La oración de oír
Marta se queja ante Él de la inmovilidad de su hermana, y al paso que para aquélla hay un reproche, aunque cariñoso y paternal, para María hay una aprobación solemne: “María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada” (1).
¿Cuál era esa mejor parte?
Según el Evangelio, ésta: María, sentada a los pies de Jesús, oía su palabra.
¡Oír a Jesús! ¡Dedicarse a esto sólo: a oír a Jesús! ¡Y dedicarse por toda la vida a oír a Jesús en su estado de palabra callada del Sagrario!
¡Cuántos misterios de gloria de Dios y cuántos misterios de santificación excelsa para nosotros están encerrados en esa oración de oír a Jesús-Hostia callada del Sagrario!
Con el favor de Él ya os iré levantando el velo de ese desconocido mundo de misterios y secretos del silencio de Jesús.
1.º Qué es oír a Jesús; y
2.º Qué es oír a Jesús-Hostia callada, para deducir del estudio de esos dos puntos el valor y la excelsitud de la oración de oír al modo de la Magdalena. Obténgame la santa de la contemplación silenciosa, acierto y claridad para producir enterados y entusiasmados de su imitación.
1.º El gran mandamiento del Padre celestial.
2.º El precepto más repetido y más abundantemente sancionado por el mismo Jesucristo; y
3.º El homenaje primordial y el más urgente deber del hombre para con Jesús.
Dos veces tan sólo, según el santo Evangelio, ha dejado oír a los hombres su palabra el Padre celestial; y ¡cosa notable!, las dos veces para proclamar un mismo testimonio en honor de su Hijo y promulgar un mismo mandamiento acerca de Él:
“ÉSTE ES MI HIJO MUY AMADO. OÍDLO” (2)
Si el precepto de la caridad fraterna o de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, se ha llamado el precepto nuevo por antonomasia de Jesús, en el que se contienen como en su causa, esencia y raíz todos los demás preceptos antiguos y nuevos, el mandamiento que obliga a todos los hombres a oír a Jesús debe ser llamado con toda razón el Mandamiento, el gran Mandamiento del Padre celestial, en el que están contenidos todos sus preceptos y ordenaciones del Antiguo como del Nuevo Testamento.
¿No es esto claro?
II. El precepto más repetido y más abundantemente sancionado de Jesús
Incontables veces lo encuentro directa o indirectamente urgido.
¿Castigos a los que no lo oyen?
Los más terribles.
Los compara a las piedras, incapaces de guardar y hacer fructificar un grano de semilla; los declara necios, juzgados por su obstinación y condenados por Dios, y de ellos asegura que no son de la verdad ni de Dios…
¿Premios a los que lo oyen? Se puede asegurar que el vaso de la infinita liberalidad de su Corazón se vuelca sobre los que oyen a Jesús…
Los llama en cien ocasiones sabios, bienaventurados, hijos de su Padre que está en los cielos, y objeto de sus agradecimientos y llega a dar el título y el honor de hermanos y hasta de padre y madre de Él, a los que oyen su palabra y la guardan.
¿Cabe mayor galardón?
¿Quién es Jesús? El Verbo de Dios hecho Hombre.
Cuando decimos y creemos que el Padre nos dio a su Hijo, decimos y creemos que nos dio a su Verbo, a su Palabra, o como enseña el doctor san Juan de la Cruz , “porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra y no tiene más que hablar”.
¿Comenzamos ahora a entender por qué al presentar el Padre al mundo su Don, el gran Don de su Hijo muy amado, sólo le exige y le impone el mandamiento de oírle?
¿Entendemos ahora la gran alegría con que el ápostol san Pablo comenzaba su primera epístola a los Hebreos, descubriéndoles el misterio del Hijo-Palabra de Dios “lo que antiguamente habló Dios en los profetas nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado con el Hijo todo de una vez?”(3).
Y pregunto ahora. A esa Palabra de Dios hecha boca de carne humana para ser oída por oídos de carne, ¿cuál es el primer tributo, el homenaje primordial que le deben la gratitud y la justicia de los hombres?
¿Puede ser otro que el tributo y el homenaje de su oído?
Por ahí quiere entrar Él a hacer su obra de redención en el alma del hombre, por el oído: “La fe por el oído”.
¡Boca de Jesús, trono, custodia y vehículo del Verbo de Dios, yo quiero que mi cuerpo sea para Ti todo oído para no desperdiciar ni una sola letra de las que profieras y mi alma sea toda ella relicario para guardar todo lo que me has dicho, me dices y me dirás en las páginas de tu Evangelio, en la voz de tu Iglesia o en el silencio de tu Eucaristía…!
Jesús es siempre Maestro; lo mismo sobre su Cátedra del pesebre de Belén, sobre el pavés de la sinagoga y del templo, sobre la Cruz del Calvario, sobre el solio pontificio de Pedro, como oculto bajo las especies de la una Hostia consagrada y guardado dentro del copón del más ruinoso y abandonado Sagrario.
¡Siempre Maestro!
¡Siempre pudiendo afirmar, como ante el tribunal de sus enemigos, que Él había venido a dar testimonio de la verdad!
Jesús no sólo es siempre Maestro, sino también y en todos sus estados, de gloria como de ignominia, es siempre Palabra de Dios, lo mismo en el seno del Padre, como encarnado en el seno de María u oculto en el fondo del Copón.
Cierto que quedarán a los hombres siempre, siempre, las palabras que dijo en los Evangelios, y que una autoridad auténtica, infalible e indeficiente, representante visible de su excelso magisterio repetirá, explicará, interpretará y aplicará perennemente las palabras que dijo Jesús… es cierto, sí; pero también lo es que la boca que profirió aquellas palabras del Evangelio y de la Iglesia no se ha muerto, sino que está viva, como viva la Cabeza que la dirigía y vivo y palpitante el Corazón que por ella hablaba y se desbordaba, y que esa boca, esa cabeza y ese corazón no sólo viven en el cielo empíreo, sino dentro de cada Hostia consagrada.
¡Jesús-Maestro callado!
¡Jesús-Palabra eterna de Dios callada!
¡Y con qué silencio!
En torno de esa Hostia se oyen alabanzas y blasfemias, se consuman adoraciones y sacrilegios, se sienten amores, odios y abandonos… ¡Si la Hostia hablara! ¡Una sola palabra de aprobación, de queja, de reprobación…! ¡Un ¡ay! siquiera!
¡El Maestro calla!
¡La Hostia , callada!
¡Qué bien se adivina por ese tesón en callar que la lección de que más necesita el hombre es la del silencio de su amor propio! ¡La de aprender a callar!
Aquí, aquí, a ese misterio y estado de silencio de Jesús-Hostia es a donde yo invitaba a las almas enteradas y generosas a imitar el modo de orar de la Magdalena , de orar oyendo a Jesús, lo mismo cuando habla ternuras e intimidades como en Betania, cuando exhala penas y ayes como en la Cruz o cuando enmudece muerto como en el sepulcro.
¿Pues qué? ¿no es tan amable y adorable el silencio de Jesús como su Palabra? ¿No es tan Maestro cuando enseña callando como cuando enseña hablando?
Si Él lleva el anonadamiento de su amor al hombre a la negación de su palabra, ¿no es muy justo que el hombre lleve su correspondencia de amor a la negación de su oído?
¿No corresponde a un Maestro mudo por amor un discípulo sordo por amor a todo ruido de palabra y sutil sólo para oír su silencio?
“Una palabra habló el Padre que fue su Hijo, y Éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (4) Yo responderé también con la psicología y la teología que tanto el amor como el conocimiento, mientras más intensos, elevados y perfectos son, menos palabras necesitan y hablan.
Yo responderé, sobre todo, invitando a que hagan ensayos y experiencias los que quieran saber en qué consiste oír a ese Jesús-Hostia callada.
Sí, haced la prueba; id al Sagrario en donde Él vive envuelto en ese divino silencio, y primero habladle, habladle cuanto queráis, y más con el corazón que con la boca, de vosotros, de los demás, de Él, y después callad, esperad en silencio de vuestro amor propio y de vuestras pasiones, la respuesta que en silencio os dará el más atento y fino de los maestros.
Y estad ciertos de que el Espíritu Santo, el gran Agente de la oración, que está entre la boca cerrada de Jesús y vuestro oído abierto, os dará la respuesta en forma de firmeza nueva a vuestra voluntad quizá vacilante, de rayo de luz disipadora de dudas y oscuridades y reveladora de secretos y mundos nuevos, de estremecimiento de alegría que sacuda penas y tristezas, de unción de bálsamo vigorizante… y con respuesta en esa forma y sin respuesta ninguna, siempre el poneros a oír el silencio de Jesús-Hostia dará a gustar a vuestra alma una paz, un sosiego que os hará entender que Él queda enterado y vosotros habéis hecho lo vuestro por glorificar su estado de Palabra de Dios inmolada.
María Magdalena, la que siempre oyó a Jesús, la que desde su conversión jamás interrumpió el diálogo de corazón a corazón con Él, interceda para que tenga muchos imitadores en el oírlo hablando y en el oírlo callando, como si estuviera muerto…
1.- Lc 10,42
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