Entrevista
concedida por el
Cardenal Robert
Sarah
a Edward
Pentin,
corresponsal
en Roma
del
National Catholic Register
¿Cuál es la primera preocupación que quiere transmitir a los
lectores en su libro?
Que no se malinterprete este libro. No desarrollo tesis personales
ni una investigación académica. Este libro es un grito de mi corazón como
sacerdote y pastor.
Sufro tanto al ver la Iglesia desfigurada y confusa. Sufro tanto al
ver el Evangelio y la doctrina católica menospreciadas, la Eucaristía ignorada
o profanada. Sufro tanto al ver sacerdotes abandonados, desanimados y (viendo a
aquellos) cuya fe se ha vuelto tibia.
El declive de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
está en el centro de la actual crisis de la Iglesia y su debilitamiento,
especialmente en Occidente. Nosotros los obispos, sacerdotes y laicos somos
todos responsables todos de esta crisis de fe, la crisis de la Iglesia, la
sacerdotal y la descristianización de Occidente. George Bernanos escribió antes
de la guerra: «Nosotros repetimos constantemente con lágrimas de impotencia, de
pereza u orgullo, que el mundo se está descristianizando. Pero el mundo no ha
recibido a Cristo, non pro mundo rogo, somos nosotros los que lo recibimos,
es de nuestros corazones de los que Dios se retira; somos nosotros los que nos
descristianizamos a nosotros mismos, ¡miserables!» (Nous Autres, Français,
in Scandale de la Verité, Points/Seuil. 1984).
Yo quería abrir mi corazón y compartir una certeza: la profunda
crisis que la Iglesia está experimentando en el mundo y especialmente en
Occidente es el fruto de olvidar a Dios. Si nuestra primera preocupación
no es Dios, entonces todo lo demás falla. En la raíz de todas las crisis
antropológicas, políticas, sociales, culturales, geopolíticas está el olvidar
la primacía de Dios. Como el Papa Benedicto XVI dijo durante su encuentro con
el mundo de la cultura en el Colegio de los Bernardinos el 12 de septiembre de
2008: « ‘Quaerere Deum’, ‘la búsqueda de Dios’, el hecho de estar atento a la
realidad esencial de Dios es el eje central sobre el cual toda civilización y
cultura se construye. Lo que constituye la base de la cultura europea, la
búsqueda de Dios y la disponibilidad para permitir que Él nos encuentre,
todavía sigue siendo hoy el fundamento de toda verdadera cultura y la
indispensable condición para la supervivencia de nuestra humanidad. Porque el
rechazo de Dios o una total indiferencia hacia él es fatal para el hombre».
He intentado mostrar en este libro que la raíz común de todas las
crisis actuales se encuentra en este ateísmo fluido que, sin negar a Dios,
vive en la práctica como si no existiera.
En la conclusión de mi libro, hablo de este veneno del cual somos
todos víctimas: el ateísmo líquido. Lo infiltra todo, incluso nuestros
discursos como clérigos. Consiste en admitir, junto con la fe, modos de vivir o
de pensar radicalmente paganos y mundanos. ¡Y nosotros nos quedamos tan
satisfechos con esta cohabitación antinatural! ¡Esto muestra que nuestra fe se
ha convertido en líquida e inconsistente! Lo primero que debemos reformar son
nuestros corazones. No debemos hacer pactos con las mentiras nunca más. La
fe es a la vez el tesoro que queremos defender y la fuerza que nos permite
defenderla.
Este movimiento que consiste en «dejar a Dios a un lado» haciendo
de Él una realidad secundaria, ha tocado el corazón de muchos sacerdotes y
obispos.
Dios no ocupa el centro de sus vidas, pensamientos y acciones. La
vida de oración ya no es lo más importante. Estoy convencido de que los
sacerdotes deben proclamar la centralidad de Dios a través de su propia vida.
Una Iglesia en la que el sacerdote no transmite el mensaje es una Iglesia que
está enferma. La vida de un sacerdote debe proclamar al mundo que «solo Dios
basta», que la oración, es decir, esta relación personal e íntima, es el centro
de su vida. Esta es la razón profunda del celibato sacerdotal.
El olvido de Dios encuentra su primera y más seria manifestación en
el modo secular de la vida de los sacerdotes. Son los primeros que deben
transmitir el Evangelio. Si sus vidas personales no lo reflejan, entonces el
ateísmo practico se extenderá a través de la Iglesia en la sociedad.
Creo que estamos en un punto de inflexión en la historia de la
Iglesia. Sí, la Iglesia necesita una reforma profunda y radical que debe
empezar con una reforma de la forma de ser y de vivir de los sacerdotes. La
Iglesia es santa por sí misma. Pero nuestros pecados y nuestras preocupaciones
mundanas impiden que esta santidad brille.
Es hora de desprendernos de todas las cargas y finalmente dejar
que la Iglesia aparezca como Dios la formó. A veces se cree que la historia de
la Iglesia está marcada por las reformas estructurales. Estoy seguro de
que son los santos los que cambian la historia. Después siguen las
estructuras que sólo perpetúan la acción de los santos.
El concepto de esperanza es un elemento fundamental del trabajo que
hace usted, a pesar del sombrío título de su libro y las alarmantes
observaciones que hace acerca del estado de la civilización occidental. ¿Aún ve
razones para la esperanza en nuestro mundo?
El título es sombrío, pero es realista. Verdaderamente vemos
que toda la sociedad occidental se derrumba. En 1978, el filósofo John
Senior publicó el libro «La muerte de la cultura cristiana». Como los
romanos del siglo IV, vemos a los bárbaros tomar el poder. Pero en este
momento, los bárbaros no vienen de fuera para atacar las ciudades. Los bárbaros
están dentro. Son los individuos que rechazan su propia naturaleza humana, que
se avergüenzan de ser criaturas limitadas, que quieren pensar en sí mismos como
demiurgos sin padres y sin herencia. Esa es la barbarie real. Por el contrario,
el hombre civilizado está orgulloso y feliz de ser un heredero.
Convencimos a nuestros contemporáneos que para ser libres, no
debemos depender de nadie. Esto es un error trágico. Los occidentales están
convencidos de que recibir es contrario a la dignidad de la persona. Sin
embargo, el hombre civilizado es fundamentalmente un heredero; él recibió
una historia, una religión, un idioma, una cultura, un nombre, una familia.
El rechazo a unirse a una red de dependencia, de herencia y de
filiación nos condena a entrar en la mera jungla de la competición de una
economía autosuficiente. Porque rehúsa aceptarse a sí mismo como heredero, el
hombre se condena a sí mismo al infierno de la globalización liberal, donde los
intereses individuales chocan entre sí sin ninguna otra ley que la del
beneficio a toda costa.
Sin embargo, el título del libro también contiene la luz de la
esperanza porque está tomado de la petición de los discípulos de Emaús en
el Evangelio de Lucas: «Quédate con nosotros, Señor, que la tarde está cayendo»
(Lc 24, 29). Sabemos que Jesús finalmente se manifestará.
Nuestra primera razón para la esperanza es, por lo tanto, Dios
mismo. ¡Él nunca nos abandonará! Nosotros creemos firmemente en su
promesa. Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Santa Iglesia
católica. Ella siempre será el Arca de la Salvación. Siempre habrá suficiente
luz para el que busca la verdad con un corazón puro.
Incluso cuando todo parece estar en proceso de ser destruido,
vemos la semilla luminosa del renacimiento emergiendo. Me gustaría mencionar a
los santos escondidos que llevan adelante a la Iglesia, en particular, a los
fieles religiosos que ponen a Dios en el centro de sus vidas cada día. Los
monasterios son islas de esperanza. Parece que la vitalidad de la Iglesia se ha
refugiado allí como si fueran oasis en medio del desierto, pero también las familias
católicas que viven concretamente el Evangelio de la vida, mientras que el
mundo los desprecia.
Los padres cristianos son los héroes ocultos de nuestro tiempo, los
mártires de nuestro siglo. Finalmente, quiero homenajear a tantos fieles y
sacerdotes anónimos que han hecho del sacrificio del altar el centro y el
significado de sus vidas. Ofreciendo el santo sacrificio de la misa diariamente
con reverencia y amor, ellos son los que llevan la Iglesia sin saberlo.
¿Cómo complementa este libro a sus dos previos volúmenes «Dios o
nada» y «El poder del silencio»? ¿Qué añade éste a los otros dos?
En «Dios o nada» quería agradecer a Dios por su
intervención en mi vida. Mediante este libro me gustaría conseguir colocar
a Dios en el centro de nuestras vidas, en el centro de nuestros pensamientos y
nuestras acciones, el único lugar que Él debe ocupar, para que nuestro camino
cristiano pueda gira en torno a esta Roca sobre la cual todo hombre se
construye sí mismo, se estructura hasta que alcance al «Hombre perfecto a la
medida de Cristo en su plenitud» (cfr. Efesios 4,13).
«El poder del silencio» es como una confidencia espiritual. No
podemos unirnos a Dios; solo podemos permanecer en Él en silencio.
Este último libro es una síntesis. Yo intento describir claramente
la situación actual y sus raíces. Este libro indica las graves
consecuencias humanas y espirituales que se producen cuando el hombre abandona
a Dios. Pero al mismo tiempo, «se hace tarde y anochece» asevera que
Dios no abandona el hombre, incluso cuando éste se esconde detrás de los
arbustos en su jardín, Adán. Dios va en su búsqueda y lo encuentra, por eso
vemos un atisbo de esperanza para el futuro.
En los años recientes, la Iglesia ha sufrido muchas controversias
relacionadas con el cuestionamiento, según algunos, de la enseñanza moral de la
Iglesia por líderes de la misma, como por ejemplo en Amoris Laetitia, ignorando
el magisterio de Juan Pablo II (que el Instituto Pontificio Juan Pablo II ha
modificado recientemente de forma clara), los esfuerzos por minar la Humanae
Vitae y la revisión de la pena de muerte por nombrar unos cuantos. ¿Por qué
está ocurriendo todo esto y deberían los fieles estar preocupados?
Nos estamos enfrentando a una cacofonía real de obispos y
sacerdotes. Todo el mundo quiere imponer su opinión personal como si fuera
la verdad. Pero solo hay una verdad: Cristo y su enseñanza. ¿Cómo podría
cambiar la doctrina de la Iglesia? El Evangelio no cambia. Es todavía el
mismo. Nuestra unidad no se puede construir sobre opiniones mundanas.
La Carta a los Hebreos dice: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y
lo será para siempre. No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas
extrañas. Lo mejor es fortalecer el corazón con la gracia, no con alimentos que
de nada aprovechan a quienes los comen» (Hb 13, 8-9), debido a «mi doctrina»
dice Jesús. «Mi enseñanza no es mía, sino de Aquel que me envió» (Jn 7, 16).
Dios mismo nos repite a menudo: «No quebrantaré mi alianza, ni cambiaré lo que
salió de mis labios. Una vez juré por mi santidad» (Sal 89, 35-36).
Alguna gente usa Amoris Laetitia para oponerse a las
grandes enseñanzas de Juan Pablo II. Están equivocados. Lo que era cierto ayer
también lo es hoy. Debemos mantenernos firmes en lo que Benedicto XVI
llamó la hermenéutica de la continuidad. La unidad de la fe implica la unidad
del magisterio en el espacio y el tiempo. Cuando se nos da una enseñanza
nueva siempre se debe interpretar en coherencia con la enseñanza anterior.
Si introducimos
rupturas, rompemos la unidad de la Iglesia. Aquellos que anuncian en voz
alta revoluciones y cambios radicales son falsos profetas. No buscan el
bien del rebaño. Busca en la popularidad de los medios de comunicación a
costa de la verdad divina. No nos dejemos impresionar. Solo la verdad nos hará
libres. Debemos confiar. El magisterio de la Iglesia nunca se contradice a
sí mismo.
Cuando la tormenta arrecia, debes aferrarte a lo que es estable. No
vayamos tras las novedades mundanas que se desvanecerán antes de que hayamos
podido alcanzarlas.
¿Hasta qué punto cree, como algunos críticos hacen, que la reforma
litúrgica postconciliar ha conducido a la actual crisis en la Iglesia de la
cual usted habla en su libro?
Creo que, en esta materia, la enseñanza de Benedicto XVI es
luminosa. Él se atrevió a escribir hace poco que la crisis de liturgia está en
el centro de la crisis de la Iglesia. Si no ponemos a Dios en el centro de la
liturgia, entonces tampoco lo ponemos en el centro de la Iglesia. Al celebrar la
liturgia, la Iglesia vuelve a sus raíces. Su razón de ser es volver a Dios,
dirigir los ojos a la cruz. Si no se hace, si no ponemos la cruz en el centro
se convierte en inútil. Creo que la pérdida de orientación, de ese mirar a la
cruz, es símbolo de la raíz de la crisis de la iglesia. Sin embargo, el
Concilio había enseñado que «la liturgia es principalmente y sobre todo
adoración de la divina majestad». Nosotros la hemos convertido en una simple
celebración humana y egocéntrica, una asamblea amistosa de auto
engrandecimiento.
Por lo tanto, no es el Concilio el que debe ser retado, sino
la ideología que invadió las diócesis, parroquias, pastores y seminarios en
los años posteriores.
Creemos que lo sagrado es un valor pasado de moda. Sin embargo, es
absolutamente necesario en nuestro viaje volver a Dios. Me gustaría citar a
Romano Guardini: «Confiad en Dios; la proximidad a Él y la seguridad en Él
permanecen tenues y débiles cuando nuestro conocimiento personal de la majestad
exclusiva de Dios y su santidad imponente no las equilibran» (Meditaciones
antes de la misa, 1936).
En este sentido, la trivialización del altar, del espacio
sagrado que nos rodea ha provocado desastres espirituales. Si el altar ya
no es el umbral sagrado más allá del cual Dios habita, ¿cómo podremos encontrar
la alegría de acercarnos a él? Un mundo que ignora lo sagrado es un mundo
uniforme, plano y triste. Al saquear nuestra liturgia hemos desencantado al
mundo y hemos reducido a las almas a una gris tristeza.
¿Qué aspectos de la reforma litúrgica han tenido un efecto positivo
o negativo en los fieles, según su opinión?
Es importante subrayar el profundo beneficio que la mayor variedad
de textos bíblicos ofrece para la meditación. De igual forma la introducción de
una moderada dosis de lengua vernácula era necesaria.
Sobre todo, creo que la preocupación por una participación
profunda y teológica del fiel es una enseñanza importante del Concilio.
Desafortunadamente se ha usado mal para la agitación y el activismo. Se ha
ignorado que la participación activa del pueblo no consiste en distribuir
papeles y funciones, sino en introducir a los fieles en la profundidad del
Misterio Pascual para que ellos puedan aceptar morir y resucitar con Jesús a
través de una vida cristiana más auténtica y radiante basada en los valores
evangélicos.
Negarse a considerar la liturgia como opus Dei, «obra de
Dios», es correr el riesgo de transformarla en una obra humana. Entonces
disfrutamos inventando, creando, multiplicando las fórmulas, las opciones,
imaginando que hablando mucho y multiplicando las fórmulas y opciones, se les
escuchará mejor (ver Mt 6, 7).
Yo creo que Sacrosanctum Concilium es un texto importante
para tener una comprensión profunda y mística de la liturgia. Tenemos que
salir de cierto rubricismo. Desgraciadamente, ha sido reemplazado por una mala
creatividad que transforma un trabajo divino en una realidad humana. A la
mentalidad técnica contemporánea le gustaría reducir la liturgia a un trabajo
efectivo de pedagogía. A este fin, buscamos hacer las ceremonias acogedoras,
atractivas y amables. Pero la liturgia no tiene un valor pedagógico excepto en
la medida en que esté completamente ordenada a la glorificación de Dios y
para el culto divino y la santificación de los hombres.
La participación activa
implica desde esta perspectiva, encontrar en nosotros ese sagrado estupor, ese
temor alegre que nos hace enmudecer ante la divina majestad.
En este sentido es lamentable que el sagrario de nuestras
iglesias no sean un lugar reservado para el culto divino, que entremos vestidos
con ropas seculares, que el paso de lo humano a lo divino no esté marcado por
un límite arquitectónico. De la misma forma si, como el Concilio enseña, Cristo
está presente en Su Palabra cuando se proclama, es lamentable que los lectores
no vistan adecuadamente para demostrar que lo que están proclamando no son
palabras humanas sino divinas.
Finalmente, si la liturgia es la obra de Cristo, no es
necesario que el celebrante introduzca sus propios comentarios. No es la
multitud de fórmulas y opciones o el continuo cambio de oraciones y una
exuberante creatividad litúrgica lo que agrada a Dios sino la metanoia, el
cambio radical en nuestras vidas y comportamientos seriamente contaminados por
el pecado y marcados por el ateísmo líquido.
Es necesario recordar que cuando el misal autoriza una
intervención, no debe convertirse en un discurso profano y humano, ni mucho
menos un comentario sobre los acontecimientos actuales, o un saludo mundano a
los presentes sino una breve exhortación para introducirnos en el misterio.
Nada profano tiene lugar en las acciones litúrgicas. Sería un
grave error creer que los elementos mundanos espectaculares animarían a la
participación de los fieles. Estos elementos sólo pueden promover la
participación humana y no la participación en la acción religiosa y salvífica
de Cristo.
Vemos una bella ilustración de esto en las prescripciones del
Concilio. Mientras que la Constitución (para la Sagrada Liturgia) ha
recomendado en repetidas ocasiones la participación consciente y activa, e
incluso la total inteligencia de los ritos, se recomienda al mismo tiempo
el uso del latín, prescribiendo que «el fiel puede ser capaz de recitar o
cantar juntos en latín aquellas partes del ordinario de la misa que les
correspondan».
En verdad, la inteligencia de los ritos no es obra de la sola razón
humana, que captaría todo, lo comprendería, lo dominaría. La inteligencia de
los ritos sagrados presupone la real participatio en lo que expresa
el misterio. Esta inteligencia es la del sensus fidei, que ejercita
la fe viva a través del símbolo y de quién lo conoce por sintonía más que por
concepto.
La Pasión de Cristo también es una liturgia; solo una mirada de fe
puede descubrir la obra de la redención llevada a cabo por amor. La única cosa
que la razón humana ve en esto es el fracaso de la muerte y el horror de la
cruz. Entrar en la participatio actuosa implica que, como los discípulos
de Emaús, nos dejamos tocar por la fracción del pan para entender las
Escrituras.
Como el Papa Francisco no recordó hace poco, el sacerdote no
tiene que tener la apariencia de un presentador de espectáculos para ganarse la
admiración de la asamblea. Por el contrario, debe participar en la acción de
Cristo, entrar en ella, convertirse en su instrumento. Así que no tiene que
hablar constantemente ni mirar a la asamblea sino, más bien, tiene que actuar
en persona Christi, y en un diálogo nupcial, involucrar a los fieles en su
participación.
Es por lo tanto apropiado que, durante el Rito Penitencial, el
ofertorio y la Plegaria Eucarística, todos nos volvamos hacia la cruz, o mejor
aún, hacia el este, para expresar nuestra disponibilidad para participar en la
obra de adoración y redención llevada a cabo por Cristo y, a través de Él, por
la Iglesia.
¿Por qué cree que
cada vez más gente joven se siente atraída por la liturgia tradicional, por la
forma extraordinaria?
No es que lo crea. Es que soy testigo de ello. Y muchos jóvenes me
han confiado su absoluta preferencia por la forma extraordinaria, más educativa
y más insistente en la primacía y la centralidad de Dios, en el silencio y en
el significado de la trascendencia sagrada y divina. Pero, sobre todo, ¿cómo
podemos entender, como no podemos sorprendernos y estar profundamente
impactados porque lo que era la norma ayer sea prohibido hoy? ¿No es
cierto que prohibir o suspender la forma extraordinaria solo puede estar
inspirado por el demonio que desea nuestra asfixia y muerte espiritual?
Cuando se celebra la forma extraordinaria en el espíritu del
Vaticano II, se revela toda su fecundidad: ¿Cómo nos puede sorprender que una
liturgia que han transmitido tantos santos continúe sonriendo a tantas almas
jóvenes sedientas de Dios?
Como el Papa Benedicto XVI, espero que las dos formas del Rito
Romano continúen enriqueciéndose mutuamente. Esto implica salir de una
hermenéutica de la ruptura. Ambas formas comparten la misma fe y la misma
teología. Oponerlas es un profundo error eclesiológico. Significa destruir
la Iglesia separándola de su Tradición y haciendo creer que lo que la Iglesia
consideraba sagrado en el pasado, es erróneo e inaceptable. ¡Qué decepción y
qué insulto a todos los santos que nos han precedido! Qué visión de la Iglesia.
Debemos alejarnos de las oposiciones dialécticas. El Concilio
no quería romper con las formas litúrgicas heredadas de la Tradición sino,
al contrario, entrar y participar mejor y más plenamente en ellas.
La Constitución Conciliar estipula que «las nuevas formas adoptadas
deberían, de algún modo, crecer orgánicamente a partir de las ya existentes».
Por lo tanto, sería un error oponer el Concilio a la Tradición de
la Iglesia. En este sentido, es necesario que aquellos que celebran la
forma extraordinaria lo hagan sin espíritu de oposición y por ende en el
espíritu de la Sacrosanctum Concilium.
Necesitamos la forma extraordinaria para saber en qué espíritu
celebrar la ordinaria. En cambio, celebrar la forma extraordinaria sin tener en
cuenta las indicaciones de Sacrosanctum Concilium es arriesgarse a
reducir esta forma a un vestigio arqueológico sin vida y sin futuro.
Sería también deseable incluir en el apéndice de una futura edición
del misal el Rito Penitencial y el Ofertorio de la forma extraordinaria para
enfatizar que las dos formas litúrgicas se iluminan mutuamente, en continuidad
y sin oposición.
Si vivimos en este espíritu, entonces la liturgia dejará de ser un
lugar de rivalidades y críticas y finalmente nos conducirá hacia la gran
liturgia celestial.
En muchas partes de África, aunque las liturgias son a menudo
largas, también se caracterizan por la libre expresión de cantos, danzas y
aplausos, que algunos describen como un abuso de una liturgia más reverente,
seria y piadosa. Y, sin embargo, la ortodoxia está muy viva en el continente.
¿Cómo explica esto?
En África, los fieles a veces caminan durante horas para ir a misa.
Están hambrientos del Evangelio y de la Eucaristía. Caminan kilómetros y vienen
a misa para estar con Dios durante mucho tiempo, para escuchar Su Palabra, para
nutrirse de Su presencia. Ellos le dan a Dios su tiempo, sus vidas, su fatiga,
y su pobreza. Le dan a Dios todo lo que son y todo lo que tienen. Y
su alegría es haberle entregado todo.
Su alegría a veces se manifiesta demasiado externamente, y los
africanos deben aprender la interioridad y el silencio. Deben prohibir los
aplausos, los gritos que nada tienen que ver con el misterio de Dios; deben
eliminar los discursos, el folklore, la exuberancia de palabras que dificultan
el encuentro con Dios. Él habita en el silencio y en el interior del hombre; el
corazón del hombre es el templo de Dios, porque yo sé que los africanos saben
cómo arrodillarse y comulgar con respeto y reverencia.
Creo que ellos tienen un profundo sentido de lo sagrado. No
nos avergonzamos de adorar a Dios, de proclamar que dependemos de Él. Sobre
todo, son felices cuando dejan que se les enseñe la fe sin refutarla ni
cuestionarla. Creo que la gracia de África es conocerse y permanecer siendo
hija de Dios.
Yo subrayo en este libro que en el corazón del pensamiento
occidental moderno hay un rechazo a ser hijo, a ser padre, que básicamente es
un rechazo a Dios. Yo veo en las profundidades de los corazones
occidentales una honda rebelión contra la paternidad creativa de Dios. Nosotros
recibimos de Él nuestra naturaleza de hombres y mujeres. Esto se ha convertido
en algo insoportable para la mente moderna.
La ideología de género es el rechazo luciferino a recibir de Dios
una naturaleza sexual. Occidente se niega a recibir; sólo acepta lo que
construye por sí mismo. El transhumanismo es la personificación definitiva de
este movimiento. Toda naturaleza humana, debido al hecho de que es un don de
Dios, resulta insoportable para el hombre occidental.
Esta sublevación es esencialmente espiritual. Es la de Satanás
contra el don de la gracia. Básicamente, creo que el hombre occidental se niega
a ser salvado por pura misericordia. Se niega a recibir la salvación y quiere
construirla él mismo. Los «valores occidentales» promovidos por la ONU están
basadas en un rechazo de Dios que yo comparo con aquel del joven rico del
Evangelio. Dios miró a Occidente y lo amó por las grandes cosas que hizo.
Invitó a Occidente a ir más allá, pero éste le dio la espalda, prefiriendo la
riqueza que sólo se había proporcionado él mismo. Los africanos saben que son
pobres y pequeños ante Dios. Se sienten orgullosos de arrodillarse, son felices
de depender de un Dios Padre Creador Todopoderoso.
La Iglesia africana es bien conocida por su sentido de comunidad,
de compartir, de trascendencia y respeto por el magisterio. ¿Cómo se pueden
usar mejor estas fuerzas para mostrar el camino a la Iglesia universal,
especialmente en aquellos lugares en donde el nihilismo y el secularismo están
enraizados?
Occidente estuvo en la raíz de la crisis. Le corresponde aplicar el
antídoto. Para hacerlo, nosotros debemos empezar desde la experiencia de
los monasterios. Son lugares donde Dios es simple y concretamente el centro de
la vida. Dios es la Vida de la vida del hombre. Sin Dios, el hombre se asemeja
a un enorme y majestuoso río que se ha desconectado de su fuente. Tarde o
temprano este río se secará y morirá para siempre.
Debemos crear lugares donde la virtud florezca. Es tiempo de
recuperar el valor del inconformismo. Los cristianos deben tener la fuerza
de crear oasis donde el aire sea respirable, donde, sencillamente, la vida
cristiana sea posible.
Apelo a los cristianos para que abran oasis de gratuidad en el
desierto del beneficio dominante. Sí, no podemos estar solos en el desierto de
una sociedad sin Dios. Un cristiano que permanece solo es un cristiano en
peligro. Al final será devorado por los tiburones de una sociedad comercial.
Los cristianos deben reunirse en comunidades en torno a sus
iglesias. Deben redescubrir la importancia vital de una vida de oración
intensa, continua y perseverante. Un hombre que no reza, es como un hombre que
está gravemente enfermo que sufre una parálisis total de los brazos, las
piernas, y que ha perdido el uso del habla, el oído, la vista… Este hombre se
ha separado de toda relación esencial. Es un hombre muerto. Renovar nuestra
relación con Dios es respirar, vivir plenamente.
Debemos crear lugares donde el corazón y la mente puedan respirar,
donde el alma puede volverse a Dios de una forma muy concreta. Nuestras
comunidades deben poner a Dios en el centro de nuestras vidas, nuestras
liturgias y nuestras iglesias.
En la avalancha de mentiras, debemos ser capaces de encontrar
lugares donde la verdad no sólo sea explicada sino también experimentada. ¡Es
simplemente una cuestión de vivir el Evangelio! No pensar en él como una utopía
sino experimentarlo de una forma muy concreta
En muchos países, la pérdida de la piedad popular parece haber
acelerado el proceso de descristianización, especialmente entre las clases
trabajadoras. ¿Cómo explica esta pérdida de religiosidad?
En este libro explico que nosotros soñábamos con una
cristiandad «pura» e intelectual. Nos hemos negado a permitir que Dios se
encarne en nuestras vidas. Los más pobres son las primeras víctimas. Creo
que la falsa oposición teológica entre fe y religiosidad es la causa de este
error. La primera manifestación de la fe es nuestra devoción religiosa. El
rosario, las peregrinaciones, ponerse de rodillas para rezar, la devoción a los
santos, el ayuno, han sido despreciados y ridiculizados como prácticas semi
paganas. Hoy, el ayuno de Cuaresma, es decir, los 40 días de abstinencia y
de privación de comida, es para muchos sólo el ritual. Se ha abandonado esta
práctica. Sin embargo, existe el ayuno médico para el bienestar de nuestro
cuerpo. Sin actitudes religiosas concretas, nuestra fe corre el riesgo a
convertirse en un sueño ilusorio.
¿Por qué el Sínodo Pan-Amazónico preocupa a a tanta gente,
incluidos algunos cardenales muy respetados? ¿Qué le preocupa a usted de esta
reunión que se celebrará entre el 6 y el 27 de octubre?
He oído que alguna gente quería hacer de este sínodo un laboratorio
para la Iglesia Universal, que otros dijeron, que después de este sínodo, nada
volvería a ser igual que antes. Si eso es verdad, esta aproximación es
deshonesta y errónea. Este sínodo tiene un fin específico y local: la
evangelización del Amazonas.
Me temo que algunos occidentales confiscarán la asamblea para
promover sus proyectos. Pienso en particular en la ordenación de hombres
casados, la creación de ministerios femeninos o dar jurisdicción a laicos.
Estos puntos atañen a la estructura de la Iglesia Universal. No se pueden
discutir en un sínodo particular y local. La importancia de estos temas
requiere la participación seria y consciente de todos los obispos del mundo.
Sin embargo, muy pocos han sido invitados a este sínodo. Sacar provecho de
un sínodo particular para introducir estos proyectos ideológicos sería una
manipulación indebida, un engaño deshonesto, un insulto a Dios que conduce
a su Iglesia y que le confía su plan de salvación.
Además estoy sorprendido y enojado de que el malestar
espiritual de las pobres gentes del Amazonas se usen como pretexto para apoyar
proyectos que son típicos de una cristiandad burguesa y mundana.
Yo vengo de una iglesia joven. Conocí a los misioneros que iban de
pueblo en pueblo para apoyar a los catequistas. He vivido la
evangelización en mi propia carne. Yo sé que una iglesia joven no necesita
sacerdotes casados. Por el contrario, necesita sacerdotes que sean
testigos de la cruz vivida. El lugar de un sacerdote es la cruz. Cuando
celebra la misa está en la fuente de su propia vida, esto es, en la cruz.
El celibato es una de las formas concretas en la que podemos vivir
el misterio de la cruz en nuestras vidas. El celibato inscribe la cruz en
nuestra carne. Esto es por lo que es insoportable para el mundo moderno. El
celibato sacerdotal es un escándalo para los modernos, porque la cruz «es
necedad para los que se pierden» (1 Cor 1, 18).
Algunos occidentales no pueden tolerar este escándalo de la cruz. Creo
que se ha convertido en un reproche insoportable para ellos. Han llegado a
odiar el sacerdocio y el celibato.
Creo que los obispos, los sacerdotes y los fieles en todo el
mundo deben alzarse para expresar el amor por la cruz, el sacerdocio y el
celibato. Estos ataques contra el sacerdocio vienen de los más ricos. Alguna
gente cree que son todopoderosos porque financian a las iglesias más pobres.
Pero no debemos dejarnos intimidar por su poder y su dinero.
Un hombre de rodillas es más poderoso que el mundo. Es un
bastión inexpugnable contra el ateísmo y la locura de los hombres. Un
hombre de rodillas hace temblar el orgullo de Satanás. Todos aquellos que
a los ojos de los hombres no tenéis poder o influencia, pero que sabéis cómo
permanecer de rodillas delante de Dios, no temáis a los que quieren
intimidaros.
Debemos construir una fortaleza de oración y sacrificios para que
ninguna brecha dañe la belleza del sacerdocio católico. Estoy convencido
de que el Papa Francisco nunca permitirá tal destrucción del sacerdocio. A
su vuelta del Día Mundial de la Juventud en Panamá el 27 de enero, le dijo a
los periodistas, citando a Pablo VI: «preferiría dar mi vida cambiar la ley del
celibato». Añadió: «es una frase valiente, en un momento más difícil que éste,
1968/1970…. Personalmente, creo que el celibato es un don para la Iglesia. En
segundo lugar, no estoy de acuerdo con permitir el celibato opcional, No».
No hay comentarios:
Publicar un comentario