun por la fuerza. La fuente de todos los
derechos y obligaciones civiles está o en la multitud o en el gobierno del
Estado, configurado, por supuesto, según los principios del derecho nuevo. Es
necesario, además, que el Estado sea ateo. No hay razón para anteponer una
religión a otra entre las varias que existen. Todas deben ser consideradas por
igual.
(16) Que los masones
aprueban igualmente estos principios y que pretenden constituir los Estados
según este modelo son hechos tan conocidos que no necesitan demostración. Hace
ya mucho tiempo que con todas sus fuerzas y medios pretenden abiertamente esta
nueva constitución del Estado. Con lo cual están abriendo el camino a otros
grupos más audaces que se lanzan sin control a pretensiones peores, pues
procuran la igualdad y propiedad común de todos los bienes, borrando así del Estado
toda diferencia de clases y fortuna.
IV. EL MAL
RADICAL DE LA MASONERIA
Dogmática
depravada
(17) La naturaleza y
los métodos de la masonería quedan suficientemente aclarados con la sumaria
exposición que acabamos de hacer. Sus dogmas fundamentales discrepan tanto y
tan claramente de la razón, que no hay mayor depravación ideológica. Querer
destruir la religión y la
Iglesia , fundada y conservada perpetuamente por el mismo
Dios, y resucitar, después de dieciocho siglos, la moral y la doctrina del
paganismo, es necedad insigne e impiedad temeraria. Ni es menos horrible o
intolerable el rechazo de los beneficios que con tanta bondad alcanzó
Jesucristo, no sólo para cada hombre en particular, sino también para cuantos viven
unidos en la familia o en la sociedad civil; beneficios, por otra parte, señaladísimos
según el juicio y testimonio de los mismos enemigos. En este insensato y
abominable propósito parece revivir el implacable odio y sed de venganza en que
Satanás arde contra Jesucristo. De manera semejante, el segundo propósito de
los masones, destruir los principios fundamentales del derecho y de la moral y
prestar ayuda a los que, imitando a los animales, querrían que fuese lícito
todo lo agradable, equivale a empujar al género humano ignominiosa y
vergonzosamente a la muerte. Aumentan este mal los peligros que amenazan a la
sociedad doméstica y a la sociedad civil. Porque, como hemos expuesto en otras
ocasiones, el consentimiento casi universal de los pueblos y de los siglos
demuestra que el matrimonio tiene un algo sagrado y religioso; pero además la
ley divina prohíbe su disolución. Si el matrimonio se convierte en una mera
unión civil, si se permite el divorcio, la consecuencia inevitable que se sigue
en la familia es la discordia y la confusión, perdiendo su dignidad la mujer y
quedando incierta la conservación y suerte posterior de la prole. La
despreocupación pública total de la religión y el desprecio de Dios, como si no
existiese, en la constitución y administración del Estado, constituyen un
atrevimiento inaudito aun para los mismos paganos, en cuyo corazón y en cuyo entendimiento
estuvo tan grabada no sólo la creencia en los dioses, sino la necesidad de un
culto público, que consideraban más fácil encontrar una ciudad en el aire que
un Estado sin Dios. En realidad, la sociedad humana, a que nos sentimos naturalmente
inclinados, fue constituida por Dios, autor de la naturaleza; y de Dios
procede, como de principio y fuente, toda la perenne abundancia de los bienes
innumerables que la sociedad disfruta. Por tanto, así como la misma naturaleza enseña
a cada hombre en particular a rendir piadosa y santamente culto a Dios, por
recibir de El la vida y los bienes que la acompañan, de la misma manera y por
idéntica causa incumbe este deber a los pueblos y a los Estados. Y los que
quieren liberar al Estado de todo deber religioso, proceden no sólo contra todo
derecho, sino además con una absurda ignorancia. Y como los hombres nacen
ordenados a la sociedad civil por voluntad de Dios, y el poder de la autoridad
es un vínculo tan necesario a la sociedad que sin aquél ésta se disuelve
necesariamente, síguese que el mismo que creó la sociedad creó también la
autoridad. De aquí se ve que, sea quien sea el que tiene el poder, es ministro
de Dios. Por lo cual, en todo cuanto exijan el fin y naturaleza de la sociedad
humana, es razonable obedecer al poder legítimo cuando manda lo justo como si
se obedeciera a la autoridad de Dios, que todo lo gobierna. Y nada hay más
contrario a la verdad que suponer en manos del pueblo el derecho de negar la
obediencia cuando le agrade. De la misma manera nadie pone en duda la igualdad de
todos hombres si se consideran su común origen y la naturaleza, el fin último a
que todos están ordenados y los derechos y obligaciones que de aquéllos
espontáneamente derivan. Pero como no pueden ser iguales las cualidades
personales de los hombres y son muy diferentes unos de otros en los dotes
naturales de cuerpo y de alma y son muchas las diferencias de costumbre,
voluntades y temperamentos, nada hay más contrario a la razón que pretender
abarcarlo y confundirlo todo en una misma medida y llevar a las instituciones
civiles a una igualdad jurídica tan absoluta. Así como la perfecta disposición del
cuerpo humano resulta de la unión armoniosa de miembros diversos, diferentes en
forma y funciones, pero que vinculados y puestos en sus propios lugares
constituyen un organismo hermoso, vigoroso y apto para la acción, así también en
la sociedad política las desemejanzas de los individuos que la forman son casi
infinitas. Si todos fuesen iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, el
aspecto de este Estado sería horroroso. Pero si, dentro de los distintos grados
de dignidad, aptitudes y trabajo, todos colaboran eficazmente al bien común,
reflejarán la imagen de un Estado bien constituido y conforme a la naturaleza.
(18) Los perturbadores
errores que hemos enumerado bastan por sí solos para provocar en los Estados
temores muy serios.
Porque, suprimido el
temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, despreciada la autoridad de los
gobernantes, permitida y legitimada la fiebre de las revoluciones, desatadas
hasta la licencia las pasiones populares, sin otro freno que la pena,
forzosamente han de seguirse cambio y trastornos universales. Estos cambios y
estos trastornos son los que buscan de propósito, sin recato alguno, muchas
asociaciones comunistas y socialistas. La masonería, que favorece en gran
escala los intentos de estas asociaciones y coincide con ellas en los principios
fundamentales de su doctrina, no puede proclamarse ajena a los propósitos de
aquéllas. Y, si de hecho no llegan de modo inmediato y en todas partes a los
mayores extremos, no ha de atribuirse esta falta a sus doctrinas ni a su
voluntad, sino a la eficaz virtud de la inextinguible religión divina y al
sector sano de la humanidad que, rechazando la servidumbre de las sociedades clandestinas,
resiste con energía los locos intentos de éstas.
Ambiciones
masónicas
(19) ¡Ojalá juzgasen
todos del árbol por sus frutos y conocieran la semilla radical de los males que
nos oprimen y de los peligros que nos amenazan! Tenemos que enfrentarnos con un
enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de los pueblos y de los
gobernantes, se ha cautivado a los unos y a los otros con el cebo de la
adulación y de las suaves palabras. Insinuándose entre los gobernantes con el
pretexto de la amistad, pretendieron los masones convertirlos en socios y
auxiliares poderosos para oprimir al catolicismo. Y para estimularlos con mayor
eficacia, acusaron por envidia, a los príncipes el poder y las prerrogativas
reales. Afianzados y envalentonados entre tanto con estas maniobras, comenzaron
a ejercer un influjo extraordinario en el gobierno de los Estados,
preparándose, por otra parte, para sacudir los fundamentos de las monarquías y
perseguir, calumniar y destronar a los reyes siempre que éstos procediesen en
el gobierno de modo contrario a los deseos de la masonería. De modo semejante
engañaron a los pueblos por medio de la adulación. Voceando a boca llena
libertad y prosperidad pública y afirmando que por culpa de la Iglesia y de los monarcas
no había salido ya la multitud de su inicua servidumbre y de su miseria,
sedujeron al pueblo y, despertando en éste la fiebre de las revoluciones, le
incitaron a combatir contra ambas potestades. Sin embargo, la espera de estas
ventajas tan deseadas es hoy día todavía mayor que su realidad; porque la
plebe, más oprimida que antes, se ve forzada en su mayor parte a carecer
incluso de los mismos consuelos de su miseria que hubiera podido hallar con
facilidad y abundancia en una sociedad cristianamente constituida. Y es que
todos los que se rebelan contra el orden establecido por la Providencia divina
suelen encontrar el castigo de su soberbia tropezando con una suerte desoladora
y miserable allí mismo donde, temerarios, la esperaban, conforme a sus deseos,
próspera y abundante.
(20) La Iglesia , en cambio, que
manda obedecer primero y por encima de todo a Dios, soberano Señor de la
creación, no puede sin injuria y falsedad ser acusada ni como enemiga del poder
político ni como usurpadora de los derechos de los gobernantes. Por el
contrario, la Iglesia
manda dar al poder político, como criterio y obligación de conciencia, cuanto
de derecho se le debe. Por otra parte, el que la Iglesia ponga en Dios
mismo el origen del poder político aumenta grandemente la dignidad de la
autoridad civil y proporciona un apoyo no leve para obtenerle el respeto y la
benevolencia de los ciudadanos. La
Iglesia , amiga de la paz y madre de la concordia, abraza a
todos con materno cariño. Ocupada únicamente en ayudar a los hombres, enseña
que hay que unir la justicia con la clemencia, el poder con la equidad, las
leyes con la moderación; que no debe ser violado el derecho de nadie; que hay
que trabajar positivamente por el orden y la tranquilidad pública; que hay que
aliviar, en la medida más amplia posible, pública y privadamente la miseria de
los necesitados. "Pero la causa de que piensen -para servirnos de las
palabras de Agustín- o de que pretendan hacer creer que la doctrina cristiana no
es provechosa para el Estado, es que no quieren un Estado apoyado sobre la
solidez de las virtudes, sino sobre la impunidad de los vicios". Según
todo lo dicho, sería una insigne prueba de prudencia política y una medida
necesaria para la seguridad pública que los gobernantes y los pueblos se
unieran no con la masonería para destruir a la Iglesia , sino con la Iglesia para destrozar los
ataques de la masonería.
V. REMEDIOS
(21) Pero sea lo que sea,
ante un mal tan grave y tan extendido ya, es nuestra obligación, venerables
hermanos, consagrarnos con toda el alma a buscar los remedios. Y como la mejor
y más firme esperanza de remedio está situada en la eficacia de la religión
divina, tanto más odiada de los masones cuanto más temida por ellos, juzgamos
que el remedio fundamental consiste en el empleo de esta virtud tan eficiente
contra el común enemigo. Por consiguiente, todo lo que los Romanos Pontífices,
nuestros antecesores, decretaron para impedir las iniciativas y los intentos de
la masonería, todo lo que sancionaron para alejar a los hombres de estas
sociedades o liberarlos de ellas, todas y cada una de estas disposiciones damos
por ratificadas y las confirmamos con nuestra autoridad apostólica. Y,
confiados en la buena voluntad de los cristianos, rogamos y suplicamos a cada
uno de ellos en particular por su eterna salvación que tengan como un deber sagrado
de conciencia el no apartarse un punto de lo que en esta materia ordena la Sede Apostólica.
Desenmascarar
la masonería.
(22) A vosotros,
venerables hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor insistencia que, uniendo
vuestros esfuerzos a los nuestros, procuréis con ahínco extirpar este inmundo
contagio que va penetrando en todas las venas de la sociedad. Debéis defender
la gloria de Dios y la salvación de los prójimos. Si miráis a estos fines en el
combate, no ha de faltaros el valor ni la fortaleza. Vuestra prudencia os
dictará el modo y los medios mejores de vencer los obstáculos y las dificultades
que se levantarán. Pero como es propio de la autoridad de nuestro ministerio
que Nos indiquemos algunos medios más adecuados para la labor referida, quede
bien claro que lo primero que debéis procurar es arrancar a los masones su
máscara, para que sea conocido de todos su verdadero rostro; y que los pueblos
aprendan por medio de vuestro sermones y pastorales, escritas con este fin, las
arteras maniobras de esas sociedades en el halago y en la seducción, la maldad
de sus teorías y la inmoralidad de su acción. Que nadie que estime en lo que
debe su profesión de católico y su salvación personal, juzgue serle lícito por
ninguna causa inscribirse en la masonería, prohibición confirmada repetidas
veces por nuestros antecesores.
Que nadie sea engañado
por una moralidad fingida. Pueden, en efecto, pensar algunos que nada piden los
masones abiertamente contrario a la religión y a la sana moral. Sin embargo,
como toda la razón de ser de la masonería se basa en el vicio y en la maldad,
la consecuencia necesaria es la ilicitud de toda unión con los masones y de
toda ayuda prestada a éstos de cualquier modo.
Esmerada
instrucción religiosa
(23) Es necesario, en
segundo lugar, inducir por medio de una frecuente predicación a las
muchedumbres para que se instruyan con todo esmero en materia religiosa. A este
fin recomendamos mucho que en los escritos y en los sermones se expliquen
oportunamente los principios fundamentales de la filosofía cristiana. El
objetivo de estas exposiciones es sanar los entendimientos por medio de la
instrucción y fortalecerlos contra las múltiples formas del error y las
variadas sugestiones del vicio, contenidas especialmente en el libertinaje
actual de la literatura y en el ansia insaciable de aprender.
Gran obra, sin duda.
Pero en ellas será vuestro primer auxiliar y colaborador el clero si lográis
con vuestros esfuerzos que salga bien formado en costumbres y bien equipado de
ciencia. Pero una empresa tan santa e importante exige también la cooperación
auxiliar de los seglares, que unan el amor de la religión y de la patria con la
virtud y el saber. Unidas las fuerzas del clero y del laicado, trabajad,
venerables hermanos, para que todos los hombres conozcan y amen como se debe a la Iglesia. Cuanto
mayores sean este conocimiento y este amor, tanto mayores serán la huída y el
rechazo de las sociedades secretas. Aprovechando justificadamente esta
oportunidad, renovamos ahora nuestro encargo, ya repetido otras veces, de propagar
y fomentar con toda diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con
prudente moderación hemos aprobado hace poco. El único fin que le dio su autor,
es atraer a los hombre a la imitación de Jesucristo, al amor de su Iglesia, al
ejercicio de todas las virtudes cristianas. Grande, por consiguiente, es su
eficacia para impedir el contagio de estas malvadas sociedades. Auméntese,
pues, cada vez más esta santa asociación, de la cual podemos esperar muchos frutos,
y especialmente el insigne fruto de que vuelvan los corazones a la libertad,
fraternidad e igualdad jurídicas, no como absurdamente las conciben los
masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el género humano y las siguió
San Francisco.
Una libertad propia de los hijos de Dios, por
la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y de la perversa tiranía
de las pasiones; una fraternidad cuyo origen resida en Dios, Creador y Padre
común de todos; una igualdad que, basada en los fundamentos de la justicia y de
la caridad, no borre todas las diferencias entre los hombres, sino que con la
variedad de condiciones, deberes e inclinaciones forme aquel admirable y
armonioso conjunto que es propio naturalmente de toda vida civil digna y
útilmente constituida.
Asociaciones
obreras y patronales
(24) Existe, en tercer
lugar, una institución, sabiamente establecida por nuestros mayores e
interrumpida durante algún tiempo, que puede valer ahora como forma ejemplar
para algo semejante. Nos referimos a los gremios de trabajadores, creados para
defensa conjunta, al amparo de la religión, de sus propios intereses y de las
buenas costumbres. Si nuestros mayores con el uso y experiencia de un largo
espacio de tiempo comprobaron la utilidad de estas asociaciones, tal vez la experimentaremos
mejor nosotros por su especial eficacia para burlar el poder de las sectas. Los
que soportan la escasez con el trabajo de sus manos son en primer término los
más dignos de caridad y de consuelo, pero además son los que están más
expuestos a las seducciones de los malvados, que todo lo invaden con sus
fraudes y engaños. Por lo cual hay que ayudarles con la mayor benignidad
posible y hay que reunirlos en asociaciones honestas, para que no los arrastren
las asociaciones infames. Por esta razón Nos deseamos grandemente ver
restablecidas estas corporaciones en todas partes, para salvación del pueblo,
de acuerdo con las necesidades de los tiempos, bajo los auspicios y patrocinio
del episcopado. Y no es pequeño nuestro gozo al ver como vemos su actual
restablecimiento en muchos lugares, así como también la fundación de
asociaciones patronales. El fin común de estas dos clases de instituciones es
ayudar a la virtuosa clase proletaria, socorrer y defender a sus hijos y a sus
familias, fomentando en ellas, con la integridad de las buenas costumbres, el
cultivo de la piedad y de la instrucción religiosa. Y en este punto no queremos
pasar en silencio las Conferencias de San Vicente de Paúl, tan benemérita de
las clases pobres y tan insigne por su ejemplo y acción. Sus obras y sus fines
son conocidos por todos. Se dedica por entero al auxilio creciente de los
menesterosos y de los que sufren, actuando con admirable sagacidad y modestia.
Al querer pasar desapercibida, su eficacia es tanto mayor para ejercer la
caridad cristiana y tanto más idónea para remedio de las miserias.
Educación de
la juventud
(25) En cuarto lugar,
para obtener más fácilmente lo que queremos, encomendamos con el mayor
encarecimiento a vuestra fe y a vuestros desvelos la juventud, que es la
esperanza de la sociedad humana. Consagrad a su educación la parte más principal
de vuestra atención, y, por mucho que hagáis, nunca penséis haber hecho lo
bastante para preservar a la adolescencia de las escuelas y maestros que puedan
inculcarle el aliento malsano de las sectas. Exhortad a los padres, a los directores
espirituales, a los párrocos para que insistan, al enseñar la doctrina
cristiana, en avisar oportunamente a sus hijos y alumnos de la perversidad de
estas sociedades, y que aprendan pronto a precaverse de las fraudulentas y
variadas artimañas que suelen emplear sus propagadores para enredar a los
hombres. No harían mal los que preparan a los niños para recibir la primera
comunión si les aconsejan que hagan el firme propósito de no ligarse nunca con
sociedad alguna sin decirlo antes a sus padres o sin consultarlo previamente
con su confesor o con su párroco.
(26) Pero sabemos muy
bien que todos nuestros comunes esfuerzos serán insuficientes para arrancar
estas perniciosas semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la
viña no secunda benignamente nuestros esfuerzos. Es necesario, por tanto,
implorar con vehemente deseo un auxilio tan poderoso de Dios que sea adecuado a
la extrema necesidad de las circunstancias y a la grandeza del peligro.
Levántase insolente y como regocijándose ya de sus triunfos, la masonería.
Parece como si no pusiera ya límites a su obstinación. Sus secuaces, unidos
todos con un impío consorcio y por una oculta comunidad de propósitos, se
ayudan mutuamente y se excitan los unos a los otros para la realización audaz
de toda clase de obras pésimas. Tan fiero asalto exige una defensa igual: es
necesaria la unión de todos los buenos en una amplísima coalición de acción y
de oraciones. Les pedimos, pues, por un lado, que, estrechando las filas,
firmes y de acuerdo resistan los ímpetus cada día más violentos de los
sectarios; y, por otro lado, que levanten a Dios las manos y le supliquen con
grandes gemidos para alcanzar que florezca con nuevo vigor el cristianismo, que
goce la Iglesia
de la necesaria libertad, que vuelvan al buen camino los descarriados, que
cesen por fin los errores a la verdad y los vicios a la virtud. Tomemos como
auxiliadora y mediadora a la
Virgen María , Madre de Dios. Ella, que vencido a Satanás desde
el momento de su concepción, despliegue su poder contra todas las sectas
impías, en que se ven revivir claramente la soberbia contumaz, la indómita
perfidia y los astutos engaños del demonio. Pongamos por intercesores al
Príncipe de los Ángeles, San Miguel, vencedor de los enemigos infernales; a San
José, esposo de la
Virgen Santísima , celestial patrono de la Iglesia católica; a los
grandes apóstoles San Pedro y San Pablo, sembradores e invictos defensores de
la fe cristiana. Bajo su patrocinio y con la oración perseverante de todos,
confiamos que Dios socorrerá oportuna y benignamente al género humano, expuesto
a tantos peligros.
Y como testimonio de
los dones celestiales y de nuestra benevolencia, con el mayor amor os damos in
Domino la bendición apostólica a vosotros, venerables hermanos, al clero y al
pueblo todo confiado a vuestro cuidado.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de abril de 1884,
año séptimo de nuestro pontificado.
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