Ceremonia de Beatificación de Mamerto Esquiú
Homilía proclamada por el enviado papal,
Cardenal Luis Héctor Villalba
En la Misa celebrada el 4 de septiembre de 2021
en la localidad de Piedra Blanca, Provincia de Catamarca.
Lectura de la profecía de Ezequiel 34, 11- 16- Sal. 22, 1-3.4.5.6- 1
Cor. 9, 16- 19.22-23- Lc. 22, 24-30
Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo a todos con afecto, en
particular al Pastor de esta Diócesis Mons. Luis Urbanc, a Mons. Carlos Ñañez,
Arzobispo de Córdoba, al Nuncio Apostólico Mons. Miroslaw Adamczyk, a todos mis
hermanos en el Episcopado, así como el Padre Provincial de la Orden Franciscana
de Hermanos Menores. Mi afectuoso saludo, también, a los sacerdotes, diáconos,
seminaristas, consagrados, consagradas, a las autoridades presentes y a todo el
Pueblo de Dios.
Doy gracias al Señor, porque en nombre del
Santo Padre Francisco, cuyo saludo afectuoso y cuya bendición les traigo, tengo
la alegría de presidir esta celebración eucarística y proclamar beato a Mamerto
Esquiú.
1. ¡Alegrémonos en el Señor!
Hoy
es un día de fiesta
Hoy es un día de gozo.
Grande es la alegría en el Cielo y en la
tierra por la beatificación de Mamerto Esquiú.
Alegría para la orden de los franciscanos, a
la que pertenecía Esquiú, alegría para la Iglesia de Catamarca, en donde nació,
vivió y murió, alegría para la Iglesia de Córdoba, de la que fue Obispo durante
dos años, alegría para la Iglesia de Argentina, alegría para la Iglesia
Católica entera que celebra en Esquiú una nueva esperanza.
El gozo proviene del hecho de que un
miembro de la Iglesia, un hombre de nuestra patria, un hermano nuestro, es
reconocido beato, honrado e invocado como tal.
Mamerto Esquiú Beato, ¿qué significa?
Significa que la Iglesia reconoce en él una figura excepcional, un hombre en el
que se dieron cita la gracia de Dios y el alma de Esquiú para alumbrar una vida
estupenda hasta alcanzar esa grandeza moral y espiritual que llamamos santidad.
Beato quiere decir salvado y glorioso. Quiere decir ciudadano del cielo.
Mamerto Esquiú como religioso, como
sacerdote, como obispo es un modelo a imitar y como San Pablo puede decirnos a
todos: “Sigan mi ejemplo, así como sigo yo, sigo el ejemplo de Cristo” (1Cor.
11, 1; 11,1). Y, a la vez, Mamerto Esquiú es un intercesor en favor nuestro. La
Iglesia nos dice, al beatificarlo, que lo podemos invocar y a él podemos orar,
pues ya participa de la felicidad eterna.
La beatificación de Mamerto Esquiú es una
invitación a todos nosotros para que caminemos en la huella abierta por
Jesucristo, una invitación para caminar hacia la santidad.
Una beatificación nos recuerda a nosotros
que somos la Iglesia peregrinante y militante, a la Iglesia bienaventurada y
triunfante, es decir, el epílogo glorioso de la vida cristiana, la certeza de
nuestra inmortalidad y de nuestro destino al Paraíso. El Señor nos invita a elevar
nuestra mirada hacia lo alto y nos dice: “Tengan ánimo y levanten la cabeza,
porque está por llegarles la liberación” (Lc. 21, 28).
Aquí
en la tierra tenemos que seguir el ejemplo de Esquiú si queremos llegar a la
gloria. Los santos, los beatos son nuestros maestros, nuestros modelos,
nuestros amigos, nuestros protectores.
Surge, espontánea la pregunta: ¿Cómo es la
vida de Mamerto Esquiú? ¿Cómo es su historia? ¿Cómo ha llegado a ser beato?
Ustedes ya lo conocen. No es este el
momento de hacer su biografía, tampoco de hacer un panegírico.
Pero al menos quiero señalar algunos rasgos
de su vida.
2. Mamerto Esquiú nació el 11 de mayo de
1826 aquí, en esta localidad de Piedra Blanca, en la provincia de Catamarca.
Su familia era religiosa y trabajadora.
Ingresó
a la Orden Franciscana de Hermanos Menores (O.F.M.) donde profesó los votos
religiosos de pobreza, castidad y obediencia y se ordenó sacerdote, a los 22
años, el 18 de octubre de 1848.
Se esmeró en la enseñanza y en la
predicación.
Desde joven enseñó filosofía y teología y
también fue maestro de niños.
Como sacerdote se dedicó al sacramento de
la penitencia y a la dirección espiritual.
En 1862 se trasladó al Convento franciscano
de Tarija en Bolivia, en búsqueda de una vida religiosa más regular y retirada,
dedicándose a la enseñanza de la teología. En 1864 se traslada a Sucre, capital
de Bolivia, a pedido del Arzobispo del lugar, para enseñar en el Seminario.
En el año 1872 viajó como misionero a Perú
y Ecuador. Y al año siguiente regresa a Tarija.
En
1876 viajó a Roma y a Tierra Santa.
En Roma, Esquiú se encuentra con el General
de la Orden Franciscana, que dispone que regrese a Catamarca para trabajar por
el restablecimiento de la vida común en los conventos. Así, después de 16 años
de estar ausente, regresa a Catamarca en 1878.
En 1880 es nombrado Obispo de Córdoba.
En su segundo año como Obispo, fue a la
Rioja, que pertenecía a su diócesis, a visitar a sus fieles y administrar los
sacramentos. Y en el viaje de regreso a su sede episcopal de Córdoba, murió el
10 de enero de 1883, en la posta catamarqueña de El Suncho. Tenía 56 años de
edad.
3. Esquiú buscó ser santo. Buscó, sobre
todo, hacer la voluntad de Dios. Lo que importa, decía, es hacer a todo trance
la voluntad de Dios.
Construyó su vida de santidad sobre
Jesucristo. Su meta era conocer y amar a Jesús para grabar su imagen en su
alma.
La Palabra de Dios ocupó un lugar central
en su vida.
Mamerto Esquiú fue un sacerdote de profunda
oración, dedicaba mucho tiempo a la oración. Tenía un gran amor a la Santísima
Virgen María y a San José.
Esquiú fue un Obispo misionero que se
dedicó a visitar todas las comunidades de su extensa diócesis. No sólo misionó
en las Parroquias, sino también en las Capillas. En los lugares donde no había
Iglesias, misionaba en los pequeños poblados o en las estancias.
Esquiú fue un Obispo Pastor que se
destacaba por su humildad, por su pobreza y por la austeridad de su vida.
Esquiú fue un pastor que se entregó a los
pobres al estilo de San Francisco. Era infatigable en la asistencia a los
enfermos y en la administración de los sacramentos.
El beato Mamerto Esquiú es reconocido como
uno de las grandes figuras de nuestro país por su patriotismo ejemplar.
Iluminó el orden temporal con la luz del
Evangelio, defendiendo y promoviendo la dignidad humana, la paz y la justicia.
4. Al declarar beato a Mamerto Esquiú, la
Iglesia reconoce públicamente su santidad de vida.
Esta beatificación nos recuerda que
nosotros, también, hemos sido llamados, como dice san Pablo: “A participar en la
heredad luminosa de los santos” (Col. 1, 12).
Todos estamos llamados a ser santos.
La Iglesia y el mundo de hoy tienen
necesidad de hombres y mujeres de toda condición y estado de vida, sacerdotes,
religiosos y laicos, que sean santos.
Santidad significa perfección que en el
grado más alto se encuentra solo en Dios. Dios es la perfección, Dios es la
santidad. Ser santo es participar de la santidad, de la vida de Dios.
Dios es santo y quiere que su pueblo sea
santo.
El cristiano está llamado a ser en la tierra
la imagen viviente de la santidad divina.
San Pedro nos exhorta a la santidad
diciendo: “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos
en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo
soy santo” (1 Ped. 1, 16).
En el Evangelio de San Mateo Jesús afirma:
“Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt. 5,48).
San Pablo en la carta a los Efesios
escribe: “Dios nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables en su
presencia, por el amor” (Ef. 1, 4).
No hay más que una vocación definitiva: la
de ser santos.
La santidad no es una excepción en la vida
cristiana, es un llamado para cada uno de nosotros.
El Concilio Vaticano II explicó, que:
“Todos en la Iglesia, ya sea que pertenezcan a la Jerarquía o sean apacentados
por ella están llamados a la santidad según aquello del Apóstol:
5. ¿Cómo puede ser santo el hombre?
Dios santifica al hombre, comunicándole su
vida divina. Dios lo hace participar de su santidad, de su vida. El hombre se
torna santo por su comunión de vida con Dios.
La santidad es un don, un regalo. La
santidad se nos confiere por el bautismo y los otros sacramentos por los cuales
se nos infunde la gracia, que nos hace santos, hijos de Dios, partícipes de la
naturaleza divina.
Pero la santidad no es sólo don, regalo,
sino también un deber.
Suponiendo el regalo divino de la gracia,
que nos hace santos, la santidad se convierte en obligación. Los cristianos,
enseña, el Concilio Vaticano II: “deben con la ayuda divina conservar esa
santidad que recibieron y perfeccionarla en su vida” (LG 40).
Por eso la santidad no es pasiva, no nos
exonera de un esfuerzo moral continuo. Jesús nos dice: “El que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me
siga” (Lc. 9, 23).
Para ganar la vida hay que perderla, para
obtener el Reino hay que venderlo todo, para ser fecundo hay que enterrarse,
para entrar en la gloria hay que participar de la cruz.
La gracia es un don, es un regalo gratuito
que Dios nos da, pero siempre implica una participación del hombre: saber que
todo viene de Dios no me lleva a dejarme estar. Por eso agradezco, pido y alabo
a Dios. Pero por eso, también, colaboro, trabajo, me hago cargo de mis actos.
Así la santidad a la que estamos llamados
resulta de dos factores. El primero y esencial es la gracia. Dios es quien la
ofrece. Dios es quien nos la da en Jesucristo.
Estar en gracia de Dios lo es todo para
nosotros. Tenemos que tener siempre una gran preocupación por vivir en gracia
de Dios. Nos debería disgustar como una mancha en un vestido blanco, por muy
pequeña que sea. Tenemos que tener una profunda estima por la gracia de Dios y
un gran deseo de vivir en gracia de Dios. La gracia es de por sí exigente y no
deberíamos tolerar ni el más mínimo pecado.
Pero es necesario todavía otro factor y eso
depende de nosotros. Es nuestro sí, nuestra disponibilidad al Espíritu, es
aceptar y querer cumplir la voluntad de Dios.
El encuentro de la voluntad amorosa y
salvífica de Dios, con nuestra voluntad obediente y feliz es la perfección, es la
santidad.
Realizar la santidad es vivir en la
sencillez de lo cotidiano la fe, la esperanza y la caridad.
Queridos hermanos y hermanas:
Demos gracias a Dios por la beatificación
de Fray Mamerto Esquiú.
Al elevar a la gloria de los altares a un
nuevo beato, la Iglesia nos lo propone como ejemplo que hemos de seguir y como
intercesor a quien hemos de invocar.
Jesús nos invita a nosotros, como lo hizo
con Mamerto Esquiú, a seguirlo para tener en herencia la vida eterna.
Meditemos en su vida y sigamos su ejemplo.
Que la Virgen María, Reina de los Santos,
suscite en el pueblo cristiano, hombres y mujeres santos.
Que el beato Esquiú nos alcance esta
gracia.
+ Cardenal Luis H. Villalba
Arzobispo Emérito de Tucumán
No hay comentarios:
Publicar un comentario