Primera Lectura: Is 22,
19-23
Segunda: Rom 11, 33-36
Evangelio: Mt 16,13-20
Nexo entre las Lecturas
La figura de Pedro, que confiesa a Jesús Mesías e Hijo de Dios, llena la
escena litúrgica de este domingo. Jesús lo constituye la Roca de la Iglesia, le
da las llaves del edificio eclesial y le otorga el poder de atar y desatar
(Evangelio). La primera lectura nos habla de Eliaquín, elegido por Dios para
ser mayordomo de palacio, en tiempos del rey Ezequías, y que prefigura a Pedro:
"El será padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá.
Pondré en sus manos las llaves del palacio de David". San Pablo, en la
segunda lectura, se asombra de las decisiones insondables de Dios y de sus
inescrutables caminos respecto al pueblo de Israel. La liturgia, al relacionar
este texto con el Evangelio, nos invita a admirar y sobrecogernos ante el gran
misterio de la elección de Pedro para ser Roca y Mayordomo de su Iglesia.
Mensaje doctrinal
"Tú eres Roca, y sobre esta Roca, edificaré mi Iglesia" (Mt
16,18). En el Antiguo Testamento, el símbolo de la Roca se aplica a Yavéh:
"Sólo Dios es mi Roca" (Sal 62,3). En el Nuevo Testamento, Pablo lo
atribuye a Cristo: "No puede haber otro cimiento del que ya está puesto, y
este cimiento es Cristo" (1Cor 3,11). En los labios de Jesús, según el
Evangelio de Mateo, el símbolo es adjudicado a Pedro. No hay contradicción en
la pluralidad de símbolos: Dios es el único fundamento sólido de nuestra
seguridad y de nuestra fe; para revelársenos como tal a lo largo del tiempo
instituyó la Iglesia, cuyo fundamento invisible es Jesucristo. Pedro en sus
sucesores es, por misteriosa voluntad de Cristo, el fundamento visible sobre el
que se yergue el edificio de la Iglesia. Siendo Pedro sólo representación de un
fundamento divino, se entiende la promesa del Señor: "El poder del abismo
no la hará perecer" (Mt 16,19). Ningún poder, por oscuro y tenebroso que
sea, puede destruir a Dios y, por tanto, a la Iglesia, de la que Dios es el
verdadero fundamento.
"Te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16,19). Pedro
recibe de Cristo el poder y la autoridad sobre la Iglesia, como Eliaquín
recibió las llaves del palacio de David. Mayordomo sólo hay uno, por eso su
autoridad es única y exclusiva: "Cuando abra, nadie podrá cerrar; cuando cierre,
nadie podrá abrir" (Is 22,22). Es mayordomo, pero a la vez es padre:
"El será un padre para los habitantes de Jerusalén y la casa de Judá"
(Is 22,21), que debe imitar la paternidad de Dios: "Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Por consiguiente, es un
mayordomo cuya autoridad está orientada a servir lo mejor posible a la familia
de Dios, está presidida por el amor y dirigida a ofrecer a todos el mejor
servicio al bien y a la verdad.
"Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates
en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 16,19). Pedro es el
intérprete autorizado del designio de Dios sobre los hombres en las
vicisitudes, con no poca frecuencia embrolladas, de la historia. Lo que
"ata y desata" responde, no a inclinación natural o pasional, sino a
una voluntad extraordinaria de fidelidad y obediencia a Dios que le ha dado tal
encargo. Esto es un gran misterio, como nos recuerda la segunda lectura, pues
son decisiones de un hombre, que afectan a la vida de los hombres, pero
decisiones cuyo origen y proveniencia es Dios mismo. Por eso, maduran sobre
todo, presupuesta la reflexión y la consulta, en la escucha de la Palabra de
Dios y en la plegaria constante y humilde.
Sugerencias pastorales
Confianza en la Roca. La Roca de nuestra fe no la creamos los hombres,
nos la da Dios. Esa Roca visible, humana y temporal, es el Papa. Tener
confianza en la Roca es en definitiva fiarnos de Aquel que nos la da.
Igualmente, desconfiar de la Roca o prescindir de ella, al menos en ciertas
cosas y casos, es disminuir nuestra confianza en Dios que ha constituido a
Pedro y sus sucesores como tal. Si la confianza en la Roca tambalea, puede
provenir tal vez de que fijamos nuestra mirada y atención en el hombre que tal
función desempeña, cuando más bien hemos de poner nuestros ojos en Dios, que se
hace garante de la solidez y fuerza de la Roca. ¿Tenemos nosotros, sacerdotes,
esa confianza firme en la Roca de Pedro? ¿Y nuestros feligreses? ¿Qué podemos
hacer para aumentar en ellos la confianza en el Santo Padre: en su persona, en
sus enseñanzas, en sus decisiones?
Amor y docilidad al Papa. El es el padre común de todos los cristianos,
que se desvive por todos y a todos los abraza. El amor pide amor. El es la Roca
de la verdad, que nos infunde una seguridad inquebrantable. La verdad pide
asentimiento y acogida, vivir iluminados por ella. El es el mayordomo de la
Iglesia, siempre dispuesto a administrarla con bondad y a servirla lo mejor
posible. La actitud de servicio requiere reconocimiento, gratitud. El es el
intérprete auténtico de la revelación y del designio de Dios. Tal vocación
exige de los cristianos humildad, docilidad, obediencia sobrenatural. El es un
misterio de Dios, que supera nuestras capacidades humanas. Ante el misterio cabe
solamente una postura generosa y alegre de fe y de amor filial. En una sociedad
tan crítica para la autoridad como la nuestra, un espléndido servicio que
podemos hacer los sacerdotes es promover el amor, la confianza, la docilidad al
Santo Padre, a sus enseñanzas, a sus exhortaciones.
¿De qué medios puedo echar mano en mi parroquia o en mi comunidad para
lograrlo?
Preparado
por el P. Antonio Izquierdo L.C. Para la congregación para el clero
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