MENSAJE DEL PAPA
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1986
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1986
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
El Evangelio nos da la ley de la
caridad, muy bien definida por las palabras y ejemplos constantes de Cristo, el
buen Samaritano. Él nos pide que amemos a Dios y a todos nuestros hermanos,
sobre todo los más necesitados. La caridad, en verdad, nos purifica de nuestro
egoísmo; derriba las murallas de nuestro aislamiento; abre los ojos y hace
descubrir al prójimo que está a nuestro lado, al que está lejos y a toda la
humanidad. La caridad es exigente pero confortadora, porque es el cumplimento
de nuestra vocación cristiana fundamental y nos hace participar en el Amor del
Señor.
Nuestra época, como todas, es la
de la caridad. Ciertamente, las ocasiones para vivir esta caridad no faltan.
Cada día, los medios de comunicación social embargan nuestros ojos y nuestro
corazón, haciéndonos comprender las llamadas angustiosas y urgentes de millones
de hermanos nuestros menos afortunados, perjudicados por algún desastre,
natural o de origen humano; son hermanos que están hambrientos, heridos en su
cuerpo o en su espíritu, enfermos, desposeídos, refugiados, marginados,
desprovistos de toda ayuda; ellos levantan los brazos hacia nosotros,
cristianos, que queremos vivir el Evangelio y el grande y único mandamiento del
Amor.
Informados lo estamos. Pero, ¿nos
sentimos implicados? ¿Cómo podemos, desde nuestro periódico o nuestra pantalla
de televisión, ser espectadores fríos y tranquilos, hacer juicios de valor
sobre los acontecimientos, sin ni siquiera salir de nuestro bienestar? ¿Podemos
rechazar el ser importunados, preocupados, molestados, atropellados por esos
millones de seres humanos que son también hermanos y hermanas nuestros,
criaturas de Dios como nosotros y llamados a la vida eterna? ¿Cómo se puede
permanecer impasible ante esos niños de mirada desesperada y de cuerpo
esquelético? ¿Puede nuestra conciencia de cristianos permanecer indiferente
ante ese mundo de sufrimiento? ¿Tiene algo que decirnos todavía la parábola del
buen Samaritano?
Al comienzo de la Cuaresma,
tiempo de penitencia, de reflexión y de generosidad, Cristo nos llama de nuevo.
La Iglesia, que quiere estar presente en el mundo, y sobre todo en el mundo que
sufre, cuenta con vosotros. Los sacrificios que haréis, por pequeños que sean,
salvarán cuerpos y confortarán espíritus, y la “civilización del Amor” no será
ya una palabra vacía.
La caridad no vacila, porque es
la expresión de nuestra fe. Que vuestras manos se abran pues cordialmente para
compartir con todos aquellos que vendrán a ser por ello vuestro prójimo.
«Servíos unos a otros por la
caridad» (Gal 5, 13).
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