martes, 3 de julio de 2012

Breve síntesis histórica de la Doctrina Social de la Iglesia - Mons Aguer

De "Rerum novarum"
a "Centesimus annus"

Conferencia pronunciada
en la Cátedra Libre
de Pensamiento Cristiano
de la Universidad Nacional de La Plata
 el 6 de mayo de 2005,
 como presentación del
Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia.
         
Los orígenes: León  XIII
          La Encíclica Rerum Novarum publicada por el Papa León XIII en 1891 ha sido señalada frecuentemente como  el inicio de la formulación moderna de la Doctrina Social de la Iglesia, y subrayo de su formulación moderna, porque en realidad la Doctrina Social de la Iglesia comienza con el Evangelio y aún puede reconocer raíces en el Antiguo Testamento.
          El Papa León XIII publicó este texto que lleva como subtítulo Sobre la condición de los obreros; debido a las circunstancias de la época, rápidamente surgió una crítica constatación: la palabra papal, y por tanto la intervención de la Iglesia, llegó tarde ante una situación social crispada como consecuencia del desarrollo, todavía reciente pero intensísimo, del capitalismo industrial. ¿Llegó tarde, realmente, esta voz que muchos reconocieron como profética? Parece que los mismos colaboradores  inmediatos del Pontífice le incitaban en los primeros años del pontificado a publicar una encíclica, o un documento de otro género, sobre la problemática de los obreros.

          El Papa había sido anteriormente arzobispo de Peruggia y allí se había destacado por sus inquietudes sociales y por  las cartas pastorales que había emitido sobre esos temas; pero a la objeción de que como pontífice no hubiera dado la voz de alarma desde su altísima  atalaya sobre la situación oprobiosa que vivían los obreros, el Papa respondía: "una carta pastoral  puede preparar el terreno, una encíclica en cambio debe encontrarlo casi listo".
          León XIII publicó la Rerum Novarum precisamente cuando consideró que el terreno estaba  listo; hubo, en efecto, una lenta preparación, que venía de décadas atrás.
          En primer lugar habría que citar la crítica de los círculos católicos a la sociedad surgida de la Revolución Francesa, sobre todo al liberalismo económico que se fue  imponiendo gradual pero implacablemente. Los papas anteriores habían emitido juicios condenatorios sobre las ideologías, tanto Pío IX, como antes Gregorio XVI.
          El proceso de secularización que se cumplió en Europa  a partir de la Revolución Francesa conllevó también la mutación de un orden social. Un orden social que podríamos calificar de tradicional y  que tenía sus raíces en una concepción cristiana del hombre, de la familia y de  la sociedad.  Es así como estos círculos a los que he aludido fueron proponiendo como respuesta un "catolicismo social" -llamémosle así-, y lo hicieron con mayor intensidad en las últimas décadas del siglo XIX.
          Esta propuesta estaba apoyada en estudios muy serios, aportes de la sociología a la doctrina tradicional y a la enseñanza de Santo Tomás. No se concretó solamente en lucubraciones teóricas sino que se reflejó en experiencias prácticas, en inicios de vida sindical, la creación de mutualidades, de cooperativas y aun en la aparición  de partidos políticos de orientación cristiana en Bélgica, Alemania, Francia,  Suiza e Italia.
          El mismo León XIII se había acercado a la solución que iba a ofrecer en la Rerum Novarum abordando en documentos anteriores los cambios de la sociedad de entonces, especialmente enfocando el problema de la constitución de los Estados y las ideologías que alteraban la recta concepción de la sociedad y de sus organizaciones.
          En la Rerum Novarum se plantea lo que entonces se llamaba la cuestión social; la cuestión social era entonces la cuestión obrera. Se había producido el advenimiento de una nueva forma de propiedad que era el capital y una nueva forma de trabajo, a saber, el asalariado; todo esto representaba una mutación muy profunda de la sociedad europea. El trabajo asalariado era considerado como una mercancía y por tanto se imponían relaciones de dependencia y de injusticia en la relación entre patrones y obreros.  Se estableció en la sociedad una división profunda de clases, que reflejaba el conflicto entre el capital y el trabajo. Ya la alternativa que se ofrecía a ese estado de cosas era muy notoria: era el socialismo, que por medio de la revolución y de la lucha de clases pretendía producir un cambio profundo en las relaciones económicas y sociales. León XIII había advertido al comienzo de su pontificado la malicia del socialismo, cuando éste era sólo una filosofía que proponía suprimir la propiedad privada y en consecuencia, reprobó de la lucha de clases: esa no era la solución para resolver la cuestión social, para mejorar la suerte de los trabajadores.
Resumo ahora en cinco puntos la enseñanza esencial  de la Rerum Novarum.
          1. En primer lugar, el Papa proclama la dignidad del trabajador y del trabajo, en su dimensión personal y social. Asocia el trabajo, el derecho y el deber de trabajar, a la familia y al bien común de la sociedad; nadie trabaja sólo para sí mismo, se trabaja para los demás. Esta concepción del trabajo consiste en una aplicación correcta de la noción de la persona humana. El Papa descubre la inhumanidad de las relaciones laborales y protesta por la situación de los obreros. Entonces tenía plena vigencia lo que hoy todavía llamamos capitalismo salvaje, que lamentablemente no ha desaparecido del todo.
          2. El segundo punto es la afirmación del derecho a la propiedad privada como un derecho natural: derecho a poseer lo necesario  para el desarrollo de la persona y de la familia. Esto es muy interesante: el derecho tiene como objeto o contenido poseer lo necesario al desarrollo de la persona y la familia. Ese derecho natural no tiene un valor absoluto; está regulado, debe ser regulado en su uso, en sus aplicaciones, por otro principio superior: el destino universal de los bienes materiales. Por eso, el uso de los mismos bienes materiales debe mirar no sólo al bien propio sino asimismo al bien ajeno. Este principio va ser luego retomado en los sucesivos desarrollos históricos de la Doctrina Social de la Iglesia y guarda, aún hoy día, una enorme actualidad frente a las tendencias recurrentes del colectivismo y del liberalismo. Sobre todo, la doctrina posterior va a insistir en  la importancia de la difusión de la propiedad;  ya el ideal que plantea León XIII en la Rerum Novarum es que todos los obreros sean propietarios. Ese es el camino, en todo caso, para superar la aguda división de clases que ha desencadenado conflictos implacables en la sociedad.
          3. El tercer punto es la afirmación que hace allí el Papa de otro derecho natural, el de la asociación profesional. Una de las consecuencias más graves de la Revolución Francesa ha sido la destrucción del carácter orgánico del trabajo en la sociedad de occidente. Por eso, los obreros, ante el nuevo desarrollo del capitalismo, han quedado inermes y todos los intentos hasta ese momento realizados por el catolicismo social habían resultado insuficientes. El Papa insiste en el derecho natural a la asociación, esto es, a la creación de sindicatos y junto a éste, enuncia y reivindica otros derechos que expresan la dignidad del trabajador como persona y el  aprecio del papel que tiene que cumplir en la sociedad en orden al bien común. A saber: derecho a la limitación de las horas de trabajo, ya que en el capitalismo del siglo XIX (y aún en ciertas formas actuales, todavía) se trabajaba en exceso; el derecho al legítimo descanso, al cumplimiento de los deberes religiosos y a un trato diversificado para las mujeres y los niños. Hay documentos históricos  conmovedores acerca de la situación tremenda de mujeres y niños sometidos a trabajos esclavizantes.
          4. El cuarto punto es el principio del salario mínimo, que  ya está aquí claramente enunciado. Salario justo, dice el Papa, que no puede quedar librado en su determinación al simple acuerdo de las partes, porque esto llevaría a perpetuar el abuso de los poderosos sobre los débiles y por tanto una forma de esclavitud en el trabajo asalariado. No puede dejarse librado a  las relaciones meramente  individuales y pragmáticas, a la mera negociación directa de patrones y obreros. Es necesaria, dice el Papa,  una intervención del Estado en orden a asegurar la justa distribución, la justicia distributiva, para atender sobre todo al bienestar del trabajador; pero observa también muy perspicazmente que esta intervención del Estado tiene carácter instrumental y por eso debe ser limitada.
          5. Por último, el Papa expresa aquí la correcta relación entre el Estado y los ciudadanos. Critica simétricamente al socialismo y al liberalismo, que como ideologías, y en su praxis, alteran la recta relación del ciudadano con el Estado. El principio elemental de una sana organización política exige que el Estado dedique un cuidado especialísimo a la protección de los obreros; por tanto León XIII hace ver que es insuficiente la mera apelación a la justicia, porque es necesario ir implantando en la sociedad otro tipo de relación, que él siguiendo a Santo Tomás de Aquino llama amistad, amistad social. Se esboza entonces otro principio que va a ser retomado en la sucesión de las exposiciones del magisterio sobre temas sociales: Pío XI hablará de caridad social, Juan Pablo II enunciará el principio de solidaridad y Pablo VI había hablado también de la civilización del amor. Es insuficiente la justicia, hace falta algo más, que es la caridad: encontramos así la veta propiamente evangélica de nuestra Doctrina Social. 
          La Rerum Novarum tuvo una proyección extraordinaria a pesar de las críticas y de las reacciones contrarias, surgidas desde muchos ángulos. Al Papa se lo tachó  de comunista, pero la Encíclica suscitó un movimiento intensísimo sobre todo entre los católicos, que se vieron así impulsados a una acción capilar y múltiple en la sociedad de su tiempo. De allí que se plantean nuevos problemas en la misma Iglesia acerca de la inserción de los cristianos en una sociedad secularizada. Surge la controversia sobre el carácter de los sindicatos, sobre todo en Alemania: ¿han de ser esos sindicatos mixtos, de patrones y obreros, o sólo de obreros?; ¿han de ser confesionales o pueden admitir personas de distintas confesiones religiosas? La problemática que está detrás de esto es cómo enfocar el conflicto social sin caer en la lucha de clases, es decir abrir  y profundizar un camino alternativo a la propuesta, presuntamente redentora, del socialismo.
          También se plantea  el problema de la participación política de los católicos, más allá de esas iniciativas  prácticas de cristianismo social: la posibilidad de un partido político católico. Hay que señalar, a propósito del cristianismo social, su origen ultramontano. Este es un hecho curioso y poco conocido, porque en el siglo XX ha habido fórmulas de socialismo cristiano que procedían del liberalismo burgués, de posturas reformistas burguesas. En cambio, en el siglo XIX y como terreno preparatorio para la Rerum Novarum, el cristianismo social reaccionó ante el liberalismo económico y ante la ruptura de la sociedad orgánica producida por la Revolución Francesa; entonces hay fórmulas de socialismo católico que proceden del integrismo, del ultramontanismo. Después de la Rerum Novarum se plantea un problema a la inserción política de los católicos en sociedades que van adaptándose al liberalismo y donde la orientación de los Estados asume esa ideología.
          La importancia de Rerum Novarum ha sido tal que las formulaciones posteriores de la Doctrina Social de la Iglesia se refieren siempre a ella. Más aún, ha habido una serie de documentos papales publicados para celebrar los distintos  aniversarios de Rerum Novarum, los cuales van trazando un itinerario de actualización de los principios en las cambiantes situaciones de la sociedad. Esa secuencia me servirá como guía en mi exposición. 
   
Nuevos avances: Pío  XI
          Se ha dicho, a veces, que el siglo XIX termina con la Primera Guerra Mundial desencadenada en 1914. De hecho, hasta ese año se agitaron los problemas que he mencionado como posteriores a la publicación de Rerum Novarum: la búsqueda de una adaptación del  pensamiento  cristiano y de la praxis de los católicos en el orden social, para ubicarse en una sociedad política impregnada de liberalismo; la reacción ante posturas económicas que profundizaban los intentos del capitalismo inicial y ante el proceso revolucionario que llevaba adelante el socialismo en sus distintas formas. Pero entre la dos guerras mundiales del siglo XX se plantearon nuevos problemas: la persistencia fuertemente laicista de la organización liberal, sobre todo en regímenes republicanos muy anticlericales, persecutorios de la Iglesia; la aparición de regímenes totalitarios, o más bien autoritarios que luego viraron hacia el  totalitarismo; una mayor participación de los laicos y la diversificación de asociaciones católicas tanto en la vida interna de la Iglesia como en su diálogo y  confrontación con la sociedad secularizada; la preferencia por una organización corporativa de la economía y de la sociedad toda, a partir de los años '20 del siglo pasado; la consolidación del comunismo en Rusia y luego la persecución comunista en México y en España. También hay que recordar la apertura de nuevas instancias de estudios sociales por parte de los católicos.
          Esto es muy interesante, porque así como la Rerum Novarum fue preparada en la praxis social y también en los laboratorios cristianos de pensamiento, asimismo la obra del Papa Pío XI y la Encíclica  Quadragesimo Anno, que publicó, precisamente en 1931 para celebrar los 40 años de la Rerum Novarum, fue preparada por valiosas iniciativas teóricas y prácticas. La obra de Don Sturzo, que  recalcó la importancia de los cuerpos intermedios, los estudios de Maritain,  de Jacques Leclerq , de la escuela austriaca, de los jesuitas de Könignswinter  y el Social Worker en Inglaterra; las elaboraciones sobre el derecho natural debidas a los padres Cathrein, Pesch, Nell-Breuning y Gundlach; los trabajos de la Unión de Malinas, que abordaron los problemas sociales a la luz de la moral católica procurando emitir directivas concretas, con la guía del célebre Cardenal Mercier.  Todo ello preparó la publicación de Quadragesimo Anno. 
          En esa encíclica Pío XI revindicó la competencia de la Iglesia para intervenir en cuestiones sociales; era necesario hacerlo, porque quienes en su momento recibieron con disgusto la Rerum Novarum trataron de objetar, precisamente, que la Iglesia se ocupara de estos temas.
          Tanto León XIII como Pío XI más explícitamente, mostraron que la enseñanza en materia política, económica y social era un eco de la predicación del Evangelio y que la Iglesia faltaría gravemente a su deber si no se pronunciara sobre asuntos que están relacionados con la salvación eterna del hombre. En efecto, tienen que ver con la organización de su vida en la tierra, con el uso de su libertad y sus opciones morales, lo cual está referido a la consecución de su último fin, que es la salvación.
          Además, Pío XI confirmó los principios y las directrices de Rerum Novarum, aclarando algunas cuestiones dudosas. Aquí se muestra como la Doctrina Social de la Iglesia va adaptándose analógicamente a las nuevas problemáticas y elabora nuevas respuestas que sirven para iluminar los problemas contemporáneos. No se contenta, simplemente, con repetir los principios que ya han sido enunciados; se apoya en ellos para lograr nuevos avances. En efecto, en la Quadragesimo Anno Pío XI ofrece una nueva clarificación sobre la propiedad privada: al derecho natural le adscribe necesariamente una función social. Entonces, en adelante, cada vez que la Iglesia recuerde la legitimidad de la propiedad privada, y aún de la propiedad privada de los medios de producción, recordará también su función social.
          Luego rechaza la opinión de quienes consideraban injusto el régimen del salario, pero se queja de la inhumanidad con que se determinaba habitualmente la retribución del trabajo. Avanzando sobre lo dicho por León XIII, sostiene que conviene suavizar el contrato de trabajo con el contrato de sociedad, y ya postula aquí la participación de los empleados y de los obreros en la propiedad, en la gestión y en la ganancia de las empresas. Cuestiones que se van a discutir agudamente después y que al intentar llevarse a la práctica van a producir enorme reacción. No es fácil, por cierto, aplicar estos principios pero ya a esta altura de las cosas es importante notar que en un documento de la máxima autoridad de la Iglesia se presente esa afirmación.
          En el mismo contexto, el Papa vuelve a recordar la oposición entre cristianismo y comunismo. Publicaría luego en 1937 la Encíclica Divini Redemptoris, que califica al comunismo como intrínsecamente perverso, pero aquí enseña que tampoco puede aceptarse un socialismo moderado. La nomenclatura de socialismo y comunismo a esta altura es variable, flexible y hasta confusa. El comunismo es visto como una especie de socialismo extremo, por eso se habla también de socialismo moderado, o no comunista. Hay que tener en cuenta que las ideologías han producido realizaciones prácticas, con consecuencias graves, devastadoras, y que el vocabulario se ha ido afinando poco a poco. Pío XI argumenta que si el socialismo sigue siendo tal, si perdura como ideología socialista, se opone a la verdad cristiana,  porque contradice la concepción del hombre y de la sociedad que es propia del cristianismo.  Denuncia, también, la prepotencia económica que ha reemplazado al mercado libre, esto es: la utopía del mercado libre lleva, frecuentemente, a la prepotencia de los poderosos, a la prepotencia del dinero. Los calificativos que aplica a la economía de su tiempo son críticos y muy notables: habla de economía dura, implacable y cruel, porque el Estado se ha puesto al servicio de los poderosos; fustiga también al imperialismo internacional del dinero. Estas formulaciones son proporcionalmente aplicables a las situaciones económicas de hoy, tanto en el orden global como en el orden  interno de la vida de las naciones.
          Por último digamos que, también siguiendo a León XIII, Pío XI proclama como leyes supremas de la sociedad a la justicia y a la caridad. Postula un orden jurídico nacional e internacional que permita armonizar los intereses particulares y el bien común. El principio del bien común es el principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia.

Lo social en la obra de Pío XII
          La obra del Papa Pío XII (1939 -1958) fue realmente monumental porque, por primera vez -como ha sido notado con frecuencia- un Pontífice se ocupaba de todos los problemas suscitados en su tiempo, especialmente aquellos producidos por los cambios políticos, sociales y culturales. Pío XII debió hacer frente a los totalitarismos que arreciaron en el siglo XX, y después de la Segunda Guerra Mundial, al problema que planteaba la expansión del comunismo; ha tenido que ocuparse también de la reconstrucción de la paz. Defendió el respeto a las minorías y reelaboró una doctrina tradicional para destacar el papel que corresponde a las élites en la sociedad. Propuso las condiciones de una verdadera democracia; lo hizo en el célebre radiomensaje de Navidad de 1944, Benignitas et humanitas, debido a la necesidad de definir un orden político que coincida con las exigencias actuales de la vida en sociedad, especialmente, que respete los derechos humanos. Fue Pío XII un gran jurista que defendiendo a las minorías avasalladas, a los ciudadanos a quienes se les imponían regímenes totalitarios, puso las bases de un orden internacional fundado en el derecho. Su magisterio, basándose en la noción de ley natural, desarrolló los fundamentos filosóficos, éticos y jurídicos del orden social.
          Este pontífice no publicó una encíclica social, pero al cumplirse el cincuentenario de la Rerum Novarum pronunció en 1941 una alocución radial, que comienza con las palabras La solemnidad de Pentecostés. Este texto, que es muy conocido, presenta tres puntos doctrinales importantísimos que significan otros tantos avances respecto de Rerum Novarum.
          1. En primer lugar, afirma el Papa que el derecho al uso de los bienes necesarios es superior a cualquier otro e incluso tiene prioridad sobre el derecho de la propiedad privada; este es un principio tradicional, clásico de la moral católica. Recordemos que León XIII definía la propiedad privada como el derecho de poseer lo necesario para el desarrollo de la persona y de la familia.
          La propiedad privada es un derecho natural, pero su ejercicio no puede impedir que los bienes materiales lleguen equitativamente a todos. A propósito se plantea un problema ético y se hace una afirmación sorprendente acerca de la riqueza económica de un pueblo: ¿en qué consiste? Ella  no puede definirse por la abundancia de bienes, por la mera acumulación de bienes, sino que debe definirse por la justa distribución de los mismos.  De tal manera que un pueblo que sobreabundara en bienes materiales, que tuviera finanzas saneadas, alto producto interno, pero en el cual las riquezas no estuvieran equitativamente distribuidas, no sería un pueblo económicamente rico, sino económicamente pobre. Con esta afirmación el Papa introduce un elemento ético en la definición de riqueza y de pobreza. Este principio tiene la máxima actualidad; hoy día los economistas y políticos exultan cuando se logran ciertas metas macroeconómicas, mientras la mayoría de la gente sigue sumida en la penuria.
          2. El segundo punto que quiero destacar es la elaboración teológico-doctrinal sobre el trabajo, considerado como derecho y deber. En este orden de cosas, se afirma que el Estado sólo debe intervenir cuando los particulares no puedan o no quieran establecer entre sí las condiciones de la relación laboral; recordemos que León XII proponía la intervención del Estado, aunque reconocía que ésta debía ser instrumental y limitada. Ahora, después de la experiencia de los totalitarismos del siglo XX, Pío XII introduce una variante: el Estado intervendrá sólo cuando lo particulares no puedan o no quieran establecer entre sí las condiciones de la relación laboral. Encontramos en este problema una aplicación del principio de subsidiaridad, que es otro de los elementos claves de la Doctrina Social de la Iglesia.
          3. Por último, me parece importante notar que en el discurso que estamos considerando, Pío XII subraya la importancia de la familia en relación con la propiedad y con el trabajo. La propiedad contribuye a su solidez y a su libertad; es decir, la propiedad aparece como medio o instrumento, en función de un bien superior.
   
Juan  XXIII y el Concilio
          En 1961, el Papa Juan XXIII celebró el septuagésimo aniversario de Rerum Novarum con la encíclica Mater et Magistra. La situación había cambiado notablemente en pocos años; después de la Segunda Guerra Mundial tiene lugar la recuperación de Europa y se verifica el auge de las doctrinas desarrollistas, que no son en realidad meras teorías sino que se ensayan en la práctica, y con un resultado notable. Efectivamente, los pueblos de Europa Occidental fueron surgiendo  de la catástrofe en que los había sumido el terrible conflicto de 1939 - 1945. Contemporáneamente ocurre la liberación política de los pueblos africanos, inicio de un proceso confuso cuyos resultados definitivos aún están por verse, ya que no se han resuelto los problemas principales de ese continente. Mater et Magistra muestra la continuidad de la Doctrina Social de la Iglesia desde Rerum Novarum y resume los aportes de Pío XI y  Pío XII.
Resumo las enseñanzas de Juan XXII, también en cinco puntos.
          1. En primer lugar, acerca de la intervención del Estado en el orden económico, se aplica la enseñanza ya tradicional ajustándola a una situación nueva. Aquí se enuncia, de un modo más claro y explícito, el principio de subsidiaridad, que es como una especie de carril que permite que las relaciones sociales discurran correctamente en el orden de la justicia. Si se sofocara la iniciativa privada por una intervención desmedida del Estado se podría llegar al estancamiento en el desarrollo del país y aún a una situación de tiranía en lo económico o político; pero, en el otro extremo, omitir la acción del Estado cuando corresponde que éste intervenga equivale a dejar el campo abierto al abuso de los poderosos.  Lo correcto, para tutelar el orden de la justicia, es una regular intervención del Estado de acuerdo al principio de subsidiariedad.
          Algunos propósitos que en la encíclica plantea el Papa, tales como disminuir los desniveles que se verifican entre sectores de una sociedad o entre las diversas regiones de un país, contener las crisis, evitar la desocupación, adaptar las instituciones y los métodos, son tareas típicas del Estado, que éste puede abordar respetando y aplicando el principio de subsidiaridad.
          2. Un tema que se destacó como saliente en Mater et Magistra y que dio mucho que hablar, es el de la multiplicación de las relaciones comunitarias y de asociación, fenómeno que el Pontífice constata y al que llama socialización. Señala las ventajas y peligros de esta tendencia, que se ha acrecentado en el mundo en esa época, al conjuro precisamente de los procesos de desarrollo. En el proceso de socialización valores y disvalores se dan. El Papa advierte contra el peligro de la automatización, el excesivo influjo del ambiente sobre las decisiones personales, una posible manipulación de la persona y de las instituciones menores, por parte de aquellos que se convierten en padrinos o dueños de los mecanismos de socialización.
          3. Retoma Juan XXIII el problema de la remuneración del trabajo, y constata el contraste entre salarios miserables y la opulencia de quienes medran con la organización económica. Sostiene que son necesarios criterios de justicia y de equidad en la fijación de los salarios. Si bien se sostiene como justo el régimen del salario, se insiste en la dificultad de su aplicación y en el cuidado con que  la autoridad pública debe velar para que las relaciones laborales  sean correctas. Aquí hay algo interesante como avance doctrinal: entre esos criterios de justicia y equidad para la fijación del salario, Juan XXIII recomienda observar cuánto aporta cada uno a la producción, la situación económica de la empresa, qué exige en cada caso el bien de la comunidad, el bien del Estado, y también tomar en cuenta la situación internacional; son factores todos ellos que inciden en la problemática laboral y en la fijación del salario. Esta consideración de circunstancias múltiples debe ayudar en la búsqueda de soluciones equitativas.
          4. Notemos también una elaboración interesante acerca de la empresa: a propósito sostiene el Papa que el contrato de trabajo debe moderase con el contrato de sociedad. Este tema había sido planteado en momentos anteriores del desarrollo de la doctrina y se suscitaron discusiones acerca de la cogestión empresaria de los obreros en tiempos de Pío XII.  Por tanto, la participación de los obreros en la propiedad y en la gestión de las empresas debiera irse aplicando gradualmente, a través, por ejemplo, de una cuota adicional por mayor producción, de modo que ese proceso ayude a concebir la empresa como una comunidad de personas y no solamente como una comunidad circunstancial de producción. Se advierte en este asunto la aplicación de una concepción humanista del orden social y de las relaciones laborales.
          5. El último punto que introduce aquí Juan XXIII como una novedad es la problemática del desarrollo y del subdesarrollo. Después de la Segunda Guerra Mundial se advierte este contraste y se lo teoriza. Propone que la ayuda a los países en vías de desarrollo, como eufemísticamente se los llamaba y se los llama  -algunos son en realidad países en vías de subdesarrollo permanente- la ayuda debe ser respetuosa para evitar formas nuevas de colonialismo. Al parecer, no se tuvo muy en cuenta esta observación porque el neocolonialismo ha sido muchas veces el rostro cruel que se ocultaba detrás de esas máscaras de los planes propuestos para ayudar a aquellos países a salir de su postración.
          A propósito del desarrollo y el subdesarrollo, el Papa apunta al problema demográfico y protesta contra la intención de resolverlo evitando la natalidad. Esto fue dicho en 1961; pocos años después, algunos países, sobre todo Estados Unidos, van a poner en marcha procesos implacables de disminución de la población que se aplican a los  países en vías de desarrollo. El famoso informe Kissinger, en 1974, sostiene que hay que evitar que los países subdesarrollados sigan creciendo demográficamente porque eso pone en peligro los intereses ultramarinos de los Estados Unidos.
          La Constitución pastoral Gaudium et spes es uno de los documentos mayores del Concilio Vaticano II. En él se ofrece, desde la perspectiva de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, una síntesis de la Doctrina Social. Los temas fundamentales sobre la familia, la economía y el orden político y social, que habían sido abordados por los pontífices del siglo XX son tratados en el texto conciliar a partir de una consideración antropológica y de la fenomenología del mundo contemporáneo. Se descubre, además, una categoría englobante, que es la de la cultura; esta visión determina los desarrollos ulteriores de la enseñanza de la Iglesia en materia social. La Constitución Gaudium et spes merecería un estudio teológico y filosófico que no es posible desplegar en esta reseña que voy ofreciendo; baste para el propósito señalar su importancia capital y el influjo extraordinario que ha ejercido en el magisterio posterior, sobre todo el de Juan Pablo II.
   
La pedagogía social de Pablo VI
          Pablo VI ha brindado un aporte que hacía falta en ese momento y que podemos calificar de pedagógico, porque el patrimonio doctrinal a esa altura de los tiempos ya está prácticamente establecido, pero el Papa Montini puso el acento en la necesidad de ejercitar un discernimiento sobre los fenómenos sociales.  En 1967 publicó la encíclica Populorum Progressio, sobre el tema del desarrollo, a partir de aquel germen que había dejado Juan XXIII en la Mater et Magistra. Allí muestra la dimensión que ha adquirido la cuestión social, que se enfocaba en 1891 como el problema de la condición de los obreros y ahora constituye un problema mundial que abarca todos los ámbitos de vida de la sociedad.
          En la Populorum Progressio el Papa propone la concepción de un desarrollo plenamente humano y lo enuncia así: un desarrollo integral, de todo el hombre y de todos los hombres; es decir, de todas las dimensiones de la persona y de todos los miembros de una comunidad. Para ilustrar esta noción de desarrollo incorpora las categorías contrastantes y complementarias de ser y tener. Propone la fundación, o la recreación, de una escala de valores para resolver las situaciones injustas que amenazan la paz. El desarrollo -afirma- es el nuevo nombre de la paz. Hay una sugerencia concreta en Populorum Progressio  que permite distinguir los distintos niveles de la Doctrina Social de la Iglesia. Ésta, como veremos enseguida, consiste ante todo en el enunciado de principios que reflejan una concepción del hombre, la familia y la sociedad pero incluye también la observación de los fenómenos sociales, sugiere vías de solución e incluso puede descender hasta alguna proposición concreta. En esta encíclica Pablo VI propuso la creación de un fondo mundial con el fin de evitar los inconvenientes que se siguen de la ayuda bilateral para el desarrollo. Ese fondo se creó, en efecto, pero los países que se habían comprometido a aportar se echaron atrás; sólo unos pocos aportaron cuotas insignificantes.
          Para celebrar el octogésimo aniversario de Rerum Novarum y continuando la cadena de menciones a esa encíclica fundante, Pablo VI publicó la Octogesima Adveniens, una carta apostólica que se destaca por la discusión que se propone en ella de las grandes ideas políticas y sociales y por algunas orientaciones prácticas para la acción.
          Ante todo, subraya la importancia de un proyecto político para guiar la acción en favor del bien común. La problemática social no tiene respuesta definitiva, satisfactoria, en el orden económico-social sino que en el fondo es una cuestión política. Es imprescindible contar con un proyecto que sea un auténtico proyecto político nacional; de lo contrario, nunca se resolverán los problemas económicos y sociales. Es muy importante también que el Estado o los partidos políticos no pretendan imponer una ideología, sino que el modelo de sociedad debe ser el resultado del diálogo, del debate de los grupos culturales y religiosos que desarrollan sus convicciones sobre el hombre y sobre la sociedad en un cuerpo social determinado. Esta indicación constituye  un llamado a una dinámica social fundada en el diálogo como instrumento adecuado para la construcción de un modelo de sociedad o de país.
          En segundo lugar, propone un discernimiento para hacer notar la ambigüedad de las ideologías. Analiza  al marxismo y al liberalismo y muestra cómo la alienación se da en ambas ideologías, ya que ambas bloquean el acceso del hombre a la trascendencia y escamotean las condiciones necesarias para un verdadero humanismo. A partir de este discernimiento crítico sobre las ideologías observa el Papa que se abre una nueva oportunidad para el cristianismo, que debe hacer frente al positivismo de la técnica y a la alienación de las  ideologías que eluden  la cuestión sobre el sentido:  el sentido de la vida, de la vida personal y de la vida en la comunidad. Hay una valiosa reflexión sobre la utopía, porque por aquellos años (estamos en 1971) se ventilaba ampliamente el tema de la utopía y se trataba de ella como fórmula para impulsar el desarrollo de la sociedad. Utopía, etimológicamente dice algo no tan bueno, porque significa que no hay sitio; utopía es algo todavía inexistente. Pero el Papa asume un sentido positivo de la utopía y argumenta: el pensamiento utópico propone la superación -la destrucción- del estado presente de la sociedad, y esa crítica de la sociedad actual estimula la imaginación prospectiva y hace prever posibilidades hasta entonces ignoradas. El problema es que la utopía se cierre sobre ella misma y rehúse una apertura; si este método ambivalente aceptara una apertura podría acercarse al ideal cristiano. Se trata en el fondo de un problema de discernimiento  sobre los fenómenos sociales y el modo cómo la idea influye en esos  mismos fenómenos.
          Toda esta carta apostólica es un ejercicio de discernimiento; para cumplirlo hace falta el aporte de las ciencias humanas. Dice el Papa que la Doctrina Social de la Iglesia no pretende aportar un modelo prefabricado, tampoco se limita a recordar principios generales, sino que es una reflexión ejercida al contacto de situaciones cambiantes; sobre ellas proyecta una experiencia de siglos, con  la  innovación creadora que requiere la situación del mundo. El aporte de las ciencias humanas no convierte a la enseñanza de la Iglesia en un discurso sociológico, porque es asumido a la luz de la revelación y sólo ayuda a actualizar sus proposiciones, que descienden de principios inmutables. La Iglesia se interesa más por el cambio de los corazones que por el cambio de las estructuras económico-sociales; sin el cambio de los corazones, sin la conversión,  será imposible que aquellas estructuras cambien para mejorar la suerte de los hombres. El compromiso del cristiano en un mundo pluralista consiste en el ejercicio de la prudencia y de la solidaridad.
          Durante el pontificado de Pablo VI arreciaron problemas gravísimos: una crisis interna de la Iglesia, crisis de la fe, de las convicciones morales, pérdida de la identidad sacerdotal y desconcierto y confusión en el pueblo de Dios. También se crisparon los conflictos sociales y surgieron movimientos guerrilleros empeñados en desencadenar con medios violentos la revolución social, sobre todo en América Latina. La discusión teórica sobre la colaboración de los cristianos con el marxismo se convirtió en una cuestión práctica y la teología de la liberación inspiró la praxis revolucionaria.
      
El magisterio social de Juan Pablo II
          Los documentos sociales, las tres encíclicas sociales de Juan Pablo II, y otras intervenciones suyas de este carácter, se inscriben en un magisterio mucho más amplio y en el contexto de su pensamiento teológico y filosófico.  El Papa Wojtyla insistió en el contenido esencial del anuncio cristiano, es decir en el anuncio de Dios  Uno y Trino, y de Cristo, único redentor del hombre, y luego propuso la determinación  de ese contenido que se expresa en la vida temporal de los pueblos, a partir de la fe.
          Desarrolló ampliamente la temática de la cultura esbozada en la Gaudium et spes;  lo hizo sobre todo en la encíclica Slavorum Apostoli presentando el caso específico del mundo eslavo y su integración en Europa. En reiteradas circunstancias planteó los problemas de la evangelización de la cultura o de la inculturación del Evangelio. También otorgó gran importancia a la celebración del quinto centenario de la evangelización de América Latina, otra ocasión singular para esclarecer cómo la simiente del Evangelio puede transfigurar las culturas de los pueblos.
          Los tres documentos sociales de mayor envergadura han sido las encíclicas Laborem exercens, Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus. En las tres se advierte que los problemas de la sociedad contemporánea tienen una base antropológica y cultural, dependen de una visión del hombre, la historia y el cosmos.
          Laborem exercens celebra  el nonagésimo aniversario de Rerum Novarum. Publicada en 1981, es todo un tratado filosófico y teológico sobre el trabajo, con una fuerte proyección pastoral. El trabajo es la clave de la cuestión social; así lo había comprendido ya León XIII, pero al cabo de un amplio arco de desarrollo de la enseñanza eclesial  el tema se ha ido enriqueciendo y reaparece ahora expuesto en una profundidad inusitada. El Papa destacó sobre todo al hombre como sujeto del trabajo, por eso esta encíclica desarrolla el concepto de trabajo subjetivo, es decir, el trabajo considerado como vocación y como medio de realización personal.
          Aquí se vuelca la experiencia  personal de Karol Wojtyla, su reflexión antropológica y ética y también la vivencia cercana de un régimen marxista, con su influjo en la cultura de un pueblo.
          Se afirma en la Laborem exercens la prioridad del trabajo sobre el capital; esta afirmación se constituye en un nuevo principio, una nueva explicitación de las relaciones entre capital y trabajo. La prioridad del trabajo sobre el capital puede postularse porque el trabajo es causa eficiente primaria en el proceso productivo, en cambio, el capital es causa instrumental. El vocabulario escolástico empleado otorga precisión técnica a la afirmación.
          La encíclica se extiende en el enunciado de los derechos del trabajador y además propone una espiritualidad del trabajo como dato decisivo de la cultura. En la actualidad se habla frecuentemente de cultura del trabajo; la visión teológica y filosófica expuesta en este documento pontificio ahonda mucho más en la realidad humana del trabajo y destaca su valor en el orden de la redención en Cristo.
          En 1987 Juan Pablo II publicó la encíclica Sollicitudo rei sociales para conmemorar el vigésimo aniversario de la Populorum progressio. Reseña el Santo Padre las novedades introducidas por su predecesor en aquel texto de 1967, estrechamente vinculado con la exposición sintética de la Doctrina Social de la Iglesia presentada por el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes. Analiza también la situación del mundo contemporáneo, en el cual las expectativas de un desarrollo rápido y sostenido parecen cada vez más lejanas, y aun inalcanzables; en contraste con aquellas esperanzas subraya la extensión dramática del subdesarrollo y las numerosas formas de pobreza causadas por mecanismos económicos, financieros y sociales que parecen funcionar de modo automático y que provocan gravísimos daños. Hay que destacar la lectura teológica de los problemas modernos que se ofrece en esta encíclica y la proposición del principio de solidaridad como clave de una concepción actualizada del auténtico desarrollo humano. No faltan en el documento algunas orientaciones particulares: se auspicia, por ejemplo, la reforma del sistema internacional de comercio, hipotecado por el proteccionismo y el bilateralismo y la reforma del sistema financiero mundial, como también un enfoque de las relaciones internacionales que se inspire en criterios de igualdad, libertad y participación.
          En la encíclica Centesimus annus, compuesta en ocasión del centenario de Rerum novarum, Juan Pablo II ejercita una relectura ponderativa de aquel texto originario, pero propone  dirigir la mirada a las "cosas nuevas" de hoy; sólo así será posible encarar correctamente el futuro. Se retoman los principios fundamentales ya expuestos por la autoridad del magisterio, aunque también se ofrece algo que no atañe específicamente a éste: un análisis de acontecimientos recientes sobre los cuales si bien no cabe pronunciar un juicio definitivo sí es posible aplicar el discernimiento. Se registran, entonces, las novedades de las últimas décadas y los grandes cambios consumados en 1989: la caída de los regímenes opresores, es decir la conclusión del ciclo comunista. El capítulo central de Centesimus annus, el tercero, lleva por título, precisamente, El año 1989. En él expone los factores de la caída del comunismo, y en primer lugar la violación de los derechos del trabajador por la dictadura del proletariado. Aquí se encuentra la gran contradicción, la dictadura del proletariado resulta una máquina de violación de los derechos del trabajador. El Papa ha seguido de cerca la experiencia de Polonia, donde se inició una lucha pacífica contra semejante injusticia, que precipitó el fin de la gran mentira que se llamó "socialismo real".
          En ese caso preciso, los trabajadores desautorizaron a la ideología, y desde la praxis han descubierto los valores de la Doctrina Social de la Iglesia.
          El segundo factor de la caída del comunismo ha sido la ineficiencia de un sistema económico que violaba los derechos humanos: a la iniciativa, a la propiedad y a la libertad. Unido a este factor se debe mencionar el reduccionismo materialista que es propio del marxismo: al reducir la realidad humana tanto personal como social a la sola dimensión económica se aliena el sentido de la persona, la cultura y la nación. Por eso puede afirmar muy bien el Papa que la verdadera causa de la caída del régimen inhumano del comunismo ha sido el vacío espiritual provocado por su ateísmo.
          Lo que ha fallado es el intento de instaurar una  religión  política, una religión secular, el propósito de construir un paraíso terrestre. El Papa nota asimismo cómo se ha verificado un nuevo encuentro entre la Iglesia y el movimiento obrero, porque ha habido una reacción ética de parte de los trabajadores que es de carácter fundamentalmente cristiano, y se han registrado formas espontáneas de conciencia obrera,  renovadas después de la experiencia del comunismo. El curso de los acontecimientos ha mostrado, en definitiva, que la genuina naturaleza del hombre, imagen viva de Dios, vuelve por sus fueros, y que no se puede despreciar indefinidamente su aspiración a la libertad y a la relación con Dios. Queda en evidencia entonces el error de haber buscado compromisos entre el marxismo y el cristianismo y los equívocos, las confusiones y los daños provocados por una falsa teología de la liberación. Era otro el camino.
          En el capítulo cuatro de la Centesimus annus plantea otra vez el problema de la propiedad privada y del destino universal de los bienes 
          Admite el Papa el valor de la moderna economía de empresa que brinda una ocasión para hacer uso de una responsable libertad. Señala luego los límites del mercado: es un instrumento eficaz, pero se debe reconocer que hay exigencias humanas que escapan a la lógica del mercado, necesidades fundamentales que no pueden circular en él.
          Es mucha la gente que hoy día no puede entrar efectivamente en el sistema del mercado, en el orden de una economía de empresa. Se producen nuevas formas de marginación y permanece en muchas regiones la vigencia del capitalismo primitivo contra el cual reaccionó León XIII. Juan Pablo II señala la situación despiadada, la explotación inhumana, la semiesclavitud de la mayoría de los habitantes del tercer mundo y hace notar también qué difícil resulta a los países en vías de desarrollo conseguir un acceso equitativo al mercado internacional.
          Otros pronunciamientos incluídos en esta encíclica, en continuidad con la enseñanza tradicional de la Iglesia en materia social, son de máxima actualidad: la justa función de los beneficios no es el único índice para constatar la marcha de la empresa, y se debe reconocer el valor de la existencia de la empresa como comunidad; la deuda internacional constituye un peso insoportable e impone graves sacrificios a los pueblos atrapados en su mecanismo; el consumismo impone hábitos y estilos de vida perjudiciales y alienantes que causan un vacío espiritual; son plenamente legítimas la acción y la lucha por la justicia contra un sistema económico en el que rige el predominio absoluto del capital y de los medios de producción sobre la libre subjetividad del trabajo del hombre.
          Juan Pablo II critica la categoría marxista de alienación porque se ha concebido en términos materialistas y retoma este concepto en cuanto pérdida del sentido auténtico de la existencia por la inversión entre medios y fines: el hombre rechaza autotrascenderse en la donación y en la orientación hacia Dios. El comunismo agravó la alienación de los pueblos dominados, pero este fenómeno se verifica también en las sociedades occidentales cuando se impone una cultura consumista y el trabajo pierde su dimensión de realización personal.
          No se puede soslayar una pregunta decisiva: después del fracaso del comunismo, ¿es el capitalismo el modelo a proponer a los países del tercer mundo? La respuesta es positiva -sostiene el Papa- si por capitalismo se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y la consiguiente responsabilidad social, en suma: de la libre creatividad humana. Pero debe ser absolutamente negativa la respuesta si el modelo capitalista concibe la libertad económica como irrestricta, sin referencia a un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la plena realización del hombre, que se verifica en el orden ético y religioso. Ante el peligro de difusión de una ideología radical de tipo capitalista, la Iglesia propugna una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación, en la que todos los factores económicos estén objetivamente orientados hacia el bien común.
          La enseñanza de Centesimus annus permite abrir una discusión acerca de las ambigüedades del capitalismo y de sus posibles reformas y variantes. Su forma liberal clásica, o la neoliberal, ha resultado un fracaso en los países que intentan superar el subdesarrollo. Algunos estudiosos han señalado casos especiales de organización capitalista, como Japón y los países del sudeste asiático, donde habría desempeñado un papel importante el sustrato cultural que mantiene valores morales tradicionales, diferentes de los que se han impuesto en occidente a partir de la Ilustración. El debate puede plantearse, pues, en estos términos: ¿es posible un capitalismo auténticamente humano? ¿No sería más apropiado, en ese caso, hablar simplemente de economía de empresa, economía de mercado o economía libre?

La Doctrina Social de la Iglesia
          He presentado, a grandes trazos, el desarrollo histórico de la enseñanza católica sobre la cuestión social tomando como hitos algunos documentos pontificios emitidos entre 1891 y 1991. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, recientemente publicado por la Santa Sede, ofrece una exposición sincrónica y sintética en la cual se parte de la consideración de la persona humana como imagen viva de Dios y se estudia la familia, el trabajo, la vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, la salvaguardia del medio ambiente y la promoción de la paz. El texto trata también de los principios fundamentales de esa enseñanza: el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la participación, la solidaridad. El conjunto queda enmarcado en una reflexión sobre el designio salvífico de Dios en favor del hombre y sobre la misión evangelizadora de la Iglesia; se subraya asimismo la vinculación de la doctrina con la praxis pastoral y la vocación de los fieles laicos.
          Para concluir, conviene que nos interroguemos acerca del estatuto epistemológico de la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Qué es, en definitiva, esta enseñanza? Como se sabe, sus fuentes inmediatas son los documentos del magisterio pontificio y también ciertos documentos episcopales, nutridos en la reflexión teológica y en la praxis pastoral de la Iglesia. Unos y otros tienen, obviamente, diverso alcance y autoridad. Podemos distinguir dos niveles en la enseñanza social católica: el primero es el de la doctrina en cuanto tal, un cuerpo de principios y verdades de orden antropológico y ético, una concepción del hombre y de la sociedad que integra la cosmovisión católica; pertenece al ámbito de la teología y especialmente de la teología moral. Debemos esta última precisión a Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis.
          Este núcleo permanente de verdades y normas sirve de fundamento a una continua apreciación de las situaciones históricas; los principios van descendiendo gradualmente hacia la práctica e inspirando así tanto afirmaciones netas como opiniones más o menos conjeturables.  En un segundo nivel de la enseñanza social de la Iglesia se encuentra un conjunto de juicios prácticos y prudenciales que pueden servir de orientación en la búsqueda de soluciones concretas y de los cuales surgen las directrices para la acción. En la introducción de Centesimus annus Juan Pablo II distingue los dos niveles señalados: los principios que pertenecen al patrimonio doctrinal de la Iglesia y el análisis, el discernimiento pastoral de acontecimientos contemporáneos, que no puede presentarse como un juicio definitivo del magisterio eclesial.
          La Doctrina Social de la Iglesia no ofrece programas o recetas, ni traza un "modelo" de sociedad. Es una doctrina realista, orientada a la acción; su aplicación concreta requiere el aporte de las ciencias sociales, de la economía, de diversos factores de orden cultural y político. Sobre todo, reclama el compromiso de los fieles laicos y el ejercicio específicamente laical de este compromiso, que es la animación cristiana del orden temporal (Juan Pablo II: Christifideles laici 41, 42). A las universidades y a los diversos centros de investigación les cabe un papel muy destacado en el proceso de aplicación de la enseñanza social del magisterio; les corresponde elaborar las mediaciones técnicas necesarias para otorgar forma clara y precisa, programática, a las indicaciones éticas y pastorales que la Iglesia ofrece ante los requerimientos que plantean las necesidades de la sociedad y las cambiantes circunstancias de los tiempos. Será preciso luego que las autoridades públicas y los demás agentes políticos, económicos y sociales tomen las decisiones correspondientes.
          El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia presenta, en el número 72, una acabada descripción de la naturaleza de este aspecto de la enseñanza católica orientada a transformar la realidad social con la fuerza del Evangelio y a inspirar la acción de los cristianos en el mundo.
          "La doctrina social de la Iglesia no  ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico sino que se  ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. Esta génesis explica el hecho de que hayan podido darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza, el método y la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Una clarificación decisiva, en este sentido la encontramos, precedida por una significativa indicación en la Laborem exercens, en la encíclica Sollicitudo rei socialis: la doctrina social de la Iglesia no pertenece al ámbito de la ideología,  sino al de la teología y especialmente de la teología moral. No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es "la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial.  Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña  acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana".
          La publicación del Compendio significa una nueva oportunidad para la difusión de esta enseñanza que está dirigida primeramente a los hijos de la Iglesia Católica pero que tiene una destinación universal. Muchos de sus elementos son compartidos por los demás cristianos y por quienes profesan otras religiones; pueden ser aceptados también por muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Quiere ser una respuesta de justicia ante la creciente deshumanización de la vida y de las relaciones sociales, y es un signo, en el mundo contemporáneo, de la caridad de Cristo.

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