Juan 13, 31-33ª.34-35
Y como hubo salido, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en El. Si Dios es glorificado en El, Dios también lo glorificará a El en sí mismo, y luego le glorificará".
"Hijitos: aún estoy un poco con vosotros. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros, así como yo os he amado, para que vosotros os améis también entre vosotros mismos. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis caridad entre vosotros".
Orígenes In Ioannem tom. 32
Después de los prodigios que se habían realizado por los milagros y por la transfiguración, la gloria del Hijo del hombre empieza desde el momento en que Judas sale llevando consigo a Satanás, que lo había invadido, fuera del lugar en que estaba Jesús. Por esta razón dice: "Cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre", etc. Y aquí no se habla de la gloria del Verbo Unigénito, sino del hombre que descendía de la estirpe de David. Porque si se dice con verdad en la muerte de Cristo, que glorifica a Dios: "Despojó los principados y las potestades, triunfando en el leño de su cruz" ( Col 2), y aquello otro: "Conciliando por la sangre de Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra" ( Col 1). En todo esto fue glorificado el Hijo del hombre y Dios también es glorificado en El. Por esta razón continúa: "Y Dios ha sido glorificado en El". Porque no puede glorificarse Cristo, sin que lo sea al propio tiempo el Padre. Mas como todo el que es glorificado lo es por alguien, si se pregunta por quién lo es el Hijo del hombre, veremos la respuesta en lo que sigue: "Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo".
Crisóstomo In Ioannem hom., 71.
Esto es, por sí mismo, no por medio de otra persona. "Y al punto le glorificará". Como diciendo: No largo tiempo después, sino inmediatamente aparecerán en la cruz todas las cosas dignas de gloria; porque el sol retrocedió, las piedras se abrieron, y muchos cuerpos de aquellos que dormían, resucitaron. De esta suerte levantó de nuevo los pensamientos de sus discípulos, que se habían abatido, y les aconseja que no se entristezcan, antes se alegren.
San Agustín In Ioannem tract., 63.
Por la salida del inmundo, todos quedaron purificados con el que los purificaba. Algo semejante acontecerá cuando, separada la cizaña del trigo, resplandezcan los justos como el sol, en el reino de su Padre ( Mt 13,43). Previendo el Señor que esto mismo aconteció al separarse Judas, que era la cizaña, dijo a los santos apóstoles, que habían quedado como el trigo: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre", etc., como diciendo: He aquí lo que acontecerá en mi glorificación, donde no habrá ninguno de los malos, ni perecerá ninguno de los buenos. Por esto no dijo: ésta es la señal de la glorificación del Hijo del hombre, sino: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre". Como tampoco se dijo que la piedra simbolizaba a Cristo, sino: "La piedra era Cristo" ( 1Cor 10,4). La Escritura suele denominar las cosas que significan algo, por los nombres de lo significado. Mas la glorificación del Hijo del hombre es que Dios sea glorificado en El, y de aquí que añada: "Y Dios es glorificado en El". Por último, como para esclarecer este punto, prosigue: "Si el Hijo es glorificado en El (porque no vino a hacer su propia voluntad, sino la voluntad del que le envió), también Dios lo glorificará en sí mismo", refiriéndose a la naturaleza humana, que había sido tomada por el Verbo y dotada de eternidad interminable. "Y al punto lo glorificará", dice, manifestando su propia resurrección, que no sería como la nuestra al fin del mundo, sino inmediatamente. Y hasta puede entenderse de esta glorificación la frase: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre", diciendo ahora no por su próxima pasión, sino por su futura resurrección, como si ya hubiese sucedido lo que tan próximo consideraba.
San Hilario De Trin. lib. 2.
Que "Dios es glorificado en El", se refiere a la gloria del cuerpo, por la cual se manifiesta la gloria de Dios, como tomando el cuerpo su propia gloria por los consuelos que le comunicaba la naturaleza divina. Y como Dios es glorificado en El, por la misma razón lo glorificó en sí. Y lo glorificó Dios en sí por el incremento de gloria que recibió, de la misma suerte que el que reina en la gloria (que es la gloria de Dios), pasa por este hecho a la gloria de Dios. Y así tenía que permanecer todo en Dios, en cuanto es permitido a la naturaleza humana. Tampoco quiso pasar en silencio el tiempo, para significar como cosa de presente, al salir el traidor Judas a realizar su traición, la gloria que después de la pasión le estaba reservada por la resurrección, y distinguirla de aquella con que Dios lo glorificaría en sí posteriormente. Aquélla era la gloria de Dios manifestada por la resurrección; ésta la que gozaría permaneciendo en el seno de Dios.
San Hilario De Trin. lib. 9.
A mi juicio no hay ninguna ambigüedad en la interpretación de estas palabras: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre". Esta gloria pertenecía a la carne, no al Verbo. Lo que yo me pregunto es qué significa en esto que sigue: "Y Dios es glorificado en El". Y no siendo uno el Hijo del hombre y otro el Hijo de Dios (porque el Verbo se hizo carne) ( Jn 1,14), pregunto quién es glorificado por el Hijo del hombre (que es también Hijo de Dios). Veamos ahora qué significa lo tercero: "Si Dios es glorificado en El, también Dios lo glorificará en sí mismo". El hombre ciertamente no se glorifica por sí mismo. Por el contrario, en el hombre, aunque reciba la gloria, es glorificado por Dios. Pero El es Dios mismo. Y por tanto es necesario, o que sea Cristo el que se glorifica en la carne, o el Padre el que se glorifica en Cristo. Si Cristo, Cristo que se glorifica en la carne es Dios; si el Padre (también Dios), tendremos el misterio de la unidad, porque el Padre se glorifica en el Hijo. Pero porque Dios glorifique en sí mismo a Dios glorificado en el Hijo del hombre, ¿cómo puede deducirse la conclusión impía de que Cristo no es Dios según la verdad de naturaleza, como si estuviera fuera de sí, porque glorifica en sí? Así, al que el Padre glorifica, hay que confesarlo en igual gloria, y el que se ha de glorificar en la gloria del Padre, debe también participar de todo aquello que está en el Padre.
Orígenes In Ioannem tom. 32.
El nombre gloria no se toma aquí en el sentido de los paganos, que la definen como un conjunto de alabanzas que se tributa por muchos. Es cosa clara que aquí se trata de algo diferente, según las palabras del Exodo ( Ex 40,32-33), que dice que el tabernáculo está lleno de la gloria de Dios, y que la presencia o rostro de Moisés se había llenado de gloria. En efecto, en sentido literal hubo en el tabernáculo cierta presencia divina, lo mismo que en el rostro de Moisés mientras hablaba con Dios. Pero en sentido espiritual, la gloria de Dios es la que alumbra el entendimiento haciéndolo elevarse y sobreponerse a todas las cosas materiales, deificándolo por la visión divina que escudriña y en las cosas que contempla. Por esto, figuradamente fue Moisés glorificado, en el hecho de tornarse divino por el entendimiento. Pero no puede establecerse comparación entre la excelencia de Cristo y el conocimiento de Moisés, que glorificó su faz, porque creo que el Hijo es el resplandor de toda la gloria divina, como dice San Pablo: "Siendo el cual el esplendor de la gloria", etc ( Heb 1,3). Además, de este foco luminoso de gloria proceden los resplandores singulares, reflejándose en las creaturas racionales, y por eso no creo que nadie pueda recibir todo el esplendor de la gloria divina, sino el Hijo. En cuanto el Hijo no era conocido por el mundo, no era tampoco glorificado en el mundo. Mas como el Padre dio a algunos de los que estaban en el mundo el conocimiento de Jesús, fue glorificado entonces el Hijo del hombre en aquellos que lo conocieron. De aquí que transmitió su gloria a los que lo conocían. Porque los que contemplan con pura mirada la divina gloria, se transfiguran, a su imagen, de la gloria del glorificado en gloria de glorificadores. Cuando se aproximaba la hora en que debía realizarse el prodigio de que el mundo, mediante su conocimiento, mereciera la gloria glorificándole, dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre". Y como nadie ha conocido al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo hubiese revelado, el Hijo, por gracia natural, debía revelar al Padre ( Mt 11,27). Por esta causa se conoce que Dios es glorificado en El. O bien puede entenderse que Dios es glorificado, si conocemos con perfección a Jesús: "El que a mí me ve, ve también a mi Padre" ( Jn 14,19). Porque se verá en el Verbo, siendo este Dios e imagen invisible de Dios, el Padre que lo engendró. De este modo se entenderá más claramente todo lo que aquí se dice. Porque así como el nombre de Dios es blasfemado por algunos entre los gentiles, así el nombre excelso del Padre es ensalzado por las buenas obras de los santos que resplandecen ante los hombres. ¿En quién ha aparecido mejor la gloria de Dios, que en Jesús? Jamás cometió pecado, y en su boca no hubo dolo. Siendo, pues, el Hijo de tal condición, fue glorificado, y Dios se glorifica en El. Y si Dios se glorifica en El, el Padre da al Hijo algo mayor de lo que hizo el Hijo del hombre. Porque es muy superior y de más subido precio la gloria que recae en el Hijo del hombre cuando lo glorifica el Padre, que la del Padre cuando se glorifica en El. Y así, convenía que la gloria del más poderoso superase a la otra. Además , como estas cosas debían acontecer en seguida (me refiero a que el Hijo del hombre fuese glorificado en Dios), continúa así: "Y al punto le glorificará".
San Agustín In Ioannem tract., 64.
Habiendo dicho más arriba: "Y al punto le glorificará", para que no creyesen que Dios lo iba a glorificar de tal forma que no pudiese estar unido a ellos en la convivencia que existe en la tierra, dijo en seguida: "Hijitos, aún estoy un poco con vosotros". Como diciendo: al punto seré glorificado por la resurrección, pero no ascenderé al cielo inmediatamente, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles: "Estuvo con ellos cuarenta días después de la resurrección". Estos cuarenta días los significó diciendo: "Aún estaré un poco con vosotros".
Orígenes In Ioannem tract., 32.
Cuando dice hijitos, designa la infancia en que estaban aún sus almas, porque éstos que ahora son llamados hijitos, después de la resurrección son hermanos, así como antes de ser hijitos fueron siervos.
San Agustín ut supra.
Puede también interpretarse así: Aún estoy yo como vosotros en la enfermedad de esta carne, a saber, hasta que muriese y resucitase. Después que resucitó, estuvo con ellos en cuanto a la presencia corporal, pero no en cuanto a la debilidad de la carne. Según otro evangelista, dijo después de la resurrección ( Lc 24,44): "Os dije esto, cuando aún estaba con vosotros", esto es, cuando yo existía en carne mortal como vosotros. Mas ahora estaba ciertamente vestido de la misma carne, pero no participaba con ellos de la mortalidad. Hay también otra presencia divina, inaccesible a los sentidos mortales, de la que El mismo dice: "He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos" ( Mt 28,20). Esto no significa: aunque estoy un poco con vosotros, pues no es poco hasta la consumación de los siglos. Y si esto es todavía poco porque a los ojos de Dios mil años son como un solo día, no parece que ha querido significar aquí esto cuando sigue diciendo: "A donde yo voy, vosotros no podéis venir". ¿Por ventura no podían ir a donde El vaya en el último día? De los cuales diría después: "Padre, quiero que éstos estén conmigo donde yo estoy" ( Jn 17,24).
Orígenes In Ioannem tom. 32.
Esto se puede explicar de una manera muy sencilla, diciendo que ya no había de estar con sus discípulos. Pero profundizando algo más, quizá pueda decirse que en realidad dejó de estar con ellos no mucho tiempo después, no porque estuviera ausente de ellos, según la presencia corporal, sino porque pasado muy poco tiempo, "vosotros os escandalizaréis en mí esta noche" ( Mc 14,24). Y en ese sentido no estaba con ellos quien tan sólo mora plenamente en los que están en gracia. Pero aunque no estaba con ellos, ellos, sin embargo, habían de buscar a Jesús, como Pedro, que después de negarlo, lloraba tristemente buscándolo. Por esta razón sigue: "Me buscaréis, y así como dije a los judíos donde yo voy, vosotros no podéis venir". Buscar a Jesús, es buscar al Verbo, la sabiduría, la justicia, la verdad, la virtud divina: todo esto es Cristo. A los discípulos que quieren seguir a Jesús -no corporalmente, como creen las personas rudas, sino en la forma que recomendaba en estas palabras ( Lc 14,27): "Quien no toma su cruz y me sigue no puede ser discípulo mío"- les dice aquí el Señor: "Donde yo voy, vosotros no podéis venir". Porque aunque hubieran querido seguir al Verbo y confesarlo, no tenían aún poder para esto. Aún no se les había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado ( Jn 7,39).
San Agustín ut supra.
O dice esto porque no estaban dispuestos todavía para seguir a Jesús, muriendo por la justicia. ¿Cómo, pues, lo iban a seguir si no estaban preparados para el martirio? ¿Y cómo iban a seguir a Jesús, que caminaba a la inmortalidad de la carne, ellos que morirían en cualquier tiempo para no resucitar hasta el último día? ¿Y cómo podrían seguir a Jesús, que iba al seno de su Padre, cuando nadie puede gozar de tal felicidad si no se perfecciona en el amor? Cuando esto dijo a los judíos, no añadió: "ahora"; mas ellos no podían ir en ese momento, pero podían ir después. Y por tal razón continuó: "Y a vosotros os digo, ahora ".
Crisóstomo ut supra.
Dijo esto para levantar el amor de sus discípulos, porque cuando hemos visto ausentarse a las personas amadas, nos llenamos de pena, y más cuando no podemos nosotros ir al lugar a que ellos van. También demostró que su muerte es cierta traslación a sitio más conveniente, inaccesible a los cuerpos mortales.
San Agustín In Ioannem tract., 64 et 65.
Para enseñarles cómo podían ellos llegar a ser idóneos para habitar los lugares a donde El les precedía, añadió: "Un mandato nuevo os doy, que os améis mutuamente". ¿Acaso no estaba ya prescrito así en la Ley antigua? En ella se escribió: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" ( Lev 19,18). ¿Por qué el Señor lo llama mandato nuevo? Acaso porque, desprendiéndonos del hombre viejo, nos vistió del nuevo. Sin duda es porque el amor renueva al hombre; pero no todo amor, sino aquél de que, para distinguirlo del amor carnal, dijo el Señor: "Como yo os he amado, para que vosotros os améis mutuamente". No a la manera en que se aman los hombres corruptos, ni en la forma en que los hombres aman en cuanto a hombres, sino como se aman todos los que son de Dios e hijos del Altísimo, para que sean hermanos de su Unigénito, amándose con aquel amor con que El los ha amado, a fin de conducirlos al fin en que todos sus deseos queden satisfechos de bienes.
Crisóstomo ut supra.
Os amé, no como una deuda que yo había contraído por méritos antecedentes, sino por mi propia iniciativa, y así conviene que vosotros obréis el bien aun sin deber nada.
San Agustín ut supra.
No se crea que se prescinde de aquel superior mandato en que se prescribe que amemos al Señor nuestro Dios. Para los que entienden rectamente, ambos preceptos están incluidos en cada uno de ellos. Porque el que ama a Dios, no puede despreciar su voz cuando le manda amar al prójimo; y el que de una manera soberana y espiritual ama al prójimo, ¿a quién otro ama en él sino a Dios? Este es el amor que, para distinguirlo de cualquier otro mundano, recomendó el Señor diciendo: "Como yo os he amado". ¿A quién sino a Dios amó en nosotros? No al Dios que teníamos, sino al Dios que habíamos de tener. Así nos debemos amar los unos a los otros para que en la medida de nuestras fuerzas nos atraigamos mutuamente a la posesión de Dios.
Crisóstomo ut supra.
Sin mencionar los milagros que ellos obrarían, los designa tan sólo por el amor: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos", si os tenéis mutuo amor. Esta es la señal que da mejor a conocer a los santos. Dice que éstos son sus discípulos.
San Agustín ut supra.
Como diciendo: Los que no son míos, tienen con vosotros y en común ciertos dones míos, como son, no sólo la naturaleza, la vida, el sentido, la razón y toda otra propiedad que se encuentre en los hombres y en los brutos, sino también el lenguaje, los sacramentos, la profecía, la ciencia, la caridad para con los pobres, y hasta el martirio de sus cuerpos entre las llamas. Pero careciendo de este amor, son como címbalos sonadores: son nada y de nada les sirve todo aquello.
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