XVIII. El abandono
de la compañía
de imitación
El modo de la vida eucarística
Si
la presencia real de Jesús en su Sagrario pide y exige la compañía nuestra de presencia
corporal y espiritual viva y animada, esto es, si su presencia con sus
sentimientos y afectos pide de nosotros la compañía de compasión, el
modo de su presencia en la Eucaristía merece la compañía de imitación.
Jesús,
en cuanto hombre, es siempre imitable. Ese precisamente fue uno de los
principales fines de hacerse hombre: enseñar con su ejemplo a dar gloria a Dios
santificándonos.
No
sólo es imitable, sino que tenemos obligación de imitarlo:
1º.
Respecto del Padre. El Padre Eterno no ama más que a su Hijo, y todo lo
que no sea su Hijo, en tanto es amado por el Padre en cuanto lleva la imagen de
su Hijo (en el modo que pueda llevarla: como vestigio, huella, efecto, imagen o
semejanza), y, de este modo, amando a las criaturas, en realidad las ama por su
Hijo o a éste en ellas.
El
hombre, como ser racional, puede ser más que vestigio como la piedra o la
planta. Es imagen. Por su naturaleza espiritual es imagen natural de Dios. Por
la imitación de Jesucristo, por la gracia, es imagen sobrenatural de Él y sólo
por este título o motivo será amado y recibido por el Padre. A los que de
antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8,29).
El
amor pleno y perfecto de Dios, que es la gloria, no será más que para las
imágenes vivas y perfectas de su Hijo, que son los bienaventurados.
2º.
Respecto del Hijo. Él es no sólo la única verdad y la única vida, sino
el único camino. Él es la única puerta para su Padre y el cielo.
Seguir
o andar el camino de Jesucristo, y entrar por la puerta de Él, es imitarlo.
3º.
Por la parte contraria. Porque fuera de la imitación de Jesucristo, no
hay imagen ni ejemplo perfecto que imitar, ni camino seguro que seguir, ni
fuerza eficaz que ayude, ni autoridad que lo imponga.
Quedándose
Jesucristo a vivir con nosotros en la Eucaristía, no sólo no ha dejado de ser
en ella nuestro modelo, como lo fue en su vida mortal y lo será en el cielo,
cuando resucitemos con Él y por Él, ¡siempre modelo! y ¡único modelo!, sino que
hay razones especiales para tomarlo como tal en ese estado o modo de vivir.
A)
Como la Eucaristía es la reproducción viva y constante del Evangelio, y todo lo
que hizo allí, de un modo o de otro, lo repite aquí, imitándolo en la vida
eucarística, por lo pronto ya se cumple con la obligación de imitarlo en su
vida y se obtienen los frutos de su imitación.
B)
Y no sólo no se pierde en ese modo de imitarlo, sino que se gana. La imitación
de su vida eucarística es tanto más difícil cuanto es sobrenaturalmente
más recta y de mayor fruto para nosotros y para nuestra condición.
Para
ésta, a fuer de sensible, el modelo más apto y fácil es el que se ve y se
oye, con sentidos corporales. Y el más difícil, laborioso y sobrenatural es
el que se percibe sólo con la fe, como aquí. Es más honroso para Él por lo más
que nos cuesta imitarlo; por el mayor mérito de la fe; por la delicadeza de la
mayor gratitud con que correspondemos a su gran valentía en ponerse en riesgo
de humillaciones, postergaciones, negaciones y adulteraciones inauditas, al
hacerse modelo invisible y callado, y por la reparación y desagravio
que, al imitarlo ahí, le damos por esas humillaciones.
¿Que
cómo puede ser modelo aquí, callado e invisible?
En
eso mismo que nos certifican nuestros sentidos, unido y comentado con lo que de
Él nos dice la fe.
Esta
fe nos dice de cierto: primero, que está (presencia real permanente).
Segundo, que está dispuesto a darse a todos en comida (Comunión). Y
tercero, que está como Cordero sacrificado al Padre por todos (Misa).
Unamos
ese estar, darse y sacrificarse Jesús, Dios y Hombre verdadero, siempre
y en cada Sagrario con su silencio e invisibilidad de Jesús Sacramentado,
y ¿qué más modelo?
Estar
en nuestro deber: mandamientos de Dios y de la
Iglesia, propio estado y voluntad de Dios en cada hora y minuto. Darnos a
nuestros prójimos buenos o malos, agradecidos o ingratos. Y morir a nosotros
mismos, y como corderos sacrificados ofrecernos a la mayor gloria de
Dios y santificación propia y ajena, porque así lo hace Jesús Sacramentado, en
silencio e invisiblemente como Él lo hace y para honrarlo y desagraviarlo en su
caridad callada e invisible del Sagrario. Ésa es sin duda la más perfecta
imitación y la más fecunda para Dios, para los hombres, para los pueblos y para
nosotros mismos.
Tres puntos de examen
Almas
de Sagrario, deteneos sobre estos tres puntos de examen. Seguramente en los
ratos que preceden o siguen a vuestras Comuniones o que invertís en vuestras
visitas, habéis rendido homenajes al Rey Jesús y tiernamente platicado con el
Padre, Hermano, Esposo y Amigo Jesús, y habéis hecho muy bien. Pero ¿habéis
unido en vuestra mente y en vuestro corazón a todos esos títulos y oficios el
estado de Cordero con que los ostenta y ejerce desde el Sagrario y el altar?
¡Rey
en Cruz!
¡Padre
sacrificado por sus hijos!
¡Hermano
sacrificado por los suyos!
¡Esposo
sacrificado por su esposa!
¡Amigo
sacrificado por sus amigos!
Ése
es y así está Jesús Sacramentado.
¡Cordero-Víctima
en la Cruz, en el cielo, en la Misa, en la Comunión y
en la soledad del Tabernáculo!... ¡Hostia en silencio! ¿Son muchas las almas
que, por comerte frecuente-mente van asimilándose tu vida de Hostia, y
por rozarse mucho contigo, van aprendiendo a vivir calladas en la cruz de su
deber, de su abnegación?...
Imitación
del Cordero de Dios Sacramentado, ¿tienes muchos partidarios y amadores?...
Hogares,
talleres, clases, oficinas en donde viven o trabajan comulgantes y visitadores
de Jesús, ¿veis entrar por vuestras puertas muchos corderos?...
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