lunes, 9 de noviembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 222

 

Lunes de la 32ª semana

ATRACCIÓN DE LOS ENEMIGOS

Amaras a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39).

 

Es cierto que pecas si no perdonas al que te pide perdón, y que es cosa de perfección si le atraes a ti, aun cuando no estés obligado.

 

Muchas razones aconsejan que lo atraigas a ti:

 

La primera es la conservación de la propia dignidad. Cada dignidad tiene su señal especial, y nadie debe abdicar los signos de su dignidad. Entre todas las dignidades, la mayor es ser hijo de Dios; y la señal de esa dignidad es el amor al enemigo. Amad a vuestros enemigos... para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos. (Mt 5, 44-45). Amar a un amigo no es la señal de la filiación divina, pues hacen también lo mismo los publicanos... y los gentiles (Ibid., 46-47).

 

La segunda es el logro de la victoria. Ésta es un deseo natural de todos. Es, pues, necesario que con tu bondad atraigas al amor al que te ofendió, y entonces vences; o que el otro te arrastre al odio, y entonces pierdes. No te dejes vencer de lo malo; mas vence el mal con el bien (Rom 12, 21).

 

La tercera es la adquisición de muchas ventajas; porque con ello adquieres amigos. Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque si esto hicieres, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza… (Rom 12, 20). Y San Agustín dice: "No hay provocación mayor para el amor que prevenir amando." Pues nadie es tan duro, qué aunque no quiera dar amor, no quiera, sin embargo, pagarlo.

 

La cuarta es la de que con ello son más fácilmente escuchadas tus plegarias. Por eso, sobre el pasaje de Jeremías: Aunque Moisés y Samuel se me pusiesen delante (15, 1), dice San Gregorio: "Hizo principalmente mención de ellos, porque rogaron por los enemigos." También rogó Cristo: Padre, perdónalos. (Lc 23, 34). Orando San Esteban por los enemigos (Hechos 7, 59), reportó gran utilidad a la Iglesia, pues convirtió a San Pablo.

 

La quinta es la huida del pecado, lo cual debemos desear principalmente; pues algunas veces pecamos, no buscamos a Dios, y Dios nos atrae a sí, o con enfermedades o cosa semejante. Yo cercaré tu camino con espinos (Os 2, 6). De este modo fue atraído San Pablo. Y en el Salmo (118, 176) se dice: Anduve errante, como oveja descarriada; busca a tu siervo. Mas esto lo conseguimos si atraemos a nosotros al enemigo perdonando primero, pues como consta en el Evangelio: Con la misma medida con que midiereis, se os volverá a medir (Lc 6, 38). Y en el mismo capítulo: Perdonad y seréis perdonados (Ibid., 37). El mismo Jesús dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. (Mt 5, 7). Pues no hay misericordia mayor que perdonar al que nos ofende.

(In Decal., X)

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