No nos
avergoncemos
de la cruz
DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
JUAN PABLO
II
24 de marzo de 2002
24 de marzo de 2002
1. "Pueri
hebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos
de olivo, salieron al encuentro del Señor".
Así
canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de
olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión
del Señor. Hemos revivido lo que sucedió aquel día: en medio de la
multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba
en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los
hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras
(cf. Lc 19, 39-40).
También
hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San
Pedro. Los "jóvenes
hebreos" se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones,
lenguas y culturas. Queridos
jóvenes, ¡sed bienvenidos! Os dirijo a cada uno mi más cordial saludo. Esta cita
nos proyecta hacia la próxima Jornada
mundial de la juventud, que se celebrará en Toronto, ciudad canadiense, una
de las más cosmopolitas del mundo. Allí ya se encuentra la Cruz de los jóvenes,
que hace un año, con ocasión del domingo de Ramos, los jóvenes italianos
entregaron a sus coetáneos canadienses.
2. La
cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra
participación atenta y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no
os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la
veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros.
Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como
prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente
con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte. Por
eso aclamamos con júbilo: "Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, porque
con tu cruz has redimido al mundo".
3. "Cristo
por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios
lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre"
(Aclamación antes del Evangelio). Con estas palabras del apóstol san
Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de elevar nuestra aclamación
antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe: la
fe de la Iglesia.
Pero la
fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos
sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante
los días de la Semana santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los
contemporáneos del Señor y,
como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados
a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su
muerte.
Todos
los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se
decide el drama definitivo,
no sólo para una generación, sino para
toda la humanidad y para cada persona.
4. La
narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad
de Cristo, en contraste con la
infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los
discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto
a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él
permanece María, silenciosa y sufriente.
Queridos
jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La
verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar
testimonio de la verdad, resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y
chantajes, e incluso a la persecución dura y cruel. Por este camino nuestro
Redentor nos llama para que lo sigamos.
Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).
Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).
Queridos
jóvenes, ¡no perdáis vuestro
sabor de cristianos, el sabor
del Evangelio! Mantenedlo vivo, meditando
constantemente el misterio pascual: que
la cruz sea vuestra escuela de
sabiduría. No os enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta
sublime cátedra de verdad y amor.
5. La
liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los
muchachos hebreos. Dentro de poco "padecerá y resucitará de entre los
muertos al tercer día" (Lc 24,
46). San Pablo nos ha recordado que Jesús "se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo" (Flp 2,
7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero
manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el
secreto de la alegría pascual,
que nace del dolor de la Pasión.
Queridos
jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien habéis elegido como
Maestro no es un mercader de
ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador.
Sabéis a quién habéis elegido seguir: a
Cristo crucificado, a Cristo
muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.
Y la
Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él,
puede daros el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro
corazón. ¡Dichosos vosotros, jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos
vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el
Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39).
Que os
guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por
todo hombre que viene a esta tierra.
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