viernes, 12 de febrero de 2021

Catequesis Marianas de San Juan Pablo II (49) - «Mujer, he ahí a tu hijo»

 

SAN JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de abril de 1997

 

«Mujer, he ahí a tu hijo»

María al pie de la Cruz - Pietro Perugino

 

1. Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"» (Jn 19, 26-27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

jueves, 11 de febrero de 2021

Desde la primera de sus dieciocho apariciones en Lourdes, la Virgen orientó su mensaje hacia Jesucristo - Mons. Antonio Marino

 

Feliz de ti por haber creído”

(Lc 1,45)

 

Homilía en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes

Mar del Plata, Gruta de Lourdes, 11 de febrero de 2013

Queridos hermanos:

 

Convocados por la Virgen Inmaculada, bajo su advocación de Nuestra Señora de Lourdes, estamos celebrando la Eucaristía en este lugar privilegiado para la fe de los marplatenses. Son también muy numerosos los peregrinos que, venidos de muy diversas partes, acuden hoy con devoción a esta gruta, donde anhelan renovar sus fuerzas espirituales y llevarse un mensaje de esperanza cristiana. ¡Bienvenidos todos a esta mesa eucarística donde ofrecemos a Dios la hostia divina y nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios, que el Espíritu Santo formó en el seno de María!

 

Cuando el 11 de febrero de 1858 la Virgen se apareció a Bernardita, niña pobre y analfabeta, ella ignoraba aún quién era esa joven mujer que le sonreía y la invitaba. Bernardita sintió temor, y como por instinto, llevó su mano al bolsillo para extraer su rosario, que era la única oración que ella conocía, aunque todavía de manera imperfecta, pues no sabía nombrar los misterios. Al querer comenzar persignándose, trazando la señal de la cruz sobre su cuerpo, sintió que su brazo se resistía y le era imposible dominar su movimiento. Hasta que, de pronto, la joven mujer con un rosario blanco en su mano hace el signo de la cruz, y entonces puede hacerlo también ella, lo cual le disipó el temor y le dejó una gran alegría. Las avemarías del rosario transcurrieron sin fatiga y con gozo, en un tiempo distinto al habitual.

 

Desde la primera de sus dieciocho apariciones, la Virgen orientó su mensaje hacia Jesucristo. La señal de la Cruz, por donde todo comienza, es un resumen de la fe cristiana, pues allí al mismo tiempo que evocamos el misterio pascual, proclamamos también el misterio de la Trinidad. Sabemos, en efecto, que las tres divinas personas, han actuado y se han revelado en la cruz redentora de Cristo y en su resurrección gloriosa.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Carta de San José Sánchez del Río a su madre antes de morir mártir

 


Cotija, 6 de febrero de 1928.

Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico. Y tú haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

José Sánchez del Río.


Ver También:

¿Cómo se puede explicar tanta fe y amor a Jesús en un alma aún tierna y juvenil? - Beato José Sánchez del Río - Card. Saraiva Martins


 

martes, 9 de febrero de 2021

Catequesis Marianas de San Juan Pablo II (48) - La Virgen María cooperadora en la obra de la Redención

 

SAN JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 9 de abril de 1997

 

La Virgen María cooperadora en la obra de la Redención

 

1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la cooperación de María en la obra de la salvación, profundizando el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Ya san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; PL 40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada de María a Cristo redentor.

La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de la Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el Hijo en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor.

Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos colaboradores de Dios» (1 Co 3, 9), sostiene la efectiva posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en su aportación personal para que se arraigue en el corazón de los seres humanos.

2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.

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