Introducción
1. «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).
Desde la primera proclamación del kerigma apostólico, a la pregunta que les dirigen aquellos a quienes Dios ha abierto el corazón y perseveraban en la enseñanza (cf. Hch 2, 37. 42), los apóstoles y sus sucesores no tienen otra respuesta más que el mandato que el Señor les dio antes de subir al cielo: ofrecer el pan de la Palabra y la gracia de los sacramentos para que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.
El mandato del Señor
2. Así, desde los primeros compases de la Iglesia en el mundo, la enseñanza tuvo un puesto significativo en su seno con acentos diversos: didajé (enseñanza), didascalía (instrucción) o catequesis (catecumenado). Más tarde, la creación de las escuelas catedralicias y parroquiales, por un lado, y el esfuerzo de tantas congregaciones y Órdenes religiosas dedicadas a la educación, por otro, son testimonio de dicha atención maternal. En las últimas décadas, la preocupación y ocupación eclesiales por esta tarea han llevado al Episcopado en España, especialmente por la Conferencia Episcopal y, en concreto, a través de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, a ofrecer valiosas reflexiones y orientaciones: a las familias, en su responsabilidad de dar testimonio de la fe a sus hijos; a las parroquias, en su responsabilidad de proponer la iniciación cristiana a niños, adolescentes y jóvenes; a las instituciones y a los agentes de enseñanza en general, y de la enseñanza religiosa en particular, en su responsabilidad de ofrecer una formación religiosa y moral y como propuesta de diálogo entre la fe y la cultura. Esto muestra el testimonio vivo y el interés permanente de la Iglesia por la educación al servicio del hombre y de la sociedad[1].
La emergencia educativa
3. En efecto, la Iglesia, consciente en todo momento de su misión de anunciar el Evangelio, ha considerado siempre la formación de los fieles como una de sus tareas esenciales. Hoy, atenta a dicha misión y dadas las circunstancias socioculturales, donde todo cambia con vertiginosa rapidez y donde la fe de los creyentes se encuentra acosada y contrastada por tantos interrogantes, la Iglesia ofrece, también, su regazo de madre y maestra al servicio de la educación integral del hombre.
4. Reconocemos con profundo agradecimiento que la cultura de nuestro tiempo ha logrado conquistar y ha adquirido valores importantes que humanizan muchos aspectos de la vida personal, comunitaria y social. Con todo, percibimos en ella algunos factores característicos que influyen de modo particular en la crisis de la transmisión de valores humanos y referencias específicamente religiosas y, más en concreto, en lo referente a la comunicación y educación en la fe. Ante este hecho generalizado en la mayor parte del mundo, con algunas características propias en nuestro país, el papa Benedicto XVI ha llamado la atención sobre lo que él ha denominado la «emergencia educativa», o, lo que es lo mismo, la urgencia educativa. Al hablar de ella en distintos escenarios, el pontífice subraya la necesidad de «redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona humana»[2].