viernes, 19 de julio de 2013

Domingo XVI (ciclo c) Beato Manuel González García

La oración de oír
    991. Jesús se ha sentado a descansar en la casa de Marta, María y Lázaro en la Betania de sus consuelos y desagravios: Marta se agita e inquieta de acá para allá preparando la comida del Maestro y de sus amigos. María, ajena a todos los preparativos se sienta a los pies del Maestro para oírlo.
   Marta se queja ante Él de la inmovilidad de su hermana, y al paso que para aquélla hay un reproche, aunque cariñoso y paternal, para María hay una aprobación solemne: “María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada” (1).
   ¿Cuál era esa mejor parte?
   Según el Evangelio, ésta: María, sentada a los pies de Jesús, oía su palabra.
   ¡Oír a Jesús! ¡Dedicarse a esto sólo: a oír a Jesús! ¡Y dedicarse por toda la vida a oír a Jesús en su estado de palabra callada del Sagrario!
   ¡Cuántos misterios de gloria de Dios y cuántos misterios de santificación excelsa para nosotros están encerrados en esa oración de oír a Jesús-Hostia callada del Sagrario!
   Con el favor de Él ya os iré levantando el velo de ese desconocido mundo de misterios y secretos del silencio de Jesús.
Orar oyendo a Jesús
    992. ¡Cuántos misterios de gloria de Dios y cuántos secretos de santificación excelsa para nosotros están encerrados en esta oración de oír a Jesús-Hostia callada del Sagrario! Ahondando en la imitación de ese modo de orar de la Magdalena que le valió el “ha escogido la mejor parte, que no le será quitada”, os quiero llamar la atención sobre estos dos puntos:
   1.º Qué es oír a Jesús; y
   2.º Qué es oír a Jesús-Hostia callada, para deducir del estudio de esos dos puntos el valor y la excelsitud de la oración de oír al modo de la Magdalena. Obténgame la santa de la contemplación silenciosa, acierto y claridad para producir enterados y entusiasmados de su imitación.
Qué es oír a Jesús
    993. Dar a Jesús nuestro oído es:
   1.º El gran mandamiento del Padre celestial.
   2.º El precepto más repetido y más abundantemente sancionado por el mismo Jesucristo; y
   3.º El homenaje primordial y el más urgente deber del hombre para con Jesús.
  
I. El gran mandamiento del Padre 
   Dos veces tan sólo, según el santo Evangelio, ha dejado oír a los hombres su palabra el Padre celestial; y ¡cosa notable!, las dos veces para proclamar un mismo testimonio en honor de su Hijo y promulgar un mismo mandamiento acerca de Él:
“ÉSTE ES MI HIJO MUY AMADO. OÍDLO” (2)
    Oír a Jesús: a eso se reduce y en eso se compendia cuanto el Padre nuestro, que está en los cielos, pide y manda a los hombres que están en la tierra.
   Si el precepto de la caridad fraterna o de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, se ha llamado el precepto nuevo por antonomasia de Jesús, en el que se contienen como en su causa, esencia y raíz todos los demás preceptos antiguos y nuevos, el mandamiento que obliga a todos los hombres a oír a Jesús debe ser llamado con toda razón el Mandamiento, el gran Mandamiento del Padre celestial, en el que están contenidos todos sus preceptos y ordenaciones del Antiguo como del Nuevo Testamento.
   ¿No es esto claro? 
II. El precepto más repetido y más abundantemente sancionado de Jesús
    994.  Abrid el Evangelio y quizá no encontréis página en la que no tropiecen vuestros ojos con algún nuevo modo de urgir el precepto de oír a Jesús.
   Incontables veces lo encuentro directa o indirectamente urgido.
   ¿Castigos a los que no lo oyen?
   Los más terribles.
   Los compara a las piedras, incapaces de guardar y hacer fructificar un grano de semilla; los declara necios, juzgados por su obstinación y condenados por Dios, y de ellos asegura que no son de la verdad ni de Dios…
   ¿Premios a los que lo oyen? Se puede asegurar que el vaso de la infinita liberalidad de su Corazón se vuelca sobre los que oyen a Jesús…
   Los llama en cien ocasiones sabios, bienaventurados, hijos de su Padre que está en los cielos, y objeto de sus agradecimientos y llega a dar el título y el honor de hermanos y hasta de padre y madre de Él, a los que oyen su palabra y la guardan.
   ¿Cabe mayor galardón?
 III. El homenaje primordial y el deber primero para con Jesús
    995. Una sencilla reflexión nos lo demuestra.
   ¿Quién es Jesús? El Verbo de Dios hecho Hombre.
   La Palabra viva, sustancial, personal, única y eterna de Dios hecha hombre para, con boca de carne, hacerse oír de los hombres.
   Cuando decimos y creemos que el Padre nos dio a su Hijo, decimos y creemos que nos dio a su Verbo, a su Palabra, o como enseña el doctor san Juan de la Cruz, “porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra y no tiene más que hablar”.
   ¿Comenzamos ahora a entender por qué al presentar el Padre al mundo su Don, el gran Don de su Hijo muy amado, sólo le exige y le impone el mandamiento de oírle?
   ¿Entendemos ahora la gran alegría con que el ápostol san Pablo comenzaba su primera epístola a los Hebreos, descubriéndoles el misterio del Hijo-Palabra de Dios “lo que antiguamente habló Dios en los profetas nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado con el Hijo todo de una vez?”(3).
   Y pregunto ahora. A esa Palabra de Dios hecha boca de carne humana para ser oída por oídos de carne, ¿cuál es el primer tributo, el homenaje primordial que le deben la gratitud y la justicia de los hombres?
   ¿Puede ser otro que el tributo y el homenaje de su oído?
    996. Sí, sí; lo primero que Jesús, Palabra encarnada de Dios, tiene derecho a exigir de los hombres es que le rindan pronta, dócil y perennemente el homenaje de su oído.
   Por ahí quiere entrar Él a hacer su obra de redención en el alma del hombre, por el oído: “La fe por el oído”.
   ¡Boca de Jesús, trono, custodia y vehículo del Verbo de Dios, yo quiero que mi cuerpo sea para Ti todo oído para no desperdiciar ni una sola letra de las que profieras y mi alma sea toda ella relicario para guardar todo lo que me has dicho, me dices y me dirás en las páginas de tu Evangelio, en la voz de tu Iglesia o en el silencio de tu Eucaristía…!
Qué es oír a Jesús-Hostia callada
    997. ¡Qué misterio y qué confusión para nuestro orgullo!
   Jesús es siempre Maestro; lo mismo sobre su Cátedra del pesebre de Belén, sobre el pavés de la sinagoga y del templo, sobre la Cruz del Calvario, sobre el solio pontificio de Pedro, como oculto bajo las especies de la una Hostia consagrada y guardado dentro del copón del más ruinoso y abandonado Sagrario.
   ¡Siempre Maestro!
   ¡Siempre pudiendo afirmar, como ante el tribunal de sus enemigos, que Él había venido a dar testimonio de la verdad!
   Jesús no sólo es siempre Maestro, sino también y en todos sus estados, de gloria como de ignominia, es siempre Palabra de Dios, lo mismo en el seno del Padre, como encarnado en el seno de María u oculto en el fondo del Copón.
    998. Y aquí viene el gran misterio: ese Maestro eterno y esa Palabra viva de Dios que se hace boca de carne para que los hombres oigan hablar a Dios y directamente por Él sean enseñados a conocerlo, a amarlo y a poseerlo, ese Maestro-Dios y esa Palabra-Dios decretan enseñar a los hombres treinta y tres años hablando, y siglos y siglos callando…
   Cierto que quedarán a los hombres siempre, siempre, las palabras que dijo en los Evangelios, y que una autoridad auténtica, infalible e indeficiente, representante visible de su excelso magisterio repetirá, explicará, interpretará y aplicará perennemente las palabras que dijo Jesús… es cierto, sí; pero también lo es que la boca que profirió aquellas palabras del Evangelio y de la Iglesia no se ha muerto, sino que está viva, como viva la Cabeza que la dirigía y vivo y palpitante el Corazón que por ella hablaba y se desbordaba, y que esa boca, esa cabeza y ese corazón no sólo viven en el cielo empíreo, sino dentro de cada Hostia consagrada.
   ¡Jesús-Maestro callado!
   ¡Jesús-Palabra eterna de Dios callada!
   ¡Y con qué silencio!
    999. En torno de ese gran Maestro, el único Maestro, hay ejércitos de niños sin Catecismo, de doncellas y jóvenes en riesgos y peligros horribles, de hombres sin fe y sin caridad, de mujeres sin piedad y sin pudor, de ancianos sin esperanzas, de enfermos sin remedio, de dolientes, de hambrientos, de moribundos sin luz, sin calor, sin consuelo… ¡Oh! ¡Si el Maestro hablara! ¡Una palabra siquiera!
   En torno de esa Hostia se oyen alabanzas y blasfemias, se consuman adoraciones y sacrilegios, se sienten amores, odios y abandonos… ¡Si la Hostia hablara! ¡Una sola palabra de aprobación, de queja, de reprobación…! ¡Un ¡ay! siquiera!
   ¡El Maestro calla!
   ¡La Hostia, callada!
   ¡Qué bien se adivina por ese tesón en callar que la lección de que más necesita el hombre es la del silencio de su amor propio! ¡La de aprender a callar!
    1000. Una pregunta: ¿Pero entonces con ese Jesús-Hostia callada de nuestros Tabernáculos no urgirá ya el gran Mandamiento del Padre celestial y el precepto tan repetido del Hijo de que le prestemos oído? ¿No hay ya obligación, ni necesidad, ni utilidad en ponerse a oír a Jesús callado en su vida de Hostia? ¿Basta sólo con que lo oigamos por medio de su eco o intermediaria la Iglesia?
   Aquí, aquí, a ese misterio y estado de silencio de Jesús-Hostia es a donde yo invitaba a las almas enteradas y generosas a imitar el modo de orar de la Magdalena, de orar oyendo a Jesús, lo mismo cuando habla ternuras e intimidades como en Betania, cuando exhala penas y ayes como en la Cruz o cuando enmudece muerto como en el sepulcro.
   ¿Pues qué? ¿no es tan amable y adorable el silencio de Jesús como su Palabra? ¿No es tan Maestro cuando enseña callando como cuando enseña hablando?
   Si Él lleva el anonadamiento de su amor al hombre a la negación de su palabra, ¿no es muy justo que el hombre lleve su correspondencia de amor a la negación de su oído?
   ¿No corresponde a un Maestro mudo por amor un discípulo sordo por amor a todo ruido de palabra y sutil sólo para oír su silencio?
 … … … … … … … … … … … … … … …
    ¿Qué cómo se entiende eso? ¿Qué cómo se practica ese oír a quien no habla?
    1001. Yo respondo también con unas palabras del gran Maestro de oración, el doctor san Juan de la Cruz:
   “Una palabra habló el Padre que fue su Hijo, y Éste habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (4)   Yo responderé también con la psicología y la teología que tanto el amor como el conocimiento, mientras más intensos, elevados y perfectos son, menos palabras necesitan y hablan.
   Yo responderé, sobre todo, invitando a que hagan ensayos y experiencias los que quieran saber en qué consiste oír a ese Jesús-Hostia callada.
   Sí, haced la prueba; id al Sagrario en donde Él vive envuelto en ese divino silencio, y primero habladle, habladle cuanto queráis, y más con el corazón que con la boca, de vosotros, de los demás, de Él, y después callad, esperad en silencio de vuestro amor propio y de vuestras pasiones, la respuesta que en silencio os dará el más atento y fino de los maestros.
   Y estad ciertos de que el Espíritu Santo, el gran Agente de la oración, que está entre la boca cerrada de Jesús y vuestro oído abierto, os dará la respuesta en forma de firmeza nueva a vuestra voluntad quizá vacilante, de rayo de luz disipadora de dudas y oscuridades y reveladora de secretos y mundos nuevos, de estremecimiento de alegría que sacuda penas y tristezas, de unción de bálsamo vigorizante… y con respuesta en esa forma y sin respuesta ninguna, siempre el poneros a oír el silencio de Jesús-Hostia dará a gustar a vuestra alma una paz, un sosiego que os hará entender que Él queda enterado y vosotros habéis hecho lo vuestro por glorificar su estado de Palabra de Dios inmolada.
    1002. ¡Ah! ¡si las almas tan quejosas y aburridas de sus meditaciones distraídas y secas, se decidieran a glorificar el silencio de Jesús-Hostia callada poniéndose muchas veces a orar oyendo en silencio, el silencio de Jesús!
   María Magdalena, la que siempre oyó a Jesús, la que desde su conversión jamás interrumpió el diálogo de corazón a corazón con Él, interceda para que tenga muchos imitadores en el oírlo hablando y en el oírlo callando, como si estuviera muerto…
 (Beato Manuel González, Oremos en el sagrario como se oraba en el Evangelio, cap. IV)
 Notas
1.- Lc 10,42
2.- Mt 17,5
3.- Hb 1,1
 4.- Avisos y Sentencias espirituales o Dichos de Luz y Amor, núm. 99

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