VENERACIÓN DE LA SÁBANA SANTA
MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Domingo 2 de mayo de 2010
Queridos amigos:
Este
es un momento muy esperado para mí. En otras varias ocasiones he estado ante la
Sábana Santa, pero ahora vivo esta peregrinación y este momento con particular
intensidad: quizá porque el paso de los años me hace todavía más sensible al
mensaje de este extraordinario icono; quizá, y diría sobre todo, porque estoy
aquí como Sucesor de Pedro y traigo en mi corazón a toda la Iglesia, más aún, a
toda la humanidad. Doy gracias a Dios por el don de esta peregrinación y
también por la oportunidad de compartir con vosotros una breve meditación, que
me ha sugerido el subtítulo de esta solemne ostensión: «El misterio del Sábado
Santo».
Se puede decir que la Sábana
Santa es el icono de este misterio, icono del Sábado Santo. De hecho, es una
tela sepulcral, que envolvió el cadáver de un hombre crucificado y que
corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien,
crucificado hacia mediodía, expiró sobre las tres de la tarde. Al caer la
noche, dado que era la Parasceve, es decir, la víspera del sábado solemne de
Pascua, José de Arimatea, un rico y autorizado miembro del Sanedrín, pidió
valientemente a Poncio Pilato que le permitiera sepultar a Jesús en su sepulcro
nuevo, que había mandado excavar en la roca a poca distancia del Gólgota.
Obtenido el permiso, compró una sábana y, después de bajar el cuerpo de Jesús
de la cruz, lo envolvió con aquel lienzo y lo depuso en aquella tumba
(cf. Mc 15, 42-46). Así lo refiere el Evangelio de san Marcos
y con él concuerdan los demás evangelistas. Desde ese momento, Jesús permaneció
en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado, y la Sábana Santa de
Turín nos ofrece la imagen de cómo era su cuerpo depositado en el sepulcro
durante ese tiempo, que cronológicamente fue breve (alrededor de día y medio),
pero inmenso, infinito en su valor y significado.