SANTA MISA
PARA LA XXVI JORNADA
MUNDIAL DE LA JUVENTUD
Aeropuerto Cuatro Vientos de Madrid
Domingo 21 de agosto de 2011
Aeropuerto Cuatro Vientos de Madrid
Domingo 21 de agosto de 2011
HOMILÍA
Queridos
jóvenes:
Con la
celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada
Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes,
mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os
mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él
viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros
las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con
el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor,
deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con
el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido.
Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la
figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a
muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es
posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo
que ver conmigo hoy?
En el
evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados
como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un
conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de
Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos
responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno
de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso
más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos,
Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con
lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios
vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es
capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la
fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios:
«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en
la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar
de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la
identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión
de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la
manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los
discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de
Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al
Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura,
a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con
Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino,
hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe
plena.
Queridos
jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo
a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con
generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro.
Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí.
Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y
me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas
la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su
respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te
digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué
significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que
confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución
humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El
mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo
de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co
12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en
medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos
jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe
que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de
Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que
seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se
puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su
cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en
la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar
siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener
fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo
para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha
engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha
hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad
con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción
en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la
Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y
el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta
amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe
en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia.
No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no
os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de
vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente
a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco
continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a
la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc
16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos
y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes
que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad
de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un
estilo de vida sin Dios.
Queridos
jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la
Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y
os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el
Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos
en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día
más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio
eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de
todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.
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