sábado, 30 de junio de 2012

Domingo XIII (ciclo b) San Jerónimo



Curación de
la hemorroísa
y resurrección
de la hija de Jairo

San Jerónimo

¿Quién me ha tocado?1, pregunta, mirando en derre­dor, para descubrir a la que lo había hecho. ¿No sabía el Señor quién lo había tocado? Entonces, ¿por qué pregun­taba por ella? Lo hacía cómo quien lo sabe, pero quiere ponerlo de manifiesto. Y la mujer, llena de temor y temblorosa, conociendo lo que en ella había sucedido... etc.2 Si no hubiese preguntado y hubiese dicho: ¿Quién me ha tocado?, nadie hubiera sabido que se había realizado un signo. Habrían podido decir: no ha hecho ningún signo, sino que se jacta y habla para gloriarse. Por ello pregunta, para que aquella mujer confiese y Dios sea glorificado.
Y se postró ante él y le dijo toda la verdad3. Obser­vad los pasos, ved el progreso. Mientras padecía flujo de sangre, no había podido venir ante él: fue sanada y vino ante él. Y se postró a sus pies. Todavía no osaba mirarle a la cara: apenas ha sido curada, le basta con tener sus pies. «Y le dijo toda la verdad». Cristo es la verdad. Y como había sido curada por la verdad, confesó la verdad.
Y él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado»4 La que así había creído digna es de ser llamada hija. La multitud, que lo apretuja, no puede ser llamada hija, mas esta mujer, que cae a sus pies y confiesa, merece recibir el nombre de hija. «Tu fe te ha salvado». Observad la humildad: es él mismo el que sana y lo refiere a la fe de ella. «Tu fe te ha salvado».
Tú fe te ha sanado: vete en paz. Antes de que creyeses en Salomón, esto es, en el pacífico, no tenías paz, ahora, sin embargo, vete en paz. «Yo he vencido al mundo»5. Puedes estar segura de que tienes la paz, porque ha sido sanado el pueblo de los gentiles.
Llegan de casa del jefe de la sinagoga, diciendo: «Tu hija ha muerto: ¿por qué molestar más al maestro?»6. Resucitó la Iglesia y murió la sinagoga. Aunque la niña había muerto, le dice, no obstante, el Señor al jefe de la sinagoga: No temas, ten sólo fe7. Digamos también no­sotros hoy a la sinagoga, digamos a los judíos: ha muerto la hija del jefe de la sinagoga, mas creed y resucitará.
No permitió que nadie le siguiera más que Pedro, San­tiago y Juan, el hermano de Santiago8. Alguien podría preguntar, diciendo: ¿por qué son siempre elegidos estos tres, y los demás son dejados aparte? Pues también cuan­do se transfiguró en el monte, tomó consigo a estos tres. Así, pues, son tres los elegidos: Pedro, Santiago y Juan. En primer lugar, en este número se esconde el misterio de la Trinidad, por lo que este número es santo de por sí. Pues también Jacob, según el Antiguo Testamento, puso tres va­ras en los abrevaderos9. Y está escrito en otro lugar: «El esparto triple no se rompe». Por tanto, es elegido Pedro, sobre el que ha sido fundada la Iglesia, Santiago, el pri­mero entre los apóstoles que fue coronado con el marti­rio, y Juan, que es el comienzo de la virginidad.
Y llegó a la casa del jefe de la sinagoga y vio un albo­roto y unas lloronas plañideras10. Incluso hoy sigue ha­biendo alboroto en la sinagoga. Aunque afirmen que can­tan los salmos de David, su canto, sin embargo, es llanto.
Y entrando les dice: ¿Por qué estáis turbados y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme''11. Es decir, la ni­ña, que ha muerto para vosotros, vive para mí: para voso­tros está muerta, para mí duerme. Y el que duerme puede ser despertado.
Y se burlaban de él12. Pues no creían que la hija del jefe de la sinagoga pudiera ser resucitada por Jesús.
Pero él, echando a todos fuera, tomó consigo al padre y a la madre de la niña13. Dirijámonos a los santos varo­nes, que realizan signos, a quienes el Señor les concedió ciertos poderes. He aquí que Cristo, cuando iba a resuci­tar a la hija del jefe de la sinagoga, echa fuera a todos, para que no pareciera que lo hacía por jactancia. Así, pues, habiendo echado a todos, él tomó consigo al padre y a la madre de la niña. E incluso a ellos les hubiera echado pro­bablemente, si no hubiera sido por consideración a su amor de padres, para que vieran a su hija resucitada.
Y entra donde estaba la niña, y tomándola de la ma­no... etc.14 . En primer lugar tomó su mano, sanó sus obras y de este modo la resucitó. Entonces se cumplió verdade­ramente esto: «Cuando haya entrada la plenitud de las na­ciones, entonces todo Israel será salvo»15. Dice, pues, Je­sús: Talitha kumi, que significa: Niña, levántate para mí16. Si hubiera dicho: «Talitha kum», significaría: «Niña, levántate», pero como dijo «Talitha kumi», esto signi­fica, tanto en lengua siria como en lengua hebrea: «Niña, levántate para mí». «Kumi» significa: «Levántate para mí». Observad, pues, el misterio de la misma lengua hebrea y siria. Es como si dijese: niña, que debías ser madre, por tu infidelidad continúas siendo niña. Lo que podemos ex­presar de este otro modo: porque vas a renacer, serás lla­mada niña. «Niña, levántate para mí», o sea, no por tu propio merito, sino por mi gracia. Levántate, por tanto, para mí, porque serás curada por tus virtudes.
Y al instante se levantó la niña y echó a andar17. Que nos toque también a nosotros Jesús y echaremos a andar. Aunque seamos paralíticos, aunque poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el le­cho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al instante quedaremos curados. La suegra de Pe­dro estaba dominada por las fiebres: la tocó Jesús y se le­vantó, e inmediatamente se puso a servirle. Ved qué dife­rencia. Aquella es tocada, se levanta, y se pone a servir, a ésta le basta sólo andar.
Y quedaron fuera de sí, presos de gran estupor, y les mandó insistentemente que callaran y que no lo dijeran a nadie18. ¿Veis el motivo, por el que había echado a la turba para realizar los signos? Les mandó —y no soló les mandó, sino que además les mandó insistentemente— que nadie lo supiera. Mandó a los tres apóstoles, y mandó tam­bién a los padres que nadie lo supiera. Lo mandó el Señor a todos, mas la niña, que resucitó, no puede callar.
Y dijo que le dieran de comer19: para que la resucita­da no se tomara por un fantasma. Él mismo también, por este motivo, después de su resurrección comió del pesca­do y de la miel20. «Y dijo que le dieran de comer». Te pido, Señor, que también a nosotros, que estamos tendidos, nos tomes de la mano, nos levantes del lecho de nuestros pecados y nos hagas caminar. Y cuando caminemos, man­da que nos den de comer; estando yacentes, no podemos hacerlo. Si no nos levantarnos, no somos capaces de reci­bir el cuerpo de Cristo. A Él la gloria, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
(SAN JERÓNIMO, Comentario al evangelio de San Marcos, Ciudad Nueva Madrid, 1988, pp. 49-53)
Notas
[1] Mc 5, 30
2 Mc 5, 33
3 Ibíd.
4 Mc 5, 34
5 Jn 16, 33
6 Mc 5, 35
7 Mc 5, 36
8 Mc 5, 37
9 Gn 30, 37
10 Mc 5, 38
11 Mc 5, 39
12 Mc 5, 40
13 Ibíd.
14 Mc 5, 41
15 Rm 11, 25 ss.
16 Mc 5, 41
17 Mc 5, 42
18 Mc 5, 43
19 Ibíd.
20 Lc 24, 42

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