sábado, 8 de diciembre de 2012

Domingo II de adviento (ciclo c) - San Gregorio Magno

La predicación de San Juan Bautista

Con haber hecho mención del emperador de la República romana y de los que gobernaban la Judea, diciendo: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilato la Judea, siendo Herodes tetrarca de la Galilea, y sil hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilinia; hallándose sumos sacerdotes Anás y Caifás, el Señor hizo entender su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto; se determina el tiempo en que el Precursor de nuestro Redentor recibe el encargo de predicar; pues como venía para dar a conocer a Aquel que había de redimir a algunos de los judíos y a muchos de los gentiles, señalando la época del emperador de los gentiles y los príncipes de los judíos, se fija el tiempo de su predicación,
Mas como la gentilidad había de ser congregada y la Judea dispersa culpa de su perfidia, la descripción determina los principados terrenos, puesto que se refiere que en la República romana gobernaba uno solo, y en el reino de la Judea, dividida en cuatro partes, gobernaban varios. Ahora bien, como nuestro Redentor dice (Lc 11, 17): Todo reino dividido quedará destruido, luego está claro había llegado a su término el reino de la Judea, que, dividida, estaba sometida a tantos gobernadores.
Y también se muestra, no sólo bajo qué gobernadores, sino de­bajo qué sacerdotes aconteció. Y porque Juan Bautista daría a conocer a Aquel que a la vez sería rey y sacerdote, el evangelista Lucas señaló el tiempo de su predicación por el reino y el sacerdocio, anunciando quiénes reinaban y quiénes eran sacerdotes.
Vino por toda la ribera del Jordán predicando un bautismo penitencia para la remisión de los pecados. Es cosa clara para todos los que leen el Evangelio que Juan no sólo predicó el bautismo de penitencia, sino que también bautizó a algunos. Mas, no obstan­te pudo dar su bautismo para remisión de los pecados, porque por el bautismo de Cristo se nos concede la remisión de los dos. Y así debe notarse que se dice: predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados; porque, como no podía ­él dar el bautismo que perdonaría los pecados, lo predicaba. De manera que así como precedía con su predicación al Verbo encarnado del Padre, así también su bautismo, precediéndole, fuera figura del verdadero.
Prosigue: Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: La voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas: En efecto, el mismo Juan Bautista, preguntado quién era, respondió diciendo (Jn. 1,23): Yo soy la voz del que clama en el desierto. El cual, según hemos dicho antes, es llamado voz por el profeta porque iba delante del Verbo.
Ahora, qué es lo que clamaba se manifiesta cuando prosigue: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. ¿Qué otra cosa hace todo el que predica la verdadera fe y las buenas obras sino preparar el camino del Señor, que viene a los corazones de los oyentes?
Para que este poder de la gracia halle camino abierto y alumbre la luz de la verdad, para que, inculcando con la predicación santos pensamientos en el alma, enderece los caminos del Señor: Todo sea terraplenado, y todo monte y collado, allanado. ¿Qué se entiende aquí por el nombre de valle sino los hombres humildes? ¿Y qué por el de montes collados sino los soberbios? Luego, a la venida del Señor, los valles se terraplenaron y los montes y collados se allanaron, porque, según dice Él (Lc. 14,11), todo el que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado. En efecto, el valle, terraplenado, se eleva, y el monte y el collado, allanados; se abajan. La gentilidad, pues, ciertamente, por su fe en el hombre Jesucristo como Mediador entre Dios y los hombres, recibió la plenitud de la gracia, mientras que la Judea, por su error, debido a su perfidia, perdió aquello de que se envanecía.
De manera que todo valle será terraplenado, porque los corazones de los humildes, mediante la predicación de la santa doctrina, se llenarán de la gracia de las virtudes, según lo que está escrito (Sal. 103, 10): Tú haces brotar las fuentes en los valles; y como en otro lugar se dice (Sal. 64,14): Y abundarán en grano los valles. Pues bien, el agua se desliza de los montes, esto es, la doctrina de la verdad huye de las mentes soberbias; en cambio, brotan las fuentes en los valles, esto es, las mentes de los humildes reciben la enseñanza de, la predicación.
Ya hemos visto cómo los valles abundan en grano, porque se han llenado con el sustento de la verdad las bocas de los que, por mansos y sencillos, parecían a este mundo despreciables. [4.] También el pueblo, que había visto a Juan Bautista dotado de una admirable santidad, creía que él era particularmente aquel monte elevado y sólido del cual está escrito (Mich. 4,1): En los últimos tiempos, el monte de la casa del Señor será fundado sobre la cima do los montes; pues creían que él era el Cristo, según lo que dice el Evangelio (Lc. 3,15): Opinando el pueblo que quizá Juan era si Cristo y prevaleciendo esta opinión en el corazón de todos, le requerían, diciendo: ¿Por ventura eres tú el Cristo?, Pero, si Juan no se hubiera tenido por valle, no habría estado lleno de gracia en el espíritu, el cual, para dar a entender lo que era, dijo (Mt. 3,11): El que viene después de mí es más poderoso que yo y no soy yo digno de besarle la sandalias. Y de nuevo dice (Jn. 3,28): El esposo es aquel que tiene esposa; mas el amigo del esposo, que está para asistirle y atenderle y se llena de gozo con oír la voz del esposo. Mi gozo, pues, ahora es completo. Conviene que él crezca y que yo mengüe. Ved que, siendo por su admirable conducta virtuosa, tal que se opinaba que seria el Cristo, no sólo respondió que él no era el Cristo, sino que decía no ser siquiera digno de desatar la correa de su calzado, esto es de escudriñar el misterio de su encarnación. Los que opinaban que él era el Cristo, creían que la Iglesia era su esposa; pero él dice: El esposo es aquel que tiene esposa; como si, dijera: Yo no soy esposo, pero soy amigo del esposo; y declara que su gozo está, en la voz suya, sino en oír la voz del esposo, porque su corazón se alegraba, no precisamente porque, cuando predicaba, los pueblos le oían humildes, sino porque él oía interiormente la voz de la Verdad para predicarla afuera. Y dice bien que el gozo es completo, porque quien se goza en la voz suya, no tiene gozo completo.
También dice: Conviene que Él crezca y que yo mengüe. Respecto a lo cual hay que inquirir en qué creció Cristo y en que menguó Juan, sino en que el pueblo, que veía la abstinencia de Juan y tan distante de los hombres, creía que él era el Cristo;  mientras que, viendo a Cristo comer con los publicanos y con los pecadores, creía que éste no era el Cristo, sino un profeta; pero, andando el tiempo, Cristo, que había sido tenido por un profeta, fue reconocido por el Cristo; y Juan, que era tenido por Cristo, se dio a conocer que era profeta. Y así se cumplió lo que e Cristo predijo su Precursor: Conviene que El crezca y que yo mengüe. Efectivamente, en la apreciación del pueblo, Cristo crecía, porque fue reconocido por lo que era; y Juan menguó, porque dejó de ser llamado lo que no era.
Por consiguiente, puesto que Juan perseveró en la santidad precisamente, porque se mantuvo humilde en su corazón, y, en cambio, muchos han caído precisamente porque se envanecieron en sí mismos con pensamientos altivos, dígase con razón: Todo valle será terraplenado, y todo monte y collado, allanado; porque los humildes reciben la gracia que rechazan de sí los corazones de  los soberbios.
Prosigue: Y así los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos, igualados. Los caminos torcidos son enderezados cuando los corazones de los malos, torcidos por la injusticia, se rigen por la norma de la justicia; y los escabrosos se tornan planos cuando las almas que no son mansas, sino iracundas, vuelven a la suavidad de la mansedumbre por la infusión de la gracia celestial.
De manera que, cuando el alma iracunda no recibe la palabra la verdad, es como si la aspereza del camino impidiera el paso del caminante; en cambio, cuando el alma iracunda, por la gracia de la mansedumbre que ha recibido, acepta la palabra de exhortación, el predicador encuentra llano el camino allí donde antes no podía dar un paso por la escabrosidad del mismo camino, esto es, donde no podía predicar.
Y continúa: Y verá toda carne al Salvador de Dios. Como a carne se toma en el sentido de todo hombre, y todos los hombres no han podido ver en esta vida al Salvador de Dios, esto es, a Cristo, ¿adónde, pues, tiende el profeta la mirada de la profecía esta sentencia sino al día del último juicio? En el cual, abriéndose los cielos, aparezca Cristo, en el trono de su majestad, asistido por los ángeles y sentado con los apóstoles, todos, así los elegidos como los réprobos, le verán igualmente, para que los justos gocen sin fin del don de la retribución y los injustos giman perpetuamente en la venganza del suplicio.
(SAN GREGORIO MAGNO,  Homilía sobre los Evangelios, Homilía XX, Ed. BAC. Madrid 1968, pp. 622-625)

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