Primera Lectura: Jer 20, 7-9
Segunda: Rom 12, 1-2
Evangelio: Mt 16,21-27
Nexo entre
las lecturas
La
Voluntad de Dios es la suprema norma del profeta Jeremías, de Jesucristo y de
los cristianos. Inseparable de la voluntad divina es la cruz, el sacrificio por
fidelidad a ella. Jeremías siente el aguijón de la rebelión, de tirar todo por
la borda; pero "(la palabra de Dios) era dentro de mí como un fuego
devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no
podía" (Primera lectura). El evangelio de hoy sigue a la proclamación que
Pedro hace de Jesús como Mesías e Hijo de Dios (domingo anterior). Jesús quiere
dejar bien sentado cuál es el sentido de su mesianismo según el designio de
Dios: "Ir a Jerusalén y sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes
de los sacerdotes y los maestros de la ley; morir y al tercer día resucitar"
(evangelio). San Pablo nos enseña que el auténtico culto consiste en ofrecerse
como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (segunda lectura).
Mensaje
doctrinal
La
Voluntad de Dios es el ordenamiento divino de la historia para salvación de los
hombres. Este ordenamiento, siendo divino, tiene una lógica diversa de la
humana, puede incluso llegar a parecer contradictorio y hostil. El profeta
Jeremías sabe algo de esto. Él era un hombre pacífico, pero Dios le llamó a una
vocación opuesta a su inclinación natural: tiene que gritar "ruina,
destrucción". A pesar de todo, es tal la fuerza con que la Voluntad divina
le sacude interiormente y le devora, que no puede decirle que no. La
"pasión" de Jeremías, como él nos la cuenta en sus "confesiones"
es la expresión más fiel de su fidelidad al plan misterioso de Dios sobre la
historia humana.
En el
relato evangélico, Jesús anuncia por primer vez cuál es la voluntad de Dios
para él en el futuro: "Comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que
tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho" (Evangelio). Pedro,
movido quizás por afán de protagonismo y por amor mal entendido a Jesús, quiere
apartar a éste del camino de Dios, camino de pasión y de cruz. Jesús conoce
cuál es la Voluntad de su Padre, y no puede permitir que nadie se entrometa en
su relación personal con Dios. Como hombre, le cuesta muchísimo aceptar este
camino de Dios, tan duro y penoso, pero la adhesión al Padre tiene tal peso en
su vida que nada ni nadie le podrá apartar de su Voluntad. Es tal la pasión por
la Voluntad del Padre que no tiene reparos en llamar a Pedro
"Satanás", pues ante sus ojos es como un diablo que pretende
apartarle del designio de Dios sobre él.
Jeremías
y sobre todo Jesús nos muestran la necesidad e importancia de conocer la
voluntad de Dios y, consiguientemente, de adherirse a ella con todo el corazón
y con todas las fuerzas del alma, sin titubeos, sin complicidad alguna, aunque
sea pequeña, con el maligno. Del conocimiento y del amor a la Voluntad divina
se ha de pasar a la vida: Hacer la Voluntad de Dios, con las dificultades,
sufrimientos y penalidades que esto implique. Por eso, Jesús es muy claro:
"Si alguno quiere venir detrás de mí (es decir, si alguien quiere hacer en
todo, como yo, la Voluntad de mi Padre), que renuncie a sí mismo (es decir, a
su propio pensar y querer, tan humanos, y tan lejos del pensar y querer de
Dios), cargue con su cruz y me siga" (Evangelio). San Pablo, por su parte,
pide a los cristianos de Roma ofrecerse "como sacrificio vivo, santo y agradable
a Dios" (segunda lectura).
Conocer,
amar y hacer la Voluntad de Dios es una tarea para "hombres nuevos",
que luchan para deshacerse de los criterios de este mundo, y sobre todo se
dedican a renovarse y transformarse interiormente. Sólo estos hombres renovados
"pueden descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le
agrada, lo perfecto" (segunda lectura).
Sugerencias
pastorales
Las
huellas de la Voluntad de Dios. Las grandes huellas de la Voluntad de Dios
están inscritas primeramente en nuestra misma naturaleza, luego en nuestra
vocación cristiana, y finalmente en nuestro estado y condición de vida. Por
eso, hace la voluntad divina aquel que se comporta conforme a su condición de
ser racional y espiritual, vive como fiel seguidor de Jesucristo dentro de la
comunidad eclesial, cumple bien con sus deberes de estado y con su trabajo o
profesión. La mayoría de los hombres percibimos con relativa facilidad estas
huellas, pero caminar por ellas y seguirlas ya es otra cosa. Encontramos muchas
cosas atractivas que nos distraen, muchos obstáculos que no siempre estamos
dispuestos a superar, muchas resistencias a comportarnos según nos dicta
nuestra conciencia. ¿Cuáles son las distracciones, obstáculos, resistencias que
hay en nuestro ambiente, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en
nosotros mismos?
La cruz
y la gloria. En la Pascua, cima del plan de Dios para Jesucristo, se entretejen
la cruz y la gloria. En la vida del cristiano, en el proyecto de Dios para cada
uno de nosotros, no es diferente. La voluntad de Dios no es que sea primero
cruz y luego gloria, o viceversa. Es cruz y gloria al mismo tiempo. Conocer,
adherirse, hacer la voluntad de Dios comporta un tanto por ciento de cruz y
otro tanto por ciento de gloria, distinta pero inseparablemente. Quien hace la
voluntad de Dios ofrece un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Quien
hace la voluntad de Dios percibe, en medio del dolor, un canto interior de gozo
y de paz, que preludia la gloria de la que participará con Cristo en el reino
de los cielos. Hay quienes sólo ven la cruz, y hay quienes sólo quisieran ver
la gloria. El auténtico cristiano anuda entrambas en la misma voluntad de Dios,
y las acepta con amor y gozo.
P. Antonio Izquierdo L.C. para la Congregación para el Clero
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