DEL DISCURSO DEL
PAPA PABLO VI
AL FINAL DE LA SESIÓN DEL
CONCILIO VATICANO II
EN EL QUE SE PROCLAMA A
PAPA PABLO VI
AL FINAL DE LA SESIÓN DEL
CONCILIO VATICANO II
EN EL QUE SE PROCLAMA A
MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA
21 de noviembre de 1964
1. Nuestro
pensamiento, venerables hermanos, no puede menos de elevarse, con sentimientos
de sincera y filial gratitud, a la Virgen Santa , a Aquella que queremos considerar
protectora de este Concilio, testigo de nuestros trabajos, nuestra amabilísima
consejera, pues a Ella, como celestial Patrona, juntamente con San José, fueron
confiados por el Papa Juan XXIII, desde
el comienzo, los trabajos de nuestras sesiones ecuménicas 1.
2. Animados por estos
mismos sentimientos, el año pasado quisimos ofrecer a María Santísima un
solemne acto de culto en común, reuniéndonos en la basílica Liberiana, en torno
a la imagen venerada con el glorioso título de Salus Populi Romani.
3. Este año, el homenaje de
nuestro Concilio se presenta más precioso y significativo. Con la promulgación
de la actual Constitución*, que tiene como vértice y corona todo un capítulo
dedicado a la Virgen ,
justamente podemos afirmar que la presente sesión se clausura como un
incomparable himno de alabanza en honor de Maria.
4. Es, en efecto, la
primera vez -y decirlo Nos llena el corazón de profunda emoción- que un
Concilio Ecuménico presenta una síntesis tan extensa de la doctrina católica
sobre el puesto que María Santísima ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
5.
Esto corresponde a la meta que este Concilio se ha prefijado: manifestar la faz de la Santa Iglesia , a la
que María está íntimamente unida, y de la cual, como egregiamente se ha
afirmado, es «la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más selecta»2.
6. La realidad de la Iglesia ciertamente no se
agota en su estructura jerárquica, en su liturgia, en sus sacramentos, ni en
sus ordenamientos jurídicos. Su esencia íntima, la principal fuente de su
eficacia santificadora, se debe buscar en su mística unión con Cristo; unión
que no podemos pensarla separada de Aquélla que es la Madre del Verbo Encarnado, y
que Cristo mismo quiso tan íntimamente unida a Él para nuestra salvación. Y
ciertamente que debe encuadrarse en la visión de la Iglesia la contemplación
amorosa de las maravillas que Dios ha obrado en su Santa Madre. Y el
conocimiento de la doctrina verdaderamente católica sobre María será siempre la
clave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia.
7. La reflexión sobre
estas íntimas relaciones de María con la Iglesia , tan claramente establecidas por la
actual Constitución conciliar, Nos permite creer que éste es el momento más
solemne y más apropiado para dar satisfacción a un voto que, señalado por Nos
al término de la sesión anterior, han hecho suyo muchísimos Padres Conciliares,
pidiendo insistentemente una declaración explícita, durante este Concilio, de
la función maternal que la
Virgen ejerce sobre el pueblo cristiano. A este fin hemos
creído oportuno consagrar en esta misma sesión pública un título en honor de la Virgen , sugerido por
diferentes partes del orbe católico, y particularmente entrañable para Nos,
pues con síntesis maravillosa expresa el puesto privilegiado que este Concilio
ha reconocido a la Virgen
en la Santa Iglesia.
8. Así, pues, para
gloria de la Virgen
y consuelo nuestro, Nos
proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia , es
decir, Madre de todo el pueblo de Dios, así de los fieles como de los pastores
que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e
invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título.
9. Se trata de un
título, venerables hermanos, que no es nuevo para la piedad de los cristianos;
antes bien, con este nombre de Madre, y con preferencia a cualquier otro, los
fieles y la Iglesia
entera acostumbran a dirigirse a María. Ciertamente que ese título pertenece a
la esencia genuina de la devoción a María, encontrando su justificación en la
dignidad misma de la Madre
del Verbo Encarnado.
10. La divina maternidad
es, en efecto, el fundamento de su especial relación con Cristo y de su
presencia en la economía de la salvación operada por Cristo, y también
constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia , por ser Madre de
Aquél que, desde el primer instante de la Encarnación en su seno
virginal, unió a Sí mismo, como a Cabeza, su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. María ,
pues, como Madre de Cristo, es Madre también de todos los fieles y de todos los
pastores, es decir, de toda la
Iglesia.
11. Con ánimo, por lo
tanto, lleno de confianza y amor filial elevamos a Ella la mirada, no obstante
nuestra indignidad y flaqueza. Ella, que nos dio con Cristo la fuente de la
gracia, no dejará de socorrer a la
Iglesia ahora, cuando, floreciendo en la abundancia de los
dones del Espíritu Santo, se consagra con nuevo y más empeñado entusiasmo a su
misión salvadora.
12. Nuestra confianza
se aviva y confirma, aún más, al considerar los vínculos estrechos que ligan al
género humano con nuestra Madre celestial. Aun en medio de la riqueza en maravillosas
prerrogativas con que Dios la ha honrado, para hacerla digna Madre del Verbo
Encarnado, está muy próxima a nosotros. Hija de Adán, como nosotros, y, por lo
tanto, Hermana nuestra con los lazos de la naturaleza, es, sin embargo, una
criatura preservada del pecado original en previsión de los méritos de Cristo,
y que a los privilegios obtenidos une la virtud personal de una fe total y
ejemplar, mereciendo el elogio evangélico: «Bienaventurada, porque has creído».
En su vida terrenal realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo
de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas
por Cristo. Por lo cual, toda la
Iglesia , en su incomparable variedad de vida y de obras,
encuentra en Ella la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo.
13. Por lo tanto,
esperamos que con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia , sellada por la
proclamación de María Madre de la
Iglesia , es decir, de todos los fieles y pastores, el pueblo
cristiano se dirigirá con mayor confianza y con fervor mayor a la Virgen Santísima
y le tributará el culto y honor que le corresponden.
14. En cuanto a
nosotros, ya que entramos en el aula conciliar, a invitación del Papa Juan
XXIII, el 11 de octubre de 1962,
a una con María, Madre de Jesús, salgamos, ahora, al
final de la tercera sesión, de este mismo templo, con el nombre santísimo y
gratísimo de María, Madre de la
Iglesia.
15. En señal de
gratitud por la amorosa asistencia que nos ha prodigado durante este último
periodo conciliar, que cada uno de vosotros, venerables hermanos, se comprometa
a mantener alto en el pueblo cristiano el nombre y el honor de María, señalando
en Ella el modelo de la fe y plena correspondencia a toda invitación de Dios,
el modelo de la plena asimilación de la doctrina de Cristo y de su caridad, para que todos
los fieles, unidos en el nombre de la
Madre común, se sientan cada vez más firmes en la fe y en la
adhesión a Cristo, y a la vez fervorosos en la caridad para con los hermanos,
promoviendo el amor a los pobres, la adhesión a la justicia, la defensa de la
paz. Como ya exhortaba el gran San Ambrosio: Viva en cada uno el espíritu de María
para ensalzar al Señor: reine en cada uno el alma de María para gloriarse en
Dios3.
16. Especialmente
queremos que aparezca con toda claridad que María, humilde sierva del Señor, se
relaciona completamente con Dios y con Cristo, único Mediador y Redentor
nuestro. E igualmente que se expliquen la naturaleza verdadera y la finalidad
del culto mariano en la
Iglesia , especialmente donde hay muchos hermanos separados, de forma que cuantos no forman
parte de la comunidad católica comprendan que la devoción a María, lejos de ser
un fin en sí misma, es un medio esencialmente ordenado para orientar las almas
hacia Cristo, y de esta forma unirlas al Padre, en el amor del Espíritu Santo.
17. Al paso que
elevamos nuestro espíritu en ardiente oración a la Virgen , para que bendiga el
Concilio Ecuménico y a toda la
Iglesia , acelerando la hora de la unión entre todos los
cristianos, nuestra mirada se abre a los ilimitados horizontes del mundo
entero, objeto de las más vivas atenciones del Concilio Ecuménico, y que
nuestro predecesor, Pío XII, de viva memoria, no sin una inspiración del
Altísimo, consagró solemnemente al Corazón Inmaculado de María. Creemos
oportuno, particularmente hoy, recordar este acto de consagración. Con este fin
hemos decidido enviar próximamente, por medio de una misión especial, la Rosa de Oro al santuario de la Virgen de Fátima, muy
querido no sólo por la noble nación portuguesa -siempre, pero especialmente
hoy, apreciada por Nos-, sino también conocido y venerado por los fieles de
todo el mundo católico. Así es como también Nos pretendemos confiar a los
cuidados de la Madre
celestial toda la familia humana, con sus problemas y sus afanes, con sus
legítimas aspiraciones y ardientes esperanzas.
Virgen María Madre de la Iglesia ,
te recomendamos toda la Iglesia , nuestro Concilio
Ecuménico.
Tú,
«Socorro de los obispos», protege y asiste a los obispo, en su misión
apostólica, y a todos aquellos, sacerdotes, religiosos y seglares, que con
ellos colaboran en su arduo trabajo.
Tú, que por tu mismo
divino Hijo, en el momento de su muerte redentora, fuiste presentada como Madre
al discípulo predilecto, acuérdate del pueblo cristiano que se confía a Ti.
Acuérdate de todos tus
hijos; presenta sus preces ante Dios; conserva sólida su fe; fortifica su
esperanza; aumenta su caridad.
Acuérdate de los que
viven en la tribulación, en las necesidades, en los peligros, especialmente de
los que sufren persecución y se encuentran en la cárcel por la fe. Para ellos,
Virgen Santísima, solicita la fortaleza y acelera el ansiado día de su justa
libertad.
Mira con ojos benignos
a nuestros hermanos separados, y dígnate unirlos, Tú, que has engendrado a
Cristo, puente de unión entre Dios y los hombres.
Templo de la luz sin
sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo Unigénito, Mediador de nuestra
reconciliación con el Padre4, para que perdone todas nuestras faltas y aleje de
nosotros toda discordia, dando a nuestros ánimos la alegría de amar.
Finalmente, a tu
Corazón Inmaculado encomendamos todo el género humano;
condúcelo al conocimiento del único y verdadero Salvador, Cristo Jesús; aleja
de él los males del pecado, concede a todo el mundo la paz en la verdad, en la
justicia, en la libertad y en el amor.
Y
haz que toda la Iglesia ,
al celebrar esta gran asamblea ecuménica, pueda elevar al Dios de las
misericordias el majestuoso himno de alabanza y agradecimiento, el himno de
gozo y alegría, puesto que grandes cosas ha obrado el Señor por medio de Ti, oh
clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Notas:
1 Cf. A.A.S. 53 (1961) 37 ss., 211 ss., 54 (1962),
727.
* Se refiere a la Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium),
cuyo capítulo VIII, está dedicado a la Virgen (N. del E.).
2. Rupett. In Apoc 1, 7, 12; PL 169,
1043.
3 S. Ambr. Exp. in Luc 2, 26; PL 15, 1642.
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