MENSAJE DEL PAPA
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1988
SAN JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA DE 1988
Amados hermanos y hermanas en Cristo:
Con gozo y esperanza quisiera,
por medio de este Mensaje de Cuaresma, exhortaros a la penitencia, que
producirá en vosotros abundantes frutos espirituales para una vida cristiana
más dinámica y una caridad más efectiva.
El tiempo de Cuaresma, que marca
profundamente la vida de todas las comunidades cristianas, favorece el espíritu
de recogimiento, de oración, de escucha de la Palabra de Dios; estimula la
respuesta pronta y generosa a la invitación que hace el Señor por medio del
Profeta: «el ayuno que yo quiero es éste: partir tu pan con el que tiene
hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo... Entonces clamarás al
Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: aquí estoy» (Is 58,
6.7.9).
La Cuaresma de 1988 se desarrolla
en el contexto del Año mariano, y en los umbrales del tercer milenio del
nacimiento de Jesús, el Salvador.
Contemplando la maternidad divina
de María, que llevó en su seno virginal al Hijo de Dios y cuidó con especial
solicitud la infancia de Jesús, me viene a la mente el drama doloroso de tantas
madres que ven frustradas sus esperanzas y alegrías por la temprana muerte de
sus hijos.
Sí, amados hermanos y hermanas,
os quiero llamar la atención sobre el escandaloso problema de la mortalidad
infantil, donde las víctimas se cuentan por decenas de miles cada día. Unos
niños mueren antes de nacer y otros tras una corta y dolorosa existencia
consumida trágicamente por enfermedades fácilmente prevenibles.
Investigaciones serias muestran
que, en los países más cruelmente azotados por la pobreza, es la población
infantil la que sufre el mayor número de muertes causadas por deshidratación
aguda, por parásitos, por consumo de aguas contaminadas, por el hambre, por
falta de vacunación contra las epidemias, y también por falta de afecto. En tales
condiciones de miseria, un alto porcentaje de niños mueren prematuramente,
otros quedan lisiados en tal grado que se ve comprometido su desarrollo físico
y psíquico, y tienen que luchar en condiciones de injusta desventaja para
sobrevivir y ocupar un puesto en la sociedad.
Las víctimas de esta tragedia son
los niños engendrados en situación de pobreza causada muy a menudo por
injusticias sociales; son también las familias, carentes de los recursos
necesarios, que lloran inconsolables la muerte prematura de sus hijos.
Recordad con cuanto celo el Señor
Jesús se solidariza con los niños; en efecto, llamó a un niño, lo puso en medio
de ellos y afirmó «el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe...»; ordenó «dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí» (Mt 18,
2.5; 19, 14).
Os exhorto vivamente, en este
tiempo litúrgico de Cuaresma, a dejaros llevar por el Espíritu de Dios, que es
capaz de romper las cadenas del egoísmo y del pecado. Compartid solidariamente
con los que tienen menos recursos. Dad, no solamente de lo superfluo sino
también de lo que puede ser necesario, a fin de apoyar generosamente todas las
acciones y proyectos de vuestra Iglesia local, especialmente aquellos que
aseguren un futuro más justo a la población infantil más desprotegida.
Así, amadísimos hermanos y
hermanas en Cristo, brillará vuestra caridad: «Entonces, viendo vuestras buenas
obras, todos glorificarán a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,
16).
Que en esta Cuaresma, a ejemplo
de María que acompañó fielmente a su Hijo hasta la Cruz, se fortalezca nuestra
fidelidad al Señor y que nuestra vida generosa testimonie nuestra obediencia a
sus mandamientos.
De todo corazón, os bendigo en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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