sábado, 1 de diciembre de 2012

Domingo 1 de adviento (ciclo c) - Mons. Castagna

2  de diciembre de 2012
Lucas 21, 25-28. 34-36
          Estén prevenidos… comienza un nuevo Adviento. El Adviento es simbólico tiempo de penitencia. Es un anuncio que adquiere todo su vigor profético en labios de Jesús. Existe una despreocupación que preocupa en el movimiento vertiginoso de la historia actual. La Palabra de Dios, que viene en nuestro auxilio durante el Adviento, exhorta a ajustar la vida conforme a la exhortación del Señor: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa…” Más adelante resuelve de esta manera la perplejidad de quienes lo escuchan: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre” (Lucas 21, 34-36). El Adviento es la señalización de un camino seguro, iluminado y promovido por la Palabra de Dios. Así debe ser entendido para que se constituya en un tiempo fuerte, por su esencial orientación a la conversión de la vida. Con esas disposiciones debe ser celebrado: en la escucha humilde de la Palabra y en el esfuerzo ascético de la fidelidad. Durante este tiempo pasarán escenas de la historia viva y personas sabiamente simples y humildes: María, José, Juan Bautista.
          Cristo, Alfa y Omega. Es un tiempo para el silencio humilde de quien sabe que la Verdad le es obsequiada y que, por ello, no la debe considerar de su invención y propiedad exclusiva. El hombre piensa, cuando ha excluido a Dios de su vida, que todo se inicia en él y en él termina. El Adviento es tiempo de retomar el sendero que empieza en Dios y concluye en Dios; de calificar lo que no es absoluto como relativo que, por serlo, resulta innecesario. Jesús lo recuerda a Marta, hospedado en la casa de Betania, al observarla otorgando desmedida importancia a las tareas domésticas, en desmedro de lo único que da sentido a dichas tareas. María, con su aparente inacción, capta lo necesario y se dedica a cultivarlo, sin desprenderse de él: “María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” responde decididamente Jesús a la protesta de Marta (Lucas 10, 42). Separar lo necesario de lo que poco importa requiere criterios de verdad y, por lo tanto, la Verdad que los inspira. Cristo es esa Verdad que se auto revela a quienes deben comprometer su libertad y su fe por hacerla vida. María lo logra y Marta se debate ante el desafío de lograrlo, replanteándolo en su malhumorado cuestionamiento. Ante la inexplicable urgencia de lo que no importa a la Verdad necesaria, Marta reconviene a su hermana y reclama la atención del mismo Jesús. La respuesta del Maestro no deja lugar a dudas y desmonta el razonable argumento de Marta.
          Cristo vuelve a recoger el fruto de la Redención. El Adviento es tiempo fuerte para discernir lo único necesario de aquello que ha sido impuesto, como si fuera necesario, por una sociedad basada en el relativismo agnóstico. La palabra de Jesús previene contra el debilitamiento de la verdad que debe regir la vida personal, familiar y social. Sin pecar de apocalíptico subrayo, con especial énfasis, la advertencia de que el mundo - todos sus habitantes - será sorprendido por la llegada de Quién vuelve a recoger los frutos de su Muerte y Resurrección.  Sólo un resto de ese mundo parece preparado para dar cuenta del florecimiento de la Redención. Es urgente notificarlo a todos. La acción evangelizadora que hoy promueve el Papa revela la intención pastoral de renovar la fe de los creyentes y suscitarla en quienes no lo son. Un año dedicado a la fe constituye el gesto, de singular trascendencia, que favorece la conciencia popular sobre el hecho más importante de la historia humana: la Pascua de Cristo. La predicación apostólica y el testimonio de los Santos se unen con el único propósito de transmitir esa Buena Noticia. Estamos sobrecargados de informaciones negativas o intrascendentes. La repetición machacona de las mismas noticias y la incapacidad de leer inteligentemente las de auténtica importancia introducen, en sus lectores y oyentes, una sensación indescriptible de hartazgo e indiferencia.
          Adviento y renovación de la fe. Es preciso iniciar el Adviento dispuestos a una verdadera renovación de la fe y, por lo mismo, a un cambio que otorgue nueva vida. La gracia de la Palabra, que la Iglesia anuncia y celebra, ofrece a los conversos la posibilidad para un cambio de vida. La vida verdadera es un cambio que exige avanzar decididamente hacia la perfección. La muerte es el agotamiento de ese cambio: se refiere a las personas, a las comunidades y a las instituciones. No existen alternativas: o cambio - al servicio de la verdad - o muerte. ¡Qué poco aprendemos, estimulados por el  desgano y la cobardía vigentes!  La Iglesia, desde sus tiempos primitivos, ofrece a los creyentes espacios litúrgicos para escuchar la Palabra, obedecerla humildemente y extraer de ella la gracia necesaria para lograrlo. Así lo entendieron y practicaron los santos de todos los tiempos. Este Adviento es una oportunidad más - irrepetible - en la historia de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades.

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