San Juan
Pablo II
Homilía en
la Solemnidad
de la
Santísima Trinidad
Plovdiv -
Plaza Central
Domingo, 26 de mayo de 2002
Domingo, 26 de mayo de 2002
1. "A
ti gloria y alabanza por los siglos".
Así
acabamos de cantar en el Salmo responsorial. Nuestra asamblea, queridos
hermanos y hermanas, se reúne hoy, en el día del Señor, para celebrar la
grandeza y la santidad de nuestro Dios y para profesar la fe de la Iglesia.
Con la
venida del Espíritu Santo en Pentecostés culminó el ciclo de los
acontecimientos con los que Dios, en etapas históricas sucesivas, salió al
encuentro de los hombres y les ofreció el don de la salvación. La liturgia nos
invita hoy a remontarnos hasta la Fuente suprema de este don: Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo, la santísima Trinidad.
2. El
Antiguo Testamento subraya la unidad de Dios. En la primera lectura
hemos escuchado cómo Dios proclama ante Moisés: "Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad"
(Ex 34, 6). Moisés, por su parte, exhorta a su pueblo:
"Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor" (Dt
6, 4).
El
Nuevo Testamento nos revela que el único Dios es Padre, Hijo y Espíritu
Santo: una sola naturaleza divina en tres Personas, perfectamente
iguales y realmente distintas. Jesús los nombra expresamente,
ordenando a los Apóstoles bautizar "en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Todo el
Nuevo Testamento es un anuncio continuo y explícito de este misterio,
que la Iglesia, fiel custodia de la palabra de Dios, ha proclamado, explicado y
defendido siempre. Por eso, al Dios altísimo y omnipotente, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, le decimos también hoy: "A ti gloria y alabanza por
los siglos".
3. Deseándoos
a todos, con el apóstol san Pablo, "la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13, 13), os
saludo con afecto ante todo a vosotros, queridos hermanos y hermanas, hijos
de la Iglesia católica, que habéis venido aquí con vuestros obispos de las
diócesis de Sofía y Plovdiv, y de Nicópolis, así como del exarcado apostólico
para los fieles de rito bizantino-eslavo. Agradezco al pastor de esta Iglesia
particular, monseñor Gheorghi Jovcev, las palabras de bienvenida que me ha
dirigido, y extiendo mi saludo cordial a mis hermanos en el episcopado monseñor
Christo Proykov, exarca apostólico y presidente de la Conferencia episcopal, y
a monseñor Petko Christov, obispo de Nicópolis.
Saludo, igualmente, a los señores cardenales y obispos que han venido de los países vecinos para compartir este día de fiesta con la Iglesia que está en Bulgaria.
Saludo, igualmente, a los señores cardenales y obispos que han venido de los países vecinos para compartir este día de fiesta con la Iglesia que está en Bulgaria.
Deseo
dirigir un saludo particular a su eminencia Arsenij, metropolita ortodoxo de
Plovdiv, que con exquisita sensibilidad ha querido participar en la
celebración de esta sagrada liturgia, y al que agradezco las cordiales palabras
que me ha dirigido al inicio de la celebración. Asimismo, saludo en el Señor a
todos los fieles de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria que se unen a nosotros. Su
presencia aquí es un grato testimonio de fraternidad, que nos hace pregustar
en la esperanza la alegría de la unidad plena, cuando podamos celebrar
juntos el sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y la resurrección del
Señor.
Deseo
dirigir igualmente un saludo respetuoso a los fieles del islam, que también
adoran, aunque de modo diverso, al Dios único y omnipotente.
Por
último, saludo a las autoridades civiles que nos honran con su presencia, y a
las que agradezco la contribución que han dado a la realización de mi viaje a
Bulgaria.
4. Dios,
uno y trino, está presente en su pueblo, la Iglesia. En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo recibimos el bautismo; en este mismo nombre se
confieren los demás sacramentos. En particular, la misa, "centro de toda
la vida cristiana", está marcada por el recuerdo de las Personas
divinas: del Padre, a quien se dirige la ofrenda; del Hijo, sacerdote y
víctima del sacrificio; y del Espíritu Santo, invocado para que el pan y el
vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para hacer de los
participantes un solo cuerpo y un solo espíritu.
La vida
del cristiano se orienta totalmente hacia este misterio. De la
correspondencia fiel al amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo depende
el éxito de nuestro camino en la tierra.
Tenían muy presente esta verdad los tres sacerdotes asuncionistas, que hoy he tenido la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos: la causa por la que los padres Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov no dudaron en dar su vida fue la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fue su amor a Cristo, Hijo de Dios encarnado, al que se entregaron sin reservas sirviendo a su Iglesia.
Tenían muy presente esta verdad los tres sacerdotes asuncionistas, que hoy he tenido la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos: la causa por la que los padres Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov no dudaron en dar su vida fue la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fue su amor a Cristo, Hijo de Dios encarnado, al que se entregaron sin reservas sirviendo a su Iglesia.
El
padre Josafat Chichkov afirmaba: "Tratemos de hacer del mejor modo
posible todo cuanto esperan de nosotros, para poder santificarnos", y
añadía: "Lo principal es llegar a Dios viviendo para él; todo lo
demás es accesorio". Algunos meses antes del infame proceso que los
condenó a muerte juntamente con el obispo Bossilkov, previendo lo que les
esperaba, el padre Pedro Vitchev escribió a su superior provincial:
"Obténganos con la oración la gracia de ser fieles a Cristo y a la Iglesia
en nuestra vida diaria, para ser dignos de testimoniarlo cuando llegue el
momento". Y el padre Pablo Djidjov decía: "Esperamos nuestro
turno: que se haga la voluntad de Dios".
5. Pensando
en los tres nuevos beatos, siento el deber de rendir homenaje a la memoria de
los demás confesores de la fe, hijos de la Iglesia ortodoxa que, bajo el
mismo régimen comunista, sufrieron el martirio. Este tributo de fidelidad a
Cristo unió a las dos comunidades eclesiales en Bulgaria hasta el
testimonio supremo. "Esto ha de tener un sentido y una elocuencia
ecuménicos. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más
convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los
elementos de división" (Tertio millennio adveniente, 37).
En
efecto, no puede por menos de ser ya perfecta la comunión que se realiza
"en lo que todos consideramos el vértice de la vida de gracia, la martyría
hasta la muerte" (Ut unum sint, 84). Esta es "la comunión más
auténtica que existe con Cristo, que derrama su sangre y, en este sacrificio,
acerca a quienes un tiempo estaban lejanos (cf. Ef 2, 13)" (ib.).
6. La
valiente coherencia ante el sufrimiento y el encarcelamiento de los padres
Josafat, Pedro y Pablo fue reconocida por sus ex alumnos -católicos, ortodoxos,
judíos y musulmanes-, por sus feligreses, por sus hermanos religiosos y por sus
compañeros de sufrimiento. Con su dinamismo, su fidelidad al Evangelio y su
servicio desinteresado a la nación, se presentan como modelos para los
cristianos de hoy, especialmente para los jóvenes de Bulgaria que buscan
dar un sentido a su vida y quieren seguir a Cristo en el laicado, en la vida
religiosa o en el sacerdocio.
Que la
especial dedicación con la que los nuevos beatos acompañaron a los
candidatos al presbiterado sea estímulo para todos: exhorto a la
Iglesia local que está en Bulgaria a considerar seriamente la posibilidad de instituir
nuevamente un seminario, en el que los jóvenes, a través de una sólida
formación humana, intelectual y espiritual, puedan prepararse para el
sacerdocio ministerial, con vistas al servicio de Dios y de los hermanos.
7. El
misterio de la Trinidad nos revela el amor que está en Dios, el amor que es
Dios mismo, el amor con el que Dios ama a todos los hombres. "Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16).
El Hijo
crucificado y resucitado, a su vez, envió en nombre del Padre al Espíritu
Santo, para que alimente en el corazón de los creyentes el deseo y la espera de
la eternidad.
Esta
espera la vivieron intensamente los nuevos beatos, que ahora gozan de la
contemplación gozosa de la santísima Trinidad. Nos encomendamos a su
intercesión, orando con la liturgia bizantina (Hora sexta, plegaria
conclusiva):
"Dios
eterno,
que
habitas en una luz inaccesible...
protégenos
a nosotros,
que
hemos puesto en ti
nuestra
esperanza,
colmándonos
con tu gracia
divina
y adorable.
Porque
tuyo es el poder,
tuya la
majestad,
la
fuerza y la gloria,
Padre,
Hijo y Espíritu Santo,
ahora y
siempre,
por los
siglos de los siglos.
Amén".
Que Dios bendiga siempre a Bulgaria. ¡Paz y progreso al pueblo búlgaro! ¡Gracias!
Que Dios bendiga siempre a Bulgaria. ¡Paz y progreso al pueblo búlgaro! ¡Gracias!
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