Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
10 de junio de 2012
Marcos 14, 12-16. 22-26
Es el Misterio de la fe. En algunos países de habla francesa se la denomina “la Fiesta de Dios”. No existe una expresión más realista, en continuidad con la Encarnación misma, para referirnos a la Eucaristía. Si la Fiesta de Dios es consecuencia del encuentro entre el Padre bueno con el hijo que regresa arrepentido, la Eucaristía es esa Fiesta. Nos la ofrece Dios, “Padre de nuestra vida”, por mediación de Cristo, su Hijo encarnado. Esta Fiesta tiene dos momentos inseparables: La misma celebración eucarística - la Santa Misa , - y la exposición pública de la real Presencia, con el recorrido procesional entre las casas de los habitantes de la ciudad. Es el mismo Cristo quien se hace presente y se pasea en medio de la gente. En pueblos cristianos, como el nuestro, se supone una catequesis asimilada que los predisponga para celebrar, en la Fiesta de Corpus, un verdadero acontecimiento de fe. Es de lamentar que en el comportamiento religioso de este pueblo se note la ausencia de una elemental catequesis referida a este Misterio principal de la fe.
Principio y cumbre de la vida cristiana. Toda acción litúrgica está destinada a crear un clima de participación en el Misterio celebrado. La Eucaristía se destaca, entre otros sacramentos, por su virtud participativa. La fiesta es un efecto del encuentro, en Jesucristo, con el Padre y entre nosotros. Por lo mismo, construye a la comunidad y la impulsa a cumplir su misión evangelizadora. La Iglesia , por ser la comunidad de los fieles cristianos, tiene su origen y llega a su cumbre gracias a la Eucaristía que celebra. Cuando no se celebra, o se celebra mal, la vitalidad evangelizadora de la Iglesia se diluye peligrosamente. Un teólogo dominico del siglo pasado afirmaba: “La Iglesia es ella misma cuando celebra la Eucaristía ” (P. Liégè OP). Significa que, la Iglesia de Cristo, se identifica ante el mundo cuando celebra la Eucaristía , tal cual el Señor la dejó instituida. De allí su celebración cotidiana y la obligación que contraen los bautizados en la Iglesia Católica de participar en ella, al menos dominicalmente.
El Espíritu invisible hace visible la gracia por los sacramentos. En la Eucaristía se hace realmente presente - se actualiza ya - el misterio de la Pascua. Es Cristo “muerto y resucitado” quien hace efectiva la salvación de todos los hombres, mediante la acción del Espíritu Santo que reconcilia con Dios y santifica. El Espíritu invisible actúa visiblemente mediante los Sacramentos. Transmite la gracia que regenera (Bautismo), que lleva a su plenitud la Vida cristiana (Confirmación), que perdona los pecados cometidos después del Bautismo (Penitencia), que consagra el amor de un hombre y una mujer creyentes, al que constituye en signo sagrado de la unión de Cristo con la Iglesia (Matrimonio), que unge a los ministros sagrados (Orden Sagrado), que reconforta a los enfermos y hace presente a Cristo en su dolor (Unción de los Enfermos), que da el Pan “bajado del Cielo”, como alimento de la vida cristiana, llevándola, ya desde aquí, a su perfección propia que es la santidad (Eucaristía).
En la Eucaristía Cristo se mueve entre nosotros. La presencia eucarística es garantía de que el Salvador resucitado se mueve entre nosotros y nos dispensa la posibilidad de introducir en el mundo el fermento de un auténtico cambio. La fe, que Él suscita, reclama de los hombres, aparentemente más distantes de su benéfica influencia, una respuesta saludable. Por ello es impostergable que la Iglesia celebre la Eucaristía y la presente al conocimiento de la sociedad. Las formas, consagradas por la tradición: Congresos Eucarísticos, celebración de Corpus, exposición y adoración del Santísimo Sacramento, deben ser debidamente ilustradas mediante una catequesis popular adecuada. Jesús la ha instituido en la Última Cena como su presencia real y alimento que sostenga la vida cristiana de los bautizados.
Su lugar central, litúrgico y existencial. De allí, porque es Cristo “silencioso y actuante” (Benedicto XVI), las comunidades cristianas extraen la inspiración y energía para cumplir su misión evangelizadora en el mundo. Cuando se la descuida o desvaloriza, por grave ignorancia de su naturaleza, se produce una inhabilitación humanamente insuperable para el ejercicio de la fe y su proyección socio-cultural. Es urgente situarla en el lugar central que le corresponde litúrgica y existencialmente. La Solemnidad que estamos celebrando es una ocasión privilegiada para mostrar al mundo a su único y auténtico Salvador.
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