sábado, 16 de febrero de 2013

Domingo I de cuaresma (ciclo c) - Beato Columba Marmion

Tentaciones de Jesús

Contemplemos ahora a nuestro divino Rey luchando con el príncipe de los espíritus rebeldes. Ya sabéis que Jesús permaneció en el desierto cuarenta días con cuarenta noches visto sólo de las fieras, en el retiro más completo ayuno más absoluto. Nihil manducavit in diebus illis (Lc.4,2) “donde fue tentado por el diablo durante cuarenta días.  No comió nada en aquellos días”. Eratque cum bestiis (Mc. 1, 13).”Estaba entre las bestias”
Para comprender bien este misterio de la tentación de Jesús, es menester recordar lo que tantas veces llevamos dicho: que Cristo se hizo en todo semejante a nosotros: Debuit per omnia fratribus similari (Hb. 2, 17).”Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel…” Ahora bien, imaginaos a qué estado quedaría reducido un hombre que hubiese pasado cuarenta días sin probar alimento. Nuestro Señor no quiso hacer un milagro para impedir en él los efectos del ayuno, y por lo mismo refiere el Evangelio que, transcurrido ese período, sintió Jesús hambre: Postea esuriit ( Mt 4, 2) “sintió hombre” ; y por cierto, que después de tanto tiempo, debió encontrarse en un estado de ex­trema debilidad y decaimiento. Veamos inmediatamente cómo aprovecha el demonio la ocasión para tentarle; pero advirtamos antes que al tomar la humanidad san­tísima de Jesús nuestras flaquezas, no pudo conocer el pecado: Absque peccato (Hb 4, 15) “excepto en el pecado”, como tampoco estuvo su alma sujeta a ninguna ignorancia, error, imperfección o flaqueza moral.
Huelga también añadir que tampoco sintió ninguno de esos movimientos desordenados que resultan en no­sotros de la culpa original o hábito del pecado. Sí Jesús pasa por nosotros hambre y cansancio, siempre es y será el Santo de los Santos; de aquí resulta que la tentación que Cristo pudo sufrir, fue del todo externa, sin detri­mento alguno para su alma; sólo pudo ser tentado por los “príncipes o potestades del mundo tenebroso, por los espíritus de maldad” (Ef 6, 12)
Hemos de pensar también Que entre esos espíritus per­versos, el que tentó a Cristo, gozaba de un poder muy especial; mas por aguda que fuese su inteligencia, igno­raba, ello no obstante, quién era Cristo; porque ninguna criatura puede ver a Dios no siendo en la visión beatí­fica; pero el demonio está de ella privado para siempre.
Tampoco podía conocer aquel misterioso vínculo de unión de la divinidad con la humanidad en Jesucristo. Sospechaba algo seguramente, y no olvidaba la maldi­ción que sobre él pesaba desde que Dios estableciera enemistad eterna entre él y la mujer que había de aplas­tar su cabeza, es decir, destruyendo su poderío sobre las almas. No podía asimismo ignorar los prodigios reali­zados desde el nacimiento de Jesús, como se ve claramen­te por el relato de la tentación, pero su ciencia era in­cierta y de meras conjeturas, por lo que deseaba conocer entonces de un modo seguro si era el Hijo de Dios, o por lo menos ver si le era posible triunfar de Él, ya que le tenía ciertamente por un ser extraordinario.
Aproximado, pues, a Jesús el tentador: Et accedens tentator, y viéndole tan decaído. procura hacerle caer en un pecado de gula, siquiera éste sea muy leve, ya que no le presenta platos delicados, pues tenía el demonio una opinión harto elevada de Aquel a quien iba a tentar, para creer que había de sucumbir a una sugestión de esa especie, sino que viendo a Jesús tan extenuado por el hambre, supone que si es Hijo de Dios, bien podrá también hacer milagros y apagar el hambre. Quería de ese modo inducir a Cristo a que anticipara la hora prefijada por Él. Padre y realizara un prodigio con un fin puramente personal: ”Si eres Hijo de Dios, que esas piedras, que aquí están a tus pies, se conviertan en pan”.— Mas ¿qué contesta Jesús? ¿Le manifiesta que es Hijo de Dios? ¿Hará el milagro que le pide el demonio? De ningún modo. Conténtase con replicarle, recordando unas palabras de la Escritura: “El hombre no sólo vive de pan, sino también de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt, 4, 3).
En otra ocasión, durante la vida pública, trajéronle los Apóstoles comida, diciéndole: Rabbí, manduca; “come, Maestro”; y Cristo dióles idéntica respuesta: “Tengo un alimento que vosotros no conocéis, que es cumplir la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 31-32,34) . Eso mismo da a entender al demonio: esperará para satisfacer el hambre a que el Padre le preste su auxilio, sin adelantarse un solo instante al momento por Él fijado, a fin de mostrar de esta suerte su poder: cuando hable el Padre. El escuchará su voz.
Al oír el demonio la repulsa, comprende que Aquel con, quien trata, si no es el Hijo de Dios, es por lo menos un hombre de extraordinaria santidad: por lo mismo, va a esgrimir otra arma más peligrosa. Conoce admirablemente la naturaleza humana; sabe muy que todos cuantos llegaron a un alto grado de perfección y unión con Dios, están muy por encima de los asaltos del apetito inferior de los sentidos, pero pueden dejarse seducir por las sugestiones del orgullo, “más su­tiles aún, creyéndose superiores a los demás, y pensando que, aun cuando se expongan al peligro, como hasta entonces fueron fieles a Dios, serán objeto de una pro­tección especialísima suya. Ensaya, pues, el demonio el modo de hacer entrar a Cristo por esa vereda, y haciendo uso de su poder espiritual, transporta a Jesús al pináculo del templo, y le dice: “Sí eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. y no habrá peligro alguno, porque tiene mandado Dios a sus Ángeles que te tomen en sus palmas para que no tropiece tu pie contra ningún obstácu­lo” (Mt 4, 5-6; Lc 4,9-11) . Si Jesús es el Hijo de Dios, verle caer desde las azoteas en medio del numeroso gentío apiñado en los atrios, era señal cierta de su misión mesiánica y prueba palmaria de que Dios mora en Él. Y para que la suges­tión tenga todavía más atractivo, le sugiere el demonio otras palabras de la Escritura. Pero Jesús le responde de un modo irreductible, como soberano Maestro, con otro texto sagrado: “Escrito está: No tentarás con vana presunción al Señor tu Dios” (Mt 4,7; Lc 4, 12) . Queda vencido esta vez también el demonio, y triunfa el Verbo divino de todas sus argucias.
Se apresta’ el espíritu de las tinieblas a su postrer ataque, a fin de vencer a Jesús, y le lleva para ello a la cumbre de un monte, desde donde le muestra, los impe­rios todos del orbe, y ante su vista le representa todas sus riquezas, todo su fausto, toda su gloria. ¡Seductora ten­tación para el orgullo de quien se creyera Mesías! Pero antes se imponen las bases del convenio: era un nuevo ardid del espíritu maligno para conocer en último tér­mino al que le resistía con tanto tesón. “Todo esto es mío; yo te lo doy, si postrándote me adoras” —le dice el temerario. — Conocida es de todos la respuesta de Jesús, y el valor con que rechaza las sacrílegas sugestio­nes del demonio: “¡Apártate, Satanás! Escrito está: sólo a tu. Dios adorarás y a Él sólo servirás” ( Mt 4, 8-10; Lc 4, 5-8)
Ya está desenmascarado el príncipe de las tinieblas, y la fuga es su único recurso; con todo, dice el Evangelio, que se apartó por algún tiempo: Usque ad tempus (Lc 4, 13) “Por un tiempo”. El escritor sagrado indica con esto que durante la vida pública el diablo volverá al ataque, si no por sí, por medio de sus agentes, y perseguirá sin tregua a Nuestro Señor. Durante su pasión principalmente; sirviéndose de los fariseos, se ensañará con Jesús: Haec est hora vestra et potestas tenebrarum ( Lc 22, 53). “Esta es vuestra hora y del poder de las tinieblas” Les tirará de la lengua a ellos y a la plebe, para que pidan la crucifixión de Jesús: Tolle, crucifige eum (Jn 19, 15).”¡Fuera! ¡Fuera! Crucifícale” Pero bien sabemos que la muerte de Jesús en la cruz será precisamente el golpe decisivo que derribará para siempre el poderío de Sata­nás. ¡Con qué vivos resplandores brilla en sus obras la sabiduría de Dios!: Qui salutem humani generis in ligno crucis constituistiut qui in ligno vincebat in ligno quoque vinceretur (Prefacio de la Cruz).
Añade el Evangelio que “habiéndose apartado el ten­tador bajaron los Ángeles del cielo a servir a Jesús” (Mt 4, 11; Mc 1, 13) Era la manifestación sensible de la gloria a que el Padre ensalzaba a su Hijo por haberse rebajado hasta soportar en nuestro nombre las embestidas del demonio. Los Ángeles fíeles se aparecieron, y sirvieron a Jesús aquel pan que esperaba en la hora señalada por la providencia de su Padre.
Este es el episodio de la tentación.
Y si Jesucristo, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios, quiso habérselas con el espíritu maligno, ¿nos maravillaremos de que los miembros de su cuerpo místico hayan de seguir la misma senda? ¡Son tantas las personas, aún piadosas, que creen que la tentación es una señal de reprobación, cuando las más de las veces sucede lo contrario!.
Hechos por el bautismo discípulos de Jesús, no podemos ser más que el Divino Maestro (Cf. Mt 10, 24). QUIA accepetus eras Deo, NECESSE FUIT un tentatio probaret te (Tob. 12, 13): ”Porque eras grato a Dios, fue necesario que la tentación te probase”. Es Dios mismo quien lo dice.
Sí, nos puede tentar el demonio y tentarnos fuertemente, y tentarnos cuando nosotros nos creemos más al abrigo de sus dardos; en los momentos de oración, después de la comunión; sí, aún en esos instantes dichosos, nos puede inspirar pensamientos contra la fe y la esperanza, y lanzar nuestra imaginación a la independencia (un respecto a los derechos de Dios, a la rebeldía; puede soliviantar en nosotros las pasiones todas; puede, y maravilla será que deje de hacerlo.
Más aún: no olvidemos que Jesús, nuestro universal modelo, fue tentado antes que nosotros, y no sólo tentado, sino tocado por el espíritu de las tinieblas; permitiendo al demonio atrevido que pusiera sus asquerosas manos en aquella Humanidad sacratísima.
No olvidemos, sobre todo, que Jesús venció al demonio como Hijo de Dios, y además, como Cabeza de la Iglesia; y así, en Él y por Él, hemos triunfado y triunfamos del espíritu de rebeldía. Es efecto de la gracia que nos ha merecido nuestro Divino Redentor; ella es venero de nuestra confianza en los combates y tentaciones; y así, sólo nos resta demostrar cómo esta confianza se hace inquebrantable, y cómo también en la fe en Jesucristo encontraremos siempre el secreto de la victoria. 
(COLUMBA MARMION, Cristo en sus misterios, Ed. LUMEN, Chile, pp. 231-236)

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