San Juan Crisóstomo
HOMILIA XVII
Sobre San Juan
Cap. VI, v. 1. Después de esto, pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea a la parte de Tiberíades, 2. Y le seguía gran multitud, porque veían los milagros que hacía en los enfermos. 3. Y subió Jesús a un monte, y allí se sentó con sus discípulos. 4. Y estaba cerca la Pascua de los judíos.
No nos juntemos con los hombres perversos, amados (hijos): antes bien siempre que no puedan dañar nuestra virtud, aprendamos a [ceder y] dejar libre el lugar a sus perversas asechanzas. Porque de este modo toda su fiereza queda enervada. Y así como cuando los proyectiles caen sobre una superficie tensa, dura y resistente, con grande ímpetu vuelven de rechazo a los que los dispararon; pero cuando la violencia del disparo no halla resistencia, al punto pierden su fuerza y cesan; de la misma manera cuando a los hombres fieros los tratamos del mismo modo, se enfurecen más; pero si cedemos y otorgamos, fácilmente enfrenamos toda su furia. Por esta razón también Jesucristo, cuando oyó que había llegado a oídos de los fariseos que El hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, se fue a Galilea, extinguiendo así su envidia, y calmando con su retirada el furor, que era probable se había excitado en ellos con tales rumores. Por lo demás, al ir otra vez a Galilea no se dirigió a los mismos lugares que antes; pues no fue a Caná, sino al otro lado del mar. Y le seguían también grandes muchedumbres, porque veían los milagros que hacía. ¿Qué milagros? ¿Por qué no los especifica? Porque este Evangelista quiso gastar la mayor parte del libro en sus discursos y explicaciones populares. Y así mira cómo durante un año entero, y lo que es más, como aun ahora en la fiesta de la Pascua no nos dice más a propósito de milagros sino que curó al paralítico y al hijo del régulo. Y era que no trataba de enumerarlos todos, pues ni aun posible le hubiera sido, sino, entre otros muchos y grandes, solo algunos.
2. Y le seguía, dice, gran multitud, porque veían los milagros que hacía. No procedía de firme convicción tal seguimiento. Ya que, gozando de tal doctrina, se dejaban arrastrar más por los milagros, coca propia de ánimos muy crasos. Pues los milagros dice (San
3. Y ¿por qué razón ahora sube al monte, y allí se sienta con los discípulos?- Por el milagro que iba a suceder. Y si solo subieron los discípulos, es culpa de la multitud que no le siguió. Ni es solo esta la razón de subir al monte, sino también el enseñarnos a descansar siempre del alboroto y barullo de las cosas exteriores; porque para la virtud es conveniente
4. Y estaba cerca la Pascua, fiesta de los judíos. ¿Cómo es pues, dirás, que El no va a la fiesta, sino que mientras todos se dan prisa por ir a Jerusalén, El va a Galilea y no a solar, sino llevando consigo a los discípulos, y de allí se va luego a Cafarnaúm?— Iba poco a poco quitando fuerza a la ley, tomando ocasión de la maldad de los judíos.
5. Y habiendo alzado los ojos, ve una gran muchedumbre. Aquí da a entender que nunca se sentaba sin razón especial con los discípulos, sino acaso para explicarles las cosas con más cuidado y enseñarlos, y volverlos más hacía sí; donde también se echa de ver sobre todo el cuidado que de ellos tenía y lo humilde y condescendiente de su trato con ellos. Pues estaban sentados con El, quizá mirándose mutuamente. Y luego habiendo alzado los ojos, ye una gran multitud, que se acercaba a El.
Los demás Evangelistas dicen que los discípulos se le acercaron y le rogaron y suplicaron que no los dejara ir en ayunas; este Evangelista (San Juan) nos pone delante a Felipe, a quien Cristo dirige una pregunta. Ambas cosas parecen haber sucedido, mas no al mismo tiempo, sino que aquel hecho es anterior a éste; de suerte que aquel es un suceso, y éste es otro diferente. ¿Y por qué pregunta a Felipe? Sabía bien quiénes de los discípulos necesitaban más doctrina. Y, en efecto, esto es el discípulo que después dice (en el cap. XIV, v. 4): Muéstranos al Padre y nos Basta. Por eso le iba instruyendo desde atrás. Y, realmente, si hubiera hecho el milagro sin más, tan grande; mas ahora primero le obliga a confesar la necesidad que había, para que, reconociendo en qué estado se hallaba, entendiera así con más perfección la grandeza del milagro que iba a tener lugar. Y así mira lo que le dice (Jesús): ¿De dónde sacaremos tantos panes, que puedan comer éstos? Lo mismo habló también a Moisés en la ley antigua; pues no hizo el milagro hasta haberle preguntado: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? (Exod., IV, 2). Y es que como las cosas extraordinarias y repentinas nos suelen infundir olvido de la situación de antes, primero le sujetó a confesar el estado presente, para que, cuando sobreviniera el asombro, ya no pudiera echar de sí la memoria de lo que había confesado; y así por comparación comprendiera la grandeza del prodigio. Lo cual ni más ni menos tuvo aquí lugar, y así, preguntado, responde: 7. Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.
6. Y esto decía (Jesús) por tentarle: porque El sabía lo que iba a hacer. ¿Qué quiere decir por tentarle? ¿sabía acaso lo que le había de contestar?– Eso no se puede decir.— ¿Cuál es, pues, el sentido de la frase? Por el Antiguo Testamento la podemos entender. Ya que también allí se dice: Y sucedió que después de estas palabras tentó Dios a Abraham, y dijo: "Toma a tu hijo predilecto a quien auras, a Isaac" (Gen., XXII, 1, 2). Claro está que esto no lo dice porque estuviera esperando a que por la experiencia se viera el resultado, si obedecería o no (¿cómo lo había de hacer así quien antes de ser las cosas las conoce todas?) sino que ambas frases están dichas a lo humano. Porque así como cuando dice: Escudriña los corazones de los hombres (Rom., VIII, 27), no da a entender un examen que proceda de ignorancia, sino al revés, conocimiento exacto; así también cuando dice tentó, no quiere decir sino que lo conocía muy Bien. Y aun otra cosa se puede decir, y es, que le hacían manifestarse mejor probado, llevándole, así como a Abraham en otro tiempo, por medio de aquella pregunta al conocimiento perfecto del milagro. Y esta es efectivamente la razón por la cual el Evangelista, para que no sospechara algo inconveniente, por fijarte en la pobreza que indica la frase, añadió: porque El bien sabía lo que iba a hacer. Por lo demás, se debe observar, cómo, cuando hay lugar a una mala sospecha, al punto la corrige el Evangelista con todo empeño. Y por eso, así como aquí, para que nada semejante sospecharan los oyentes, añadió la corrección, diciendo: porque El bien sabía lo que iba a hacer, así también allí donde dice que los judíos le perseguían, no solo porque violaban el sábado, sino también, porque decía que su Padre era Dios, haciéndose igual a Dios, el hubiera añadido el correctivo, si no fuese porque esta era una sentencia del mismo Cristo, confirmada con las obras.
Porque si en sus propias palabras teme el Evangelista que alguno sospeche, mucho más lo hubiera temido en lo que otros decían de El, si hubiera visto prevalecer alguna opinión inconveniente acerca de si hubiera visto pre Cristo. Mas no lo hizo, porque vio que esta era la mente y decreto de Cristo inconmovible. Por eso después de las palabras haciéndose igual a Dios, no use de ninguna enmienda, por no ser esta una opinión torcida de ellos, sino verdad ratificada por las obras.
Después que Felipe fue preguntado, 8. Andrés, el hermano de Simón Pedro, dijo: 9. "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; mas esto ¿qué es para tanta gente?" De modo más elevado que Felipe piensa Andrés, pero no llegó a entenderlo todo. Soy de parecer que aquello no lo dijo sin más, sino por haber oído los milagros de los profetas y el prodigio que hizo Eliseo con los panes. Con esto se elevó ciertamente a alguna altura, mas no subió hasta la cumbre.
Aprendamos de aquí nosotros, tan dados al placer, cuál era la comida de aquellos varones admirables y grandes, y veamos lo de su mesa, tanto en la cantidad como en la calidad, e imitémoslos.
Las palabras siguientes indican bajeza de pensamiento. Después de haber dicho: Tiene cinco panes de cebada, añadió: mas esto ¿qué es para tantos? Porque juzgaba que con poco haría poco y con más haría más el obrador de milagros: lo cual era falso. Pues tan fácil le era a El con poco que con mucho hacer brotar los panes como de una fuente; pues no necesitaba de materia: tan solo, para que no se creyera que las criaturas eran ajenas a su sabiduría, como calumniosamente decían después los pobres marcionitas, se valió de las criaturas mismas para objeto de sus milagros.
Cuando, pues, los dos discípulos estaban sin esperanza, entonces es cuando obra el milagro: y así sacaron ellos más provecho, habiendo primero confesado la dificultad de la obra, para que, al verla hecha, reconocieran el poder de Dios.
Porque como había de hacer un milagro obrado también des por los profetas, aunque no del mismo modo, y lo había de hacer después de dar primero las gracias; mira cómo, tratando de evitar que cayeran en alguna opinión poco digna de El aun con el modo de obrarlo levanta su mente y hace ver la diferencia. Y así, ya antes de aparecer allí los panes hace el milagro, para que reconozcas que lo que no es le está sujeto lo mismo que lo que es, según lo dice San Pablo : El que llama a lo que no es, como a lo que es (Rom., IV, 17). Pues al punto los mandó recostarse, como si ya estuviera la mesa dispuesta y preparada. De esta manera elevó aun por este medio la mente de los discípulos. Y porque de la pregunta habían sacado fruto, al punto obedecieron, y no se turbaron, ni dijeron: "¿Qué es esto? ¿Cómo mandas recostarse la gente, si no aparece nadie en medio?" Y así, antes de ver el milagro, comenzaron a creerlo los mismos que al principio desconfiaron tanto, que decían: "¿Dónde compraremos panes?" Y aun con toda resolución hicieron que se recostasen las turbas.
Pero bien, y ¿por qué al sanar al paralítico no ruega, ni tampoco al resucitar a un muerto, ni al poner freno a la mar; y lo hace aquí en el milagro de los panes?— Para hacer ver que al comenzar a comer se deben dar gracias a Dios.— Y además hace esto en las obras de menos importancia, para que entiendas que no lo hace por necesidad. Que si por necesidad lo hiciera, con más razón lo debiera haber hecho en las obras mayores. Pero quien éstas las hacía con autoridad, claro está que en las otras obraba humanándose. Además de que, como había gran muchedumbre, convenía que quedara persuadida de que El había venido conforme a la voluntad de Dios. Y por esta razón, cuando El obra a solas algún milagro, no hace ninguna demostración semejante; pero cuando lo hace ante muchos, para que crean que no es contrario a Dios ni opuesto a quien le engendró, quita toda sospecha con la acción de gracias.
11. Y dio a los que estaban sentados, y quedaron hartos. ¿Ves aquí cuánta es la diferencia entre los siervos y el Señor? Ellos, como tenían la gracia con medida, obraban los milagros conforme a ella; pero Dios, como quien obraba con potestad absoluta, todo lo llevara a cabo con autoridad. 12. Y dijo a sus discípulos: "Recoged los pedazos que han sobrado". 13. Y ellos los recogieron, y llenaron doce canastos. No era esto una ostentación superflua, sino para que no se tuviera el hecho por pura imaginación: y por este motivo hace también el milagro valiéndose de materia preexistente.
Y ¿por qué razón no se los da a las turbas para que los lleven, sino a los discípulos? Porque a ellos era a quienes principalmente quería instruir, como a maestros que habían de ser de todo el mundo. Pues la multitud no había de sacar gran fruto de los milagros por entonces, y así, en efecto, en seguida se olvidaron y pedían otro milagro; pero ellos habían de sacar provechos nada vulgares. Y era al mismo tiempo para Judas condenación no ordinaria el llevar el canasto.— Y que esto se hiciera puesta la mira en instruirlos, se descubre por lo que más tarde se dijo cuando (Cristo) les trajo a la memoria el suceso, diciéndoles: ¿Aun no paráis mientras en cuántos canastos alzasteis? (Mt XVI, 9). Y el ser precisamente los canastos de fragmentos del mismo número que los discípulos obedecía también a la misma causa. Pero más tarde, cuando ya estaban instruidos, ya no sobraron en tanto número, sino siete espuertas (Id., XV, 37). Mas yo no me admiro tan solo de la muchedumbre de los panes; sino también, junto con esto, de la exactitud de las sobras, de suerte que no hizo que sobrara ni más ni menos, sino justamente cuanto quería, previendo cuánto habían de consumir; lo cual era efecto de inefable poder. Confirmaron, pues, el milagro, los fragmentos, haciendo ver dos cosas: que el hecho no era imaginario, y que había sobrado los panes que se habían comido. El milagro de los peces se hizo, valiéndose de los que ya había; pero después de la resurrección se obró sin materia preexistente. ¿Por qué razón? Para que entendieras que también ahora usaba de la materia, no por indigencia ni porque necesitara de ella como base, sino para tapar la boca a los herejes.
14. Y las turbas decían: "Este es verdaderamente el Profeta". ¡Oh fuerza excesiva de la gula! Innumerables milagros había hecho más maravillosos, y jamás confesaron esto, sino solo cuando estuvieron hartos. Por aquí parece claro que esperaban a un Profeta eximio. Porque aquellos decían: ¿Eres tú el Profeta? Y éstos: Este es el Profeta.
15. Y Jesús, conociendo que había de venir para arrebatarle y hacerle Rey, se retiró al monte. ¡Cielos, qué tiranía la de la gula! ¡Qué volubilidad de ánimo! Ya no les da cuidado la transgresión del sábado; ya no celan por la honra de Dios, sino que todo lo echaron a un lado, una vez lleno su vientre.
15. Y Jesús, conociendo que había de venir para arrebatarle y hacerle Rey, se retiró al monte. ¡Cielos, qué tiranía la de la gula! ¡Qué volubilidad de ánimo! Ya no les da cuidado la transgresión del sábado; ya no celan por la honra de Dios, sino que todo lo echaron a un lado, una vez lleno su vientre.
Era, pues, tenido de ellos por Profeta, y le iban a elegir por Rey; pero Cristo huye. ¿Cómo así? Para enseñarnos a despreciar las dignidades del mundo y hacernos ver que no le hace falta cosa alguna de la tierra. Porque quien todo lo escogió humilde, madre, casa, ciudad educación, vestidos, no había de querer luego brillar en la tierra. Lo celestial, todo en El era espléndido y grande: los Angeles y la estrella, el Padre aclamándole, el Espíritu Santo dando testimonio de el, los profetas anunciándole de muy atrás; pero lo de la tierra todo humilde, para que así aparezca mejor su poder. Y era que vino para ensenarnos a despreciar lo de aquí y a no admirar ni atender con pasmo a lo que brilla en esta vida, sino burlarnos de todo ello y amar lo venidero. Que quien admira lo de aquí, no admirará lo del cielo. Por este motivo dijo también a Pilatos: Mi reino no es de aquí (Jn XVIII, 36), para que no creyera que el usaba de terror y poder humanos para persuadir. ¿Cómo es, pues, que el Profeta dijo: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un jumento? (Zac IX, 9). Porque se refiere al reino de los cielos, no a éste. Y por lo mismo otra vez dice: No recibo gloria de parte de los hombres.
Aprendamos, pues, amados (hijos) a despreciar y no desear el honor de los hombres. Hemos sido honrados con una honra tan grande, que, comparada con ella, la humana es verdaderamente afrenta, risa y comedia. Así como la riqueza de aquí enfrente de aquella es pobreza, y esta vida sin aquella es muerte (Deja, dice, a los muertos sepultar a sus muertos (Mt, VIII, 221), pues lo mismo esta gloria ante aquella es vergüenza y ridiculez. No vayamos, pues, en pos de ella. Porque si los mismos que la dan son más despreciables que sombra y sueño, mucho más lo será la gloria misma; como que la gloria del hombre es como flor de heno (Is., XL, 6); y ¿qué hay más vil que la flor del heno? Pero aunque fuera algo sólido, ¿qué podría aprovechar al alma? Nada; antes infiere gravísimo daño haciendo esclavos, esclavos peores que los venales, esclavos no solo de un señor, sino obedientes a dos y tres e infinitos que mandan cosas diferentes. ¿Cuánto mejor no es ser libre que siervo, libre, digo, de humana servidumbre, pero siervo del imperio de Dios? Mas al cabo, si quieres amar la gloria, ama la gloria, pero la inmortal. Porque más glorioso es el teatro de ella y mayor la ganancia. Estos de aquí te mandan agradarles a costa tuya; pero Cristo, todo lo contrario. El te da, en efecto, cien veces más de lo que le das tú, y a todo ello añade la vida eterna. ¿Qué es, pues, mejor: ser admirado en la tierra, o en los cielos? ¿por los hombres o por Dios? ¿con daño, o con provecho? ¿ser coronado para un día, o serlo para siglos infinitos?
Da al necesitado y no des al comediante, no sea que con tu dinero pierdas también su alma, pues lo eres causa de su ruina por el intempestivo aprecio que hace de él. Si supieran los que salen a la escena, que de su arte no habían de sacar ganancia, tiempo ha que hubiera cesado de ejercitarlo; pero como te yen aplaudir, concurrir, gastar, agotar todos tus recursos, aunque no quisieran ocuparse en ello, se yen detenidos por la codicia de la ganancia. Si conocieran que nadie había de alabar sus cosas, pronto desistirían de su trabajo por la falta del lucro; mas como ven que lo hacen es objeto de la admiración de muchos, la alabanza se les convierte en cebo. Desistamos, pues, de gastar inútilmente, y aprendamos en qué cosas y cuándo conviene gastar. No vayamos a provocar la ira de Dios por entrambos lados, por acaparar de donde no conviene, y por desparramar en lo que no se debe. ¿Qué ira no merece el que da a la mujer perdida y pasa por alto al pobre? Pues, aún dado el caso que lo dieras de tu justo trabajo, ¿no sería culpable dar retribución a la maldad y honrar aquello que se debiera castigar? Pues si despojando a los huérfanos y haciendo injusticia a las viudas fomentadas la lascivia, considera qué fuego estará preparado para los que tales desmanes se atreven a cometer. Oye lo que dice Pablo : No solo hacen ellos estas cosas, sino que aprueban a los que las hacen (Rom., I, 32).
Tal vez os he herido en lo vivo; pero si yo no os hiriera, aguarda el suplicio real y verdadero a los que pecan sin enmendarse. ¿Qué aprovechará el agradar de palabra a los que han de ser atormentados de hecho?
¿Apruebas al bailarín, le alabas, le admiras. Pues has llegado a ser peor que él. Porque a él la pobreza le es alguna excusa, aunque no razonable; pero tu ni aun esa defensa tienes. Si le pregunto a él: "¿Por qué, dejadas las otras artes, escogiste esa, perversa y execrable?", responderá: "Porque puedo con poco trabajo ganar mucho". Pero si te pregunto a ti por qué admiras al que vive en la lascivia y corrompiendo a muchos, no puedes acogerte a la misma excusa, sino que te ves precisado a bajar la cabeza y cubrirte de vergüenza y de rubor. Y si nada podrías decir pidiéndote cuentas yo mismo, dime: cuando esté delante aquel terrible e inexorable tribunal donde hemos de dar cuenta de los pensamientos y de las obras y de todo, ¿cómo estaremos? ¿con qué ojos miraremos al Juez? ¿qué diremos? ¿cómo nos defenderemos? ¿qué excusa alegaremos, razonable o no razonable? ¿la del gasto? ¿la del deleite? ¿la de la ruina de los demás, a quienes perdemos por medio de aquel arte? Nada de esto se puede decir: antes fuerza es ser castigados con suplico que no tiene fin, que no reconoce límite. Pues para que tal no suceda, ya desde ahora seamos cautos en todo, para que, saliendo de aquí con buenas esperanzas, logremos los bienes eternos, que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo, Homilías exegéticas del Evangelio de San Juan, Ed. Apostolado Mariano, Sevilla, 1999, pg. 58-67)
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