Juan 20,
19-23
Y como fue la tarde de aquel día, el primero de la
semana, y estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los
discípulos por miedo de los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo:
"Paz a vosotros". Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el
costado. Y se gozaron los discípulos viendo al Señor. Y otra vez les dijo:
"Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así también yo os envío". Y
dichas estas palabras, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid al Espíritu
Santo: a los que perdonareis los pecados, perdonados les son: y a los que se
los retuviereis, les son retenidos".
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Oyendo los discípulos lo que María anunciaba,
era deducible que o no le dieran crédito, o que, creyéndole, se afligieran,
pensando que no habían sido dignos de que el Señor se les dejase ver. Pero
pensando esto, no dejó el Señor pasar ni un solo día. Pues como ellos sabían
que había resucitado y ansiaban verle, aunque estaban dominados del miedo, a la
caída de la tarde El mismo se les presentó. Y por eso dice: "Y al concluir
el día del primer sábado, estando cerradas las puertas", etc.
Beda
Se ve la debilidad de los Apóstoles en que
estaban reunidos y con las puertas cerradas por temor a los judíos, que habían
sido antes el motivo de su dispersión. "Vino Jesús y se presentó en medio
de ellos". El se les aparece a la caída de la tarde, porque éste era el
momento en que naturalmente debían tener más temor.
Teofilacto
O bien porque era cuando debían estar todos
reunidos. Cerradas, empero, las puertas, para demostrar que resucitó del mismo
modo cerrado con una losa el sepulcro.
San Agustín, in serm. Pasch
Hay algunos que de tal manera se admiran de
este hecho, que hasta corren peligro, aduciendo contra los divinos milagros
argumentos contrarios de razón. Arguyen, pues, de este modo: Si el cuerpo que
resucitó del sepulcro es el mismo que estuvo suspendido de la cruz, ¿cómo pudo
entrar por las puertas cerradas? Si comprendieras el modo, no sería milagro.
Donde acaba la razón, empieza la fe.
San
Agustín, in Ioannem, tract., 121
Las puertas cerradas no podían impedir el paso
a un cuerpo en quien habitaba la
Divinidad , y así pudo penetrar las puertas El, que al nacer
dejó inmaculada a su Madre.
Crisóstomo, ut supra
Es de admirar que no le tuvieran por un
fantasma; pero esto fue porque la mujer, previniéndoles, había infundido en
ellos mucha fe. Mas presentándose el Señor mismo ante su vista calma con su voz
las dudas de su espíritu, y les dice: "La paz sea con vosotros", esto
es, no os alarméis. Con lo que recuerda las palabras que les había dicho antes
de morir: "Yo os doy mi paz" ( Jn14,27). Y otra vez: "En mí tendréis la paz" ( Jn 16,33).
San
Gregorio, In Evang. hom. 26
Y como a la vista de aquel cuerpo vacilase la
fe de los que le veían, les enseñó al momento las manos y el costado. Sigue:
"Y habiendo dicho esto", etc.
San Agustín, ut supra
Los clavos habían taladrado las manos, la
lanza había abierto el costado, y las heridas se conservaban para curar el
corazón de los que dudaran.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Y como antes de morir les había dicho
"Otra vez os veré y se alegrará vuestro corazón", lo cumple. Por esto
añade: "Los discípulos se alegraron al ver al Señor".
San Agustín, De civ. Dei, 22, 19
Es de creer que la claridad con que
resplandecerán los justos, como el sol en su resurrección, fue velada en el
cuerpo de Cristo resucitado a los ojos de los discípulos, porque la debilidad
de la mirada humana no la hubiese podido soportar, cuando debían conocerle y
oírle.
Crisóstomo, ut supra
Todos estos acontecimientos alentaban una
firmísima fe en el corazón de los discípulos. Y porque habían de sostener una
guerra implacable de parte de los judíos, otra vez les anuncia la paz. Díceles,
pues, de nuevo: "La paz sea con vosotros".
Beda
La repetición es confirmación, y así repite,
porque la virtud de la caridad es doble, o porque El es quien hizo de dos cosas
una ( Ef 2).
Crisóstomo, ut supra
También demuestra que la santa cruz tiene la
virtud de borrar toda tristeza y traernos todos los bienes, esto es, la paz.
Esta paz había sido anunciada a las mujeres, porque este sexo estaba sumido en
la tristeza desde la maldición pronunciada por Dios: "Con dolor parirás
tus hijos" ( Gén 3,16). Y
como desaparecen todos los obstáculos y se allana todo para lo sucesivo, añade:
"Como me envió el Padre, yo os envío".
San Gregorio, ut supra
Ciertamente el Padre envió al Hijo, a quien
constituyó Redentor del género humano por medio de la encarnación. Así, dice:
"Así como me envió el Padre, yo os envío". Esto es, al enviaros en
medio del escándalo de la persecución, os amo con la misma caridad que me amó
el Padre, quien me envió a sufrir la pasión.
San
Agustín, in Ioannem, tract., 121
Nosotros reconocemos que el Hijo es igual al
Padre, pero en estas palabras reconocemos al Mediador, porque El se manifiesta
diciendo: "El a mí y yo a vosotros".
Crisóstomo, ut supra
Así elevó el espíritu de sus discípulos por
los hechos y por la dignidad de su misión. Y no pide todavía el poder al Padre,
sino que de su propia autoridad se les da. Por eso sigue: "Y habiendo
dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo".
San Agustín, De Trin. 4, 20
El soplo corporal de su boca no fue la
sustancia del Espíritu Santo, sino una conveniente demostración de que el
Espíritu Santo, no tan sólo procede del Padre, sino que también del Hijo.
¿Quién será tan insensato que diga que el Espíritu Santo, dado por insuflación,
es diferente del que después de su resurrección envió a los Apóstoles?
San
Gregorio, In Evang. hom. 26
¿Por qué, pues, lo da primero a sus discípulos
sobre la tierra, y después lo envía desde el cielo, sino porque son dos los
preceptos de la caridad, a saber, el amor de Dios y el amor al prójimo? En la
tierra se da el Espíritu de amor al prójimo, y desde el cielo el Espíritu del
amor a Dios. Pues así como es una la caridad y dos los preceptos, así no es más
que uno el Espíritu dos veces dado: el primero por el Señor sobre la tierra, y
después descendido del cielo. Porque en el amor del prójimo se aprende cómo
puede llegarse al amor de Dios.
Crisóstomo, ut supra
Dicen algunos que por esta insuflación no les
dio el Espíritu Santo, sino que los hizo aptos para recibirle. Si, pues, al ver
Daniel al ángel se desmayó, ¿qué hubiera sucedido a los discípulos al recibir
tan inefable gracia, si antes no hubiesen estado prevenidos? No será pecado decir
que ellos recibieron entonces el poder de la gracia espiritual, no de resucitar
muertos ni hacer milagros, sino el de perdonar los pecados. De aquí sigue:
"A quien perdonareis los pecados, les serán perdonados", etc.
San
Agustín, in Ioannem, tract., 121
La caridad de la Iglesia , que por el
Espíritu Santo se infunde en nuestros corazones, perdona los pecados de los que
son participantes de aquella, pero de aquellos que no lo son, los retiene. Por
eso, después que dijo "Recibid el Espíritu Santo", habló a
continuación del perdón de los pecados y de su retención.
San Gregorio, ut supra
Conviene saber que aquellos que recibieron
antes el Espíritu Santo para vivir inocentemente, y aprovechar a otros en la
predicación, lo recibieron visiblemente después de la resurrección del Señor,
no para convertir a pocos, sino a muchos; digno es, pues, de considerarse cómo
aquellos discípulos, llamados a tan pesado cargo de humildad, fueron elevados
al apogeo de tanta gloria. ¡He aquí que no sólo reciben la seguridad de sí
mismos, sino que también la magistratura del juicio supremo, para que, haciendo
las veces de Dios, retengan a unos sus pecados y los perdonen a otros! En la Iglesia son ahora los
Obispos los que ocupan su lugar y la potestad de atar y desatar es la parte de
gobierno que les corresponde. ¡Grande honor, pero pesada la carga de este
honor! Duro es que el que no sabe gobernar su vida se haga juez de la ajena.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Si el sacerdote arreglase bien su vida, pero
no cuidase con diligencia de la de los otros, se condena con los réprobos.
Sabiendo, pues, la magnitud del peligro, tenles gran respeto, aunque no sean de
mucha nobleza, pues no es justo que sean juzgados por los que están bajo su
jurisdicción. Y aunque su vida sea muy censurable, no quieras herirle en nada
de todo aquello que Dios le ha confiado, pues ni el sacerdote, ni el ángel, ni
el arcángel, puede hacer nada en las cosas que son dadas por Dios, sino que son
dispensadas por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues el sacerdote presta
su voz y su mano, y no es justo que, por la malicia de otro, sean escandalizados
acerca de nuestras creencias los que se convierten a la fe.
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