jueves, 31 de mayo de 2012
DECLARACIÓN SOBRE EL ABORTO
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
I INTRODUCCIÓN
1. El problema del aborto provocado y de su eventual liberalización legal ha llegado a ser en casi todas partes tema de discusiones apasionadas. Estos debates serían menos graves si no se tratase de la vida humana, valor primordial que es necesario proteger y promover. Todo el mundo lo comprende, por más que algunos buscan razones para servir a este objetivo, aun contra toda evidencia, incluso por medio del mismo aborto. En efecto, no puede menos de causar extrañeza el ver cómo crecen a la vez la protesta indiscriminada contra la pena de muerte, contra toda forma de guerra, y la reivindicación de liberalizar el aborto, bien sea enteramente, bien por "indicaciones" cada vez más numerosas. La Iglesia tiene demasiada conciencia de que es propio de su vocación defender al hombre contra todo aquello que podría deshacerlo o rebajarlo, como para callarse en este tema: dado que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, no hay hombre que no sea su hermano en cuanto a la humanidad y que no esté llamado a ser cristiano, a recibir de él la salvación.
2. En muchos países los poderes públicos que se resisten a una liberalización de las leyes sobre el aborto son objeto de fuertes presiones para inducirlos a ello. Esto, se dice, no violaría la conciencia de nadie, mientras impediría a todos imponer la propia a los demás. El pluralismo ético es reivindicado como la consecuencia normal del pluralismo ideológico. Pero es muy diverso el uno del otro, ya que la acción toca los intereses ajenos más rápidamente que la simple opinión; aparte de que no se puede invocar jamás la libertad de opinión para atentar contra los derechos de los demás, muy especialmente contra el derecho a la vida.
lunes, 28 de mayo de 2012
SAN BASILIO Y LA FE EN EL ESPÍRITU SANTO
P. Raniero Cantalamessa
OFM Cap
sábado 24 marzo 2012
en la capilla Redemptoris Mater
1. La fe termina en las cosas
El filósofo Edmund Husserl resumió el programa de su fenomenología con el lema: Zu den Sachen selbst!, ir a las cosas mismas, a las cosas como realmente son, antes de su conceptualización y formulación. Otro filósofo que vino después de él, Sartre, dice que "las palabras y, con ellas, el significado de las cosas y las formas de su uso" no son más que "los signos sutiles de reconocimiento que los hombres han trazado sobre su superficie": se debe sobrepasarlos para tener la revelación imprevista, que deja sin aliento, la "existencia" de las cosas1.
Santo Tomás de Aquino había formulado mucho antes un principio similar en referencia a las cosas o a los objetos de la fe: Fides non terminatur ad enunciabile, sed ad rem: la fe no termina en los enunciados, sino en la realidad2. Los padres de la Iglesia son modelos insuperables de esa fe que no se detiene en las fórmulas, sino que va a la realidad. Después de la época dorada de los grandes padres y doctores, vemos casi de inmediato lo que un estudioso de la patrística define como "el triunfo del formalismo"3. Conceptos y términos, como sustancia, persona, hipóstasis, son analizados y estudiados por sí mismos, sin la constante referencia a la realidad que con ellos los creadores del dogma habían tratado de expresar.
domingo, 27 de mayo de 2012
100 preguntas sobre la eutanasia (5)
Comisión para la
Defensa de la Vida
Defensa
de la Conferencia
Episcopal Española
Episcopal
VI. LA IGLESIA ANTE
LA EUTANASIA(90-100)
90. La cuestión de la eutanasia ¿es un problema religioso o moral?
Además de un problema médico, político o social, la eutanasia es un grave problema moral para cualquiera, sea o no creyente.
Quienes creemos en un Dios personal que no sólo ha creado al hombre sino que ama a cada hombre o mujer en particular y le espera para un destino eterno de felicidad y, en especial, los católicos, tenemos un motivo más que los que pueda tener cualquier otra persona para rechazar la eutanasia, pues los que así pensamos estamos convencidos de que la eutanasia implica matar a un ser querido por Dios que vela por su vida y su muerte. La eutanasia es así un grave pecado que atenta contra el hombre y, por tanto, contra Dios, que ama al hombre y es ofendido por todo lo que ofende al ser humano; razón por la que Dios en su día pronunció el "no matarás" como exigencia para todo el que quiera estar de acuerdo con Él.
Para los católicos, la eutanasia, como cualquier otra forma de homicidio, no sólo es un ataque injustificable contra la dignidad humana, sino también un gravísimo pecado contra un hijo de Dios.
Oponerse a la eutanasia no es postura exclusiva de quienes creen en Dios, pero para éstos es algo natural y no renunciaba: para ellos la vida es don gratuito de Dios y nadie está legitimado para acabar con la vida de un inocente.
sábado, 26 de mayo de 2012
La oración en el catecismo de la Iglesia (8)
CUARTA PARTE
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES
LAS SIETE PETICIONES
2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia Él, ofrecen nuestra miseria a su gracia. “Abismo que llama al abismo” (Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia Él, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no “nos” nombramos, sino que lo que nos mueve es “el deseo ardiente”, “el ansia” del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): “Santificado sea [...] venga [...] hágase [...]”: estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo: “danos [...] perdónanos [...] no nos dejes [...] líbranos”. La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para sanarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un “nosotros” que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
viernes, 25 de mayo de 2012
Guión Pentecostés (b)
ENTRADA:
Hermanos: Hoy, culminando el Tiempo Pascual, celebramos la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia toda, en unión espiritual con María Santísima y los Apóstoles, recibe jubilosa la venida del Paráclito, que junto con sus siete dones nos llama a la unidad y nos fortalece con su amor para ser testigos del Señor en el mundo. Nos ponemos de pie y cantamos...
Pentecostés (ciclo b)
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
Domingo 4 de junio de 2006
Domingo 4 de junio de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
En el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió con fuerza sobre los Apóstoles; así comenzó la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús mismo había preparado a los Once para esta misión al aparecérseles en varias ocasiones después de la resurrección (cf. Hch 1, 3). Antes de la ascensión al cielo, "les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre" (cf. Hch 1, 4-5); es decir, les pidió que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo, en espera de ese acontecimiento prometido (cf. Hch 1, 14).
Pentecostés - Catena Aurea
Juan 20, 19 -23
Y como fue la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros". Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el costado. Y se gozaron los discípulos viendo al Señor. Y otra vez les dijo: "Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así también yo os envío". Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid al Espíritu Santo: a los que perdonareis los pecados, perdonados les son: y a los que se los retuviereis, les son retenidos".
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85
Oyendo los discípulos lo que María anunciaba, era deducible que o no le dieran crédito, o que, creyéndole, se afligieran, pensando que no habían sido dignos de que el Señor se les dejase ver. Pero pensando esto, no dejó el Señor pasar ni un solo día. Pues como ellos sabían que había resucitado y ansiaban verle, aunque estaban dominados del miedo, a la caída de la tarde El mismo se les presentó. Y por eso dice: "Y al concluir el día del primer sábado, estando cerradas las puertas", etc.
Beda
Se ve la debilidad de los Apóstoles en que estaban reunidos y con las puertas cerradas por temor a los judíos, que habían sido antes el motivo de su dispersión. "Vino Jesús y se presentó en medio de ellos". El se les aparece a la caída de la tarde, porque éste era el momento en que naturalmente debían tener más temor.
La oración en el catecismo de la Iglesia (7)
CUARTA PARTE
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
ARTÍCULO 2
“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”
“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que “después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: “Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio” (Hb 2, 13):
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: parrhesia, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
¿Quiénes son los enemigos del Vaticano II?
Conferencia de Mons. Juan Miguel Ferrer
Las Nuevas competencias De la Congregación
para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos
en la promoción de la Música Sacra
después del motu proprio
Quaerit semper de Benedetto XVI
Quaerit semper de Benedetto XVI
La consigna clave de un Motu proprio.
Todos conocemos de la insistencia y centralidad que el Santo Padre, Benedicto XVI, viene otorgando en todo su pontificado a la recepción correcta y auténtica de las enseñanzas del concilio Vaticano II. ¿Se trata de una novedad? No. Esto muestra un interés lógico de los supremos pastores de la Iglesia que, evidentemente se ha hecho tanto más urgente, desde el momento mismo en que una necesaria perspectiva temporal ha permitido hacer balance de dicha recepción, y en cuyo surco, continúa Benedicto XVI conduciendo el apostólico arado. Ya Juan Pablo I, como lo manifestó imponiéndose como Papa el nombre de sus dos predecesores, (que habían convocado y culminado el Concilio respectivamente), se fijó este objetivo, aunque la brevedad de su pontificado no concedió apenas tiempo a la consecución de esta meta pastoral. Juan Pablo II toma el testigo no sólo el nombre de su predecesor y, singularmente, a partir del sínodo extraordinario de 1985, a los 20 años del Concilio, asume esta tarea prioritaria de asegurar la auténtica recepción del Vaticano II.
La elección del teólogo-cardenal Ratzinger, por parte de Juan Pablo II, para guiar como Prefecto la Congregación de la Doctrina de la Fe, tiene mucho que ver con este empeño pastoral.
jueves, 24 de mayo de 2012
La oración en el catecismo de la Iglesia (6)
CUARTA PARTE
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
SEGUNDA SECCIÓN
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
“PADRE NUESTRO"
2759 «Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”» (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones [cf Lc 11, 2-4]), San Mateo una versión más desarrollada (con siete peticiones [cf Mt 6, 9-13]). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: “Tuyo es el poder y la gloria por siempre”. Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: “el reino”: y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición bizantina añade después un gloria al “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. El misal romano desarrolla la última petición (cf. Rito de la Comunión, [Embolismo] Misal Romano) en la perspectiva explícita de “mientras esperamos (Tt 2, 13) la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.
miércoles, 23 de mayo de 2012
El don de sabiduría - Dones del Espíritu Santo
El don de sabiduría
Sagrada Escritura
El don de sabiduría, el más excelso de todos los dones, da un conocimiento altísimo del mismo Dios. Por eso la eterna Sabiduría del Padre, cuando se encarna, llena el alma de Jesús con un grado inefable del don de sabiduría.
Él asegura conocer al Padre: «Yo le conozco porque procedo de Él, y Él me ha enviado» (Jn 7,29). «Vosotros no le conocéis, pero yo le conozco; y si dijera que no le conozco sería semejante a vosotros, un mentiroso; pero yo le conozco y guardo su palabra» (8,55; +6,46).
Más aún, Jesús conoce al Padre en una forma única, y tiene poder de comunicar a los hombres esa sabiduría suprema: «nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo» (Mt 11,27).
También los discípulos, por la virtud de la fe, conocen a Dios con segura certeza, pero «como en un espejo y en enigma» (1Cor 13,12). En cambio, por el don de sabiduría, son iluminados por el Espíritu Santo con una sabiduría de Dios sobrehumana y que tiene modo divino. Es la altísima sabiduría de Juan, contemplando al Verbo encarnado en el prólogo de su evangelio. Es la visión que San Pablo tiene del misterio de Cristo y de su Iglesia. Es la sabiduría de las elevaciones místicas de Francisco, Tomás, Catalina, Teresa...
El don de entendimiento - Dones del Espíritu santo
El don de entendimiento
Sagrada Escritura
Si el don de entendimiento tiene como principal objeto las verdades reveladas, es indudable que Jesús, ya desde niño, lo poseía perfectísimamente. A los doce años, en el Templo, producía la mayor admiración entre los doctores de la ley: «cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas» (Lc 2,47).
Y como Jesús «crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (2,52), aún se acrecentó en él con los años este don de entendimiento. Cuando en la sinagoga de Nazaret, por ejemplo, explica las Escrituras en referencia a él, «todos le aprobaban y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (4,22; +24,32).
El don de entendimiento obra también en altísimo grado sobre los hagiógrafos del Nuevo Testamento, iluminando la mente de los evangelistas, de Pablo , de Juan, y en uno u otro grado, alumbra a todos los discípulos de Cristo, a todos los creyentes.
El don de ciencia - Dones del Espíritu Santo
El don de ciencia
Sagrada Escritura
Si el Espíritu Santo por el don de ciencia produce una lucidez sobrehumana para ver las cosas del mundo según Dios, es indudable que en Jesucristo se da en forma perfecta.
Jesús conoce a los hombres, a todos, a cada uno, en lo más secreto de sus almas (Jn 1,47; Lc 5,21-22; 7,39s): «los conocía a todos, y no necesitaba informes de nadie, pues él conocía al hombre por dentro» (Jn 2,24-25). Incluso, inmerso en el curso de los acontecimientos temporales, entiende y prevé cómo se irán desarrollando; y en concreto, conoce los sucesos futuros, al menos aquellos que el Espíritu quiere mostrarle en orden a su misión salvadora. Así predice su muerte, su resurrección, su ascensión, la devastación del Templo, y varios otros sucesos contingentes, a veces hasta en sus detalles más nimios (Mc 11,2-6; 14,12-21. 27-30). Muestra, pues, por un poderosísimo don de ciencia, su señorío sobre el mundo presente y sus acontecimientos sucesivos: «yo os he dicho estas cosas para que, cuando llegue la hora, os acordéis de ellas y de que yo os las he dicho» (Jn 16,4).
El don de consejo - Dones del Espíritu Santo
El don de consejo
Los lugares de la Biblia, que ahora referiremos al don de consejo, son aplicables en buena medida también a los dones de ciencia, entendimiento y sabiduría. Todos ellos son dones intelectuales, por los que el Espíritu Santo comunica al entendimiento de los fieles una lucidez sobrenatural de modalidad divina. Cuando la sagrada Escritura habla en hebreo o en griego de la sabiduría de los hombres espirituales no usa, por supuesto, términos claramente identificables con cada uno de estos cuatro dones.
Sagrada Escritura
Dice el Señor por Isaías: «no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (55,8). En efecto, la lógica del Logos divino supera de tal modo la lógica prudencial del hombre que a éste le parece aquélla «escándalo y locura», y sólamente para el hombre iluminado por el Espíritu es «fuerza y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23-24).
¿Quién, por muy limpio de corazón que fuese, podría estimar la Cruz como un medio prudente para realizar la revelación plena del amor de Dios y para causar la total redención del hombre?... ¿Quién alcanzaría a considerar actos prudentes ciertas conductas de Jesús en su ministerio público?... Hasta sus mismos parientes pensaban a veces: «está trastornado» (Mc 3,21).
Es cierto: como la tierra dista del cielo, así se ve excedida la prudencia del hombre por la sublimidad de los consejos de Dios, «cuya inteligencia es inescrutable» (Is 40,28). En Cristo, lógicamente, se manifiesta esta distancia en toda su verdad. Todo el misterio de redención que Él va desplegando por su palabra, por sus actos, y especialmente por su Cruz, son para judíos y gentiles un verdadero absurdo; y únicamente son fuerza y sabiduría de Dios para «los llamados» (1Cor 1,23-24). Sí, realmente «eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios» (1,27).
El don de Piedad - Dones del Espíritu Santo
El don de piedad
Sagrada Escritura
Cuando San Pablo describe a los hombres adámicos, carnales y mundanos, emplea más de veinte calificativos muy severos, y entre ellos «rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados» (Rm 1,30-31). Efectivamente, «la dureza de corazón» hace despiadados a los hombres que no han sido renovados en Cristo por el Espíritu Santo. Éstos son capaces de ver con absoluta frialdad innumerables males -si es que alcanzan a verlos-, tanto en las personas más próximas, como en el mundo en general, abortos y divorcios, guerras e injusticias, olvido de Dios, imperio de la mentira, etc. Y en tanto estos males no les hieran directamente a ellos, se mantienen indiferentes. No tienen piedad.
Por el contrario, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, nos hace ver a Dios como Padre, a nosotros mismos como hijos suyos, y a los hombres como hermanos:
«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,26.28).
Este sentimiento de filiación divina y de hermandad cristiana, que se manifiesta con gran fuerza en los Evangelios y en los escritos apostólicos, se expresó en latín con el término pietas, una virtud, derivada de la virtud cardinal de la justicia, por la que el hombre reverencia a Dios con devoción y filial afecto, y extiende ese reverencial amor no sólo a padres y superiores, sino también a los hermanos e iguales, e incluso a los inferiores, a todas las hermanas criaturas.
Hemos sido predestinados por el Padre «a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que éste sea el Primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29; +Ef 1,5). Y así se crea una familia grandiosa: «un solo Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos» (Ef 4,5-6).
El don de fortaleza - Dones del Espíritu Santo
El don de fortaleza
Sagrada Escritura
En el Antiguo Testamento, los fieles captan espiritualmente a Dios como una fuerza inmensa e invencible, como una Roca, y al mismo tiempo como Aquél que es capaz de comunicar a sus fieles una fortaleza inexpugnable.
«Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte» (Sal 17,2-3). «El Señor es mi fuerza y escudo; en Él confía mi corazón. El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido» (27,7-8).
Los que tienen fe en Dios, a lo largo de sus vidas, pasarán por muchas y graves pruebas, pero siempre serán fortalecidos por la infinita fuerza del Espíritu:
Los creyentes, «gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron la boca de los leones, extinguieron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, convalecieron en la enfermedad, se hicieron fuertes en la guerra [...] Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos, maltratados. El mundo no era digno de ellos, y tuvieron que vagar por desiertos y montañas» (Heb 11,32-38).
El don de temor - Dones del Espíritu Santo
El don de temor
Sagrada Escritura
La Biblia inculca desde el principio a los hombres el santo temor de Dios: «Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los mandamientos del Señor y sus leyes, para que seas feliz» (Dt 10,12-13). En este texto, y en otros muchos semejantes, se aprecia cómo el temor de Dios implica en la Escritura veneración, obediencia y sobre todo amor.
También Jesucristo, siendo para nosotros «la manifestación de la bondad y el amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4), nos enseña el temor reverencial que debemos al Señor, cuando nos dice: «temed a Aquél que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna» (Mt 10,28).
Sabe nuestro Maestro que «el amor perfecto echa fuera el temor» (1Jn 4,18). Pero también sabe que, cuando el amor es imperfecto, el amor y el servicio de Dios implican un temor reverencial. Y como en seguida lo veremos en los santos, un amor perfecto a Dios lleva consigo un indecible temor a ofenderle.
Los dones del Espíritu Santo
Siete dones
La tradición espiritual y teológica entiende que son siete los dones del Espíritu Santo, y halla la raíz de su convencimiento en la Sagrada Escritura , especialmente en algunos lugares principales.
En Isaías 11, 2-3, concretamente, se asegura que en el Mesías esperado habrá una plenitud total de los dones del Espíritu divino. No le serán dados estos dones con medida, como a Salomón se le da la sabiduría o a Sansón la fortaleza, sino que sobre él reposará el Espíritu de Yahavé con absoluta plenitud.
No entro aquí acerca de si los dones son seis o son siete, según el texto original y la versión de los Setenta y de la Vulgata, pues habríamos de analizar cuestiones exegéticas demasiado especializadas para nuestro intento.
Los Padres antiguos vieron también aludidos los siete dones del Espíritu Santo en aquellos septenarios del Apocalipsis que hablan de siete espíritus de Dios (1,4; 5,6), siete candeleros de oro (1,12), siete estrellas (1,16), siete antorchas (4,5), siete sellos (5, 1.5), siete ojos y siete cuernos del Cordero (5,6).
Éstos y otros lugares de la Escritura fueron estimulando desde antiguo en la historia de la teología y de la espiritualidad una doctrina sistemática de los siete dones del Espíritu Santo, que alcanza su madurez en la teología de Santo Tomás, que ya hemos estudiado anteriormente, aunque sea en forma muy breve.
Nombre, apelativos y símbolos del Espíritu Santo
Catecismo de la Iglesia Católica
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo".
El Espíritu Santo Alma de la Iglesia
JUAN PABLO II
1. «Si Cristo es la cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma». Así afirmaba mi venerado predecesor León XIII en la encíclica Divinum illud munus (1897: Denzinger-Schönmetzer, n. 3.328). Y después de él, Pío XII explicitaba: el Espíritu Santo en el cuerpo místico de Cristo es «el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo místico» (encíclica Mystici Corporis, 1943: Denzinger-Schönmetzer, n. 3.808).
Hoy queremos reflexionar en el misterio del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en cuanto vivificada y animada por el Espíritu Santo.
Después del acontecimiento de Pentecostés, el grupo que da origen a la Iglesia cambia profundamente: primero se trataba de un grupo cerrado y estático, cuyo número era de «unos ciento veinte» (Hch 1, 15); luego se transformó en un grupo abierto y dinámico al que, después del discurso de Pedro, «se unieron unas tres mil almas» (Hch 2, 41). La verdadera novedad no es tanto este crecimiento numérico, aunque sea extraordinario, sino la presencia del Espíritu Santo. En efecto, para que exista la comunidad cristiana no basta un grupo de personas. La Iglesia nace del Espíritu del Señor. Se presenta, para utilizar una feliz expresión del recordado cardenal Congar, «completamente suspendida del cielo» (La Pentecoste, trad. ital., Brescia 1986, p. 60).
martes, 22 de mayo de 2012
100 preguntas sobre la eutanasia (4)
Comisión para la
Defensa de la Vida
Defensa de la Vida
de la Conferencia
Episcopal Española
Episcopal Española
IV. LA SOCIEDAD ANTE
LA EUTANASIA (40-57)
40. La cuestión de la eutanasia ¿es un problema social?
La eutanasia fue un problema social en aquellas sociedades primitivas en que se practicaba la eliminación de vidas consideradas inútiles, costumbre que estuvo admitida respecto a los recién nacidos con malformaciones o los ancianos en distintos pueblos de la antigüedad, hasta que la influencia del cristianismo acabó con tales prácticas inhumanas. Desde la llegada del cristianismo, la eutanasia dejó de ser un problema social hasta el siglo XX, en que algunos vuelven a convertirla en problema al pretender su legalización.
Desde los años 30 de este siglo se vienen constituyendo asociaciones en defensa de la eutanasia y se han propuesto leyes permisivas, que habitualmente han sido rechazadas, en distintos países. Sin embargo, la actitud a favor de la eutanasia de estos pequeños grupos, y cierta mentalidad de relativización del respeto debido al ser humano (que se expresa, por ejemplo, en el aborto), van calando en la sociedad, convirtiendo de nuevo a la eutanasia en un problema social que vuelve a aparecer después de haber sido superado durante siglos.
La oración en el catecismo de la Iglesia (5)
CUARTA PARTE
PRIMERA SECCIÓN CAPÍTULO TERCERO
ARTÍCULO 2
EL COMBATE DE LA ORACIÓN
PRIMERA SECCIÓN CAPÍTULO TERCERO
ARTÍCULO 2
EL COMBATE DE LA ORACIÓN
2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.
2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de “este mundo” que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es “amor de la Belleza absoluta” [philocalía], y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).
2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc. La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.
Iglesia militante, el equipo del Señor
Palabras del Papa
Benedicto XVI
a los Cardenales
21 de mayo de 2012
“Eminencia, queridos hermanos:
En este momento mi palabra sólo puede ser una palabra de agradecimiento.
Agradecimiento en primer lugar al Señor por tantos años que me ha concedido; años con tantos días de alegría, tiempos espléndidos, pero también con noches oscuras. Pero mirando hacia atrás se entiende que también las noches eran necesarias y buenas, motivo de agradecimiento.
Hoy la palabra “Iglesia militante” está un poco fuera de moda, pero en realidad podemos comprender siempre mejor que es verdadera, que lleva en si verdad. Vemos cómo el mal quiere dominar el mundo y que es necesario entrar en lucha contra el mal. Vemos cómo lo hace de muchas maneras, con sangre, con diversas formas de violencia, pero también enmascarada tras el bien y, por lo tanto, destruyendo los fundamentos morales de la sociedad.
sábado, 19 de mayo de 2012
SAN GREGORIO NACIANCENO, MAESTRO DE LA FE EN LA TRINIDAD
P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap
16 marzo de 2012
en la capilla
Redemptoris Mater,
en presencia del Papa
Benedicto XVI
.
En años pasados, ha habido propuestas teológicas que, a pesar de las profundas diferencias entre ellas, tenían un esquema de fondo común, a veces claro, a veces implícito. Este esquema es simplísimo, siendo reductivo. Los dos misterios más grandes de nuestra fe son la Trinidad y la Encarnación: Dios es uno y trino; Jesucristo es Dios y hombre. En las propuestas a las que me refiero, la idea es: Dios es uno, y Jesucristo es hombre. Consiste en dejar caer la divinidad de Cristo y, con ello, la Trinidad.
El resultado de este proceso es que uno termina aceptando tácita e hipócritamente la existencia de dos tipos de fe y de dos cristianismos diferentes, que no tienen en común entre ellos más que el nombre: el cristianismo de la fe de la Iglesia y de las declaraciones ecuménicas conjuntas, donde, con las palabras del símbolo niceno-constantinopolitano, se sigue profesando la fe en la Trinidad y en la plena divinidad de Cristo, y el cristianismo de amplios estratos de la cultura, incluso exegética y teológica, en el que estas mismas verdades son ignoradas o interpretadas de manera muy diferente.
En este clima es particularmente oportuno volver a examinar a los padres de la Iglesia, no sólo para conocer el contenido del dogma en su estado naciente, sino más aún para encontrar la unidad vital de la fe profesada y la fe vivida, entre el "qué" y su "enunciado". Para los padres la Trinidad y la unidad de Dios, la dualidad de la naturaleza y la unidad de la persona de Cristo no eran una verdad para decidir sobre la mesa o discutir en los libros en diálogo con otros libros; eran realidades vitales. Parafraseando un dicho que circula en los círculos deportivos, podríamos decir que estas verdades no eran para ellos una cuestión de vida o muerte, ¡eran mucho más!
Guión Ascensión del Señor - B -
ENTRADA:
Hermanos: Hoy celebramos con júbilo la fiesta de la Ascensión del Señor. Con la alegría de haber sido convocados a celebrar el triunfo de Cristo y con la esperanza de poder participar algún día de su gloria, nos ponemos de pie y cantamos ...
jueves, 17 de mayo de 2012
Ascensión del Señor (ciclo b) - Catena Aurea
Marcos 16, 15 - 20
Apareció a los once apóstoles, y les dijo: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas. El que creyere y se bautizare se salvará; pero el que no creyere, será condenado. A los que creyeren acompañarán estos milagros: en mi nombre lanzarán los demonios; hablaran nuevas lenguas; manosearán las serpientes, y si algún licor venenoso bebieren, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos, y quedarán éstos curados". (vv. 15-18)
Glosa
Para terminar su narración evangélica, refiere San Marcos la última aparición de Jesús a sus discípulos después de la resurrección, diciendo: "En fin, apareció", etc.
San Gregorio Magno, homilia in Evangelia, 29
Es de notar lo que dice San Lucas en los Hechos de los Apóstoles: "Y por último, comiendo con ellos, les mandó que no partiesen de Jerusalén" ( Hch 1,4), y poco después: "Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos por los aires" ( Hch 1,9). Comió y se elevó, para hacer ver, comiendo, la realidad de su carne, que es por lo que dice el Evangelista que se apareció a los once Apóstoles cuando estaban a la mesa.
La oración en el catecismo de la Iglesia (4)
CUARTA PARTE
PRIMERA SECCIÓN CAPÍTULO TERCERO
LA VIDA DE ORACIÓN
PRIMERA SECCIÓN CAPÍTULO TERCERO
(oración vocal – meditación – oración contemplativa)
2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 27 [teológica 1], 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.
2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos que Él dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Los frutos de la Ascensión
SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERALMiércoles 19 de abril de 1989
Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que Jesús es el Señor
1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es elocuente y solemne: “A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. (Hch 2, 32-33). “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros bebéis crucificado” (Hch 2, 36). Estas palabras ―dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la fiesta― proclaman la elevación de Cristo ―crucificado y resucitado― “a la derecha de Dios”. La “elevación”, o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en el “envío” del Consolador, Espíritu de la verdad el cual “recibiendo” (cf. Jn 16, 14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, “al oír esto sintieron el corazón compungidos” (Hch 2, 37). Y es sabido que en pocos días se produjeron miles de conversiones.
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