viernes, 14 de diciembre de 2012

Domingo III de adviento (ciclo c) - San Juan de Avila

Venida de Cristo al alma:
¿cómo prepararse?

Fuele preguntado a San Juan Bautista, quién era, y él respondió: Yo Bautista no soy el Mesías, ni Elías, ni soy aquel profeta de quien dijo Dios a Moisés: Yo resucitaré un profeta de medio de tus hermanos como tú, y quien de éste me tocare, él me lo pagará. Ninguno de éstos—dice San Juan—yo no soy. —Pues, si tú no eres ninguno de éstos, dicen ellos, ¿cómo has sido osado de esto poner rito nuevo en el pueblo?, ¿cómo bautizas? —No os espantéis, que mi baptismo no hace más de lavar la cabeza y el cuerpo con sola agua; no es más de para que los que vienen a él profesen que son pecadores y que han menester quien los lave de sus pecados. (No era aquel bautismo como el nuestro de ahora, que da gracia.) Empero, en medio de vosotros está uno al cual no conocéis vosotros y al que os convenía conocer; éste lava con agua y fuego y mete la mano en las almas y de sucias las hace limpias, y yo soy tan dife­rente de Él que aun no soy digno ni merezco servirle de mochacho para descalzarle los zapatos; éste es de quien otras veces os he profetizado y predicado que, aunque viene des­pués de mí, es hecho primero que yo. De manera que este que os digo que está entre vosotros es tan mayor que yo, que no merezco yo descalzarle los zapatos ni servirle de esclavo. Dice el evangelista que los que traían aquel mensaje eran de los fariseos, para dar a entender que era mensaje muy grande y muy honrado, porque eran ellos los más honrados.

—No soy, dice San Juan, el que pensáis. —Pues ¿quién sois? —Aquel de quien profetizó Isaías: Vox clamantis in deserto; y mi oficio, mi honra y mi dignidad y mi ser éste es; yo no soy el Mesías, sino voz del Señor que quiere ve­nir a vosotros: Io[s], aparejad la casa para el Señor.
[…]
Quiere Dios venir a morar en cada uno de los que estáis aquí. De aquí a ocho días habrá nacido, y lo oiréis llorar en el portal de Belem.
Paraos a pensar cuán cuidadosa y alegre andaba la Virgen en estos ocho días, qué cuidados traía en su corazón, no como los vuestros, que estaréis ahora pensando qué comeréis la Pascua, qué vestidos sacaréis. No andaría ella pensando en esto, sino andaría aparejando sus mantillas y sus pañalicos para el niño que había de parir. Y pues dice el mismo Jesucristo que quien hace la voluntad [de su Padre], ése es su madre y sus hermanos, por  eso vuestro oficio ha de ser estos ocho días en disponeros. Jesucristo ha de nacer en mi alma, ¿qué aparejo haré, cómo lo aderezaré, para que cuando venga la halle bien aparejada? ¿Cómo me dispondré y aderezaré para recibirlo? Y si en lo que ha pasado del Adviento hemos sido flojos y descuidados en esto, estos ocho días que restan hasta la Pascua seamos diligentes en no apacentarnos, y porque esto no lo podemos hacer si de arriba no nos es dada gracia, supliquemos a la sacratísima Virgen nos la alcance.
Venida de Cristo Vox clamantis in deserto, etc. Ahora estaba pensando que no sé si este sermón ha de ir en balde, como otros. Sois tan enemigos de huéspedes, que aunque os digan que aparejéis vuestra casa, que quiere Dios venir a ella, no sé si lo habéis de querer hacer o si diréis: «Váyase en hora buena, que no estoy para recibir ahora huéspedes».  Habéis de creer hoy a Dios, que no a mí. El negocio es tan grande, que, si fuese bien creído, sería bien recibido. Cuando Dios dice una cosa grande, no tenemos corazón para oírla, y así dice San Juan Crisóstomo que, cuando San Pablo quería decir una cosa de estas grandes, primero ensanchaba los corazones de los oyentes con palabras de admiración, porque cupiese en ellos lo que quería decir. ¿Sabéis cuáles son cosas grandes? Bajarse Dios a hacerse hombre, y después de humanado, nacer en un establo y estar llorando, puesto en un pesebre, y derramar sangre de ocho días nacido, y después; cuando grande, ser  amarrado a un poste desnudo y recibir cinco mil y más azotes, y subir a una cruz y morir en ella por nosotros y por nuestro remedio.
Aparejaba San Pablo los corazones de los hombres para ensancharlos. ¿Por qué? Porque los conozco, que cuando les decimos los bienes que Dios les quiere dar, no lo creen, y así dice él: Fidelis sermo et omni acceptione dignus, quod Christus lesus venir in hunc mundum peccatores salvos facere, quorum primus ego sum. Aunque os digo: gran cosa, mirad que verdad os digo, y por eso os lo digo primero que me creáis. Oíd, pues, una palabra verdadera y alegre, oíd unas nuevas sabrosas y ciertas: que vino Dios al mundo a salvar a los pecadores; que ha venido Dios no a condenarnos, sino a salvarnos.
—¿Cómo es posible? Mi conciencia me dice que he hecho mil pecados, y Dios es a quien he menospreciado y tenido en poco. ¿Es posible que a quien he dado de bofetadas y escupido en la cara venga a salvarme? —Pues ésa es la bondad de Dios: que le has tanto ofendido, y viene Él a buscarte para perdonarte y a rogarte que seáis amigos. Podéis creerme hoy, que no hay ninguno de cuantos me oís en quien no le de Dios, para siempre bendito, venir esta Pascua. Desea Dios venir a vuestra casa y morar con vosotros. Yo mensajero soy, aunque indigno. No os quite, dice San Agustín, la vileza de la espuerta el valor del trigo. Dios es el sembrador, o la simiente es su palabra; la espuerta en que se lleva la simiente es este pecador miserable que aquí veis; no por la vileza del espuerta el sembrador pierda su simiente, ni el trigo su valor. Yo, como os he dicho, mensajero soy, indigno de ser oído; mas el mensaje que os traigo es tan grande, que es digno de ser oído con reverencia y atención y recibido con gran agradecimiento.
—¿Qué mensaje es el que nos traéis? —Que Aquel que está en los cielos adorado de los serafines, Aquel que se encerró en el vientre de la Virgen, Aquel que ha de nacer de aquí a ocho días, quiere venir a cada uno de cuantos es­táis aquí. Dios por su misericordia os dé lumbre para que quede hoy aposentado en vuestras entrañas. Aparejadle, her­manos, vuestras ánimas, que quiere Dios venir a ellas.
Todos los advientos del Señor son admirables. El primer adviento, que es venir Dios en carne, ¿quién lo contará? La venida del juicio, venir Dios a juzgar vivos y muertos y a enviar a unos al cielo y a otros al infierno, ¿quién os lo podrá contar? ¿Quién os contará las mercedes que hace Dios al hombre a cuya ánima viene?
¿Queréis pararos algún rato a pensar en esto? Qui di­ligit me, sermonem meum servabit, pater meus diliget eum, et ad eum veniemus et mansionem apud eum faciemus. Si alguno me ama, dice Jesucristo, guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y moraremos con él. De manera que con el ánima que a Jesucristo ama y guarda sus mandamientos, mora el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¿No sabría yo quién son los que están en gracia, no los co­nocería cuando los topase por las calles, para echarme a sus pies y besar la tierra que ellos huellan? Vos estis templum Dei, dice San Pablo. Hermanos, en vosotros mora Dios. Pa­raos a pensar qué diferencia va de morar en un ánima Dios o muchedumbre de demonios; mirad qué va de huésped a huésped. Todos andamos juntos, y por de fuera andamos to­dos de una manera, y por dentro mirad cuánta diferencia hay, tan grande que mora Dios en unos y el demonio en otros.
En fin, quiere Dios venir a vosotros, y si me pregunta qué es venir Dios en un ánima, no creo que os lo sabría decir. Dice San Pablo que los dones de Dios son inenarra­bles. Pues si esto no se puede contar, ¿cómo te sabré decir  qué cosa es Dios venir a morar en un ánima? Probadlo y veréis lo que es. Basta deciros que el huésped que os quiere venir es Dios. Hermanos, Dios quiere venir a vosotros.
Cristo trae consigo Señor, cosa recia decir a un ladrón: su reino el juez viene. Huirá, como hizo Adam, que, en oyendo la voz del Señor, echó a huir. Señor, ¿a qué venís? Él mismo lo dice por San Juan: on enim misit Deus filium in mundum ut iudicet mundum, sed ut salvetur mundus per ipsum. No envió Dios, etc. Viene el Rey y trae consigo el reino, para que si alguno hubiere  tan avariento que le parezca poco venir Dios a él, y le mue­van y se aficione más [que a] Dios a otras cosas, trae Dios muchas riquezas, y viene a hacernos grandes mercedes, y dice: Por eso no me dejéis de recibir, que yo os traigo todo lo que podéis querer y desear, y mucho más.
—¿Qué traéis, Señor? —Regnum Dei intra vos est. ¿Ha­béis[lo] por caso alguna vez visto o sentido? Pues sabed que el reino de Dios está dentro de vosotros. No penséis que el reino de Dios es tener muchas viñas y muchos olivares. En el ánima adonde viniere amor de Dios y del prójimo y adonde hubiere muchas virtudes, ahí está encerrado el reino de Dios; en el ánima que a Dios obedeciere, está metido su reino. El mismo San Pablo dice luego: El reino de Dios, justicia y paz y gozo del Espíritu Santo.
Pues que viene el Rey y trae el reino consigo, y su reino es justicia y paz, etc., ¿quién habrá que no lo reciba? Justicia en este lugar no quiere decir hacer justicia, sino una virtud, una cosa por la cual un hombre de pecador se hace justo, una virtud que hace una obra en el hombre tal, que de peca­dor y malo lo hace justo y bueno. Y esto es lo que Isaías mucho antes dijo:¡Qué voces que daba Isaías:  Ea, cielos, echadnos ya acá ese rocío, y la justicia nazca juntamente con él! ¿Qué quiere decir? Que la causa por que uno se hace bueno es Jesucristo. San Pablo dice que nos es hecha redención, satisfacción y justicia y sabiduría. No pienses tú, hermano, que por tus buenas obritas, por lo que tú haces, eres justo, sino por las buenas obras y pasión de Jesucristo; juntándose tus buenas obras con Él, Él las hace ser meritorias. Pues nazca el cordero y la justicia y santificación con Él. Paz, buena cosa es para los casados, si están reñidos. ¿Quién no está reñido? ¿Quién no tiene los pensamientos: «Querría ser servidor de Dios»?, y hay dentro otros pensamientos y otra ley que repugna y contradice a Dios. ¡Los que sienten diferencia en su espíritu! Esta paz trae el Señor, y gozo de Espíritu Santo, [a] los que estáis desconsolados y afligidos diciendo: « ¡A Dios he ofendido!» Porque la mayor de las penas y la mayor de las desconsolaciones ésta es ¿Qué pensabais?, ¿que la mayor de las penas es: No tengo que comer, no tengo que vestir, me levantaron un falso testimonio, persiguen, etc.? Esa es pena carnal. La queja que habéis de dar no ha de ser de aquel que os levantó el testimonio os hizo la injuria, sino de vos mismo. Iros a vuestro rincón y delante de Dios quejaros de vos diciendo Señor, debiéndote yo tanto, que soy obligado a pasar por ti otro tanto como tú pasaste por mí, no sufro una palabrita, una nonada; me quejo, Señor, de mí y de mi poquedad.
La verdadera pena es que uno mete la mano en su pecho  y considera sus defectos y maldades y dice: ¡Oh, que he ofendido a Dios! ¡Oh, que no voy derecho por el camino de Dios! Esta es la verdadera pena y el mayor de los des­consuelos y para lo que vino Dios a este mundo. ¿Qué dicen los judíos necios? Viene el Mesías a darnos riquezas, viñas y olivares. ¿Qué me aprovecharía el Mesías, ya que todo eso me diese, si no me sana el mal que tengo en mi corazón? ¡Dios está mal conmigo! Si el Mesías ha de ser Mesías, sá­neme esta llaga que tengo en mi corazón; que si no me quita este mal, no quiero bien ninguno. Para consolar éstos vie­ne el Mesías, para esto viene, para consolar los desconsola­dos, etc. Y así dice San Pablo que viene a poner justicia y paz y gozo de Espíritu Santo.
Si os aparejáis para recibir este huésped, es tan poderoso que hará que se regocije vuestro corazón. Si no queréis a Dios por Dios, veis aquí lo que trae, un reino trae consigo. San Pablo: Omnia vestra sunt, sive Paulus, sive Cephas, siv mundus, sive vita, sive mars, sive praesentia, sive futura. ¿Pensáis vos que es pobre? Tampoco creeréis esto: Todas las cosas son vuestras: la vida y la muerte, o San Pablo, o Apolo, lo presente, lo por venir; todo es vuestro. ¿Por qué llamáis pobre a un hombre que tiene todas las cosas? —De­cid, San Pablo, ¿cómo es todo eso nuestro? —Porque cuan­do dio el Eterno Padre a Jesucristo, su Hijo, omnia cum illo nobis donavit. Esta es la merced más alta; éste es el espejo en que te has de mirar, que nos dio Dios a su Hijo; y dice San Pablo: Si nos dio Dios a su Hijo, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas? Si Jesucristo es nuestro, no os espan­téis que lo presente y lo futuro será nuestro. En esta merced se encierra todo. No os espantéis que los santos sean vuestros, que éste que viene a vuestras entrañas, Señor es de cielos y tierra y de ángeles y de todas las cosas. Paraos a pensar quién es el que quiere venir a vuestra alma, y así veréis cómo todas las cosas serán vuestras, quiero decir, que podréis usar de ellas para vuestra provecho; porque uno que tiene hacienda y no se aprovecha de ella para su provecho, sino que antes le sirve para lo llevar al infierno, éste, aun­que por derecho civil es suya la hacienda, pero no es señor de ella.
¿Sabéis quién es verdadero señor de la hacienda? Quien se aprovecha de ella para servir a Dios y provecho suyo y  de sus prójimos. Señor de la muerte y de la vida, y de San Pedro y San Pablo, y de todo, es el que de todo se aprovecha. Si estás en gracia con Dios, aprovéchate del amigo y del enemigo, y del infierno para huir de él. De todo sacarás provecho. Y si os parece que es poco tener a Dios y con Él todas las cosas, ¿qué os parecerá mucho? No diga nadie: «No quiero ese huésped»; que con sólo venir paga bien la posada.
Todo eso me parece, padre, poco para recibirlo. — ¡Oh bendito seas tú, Señor, y bendita sea tu misericordia! ¿No veis qué demanda? ¡Que os esté yo rogando: que quiere ve­nir Dios a vosotros; aparejadle la posada; y estemos pen­sando qué me dará! —Señor, ¿no hay otra cosa que me con­vide a recibirlo, sino eso?
—La mayor está por decir. Si tantos milagros no hu­biera habido, y si Dios no os diera lumbre de fe como Dios por vos? ¿Cuál es más, entregarse Dios en manos de sayones, para que le hagan tantas injusticias, o entregarse a los corazones de cuantos estamos aquí? Pues si se ¡entregó Cristo a la voluntad de los que mal le querían ¿no se entregará a los corazones de los que bien le quieren? ¡Señor, tanto me amaste, que te entregaste en manos de tus enemigos por mí! Plegue al Señor que lo creáis.
¡Qué alegre iría un hombre de este sermón si le dijesen: «El rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes»! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: «El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?» Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae consigo un reino de paz, como habéis oído. ¡Oh, bendita sea su misericordia y glorificado sea su santo nombre! ¿Quién os sabrá decir la salsa con que habernos de comer este manjar? ¡Cómo! ¿Que siendo él Dios y ofendido, y siendo nosotros hombres y ofensores, y siendo la ganancia del hospedaje nuestra, nos está rogando, y nosotros que lo desechemos?
¿Qué cosa es pensar que está Dios a la puerta de los corazones? ¿Pensáis que está lejos? A la puerta está llamando.
—¡Oh Padre! Que no es posible que esté tan cerca como dices, porque yo hice tal y tal pecado y lo eché muy lejos de mí, y está muy enojado conmigo.
—Yo estoy a la puerta y llamo, dice él. Si alguno me abriere, entraré. —¿Pensáis que es Dios como vos, que si os hacen un enojito, os persiguen, luego echáis al prójimo de vuestro amor? Y si os dicen: «Perdona a fulano, porque Cristo os perdonó», decís: «No me lo mentéis delante de mí, si bien me queréis». ¿Cómo vos, que no queréis perdonar, pen­sáis que es así Dios? ¡Glorificado seas tú, Señor, que esto es lo que más cautiva los corazones de los hombres! Dice el pecador cuando peca: «Ios de mí, Señor, que no os quie­ro». Y sálese Dios de casa y se pone a la puerta, y está lla­mando: Ábreme, esposa mía, amiga mía; yo me estaré aquí hasta que de compasión salgas a mí y me abras. No digo mentira en esto, que por compasión nos pide que le abra­mos.
Señoras monjas, a vosotras principalmente dice esto. ¿Qué quiere decir aquello que dice el Esposo en los Cantares: ábreme, hermana, que traigo mi cabeza llena de rocío, y mis cabellos llenos de gotas de la noche; sino: «Ábreme, ten compasión de mí»? ¿Qué cosa es pedir Dios posada por compasión? Está Dios a la puer­ta de tu corazón, diciendo: «Ábreme, que no tengo de ir de aquí hasta que me abras, ten compasión de mí». Esto es cosa para espantar. Y cuando un corazón tocado de Dios siente esto, no hay cosa que así lo cautive de amores ni que así lo derrita. Y así decía San Agustín sintiendo esto: «Yo huía de ti, Señor, y tú andabas corriendo en pos de mí». Este amor tiene Dios con los pecadores, que aunque huyan de Él, va tras ellos. Y así dice Él por Jeremías: Si dimiserit vir uxorem suam et recedens ab eo duxerit virum alterum, num­quid revertetur ad eam ultra, numquid impolluta erit et im­maculata mulier illa? Tu autem fornicata es cum amatoribus multis; temen revertere ad me, dicit Dominus, et ego susci­piam te. Una mujer casada, etc. Pues tú, ánima, dice Dios, has fornicado con muchos amadores. Ecce loquutus es. Y ha­blaste palabras desvergonzadas y hiciste malas obras. Ya fuis­te desvergonzada y quisiste ofenderme y saliste con ello; enojados estamos, ¿pero ha de durar el enojo para siempre? El mismo Hieremías (cap. ubi supra) dice: ¿Ha de du­rar para siempre el enojo? Vayan los enojos pasados por pa­sados, no me lastimes más, de acá seamos amigos.
Las palabras que había de decir el ánima a Dios, dice Dios al ánima: ¿Has de perseverar para siempre? Sal ya, áni­ma; llámame, si no sabes llorar. Si miedo tienes por ti, ten confianza porque te lo mando yo. Si tus pecados te tienen la boca cerrada, dice Dios, yo te diré cómo me llames: Voca me: Pases meus es tu, et dux virginitatis meae. Llámame Padre mío y guía de mi virginidad. «Ya que ahora soy malo, acordaos, Señor, que en algún tiempo fui bueno; acordaos que cuando chiquito me bautizaron y fui vuestro y me señalaron con vuestra señal». Dímelo así; tráemelo a la memoria, cómo algún tiempo fuiste mío: llámame Padre mío, mío eres tú.
Mira, hermano, que si Dios manda que le llames, recibirte quiere; si Dios te dice cómo le llames, ¿cómo es posible que no te oiga? Veis aquí la infalible misericordia de Dios, que, aunque le hayamos ofendido, está a la puerta llamando, y aunque no le queramos recibir, nos está rogando que le abra­mos. ¡Qué cosa tan abominable será estar vuestro marido a la media noche a la puerta llamando: « ¡Abridme, señora, que vengo herido de una guerra, la cual tomé yo por amor de vos, que vengo de trabajar para vos! » ¿Cuál será la mujer tan mala que deje estar a su marido mucho a la puerta? ¿Quién es aquel que está dentro de vuestro corazón, porque no que­réis abrir a Dios? Con aquel amor con que por vos se puso en la cruz os está ahora rogando que quiere venir a vos. En vuestro corazón está llamándoos y rogándoos que le abráis.
¿Cuál será aquel ciego y desdichado que ose decir. «No quiero recibir a Dios, no le quiero abrir»? ¿Quién está dentro en ti, que no quieres abrir a Dios? Algún rufián debes tener en tu casa, pues no quieres abrir a tu propio marido. ¡Si ese que llama y dice: «Esposa mía, que yo morí por ti y pasé por tu descanso muchos trabajos», es el mismo Dios! Alguna cosa contraria está dentro de ti, por cuyo amor no le quieres abrir. Ruégoos que me digáis, ¿qué es aquello que tanto priva en vuestro corazón, que por ello no queréis recibir en él a Dios esta Pascua en vuestra casa?
No pueden morar mas si por ventura—lo que plegue a juntos Dios y el Dios que no sea—estuviese alguno en demonio este sermón, que predicándole de parte de Dios, que apareje posada para Él, la aparejase para el demonio, ¡cuál es él malo y peor que infiel, que por aparejar posada para Dios y celebrar su san­to nacimiento, adonde se comenzó el principio de nuestra re­dención, y habiendo de recibir en su corazón a Dios, se apareja para recibir al demonio! ¿Qué será si dice: «Esta Pascua tengo de jugar tantos ducados, y tengo guardados los dineros para jugar tantos días»? ¡Ah, desdichado de ti, por­que juegas porque es Pascua de Navidad!
[…]—¿Quién está en vuestro corazón, que impide que no en­tre Dios en vuestra ánima? —No, nadie, señor; que venga muy en buena hora. Vinieron aquéllos a preguntar a San Juan,  y cuando dijo que no era ninguno de aquellos que ellos pen­saban, le dicen: Pues dinos quién eres para que respondamos a quien no envió. Dios me envió a deciros esto que os he dicho. ¿Qué me dices que le diga? ¿Qué responderé? ¿Lo queréis o no? Respóndeme que sí. Diré: Sí, que venga muy en hora buena.
Unos le llaman de corazón y otros de burla, no más de con la boca. Bien sé que los clérigos y las señoras monjas di­cen cada día muchas veces: Veni, Domine, et noli tardare. Plega a Dios que no sea sólo con la boca. Cosa abominable que llame uno con la boca a Dios y con el corazón esté diciendo­ que no venga; que le digáis: Señor, de burla le decía, no ven­gáis; pues no es Dios de burla, sino de verdad.
De verdad os digo: —¿Si queréis recibir a Dios esta Pascua? —Sí, quiero; pero con condición que huésped que tengo días ha en mi casa no lo eche fuera. —¿No habéis vergüenza, teniendo un pecado mortal en vuestra ánima, de llamar a Dios? ¿Queréis meter a Dios con su enemigo? Quien a Dios quiere, a Él solo ha de querer. Una navaja muy aguda ha de tener y cortar todo lo que hubiere que sea contrario a Dios, ahora sea honra, o hacienda, o mujer, o hijos, o cualquier otra cosa que fuere. Habéis de decir: piérdase todo y quede yo con Dios. De manera que quien quisiere recibir a Dios en su ánima ha de echar fuera de ella a todos sus ene­migos, y quien así no lo hiciere, quedarse ha sin Dios. No se pudo acabar que estuviese el arca de Dios y Dagón, ídolo de los filisteos, juntos en un altar, ¿y acabarse ha con Dios, que more donde hubiere pecado?, ¿que estén juntos El y el demonio? Habéis de asentar a Dios a la cabecera de la mesa y despedir a todo lo que le puede impedir la venida. Y así, si lo quisiereis, vendrá; y de otra manera, no lo esperéis.
Hay otro que dice: —Padre, yo lo recibiré de buena gana y le daré posada por esta Pascua; pero, después de pasada, tomarme he a mis costumbres. —Hermano, ¿ese pensamien­to tienes? Pues no hayas miedo que venga, que quien lo qui­siere recibir, ha de tener un propósito muy verdadero y fir­mísimo de no tomarle más a ofender.
¿Cómo prepararse?         Una palabra para todos los que quisierais recibir a Dios esta Pascua: deseo de Dios—A Dios quiero, padre, ¿qué haré?—Si tenéis la casa sucia, barredla; y si hiciere polvo, sacad agua y regadla.
Algunos habrá aquí que habrá diez meses, por ventura más, que no habréis barrido vuestra casa. ¿Qué mujer ha­brá tan sin limpieza que, teniendo un marido muy limpio, esté diez meses sin barrer la casa? ¿Cuánto ha que os confe­sasteis? Hermanos, ¿no os rogué la cuaresma pasada que os acostumbraseis a confesaros algunas veces entre año? Sal­tan las Pascuas y días de Nuestra Señora y otras fiestas prin­cipales del año, y creo que lo debéis de tener olvidado. Ple­ga a Nuestro Señor que no os lo pongan por capítulo en el día del juicio, al tiempo de vuestra cuenta. Y si dijereis: «No lo supe, por eso no lo hice», deciros han: «Ya os lo dijeron, ya os lo vocearon, ya os lo sudaron, ya no aprovecha nada quebrarse la cabeza, ni lo quisisteis hacer». Hermanos, cada día pecamos. Si flojos habéis sido hasta aquí en barrer vuestra casa, tomad ahora vuestra escoba, que es vuestra memoria. Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que habéis dejado de hacer en su servicio, idos al con­fesor y echad fuera todos vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa.
Después de barrida, ande el agua para regarla. —No pue­do llorar, padre. —Y cuando muere vuestro marido o hijo se os pierde alguna poca de hacienda, ¿no lloráis? —Tanto, padre, que estoy para desesperar. —Pobres de nosotros, que, si perdernos una poca de hacienda, no hay quien te pueda consolar, y que te venga tanto mal como es perder a Dios —que eso hace quien peca—, y que tienes el corazón tan de piedra, que son menester acá predicadores y confesores y amo­nestadores para que me tornes una poca de pena! Y no basta esto, sino que estimas en más el real que pierdes que cuando pierdes a Dios. Que no haya quien te consuele, ni bastan frailes, ni clérigos, ni amigos, ni parientes en la nonada, ¿y que en lo que tanto pierdes no te entristezcas? ¿Qué es esto, sino que tienes tanta tierra en los caños que van del corazón a los ojos, que no deja pasar el agua, y porque amas poco a Dios, sientes poco en perderle?
¿Qué hace que tengo el corazón duro y no puedo llo­rar? —De los tiempos aparejados que hay en todo el año, es éste para los duros de corazón. Tengan el tiempo santo en que estamos, tengan esta semana por tan santo tiempo como lo hay en todo el año. Es semana santa, y si esta semana gastáis bien gastada y os aparejáis como sabéis, cierto se os quitará la dureza del corazón.
Padre, tengo el corazón duro, ¿qué haré? —Dice Dios: Yo traeré unos días en que os quitaré el corazón de piedra y os daré otro de carne. ¿Cuándo se hace esto? Cuando Verburn caro factum est, cuando Dios se hizo hombre; cuando se hizo carne, da corazones de carne; cuando Dios se hizo tan tierno, cuando de aquí a ocho días veréis a Dios hecho niño, en un pesebre puesto, verlo hecho carne, y porque la carne es blanda, por eso está Dios blando, y no es mucho que os dé corazones blandos. Allegaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, pues que tú te ablandaste, ablándame a mí [el] corazón. Y de esta manera sin ninguna duda os dará Dios agua para que reguéis vuestra casa llena de polvo. ¿Qué es menester más para el huésped que viene muerto de ham­bre y de frío y desnudo? Que busquéis qué coma y qué se vista, y que lo calentéis.
Decirme ha alguno:
—Padre, ¿ya no está reinando en el cielo? Ya no ha hambre, no siente desnudez.
—Hermanos, aunque esté en los cielos, en la tierra también está (no sólo en el Santísimo Sacramento), porque, aunque la Cabeza está en el cielo, el Cuerpo está en la tierra. Decid: Si os predicara yo ahora: esta Pascua vendrá Jesucristo, pobrecito, desnudo, como nació en Belem, a vuestra casa, ¿no lo recibiríais? ¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu puerta? Pues si vistes al pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al desconsolado, a Jesucristo consuelas, que El mismo lo dice: lo que a uno de estos hiciéredes, a mí lo hacéis. No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera en Belem para recibir al Niño y a su Madre en sus entrañas? No te fatigues, que si recibieres al pobre, a ellos recibes; y si de verdad creyereis esto, andaríais más solícito a buscar quién hay pobre en esta calle, y os saltearíades unos a otros para desnudos, hartad los hambrientos, y no os contentéis con dar una blanca túnica o una cosa poca, sino dad limosnas en cuantidad, pues que así os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues Dios es tan largo en daros a vosotros; no deis blanquillas por Dios, pues que Dios os da a su Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a Cristo.
Hermanos, este que viene es amigo de misericordia, hállenos con misericordia. —¿Falta alguna cosa, señor? —Sí, falta, y creo que es la más principal, y es que sepáis que el nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes. ¿Cómo entenderán esto las señoras monjas? ¿Cómo se llama Cristo? Desideratus cunais gentibus. ¡Qué lástima es ver que sea 'Dios poco amado y deseado, qué lástima es que tengáis un hijo enfermo y que le pongáis un capón aparado y con su lima, que él mismo se está comido, y que diga: «No puedo arrostrar ese manjar, quitadle allá y que se pierda»! Pues si es lástima que se pierda este manjar, ¡qué lástima será, para quien lo sintiere, ver que no sea amada y deseada aquella suma Bondad! Señor, ¿quién no se come las manos tras de ti y te desea noche y día? ¿Quién no pierde el sueño por ti? Mi ánima te desea de noche. Anima mea desiveravit te in nocte. Spiritu meo in praecordiis meis de mane vigilabo ad te, dice Isaías. De noche te deseó mi ánima y mis entrañas te desearon, y por la mañana me levantaré a alabarte; no estaré dormido en las vanidades de esta vida, sino por la mañana me levantaré a alabarte. ¡Oh, si supiesen los hombres cuán sabrosa música y alborada es a Dios levantarse un hombre de noche a desearle y por la mañana a alabarle! Los corazones se nos quebrarían. Una de las mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios. Porque el negro azor está harto de carne, aunque lo llame su dueño, no quiere venir. ¿Cómo sentís tan poco el deseo de Dios? Porque estáis  hartos de carne mortecinas y de víboras? Me olvidé de comer mi pan. Si estáis hartos de pecados, ¿qué mucho que no tengáis hambre de Dios?
El nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes. Antes que viniese, deseado de todos los patriarcas y profetas; todos suspirando: ¡Señor, catad que os deseamos, venid a remediarnos! Deseado de la Sacratísima Virgen y deseado de todos. Beati omnes qui exspectant te, dice Isaías. Hermanos, si vinieren pecados esta semana, no los recibáis, decildes: «Andá que estoy esperando a un huésped». Si viniese alguno a que juguéis, decid: «No quiero, que estoy esperando que ha de venir Dios». Gran freno se ha puesto en su boca y en  sus obras el que está esperando a Dios. Lo que has de ha­cer, suspirar por Dios. ¡Señor, tú solo mi bien y mi des­canso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me quieras quitar todo cuanto me quieres dar, dándome a ti no se me da que me falte todo.
Quiere Dios que le quieras tanto, como una mujer que está bien casada, que, aunque se pierda todo, se le da poco, como quede con su marido. ¿Tienes a Dios y estás penado porque te levantan testimonios? Dejó Dios su casa y a su madre, perdió su fama y vida y se puso en una cruz desnudo por ti, ¿y tú, con tener a Dios por tuyo, no dices que no te falta nada? ¿Qué dirá Dios? Me tienes a mí, ¿y no te con­tentas?
Dios viene a vosotros, el Deseado de todas las gentes. ¿Qué sabor tomáis en El? ¿No te sabe bien? No, pues, por falta de no hacerse sabroso. Anselmo: Dice el enfermo que no lo puede comer cocido, y porque te supiese mejor, fue Dios asado con tormentos; en fuego de amor en la cruz asan a Dios para que te sepa mejor a ti; porque tanto cuanto a El más le atormentan, más descanso es para ti. Sabroso fuera
Dios sin esto, mas porque te sepa a ti mejor, lo padece, por­que, considerando tú que lo padece por ti y por tu amor, mientras más padeciere, más sabroso te será. ¿Cómo no hallas sabor en Dios, muerto por ti? ¿Y no hallas tú sabor en El? Algún mal humor debes tener en el estómago; púrgalo, échalo fuera. Dice el enfermo: «Flaco estoy, córtenmelo, que no lo puedo partir». ¿Qué son los azotes, los clavos y la lanzada, sino partirle aquella carne santa, para que, mientras más ator­mentado, más sabroso te fuese?
Dios está enclavado por ti, ¿y tú no lo deseas? ¿No hallar sabor en un Dios muerto por ti? Algún pecado hay en ti que lo estorba, búscale, échalo fuera, y toda esta semana haz buenas obras; confesaos, haced limosnas, desead a Dios, suspira por El de corazón. Señor mío, según mi flaqueza os he aparejado mi pobre casilla y establo; no despreciéis vos, Señor, los lugares bajos, no despreciasteis el pesebre y el lu­gar de los condenados. Y por eso quiso El nacer en establo, para que, aunque yo haya sido malo y mi corazón haya sido establo de pecados, confíe que no me menospreciará. Señor, aunque yo haya sido malo, me he de aparejar, como he podido; con vergüenza de mi cara lo digo: «Aparejado tengo mi esta­blo; venid, Señor, que el establillo está barrido y regado. Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí falta, provea lo que yo no tengo». Y si así os aparejásedes, sin ninguna falta vendrá.
Plega a su misericordia que de tal manera nos aparejemos, que El nazca en nosotros, que nos dé aquí su gracia y después su gloria. Amén.
(SAN JUAN DE ÁVILA, Sermones Ciclo temporal, Domingo III de Adviento, Ed. BAC, Madrid, 1970, pp. 52-67)

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