MENSAJE DEL PAPA
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1991
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1991
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
La Encíclica Rerum
novarum de Leon XIII, cuyo centenario se está conmemorando, ha abierto
un nuevo capítulo en la doctrina social de la Iglesia. Una constante de esta
enseñanza es la firme invitación al compromiso solidario, encaminado a superar
la pobreza y el subdesarrollo en que viven millones de seres humanos.
Aunque los bienes de la creación
estén destinados a todos, hoy una gran parte de la humanidad está sufriendo
todavía el peso intolerable de la miseria. En esta situación son necesarias
una caridad y una solidaridad concretas, como lo he afirmado
en la Encíclica Sollicitudo rei socialis, señalando cuán urgente
sea dedicarse al bien de los demás y estar dispuestos a olvidarse de sí
mismos – según el evangelio – para servir a los demás en vez de
explotarlos en beneficio propio.
1. En este tiempo de Cuaresma
volvemos a dirigirnos a Dios rico en misericordia, fuente de todo buen para
pedirle que cure nuestro egoísmo, nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
La Cuaresma y el tiempo pascual
nos sitúan ante la actitud de total identificación de Nuestro Señor
Jesucristo con los pobres. El Hijo de Dios, que se hizo pobre por amor
nuestro, se identifica con aquellos que sufren, lo cual está expresado
claramente en sus propias palabras: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
2. En el culmen de la Cuaresma,
la liturgia del Jueves Santo nos recuerda la institución de la Eucaristía,
memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Es aquí, en el
sacramento en el que la Iglesia celebra la profundidad de su propia fe, donde
debemos tomar conciencia de la condición de Cristo pobre, sufriente,
perseguido. Jesucristo, que tanto nos ha amado hasta dar su propia vida por
nosotros y que se nos da en la Eucaristía como alimento de vida eterna, es el
mismo que nos invita a reconocerlo en la persona y en la vida de aquellos
pobres con los cuales El ha manifestado su plena solidaridad.
San Juan Crisóstomo ha expresado
magistralmente esta identificación al afirmar: «Si queréis honrar el Cuerpo de
Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honráis al Cristo eucarístico
con ornamentos de seda al ignorar aquel otro Cristo que, fuera de los muros de
la Iglesia, padece frío y desnudez» (cf. Hom in Matthaeum, n. 50,
3-4, PG 58).
3. En este tiempo de Cuaresma, es
importante reflexionar sobre la parábola del rico epulón y de Lázaro. Todos los
hombres están llamados a participar de los bienes de la vida, sin embargo
tantos yacen todavía fuera a la puerta, como Lázaro, mientras «los perros
vienen y les lamen sus llagas» (cf. Lc 16, 21).
Si ignorásemos la gran multitud
de personas que no sólo están privadas de lo estrictamente necesario para vivir
(alimento, casa, asistencia sanitaria), sino que ni siquiera tienen la
esperanza de un futuro mejor, vendríamos a ser como el rico epulón que finge no
haber visto al pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31).
Debemos pues tener presente ante
nuestros ojos la pobreza estremecedora que aflige a tantas partes del mundo; y
por esto, con esta intención, repito el llamado que – en nombre de Jesucristo y
en nombre de la humanidad – he dirigido a todos los hombres durante mi última
visita al Sahel: «¿Cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con
todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que
rechaza el hacerlo por una ceguera fratricida? ... ¡Qué gran desierto sería un
mundo en el que la miseria no encontrara la respuesta de un amor que da la
vida!» (L’Osservatore Romano, 31 de enero de 1990, p. 6, n. 4).
Dirigiendo nuestra mirada a
Jesucristo, el Buen Samaritano, no podemos olvidar que –desde la pobreza del
pesebre hasta el total desprendimiento en la Cruz– Él se hizo uno con
los últimos. Nos enseñó el desapego de las riquezas, la confianza en Dios,
la disponibilidad a compartir. Nos exhorta a ver a nuestros hermanos y
hermanas, que están el la miseria y el sufrimiento, con el espíritu de quien
–pobre– se reconoce totalmente dependiente de Dios y que tiene necesidad
absoluta de Él. El modo como nos comportemos será la verdadera y auténtica
medida de nuestro amor a Él, fuente de vida y de amor, y signo de nuestra
fidelidad al evangelio. Que la Cuaresma acreciente en todos esta conciencia y
este compromiso de caridad, para que no pase en vano sino que nos conduzca,
verdaderamente renovados, hacia el gozo de la Pascua.
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