MENSAJE DEL PAPA
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1987
PARA LA CUARESMA DE 1987
Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:
«A los hambrientos colmó de
bienes y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1, 53).
Estas palabras que la Virgen
María pronunció en su Magníficat son a la vez una alabanza a Dios Padre y una
llamada que cada uno de nosotros debe acoger en su corazón y meditar en este
tiempo de Cuaresma.
Tiempo de la conversión, tiempo
de la Verdad que nos «hará libres» (Jn 8, 32), porque no podemos
engañar a aquél que escruta «corazones y entrañas» (Sal 7, 10).
Ante Dios nuestro Creador, ante Cristo nuestro Redentor, ¿de qué podemos estar
orgullosos? ¿Qué riquezas o qué talentos podrían darnos alguna superioridad?
María nos enseña las verdaderas
riquezas, las que no pasan, las que vienen de Dio. Nosotros debemos desearlas,
tener hambre de ellas, abandonar todo lo que es ficticio y pasajero, para
recibir estos bienes y recibirlos en abundancia. Convirtámonos; abandonemos la
vieja levadura (cf. 1 Cor 5, 6) del orgullo y de todo lo que
lleva a la injusticia, al menosprecio, al afán de poseer nosotros dinero y
poder.
Si nos reconocemos pobres ante
Dios –lo cual es verdad, y no falsa humildad– tendremos un corazón de pobre,
ojos y manos de pobres para compartir estas riquezas de las que Dios nos
colmará: nuestra Fe que no podemos mirar egoísticamente para nosotros solos; la
Esperanza que necesitan los que están privados de todo; la Caridad que nos hace
amar como Dios, a los pobres con un amor preferencial. El Espíritu de Amor nos
colmará de muchísimos bienes para compartir; cuanto más los deseemos, más
abundantemente los recibiremos.
Si nosotros somos verdaderamente
estos «pobres de espíritu» a quienes se ha prometido el Reino de los cielos (Mt 5,
3) nuestra ofrenda será agradable a Dios. También nuestra ofrenda material, que
solemos dar durante la Cuaresma, si se hace con un corazón de pobre es una
riqueza, porque damos lo que hemos recibido de Dios para ser distribuido: sólo
recibimos para dar. Igual que los cinco panes y los dos peces del joven, que
las manos de Cristo multiplicaron para alimentar a la muchedumbre, lo que
nosotros ofrezcamos será multiplicado por Dios para los pobres.
¿Saldremos de esta Cuaresma con
el corazón engreído, llenos de nosotros mismos, pero con las manos vacías para
los demás? ¿O bien llegaremos a la Pascua, guiados por la Virgen del
Magníficat, con un alma pobre, hambrienta de Dios, y con las manos llenas de
todos los dones de Dios para distribuirlos al mundo que lo necesita tanto?
«¡Dad gracias al Señor, porque es
bueno, porque es eterno su amor!» (Sal 117, 1).
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