El SÍNTOMA
MÁS TRISTE
Pero
con haberme interesado e impresionado tanto la observación de esos dos síntomas y, me atreveré a decir, motivos
de decadencia de la vida cristiana y piadosa de la parroquia, la impresión
dominante y más desconsoladora, la observación que podía llamar obsesionante fue la del mal sobre todo
mal, y causa de todos los males:
El abandono del Sagrario
La
semilla sembrada en aquel pueblecito de mis primeras desilusiones apostólicas,
calentada en los invernaderos de las Hermanitas de los Pobres, iba despuntando
y dando al aire su tallo...
¡El
abandono del Sagrario! ¡Dios mío,
cómo te agradezco que entre todas las impresiones de mi vida de sacerdote y de
párroco, la dominante, la casi exclusiva, hayas querido que sea la producida
por el abandono del Sagrario! ¡Cómo tengo que agradecerte, Corazón de mi Jesús,
el que me hayas llamado a ver, a sentir y predicar el Sagrario abandonado!
Gracia tuya ha sido, Señor, y muy larga, la de haberme como clavado mis ojos y
mi boca y mi mano y mi pluma y mi alma, en ese abandono, para llorar el cual no
hay lágrimas bastantes en el mundo.
Para hablar de ese abandono y dar a conocer
su remedio, se ha escrito este libro.
HABLEMOS DEL
ABANDONO DEL SAGRARIO
Y ante todo, pregunto o supongo que me
preguntan: ¿existe ese abandono en las proporciones que usted denuncia?
Y empiezo por esta pregunta porque no han
faltado quienes con más buenos o malos modos, me han llamado embustero o
exagerado.
¿Hay que preocuparse del abandono del
Sagrario como de un gran problema?
Seguid leyendo y mediréis conmigo la
magnitud de ese problema, conociendo la extensión y trascendencia del mal que
lo plantea.
Estado de la cuestión
Para fijarla bien puedo clasificar en cuatro
grupos o partidos las respuestas a esas preguntas, que he recogido.
El partido de color de rosa
Grupo
que llamaría del optimismo exagerado
o de color de rosa, que es el de aquellos que juzgan el estado del mundo por el
de los pueblos en que viven o por el del corto número de sus amigos o porque
ven el mundo sólo a través de sus lecturas favoritas. Y como unos y otros son
buenos y cristianos, duermen en la más encantadora y tranquila de las
seguridades de que el orbe católico goza de la misma beatífica paz que ellos.
Y si alguna vez hasta sus oídos llegan los
lamentos de sus hermanos en lucha con la impiedad o con el abandono, ya su
optimismo un si es no es crédulo o comodón, se encargará de hacerles ver,
barajándoles textos de: "no prevalecerán..." Y refranes de:
"ojos que no ven, corazón no quiebran"; que no todo está mal y que al
fin y al cabo el triunfo será de Cristo y después... siguen durmiendo sus
sueños de paz.
Si preguntáis a éstos: ¿es menester
preocuparse de repoblar los Sagrarios?, os responderán entre escandalizados e
incrédulos:
Pero ¿están vacíos?
¡Blasfemaste!...
El partido negro
Lo forman los pesimistas.
Éstos, cansados de empezar sin que los dejen
acabar; desalentados ante tanta defección de amigos y tanta tenacidad en el
ataque de los enemigos; aburridos de tanto sembrar sin recoger nada o casi
nada; muertos, ésta es la palabra, en sus entusiasmos, en sus esperanzas, en la
vivacidad de su celo, en la movilidad de su actividad sacerdotal por un cúmulo
de agentes mortíferos que no son de este lugar estudiar; éstos, repito, a mi
pregunta responderán con un encogimiento de hombros que viene a decir: ¡es
inútil cuanto se haga! Y si les apretáis a que razonen su respuesta, os
responderán con una historia verdaderamente sangrienta de fracasos y desilusiones
que casi, casi llevarán a vuestra alma el convencimiento de que por lo menos,
el pueblo del hermano aquel con quien habláis no tiene cura...
Los desorientados
Pertenecen al tercer grupo los que yo
llamaría desorientados. Son hermanos
de buena y leal voluntad. Quizá más impresionables que reflexivos, que se han
dado cuenta de que el pueblo, que se llama todavía cristiano, padece un mal
gravísimo que lo tiene en las puertas de la muerte si no es que ya se las hizo
pasar. Y, más compasivos que enterados del mal, se han puesto a curar síntomas,
a apagar quejidos, a vendar heridas, pero sin acertar a llegar a la causas del
mal y sin atinar por consiguiente con el remedio radical.
Por eso los llamo desorientados, porque
intrincados entre el laberinto de males que aqueja al mundo y empujados por un
celo no del todo sereno, no se han enterado de cuál es el mal-causa y el
mal-efecto, y cuál es sólo síntoma y cuál mal verdadero...
Yo siento pena y pena muy honda, cuando veo
a hermanos metidos en ciertas obras de eficacia muy dudosa, en las que quizá
haya más damnum emergens para su
ministerio y su libertad de sacerdotes, que lucrum
para las almas y para la gloria de Dios. ¡Cuánta energía, cuánto tiempo,
cuántos entusiasmos malgastados!
Si a estos preguntáis por la urgencia de
resolver el problema de la repoblación de nuestros Sagrarios, paréceme que os
responderán que os esperéis un poco a
que ellos se desembaracen de aquella pequeña escaramuza en que están metidos, o
acaben de ganar aquella insignificante batalla que están dando o recibiendo.
Que esperéis a que las mil intriguillas en que están agotando su ministerio,
les den tiempo para pensar la respuesta...
Los enterados
Por último, el grupo que me atrevería a
llamar de los enterados. ¡Es tan rara
la virtud de enterarse! Lo forman los
que, como los pesimistas, juzgan que el mal es hondo, gravísimo, de importancia
incalculable, pero, como los optimistas, afirman que no es mal incurable, que
hay remedio, que aun entre esas derrotas, hay que sonreír ante la expectativa
del triunfo que es seguro y que, como los desorientados, sostienen que ese
triunfo hay que trabajarlo, hay que pelearlo. Y, como entre los enterados tengo
no sé si la inmodestia, de contarme yo, voy a asumir la representación de los
de la familia y deciros la respuesta que nosotros damos a la pregunta de si existe
y si es transcendental el problema del abandono de los Sagrarios.
Respondemos con un sí tan grande por lo
menos, como la pena que nos cuesta y que nos motiva decirlo: con un sí
que yo quisiera sonara con los ecos tristes de todas las tristezas de la
tierra y que sonara tanto que se enteraran todos los hombres de buena voluntad,
para que con nosotros lloraran y trabajaran. Y que sonara de modo tan especial
que a ser posible no llegara a enterarse el demonio de la confesión de nuestras
derrotas.
*****
Sí, sí, hay que pensar en repoblar nuestros
Sagrarios, porque, aunque nos cueste mucho decirlo, padecen soledades horribles
y espantosas cual yo creo que no las han padecido desde que en la tierra se
levantan templos católicos.
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