sábado, 20 de abril de 2013

Domingo IV de pascua (ciclo c) - San Agustín


Buen Pastor, siglo II, Cripta de Lucina,
Catacumbas de San Calixto, Roma

El Buen Pastor
      Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Recordaréis que antes había dicho: Y entrarán, y saldrán y hallarán pastos. Hemos entrado creyendo y salimos muriendo. Y así como hemos entrado por la puerta de la fe, así salgamos del cuerpo con la misma fe, y de este modo salimos por la misma puerta, para poder hallar los pastos. Buen pasto es la vida eterna, donde la hierba no se seca, siempre está toda verde y lozana. Hay una hierba que se llama siempreviva; sólo allí se encuentra. Yo, dice, les daré la vida eterna a mis ovejas. Vosotros sólo maquináis calumnias, porque sólo pensáis en la vida presente.
Y no perecerán eternamente, como si quisiera decirles: Vosotros pereceréis eternamente porque no sois de mis ovejas. Nadie las arrebatará de mi mano. Escuchad con mayor atención: Lo que mi Padre me ha dado, sobrepuja a todo. ¿Qué podrán el lobo, el ladrón y el salteador? No perderán sino a los predestinados a la muerte. Pero de aquellas ovejas de las cuales dice el Apóstol: Conoce el Señor quiénes son los suyos. A quienes previo, los predestinó; a quienes predestinó, los llamó; a quienes llamó, los justificó, y a quienes justificó, a estos mismos glorificó; de estas ovejas ni el lobo arrebata, ni el ladrón roba, ni el salteador mata. Seguro está de su número, porque sabe lo que dio por ellas. Por eso dice que nadie las arrebatará de sus manos; y, dirigiéndose al Padre, dice que lo que el Padre le dio supera a todo. ¿Qué es lo que el Padre le dio que vale más que todo? El ser su Hijo unigénito. ¿Qué quiere significar el vocablo dio? ¿Existía ya aquel a quien daba, o lo dio con la generación? Porque, si existía aquel a quien daba el ser Hijo, hubo un tiempo en que no era Hijo. Jamás tengáis el pensamiento de que en algún tiempo Cristo existiera sin ser Hijo. De nosotros bien puede decirse, pues en algún tiempo éramos hijos de los hombres, pero no éramos hijos de Dios. A nosotros la gracia de Dios nos hizo hijos suyos; a Él, la naturaleza, porque así ha nacido. Ni te asiste razón para decir que no existía antes de nacer, porque nunca nació quien era coeterno del Padre. El que lo vea que lo entienda, y quien no lo entienda, que lo crea; nútrase con la fe y lo entenderá. El Verbo de Dios estuvo siempre con el Padre, y siempre fue Verbo; y porque es Verbo, es Hijo. Siempre Hijo y siempre igual. No es igual por haber crecido, sino por haber nacido es igual, porque siempre nace el Hijo del Padre, Dios de Dios, coeterno del eterno. El Padre no tiene del Hijo el ser Dios; el Hijo tiene del Padre el ser Dios, porque el Padre le dio el ser Dios engendrándole, y en la misma generación le dio el ser coeterno a Él y el ser igual a Él. Esto es lo que es más que todo. ¿Cómo el Hijo es la Vida y tiene la vida? Lo que Él tiene, eso es. Una cosa es lo que tú eres y otra cosa es lo que tienes. Tienes, por ejemplo, sabiduría, ¿eres tú la sabiduría? Y porque tú no eres lo que tienes, si pierdes lo que tienes, te haces no poseedor, y así unas veces lo pierdes, otras veces lo recuperas. Nuestros ojos no son inseparables de la luz: la reciben cuando se abren, la pierden cuando se cierran. No es Dios de este modo el Hijo de Dios, el Verbo del Padre. No es el Verbo de tal forma que no sea cuando deja de sonar, sino que permanece desde su nacimiento. Tiene la sabiduría de modo que Él es la sabiduría y hace a otros sabios. Tiene la vida de modo que Él es la vida y hace que otros sean seres vivos. Esto es lo que es mayor que todo. Queriendo hablar del Hijo de Dios el evangelista San Juan, mira al cielo y a la tierra, los mira y se remonta sobre ellos. Sobre el cielo contempla los millares de ejércitos angélicos, contempla con la mente a todas las criaturas, como el águila contempla las nubes, y, remontándose sobre todas ellas, llega a aquello, que es mayor que todo, y dice: En el principio era el Verbo. Pero, como aquel de quien Él es Verbo no procede del Verbo, y el Verbo procede de aquel cuyo es el Verbo, dice: Lo que me dio el Padre, esto, es el ser su Verbo, el ser su Hijo unigénito y esplendor de su luz, es mayor que todas las cosas. Nadie, por lo tanto, arrebata a mis ovejas de mis manos. Nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre.
De mis manos, de las manos de mi Padre. ¿Qué quiere significar diciendo: Nadie las arrebata de mis manos, nadie las arrebata de las manos de mi Padre? ¿Por ventura es la misma la mano del Padre y la del Hijo, o acaso el Hijo es la mano del Padre? Si por la mano entendemos el poder, uno es el poder del Padre y del Hijo, porque una es la divinidad; pero, si por mano entendemos lo que dijo el profeta: ¿A quién ha sido revelado el brazo del Señor?, entonces la mano del Padre es el mismo Hijo. Mas no se dicen estas cosas como si Dios tuviese forma humana y como miembros corporales, sino que indican que por ese brazo han sido hechas todas las cosas. También los hombres suelen llamar brazos suyos a otros hombres, por medio de los cuales hacen lo que ellos quieren. Y algunas veces se llama mano del hombre a la obra que ejecutaron sus manos; por ejemplo, cuando uno dice que conoce su mano al ver un escrito suyo. Entendiéndose, pues, de varios modos la mano del hombre, que propiamente la posee entre los miembros de su cuerpo, ¿por qué se le ha de dar una sola interpretación a la mano de Dios, que no tiene forma corporal alguna? Por lo cual, en este lugar, con mejor acuerdo, por la mano del Padre y del Hijo entendemos el poder del Padre y del Hijo para evitar que, al oír decir aquí que el Hijo es la mano del Padre, pueda surgir el pensamiento carnal de buscar al Hijo un hijo suyo, del cual se diga que es la mano de Cristo. Luego nadie las arrebata de mis manos significa que nadie me las arrebata a mí.
Pero, para que alejes de ti toda clase de duda, escucha lo que sigue: Yo y el Padre somos una sola cosa. Hasta aquí pudieron tolerar los judíos; pero cuando oyeron: Yo y el Padre somos una sola cosa, no pudieron contenerse, y, persistiendo en su acostumbrada dureza, apelaron a las piedras. Cogieron piedras para apedrearle. Y el Señor, que no padecía cuando no quería, y que no padeció sino lo que quiso padecer, sigue aun hablando a quienes intentaban apedrearle. Cogieron piedras los judíos para apedrearle. Respondióles Jesús: Muchas obras buenas os he manifestado acerca de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? Y ellos replicaron: No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por la blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Contestaron a lo que Él había dicho: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ved cómo los judíos entendieron lo que no comprenden los arrianos. Por eso se enfurecieron, porque entendieron que, cuando no hay igualdad entre el Padre y el Hijo, no se puede decir: Yo y el Padre somos una sola cosa.
 (SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 48, 5-9, BAC, Madrid, 1965, pp. 164-168

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