XIV. El abandono de la Ascética de
la Comunión por los que la reciben
El punto de vista teológico de la
Comunión
La
asimilación gradual y lenta a Cristo, Hostia gloriosa del cielo, he aquí
el verdadero punto de vista teológico y el fin de tu Comunión, como el fin de tu
comida natural es la asimilación del alimento a tu cuerpo.
¡Misterio
inefable! ¿verdad?, pero a la par principio y razón de un cúmulo de maravillas
que se obran en tu alma y que, ¡ay!, tu alma apenas, apenas, si echa cuenta en
ellas.
Sacerdote,
como tú debes comulgar muy bien, muy bien debes enterarte de las consecuencias
ascéticas de ese principio y misterio fisiológico-espiritual.
Como que en ellas se contiene
el secreto de tu dicha en la tierra y en el cielo. ¡Tu santificación! O, en
otra palabra, ¡tu divinización!
Consecuencias ascéticas
1ª. La
nutrición no depende sólo del poder nutritivo del alimento, sino de la aptitud
y medida de las facultades nutritivas del que come.
Por
consiguiente, aunque la Eucaristía de suyo sea de valor nutritivo infinito, no
nutrirá sino en la medida que permitan las facultades nutritivas y
asimilativas del que comulgue.
Esta limitación
que impone Cristo a su poder es tan misterio de caridad y humildad en Él,
como para mí estímulo de cooperación y entrega a Él sin limitación.
2ª. Si
hay comida, hay digestión. Si hay digestión, hay asimilación. La comida
es para la asimilación.
Ley de
la asimilación fisiológica es, que el alimento, por ser de naturaleza inferior,
se convierta en la naturaleza de la substancia del que come.
En esta
Comida sobrenatural, como el alimento es de substancia infinitamente superior a
la substancia del que come, ésta es la que se convierte o asimila. Y como este
alimento no es sólo de substancia infinitamente superior, sino que es, además,
un alimento vivo, el que come a Cristo vivo se asimila no sólo a la substancia,
sino a la vida de Cristo.
Por
tanto, la Comunión, por propia virtud y mientras no encuentre obstáculos
voluntarios, labra en todo el comulgante y en cada una de sus facultades la
asimilación o la semejanza, no sólo al ser, sino al vivir de
Cristo. O sea, que por la Comunión bien digerida, cada día tenemos no
sólo más gracia en nuestra alma, que es el ser de Cristo, sino
más fe o fe más viva en la inteligencia, más caridad en el corazón, más
prontitud en nuestro proceder, que ése es el vivir de Cristo.
3ª. Que
esta asimilación sobrenatural al Ser y a la vida de
Cristo, como la natural, es lenta, gradual, hasta llegar a total o
integral.
Ésta es
ley de todas las asimilaciones hechas con regularidad. Es decir, que por virtud
de la Comunión bien digerida, el comulgante pasa por distintos grados,
como Jesús los pasó para llegar a ser nuestro alimento y nuestra vida.
A la
manera que Jesús pasó en su vida mortal por la negación de Sí mismo, en
pobrezas y desprecios y muchos trabajos, por la Pasión y la Muerte, y en la
vida inmortal por la Resurrección, la Ascensión y el triunfo o glorificación
eterna de su Cuerpo y de su alma en el cielo, como Sacerdote y Hostia eternos,
así el hombre comulgante fiel pasará en la tierra por grados de fe cada
vez más viva hasta llegar al don de Sabiduría. De la caridad cada
vez más ardiente y purificada a Dios y al prójimo, hasta llegar al matrimonio
espiritual con Aquél, pasando por la noche del sentido, por la oración de
quietud, contemplación, noche del espíritu, etc. Y en general, de las virtudes
practicadas cada vez con mayor fidelidad, y del vencimiento de sí mismo, hasta
llegar a la posesión de los Dones, y por ellos, de los regalados frutos y
bienaventuranzas del Espíritu Santo.
Y hasta
el cuerpo del comulgante tendrá su parte en esta asimilación gradual a
Cristo, pues por la Comunión bien recibida y digerida, irá el cuerpo creciendo
en su subordinación al alma, y sus apetitos y pasiones a la voluntad y a la
razón.
La
asimilación completa se hará en el cielo por el lumen gloriae que
es la gracia de Cristo consumada, por la cual el entendimiento verá a Dios como
es y en Él descansará y se abismará. La voluntad, rebosante de la caridad
perfecta, se gozará sin fin en Él. Y el cuerpo resplandecerá y se
transfigurará con las dotes gloriosas. Y el hombre, el venturoso comensal de
la Eucaristía, llegará a la perfección suma, a la plenitud de parecido y de
unión con Cristo, su manjar, su modelo y su asimilador.
4ª. Que
por la misma razón de darse Jesús al modo de la comida natural, que se repite,
y mientras más mejor, así debemos repetir la Comunión.
El
Bautismo, por ejemplo, no se repite porque la gracia suya no se da como comida,
sino como nacimiento a la vida sobrenatural, y no se nace más que
una vez.
En el
Bautismo hay muerte del hombre viejo, el del pecado original y
totalmente extraño a Jesucristo, y se nace a la vida de la gracia, y las
dos cosas no se hacen más que una vez.
Y 5ª, y
es la consecuencia más práctica. Que para que la Comunión obre en nosotros esos
misterios y maravillas de asimilación y transformación, no nos toca más que
esto: dejarnos hacer hostias, poniendo toda nuestra voluntad en
morirnos a nuestro egoísmo y entregarnos al amor de Dios y de los prójimos por
Él.
Una pregunta de respuesta muy
triste
¿Se conoce, se divulga, se
comenta, y, sobre todo, se practica esta verdadera doctrina de ascética
y mística por la Comunión bien comida y digerida?
¡Sacerdotes, sacerdotes, almas
de Sagrario!... ¿son nuestras Comuniones sumas o restas de caridad?
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