“Las Grandes Herejías”
Hilaire Belloc
Capítulo 1
Introducción. ¿Qué es una herejía?
¿Qué es una herejía y cual es la importancia histórica de algo así?
Al igual que la mayoría de las palabras modernas, “herejía” se utiliza
tanto de un modo vago como diverso. Se la utiliza vagamente porque la mente
moderna es tan adversa a la precisión cuando se trata de ideas como enamorada
está de la precisión cuando se trata de medidas. Y es utilizada en forma
diversa porque, de acuerdo a la persona que la utiliza, puede llegar a
significar cualquiera de al menos cincuenta cosas.
Actualmente, para la mayoría de las personas (de las que utilizan el idioma
inglés) la palabra “herejía” connota disputas pasadas y olvidadas, y antiguos
prejuicios contrarios a un examen racional. Por consiguiente, se piensa que la
herejía carece de interés contemporáneo. El interés en la herejía está muerto
porque la herejía tiene que ver con cuestiones que ya nadie toma en serio. Se
comprende que una persona puede interesarse en una herejía por curiosidad
arqueológica, pero difícilmente resulte comprendido si llega a afirmar que la
herejía ha tenido un gran efecto sobre la Historia y sigue siendo, hoy mismo,
un impulso contemporáneo viviente.
Y sin embargo, la cuestión de la herejía en general tiene altísima
importancia para el individuo y para la sociedad. Y la herejía en su significado
particular (que es el de la herejía en la doctrina cristiana), es de especial
interés para cualquiera que desee entender a Europa, al carácter de Europa, y a
la Historia de Europa. Porque la totalidad de esa Historia, desde el
surgimiento de la religión cristiana, ha sido la Historia de luchas y cambios,
mayormente precedidos, con frecuencia aunque no siempre causados, y ciertamente
acompañados por diversidades de doctrina religiosa. En otras palabras, “la
herejía cristiana” es un subconjunto especial de primerísima importancia para
la comprensión de la Historia europea porque, junto con la ortodoxia cristiana,
constituye el acompañante y el agente constante de la vida de Europa.
Debemos comenzar con una definición, aunque el definir implique un esfuerzo
mental y, por lo tanto, resulte antipático.
La herejía es la dislocación de una estructura completa y autosostenida
mediante la introducción de la negación de una de sus partes esenciales.
Por “estructura completa y autosostenida” entendemos cualquier sistema
afirmativo en física, matemáticas, filosofía o lo que fuere, en el cual las
distintas partes son coherentes entre si y se sostienen mutuamente.
Por ejemplo, la antigua estructura de la física, frecuentemente llamada
“newtoniana” en Inglaterra por haber sido Newton quien mejor la definió, es una
estructura de esta clase. La variedad de cosas que se afirman en ella acerca
del comportamiento de la materia, y especialmente la ley de la gravedad, no
constituyen afirmaciones aisladas de las que cualquiera podría ser extraída sin
desordenar el resto; por el contrario, son todas parte de una misma concepción
o unidad de modo tal que, si modificamos una parte, la totalidad deja de
funcionar.
Otro ejemplo de un sistema similar es nuestra geometría plana que hemos
heredado de los griegos y a la cual llaman “euclidiana” quienes piensan (o
esperan) haber descubierto una nueva geometría. Cada proposición de nuestra
geometría plana en cuanto a que los ángulos internos de un triángulo plano son
iguales a dos ángulos rectos; que el ángulo contenido en un semicírculo es un
ángulo recto, y así sucesivamente; cada una de estas proposiciones no sólo se
encuentra sostenida por cada una de las demás proposiciones del sistema sino
que, a su vez, sostiene a cada parte individual de la totalidad.
“Herejía” significa, pues, la distorsión de un sistema por “excepción”: por
la “extracción” de una parte de su estructura [1], e implica que el esquema queda dañado por haberse quitado parte del
mismo, por haberse negado parte del mismo, o bien por haber dejado el vacío
creado sin llenar, o bien por haberlo llenado con alguna afirmación nueva. Por
ejemplo, el Siglo XIX construyó un esquema de crítica textual para establecer
la fecha de un documento antiguo. Uno de los principios dentro de este esquema
es que cualquier afirmación de lo maravilloso es necesariamente falsa. “Si en
cualquier documento halla usted una maravilla, afirmada por el supuesto autor
del documento, tiene usted derecho a concluir “(dicen los críticos textuales
del Siglo XIX, hablando todos como un sólo hombre) “que el documento no fue
contemporáneo, que no es de la fecha que pretende ser.” Pero aparece un nuevo y
original crítico que dice: “No estoy de acuerdo. Pienso que ocurren maravillas
y también pienso que las personas dicen mentiras.” Una persona irrumpiendo así
es un hereje en relación a ese particular sistema ortodoxo. Una vez concedida
esta excepción, todo un número de certezas negativas se vuelve inseguro.
Usted estaba seguro, por ejemplo, de que la vida de San Martín de Tours,
tal como está expuesta por un testigo contemporáneo, no pertenecía a un testigo
contemporáneo por las maravillas que relataba. Pero admitiendo el nuevo
principio, el testigo podría ser contemporáneo después de todo, y por lo tanto
puede ser aceptado como histórico si testimonia algo que no es en modo alguno
maravilloso pero que no se encuentra en ningún otro documento.
En la biografía de un taumaturgo lee usted que resucitó a un hombre de
entre los muertos en la basílica de Viena en el año 500. La escuela ortodoxa de
la crítica diría que toda la historia es obviamente falsa y, por incluir
maravillas, no es prueba de la existencia de una basílica en Viena en dicha
fecha. Pero nuestro hereje, que desafía el canon ortodoxo de la crítica, dice:
“Me parece que el biógrafo del taumaturgo puede haber estado mintiendo, pero no
habría mencionado a la basílica y la fecha a menos que sus contemporáneos
supiesen, como él sabía, que existió una basílica en Viena en dicha fecha. Una
falsedad no presupone la falsedad universal en un narrador.” Y hasta puede
aparecer un hereje todavía más audaz que podría decir: “Este pasaje no sólo
constituye una evidencia perfectamente buena en favor de la existencia de una
basílica en Viena por el año 500, sino que hasta considero posible que el
hombre fue resucitado de entre los muertos.” Si sigue a cualquiera de los
críticos, estará usted alterando todo el esquema de pruebas mediante el cual la
Historia verdadera se separa de la falsa en la crítica textual contemporánea.
La negación completa de un esquema no es herejía y no posee el poder
creativo de una herejía. Pertenece a la esencia de la herejía el dejar incólume
gran parte de la estructura a la cual ataca. De esta manera puede seguir
dirigiéndose a los fieles y continúa afectando sus vidas desviándolos de sus
características originales. Es por ello que de las herejías se dice que
“sobreviven por las verdades que retienen”.
Debemos destacar que, en cuanto al valor de la herejía como ámbito de
estudio histórico, resulta indiferente que el esquema completo atacado sea
verdadero o falso. Lo que nos ocupa aquí es la altamente interesante verdad que
la herejía origina una nueva vida propia y afecta vitalmente a la sociedad que
ataca. La razón por la cual las personas combaten la herejía no es tan sólo, ni
principalmente, conservadorismo, una devoción a la rutina, disgusto por la
perturbación de sus hábitos de pensamiento, sino mucho más por la percepción de
que la herejía – en la medida en que gane terreno – producirá un estilo de vida
y una configuración social contraria, irritante y quizás hasta mortal para el
estilo de vida y la configuración social que producía el antiguo esquema
ortodoxo.
Sirva lo dicho en beneficio del significado general y el interés de esa tan
fértil palabra “herejía”.
En su significado particular (el utilizado en este libro) implica dañar por
excepción el esquema completo constituido por la religión de la Cristiandad.
Por ejemplo, una parte esencial de esta religión (aún siendo sólo una
parte) sostiene que el alma individual es inmortal; que la conciencia personal
sobrevive a la muerte física. Ahora bien, las personas que creen en ello
considerarán al mundo y a si mismas de cierta manera, se comportarán de cierta
forma, y serán cierto tipo de personas. Si hacen una excepción – es decir: si
recortan y extraen únicamente esta doctrina – pueden seguir conservando todo lo
demás, pero el esquema estará cambiado; el estilo de vida, las características
y todo el resto se volverán otra cosa. La persona que está convencida de que
cuando muera todo habrá terminado de una vez para siempre, puede seguir
creyendo en que Jesús de Nazareth fue Verdadero Dios de Verdadero Dios, que
Dios es trino, que la Encarnación estuvo acompañada por un Nacimiento Virgen,
que el pan y el vino se transforman en virtud de una formula particular. Esta
persona podrá recitar una gran cantidad de oraciones cristianas y admirar y
copiar a algunos cristianos ejemplares elegidos – pero será una persona
bastante diferente de aquella otra que da por cierta la inmortalidad.
Debido a que la herejía en este sentido particular (la negación de una
doctrina cristiana aceptada) afecta de este modo al individuo, afecta también a
toda la sociedad, y cuando uno examina cierta sociedad formada por una religión
en particular, necesariamente debe ocuparse extensamente de la distorsión o
menoscabo de dicha religión. Ése es el interés histórico de la herejía. Por
eso, quien quiera entender como es que Europa vino a ser lo que es y cuales
fueron las causas de sus cambios, no puede darse el lujo de considerar la
herejía como algo carente de importancia. Los eclesiásticos que en los
concilios orientales lucharon con tanta furia por detalles de definiciones,
tenían mucho más sentido histórico y se hallaban mucho más en contacto con la
realidad que los escépticos franceses, familiares a los lectores ingleses a
través de su discípulo Gibbon.
Por ejemplo, una persona que piensa que el arrianismo es una simple
discusión semántica está dejando de ver que un mundo arriano sería mucho más
parecido a un mundo mahometano y mucho menos parecido a lo que el mundo europeo
de hecho llegó a ser. Esa persona está mucho menos en contacto con la realidad
de lo que estuvo Atanasio cuando afirmó la importancia suprema del punto de doctrina.
Aquél concilio local en París, que volcó el fiel de la balanza en favor de la
tradición trinitaria, tuvo tanto efecto como una batalla decisiva; y el no
comprender eso es ser un mediocre historiador.
Y la tesis no se refuta diciendo que ambos, tanto el ortodoxo como el
hereje, sufrían de una ilusión; que estaban discutiendo cuestiones que no
tenían una existencia real y que no merecían el esfuerzo de un debate. La
cuestión es que la doctrina (y su negación) contribuyeron a la formación de la
naturaleza de las personas y esa naturaleza así formada determinó el futuro de
la sociedad que esas personas construyeron.
Y en relación con esto existe otra consideración demasiado frecuentemente
omitida en nuestros tiempos. Es la siguiente: para grandes masas de seres
humanos la actitud escéptica frente a cuestiones trascendentales no puede
perdurar. Muchos han desesperado por el hecho de que esto sea así. Deploran la
despreciable debilidad de la humanidad que compele a la aceptación de alguna
filosofía o de alguna religión a fin de llevar adelante la vida en absoluto.
Pero ésta es una cuestión de experiencia positiva y universal.
Por cierto, no hay forma de negarlo. Es un hecho simple. La sociedad humana
no puede desenvolverse sin algún credo, porque un código o una norma son el
producto de un credo. De hecho, a pesar de que algunos individuos –
especialmente aquellos que disponen de existencias protegidas – pueden con
frecuencia desempeñarse con un mínimo de certeza o hábito respecto de
cuestiones trascendentales, una masa humana orgánica no puede vivir de esa
forma. Así, la Inglaterra moderna está sostenida por toda una religión: la
religión del patriotismo. Destruid eso por medio de algún desarrollo herético,
“exceptuando” la doctrina de que el primer deber de una persona es hacia la
sociedad política a la cual pertenece, e Inglaterra, tal como la conocemos,
gradualmente cesará de ser y se convertirá en algo diferente.
La herejía, por lo tanto, no es un fósil. Es una materia de permanente y
vital interés para la humanidad porque está ligada a la cuestión de la religión
y sin alguna forma de religión ninguna sociedad humana ha perdurado ni podrá
perdurar jamás. Quienes piensan que la cuestión de la herejía puede ser
descuidada porque el término les suena pasado de moda y porque se relaciona con
cierta cantidad de disputas hace tiempo abandonadas, están cometiendo el error
de pensar en palabras en lugar de pensar en ideas. Es la misma clase de error
que contrasta a los Estados Unidos como “república” con una Inglaterra
“monárquica” cuando, por supuesto, el gobierno de los Estados Unidos es
esencialmente monárquico y el gobierno de Inglaterra es esencialmente
republicano y aristocrático. No tienen fin los equívocos que surgen del empleo
ambiguo de las palabras. Pero si tenemos presente al hecho simple que un
Estado, una política humana, o una cultura general, tiene que estar inspirada
por algún cuerpo de normas morales, y que no puede haber cuerpo de normas
morales sin doctrina, y si nos ponemos de acuerdo en llamar religión a
cualquier cuerpo consistente de doctrina y moral; pues entonces aparecerá clara
la importancia de la herejía como cuestión porque la herejía no significa más
que “la propuesta de innovaciones religiosas por medio de la extracción de algo
que ha constituido la religión aceptada en algún momento dado, con el fin de
negarlo o reemplazarlo por otra doctrina extraña.”
El estudio de las sucesivas herejías cristianas, sus características y su
trayectoria, posee un interés especial para todos los que pertenecemos a la
cultura europea o cristiana; y la razón de ello debería ser evidente: nuestra
cultura fue hecha por una religión. Los cambios o los desvíos de esa religión
necesariamente afectarán a nuestra civilización como un todo.
Toda la Historia de Europa, con sus variadas comarcas y Estados y cuerpos
generales durante los últimos dieciséis siglos, ha estado mayormente vuelta
hacia las sucesivas herejías que aparecieron en el mundo cristiano.
Somos
lo que actualmente somos principalmente porque ninguna de esas herejías
finalmente desquició a nuestra religión ancestral; pero también somos quienes
somos porque cada una de estas herejías afectó profundamente a nuestros padres
durante generaciones enteras. Cada herejía dejó sus huellas y una de ellas, el
gran movimiento mahometano, sigue teniendo al día de hoy influencia dogmática y
preponderancia sobre una gran fracción de territorio que alguna vez fue
enteramente nuestro.
Si uno se pusiese a catalogar a las herejías siguiendo la larga Historia de
la Cristiandad, la lista de las mismas podría parecer casi infinita. Porque se
dividen y se subdividen, están en todas las escalas, varían de lo local a lo
general. Sus vidas se extienden desde menos de una generación hasta siglos
enteros. La mejor forma de entender la materia es seleccionando algunos pocos
ejemplos prominentes y estudiarlos para entender la gran importancia que puede
tener una herejía.
Un estudio semejante se hace más fácil por el hecho de que nuestros padres
reconocieron a la herejía por lo que era, le dieron en cada caso un nombre en
particular, la sujetaron a una definición – y, por lo tanto, a ciertos límites
– haciendo más fácil su análisis gracias justamente a dicha definición.
Por desgracia, en el mundo moderno se ha perdido el hábito de esas
definiciones. La palabra “herejía”, habiendo venido a connotar algo extraño y
pasado de moda, ya no se aplica a los casos que son claramente casos de herejía
y deben ser tratados como tales.
Por ejemplo, en la actualidad está difundida la negación de lo que los
teólogos llaman “dominio”, esto es: el derecho a la posesión de propiedades. Se
afirma ampliamente que las leyes que permiten la propiedad privada de tierra y
de capital son inmorales; que el suelo de dónde surgen todos los bienes
productivos debería ser comunal y que cualquier sistema que permita su control
por individuos o familias es un sistema equivocado y por lo tanto debe ser
atacado y destruido.
A esta doctrina, que ya es bastante fuerte entre nosotros y que está
ganando en fuerza y número de adherentes, no la llamamos herejía. La concebimos
tan sólo como un sistema político o económico y cuando hablamos del comunismo
nuestro vocabulario no sugiere nada teológico. Pero esto es solamente porque
nos hemos olvidado del significado de la palabra “teológico”. El comunismo es
tan una herejía como el maniqueísmo. Implica tomar el esquema moral con el que
hemos vivido, extraer del mismo una parte en particular, negar esa parte e
intentar su reemplazo por una innovación. El comunista retiene mucho del
esquema cristiano: la igualdad humana, el derecho a la vida, y así
sucesivamente. Niega tan sólo una parte.
Lo mismo vale en cuanto al ataque contra la indisolubilidad del matrimonio.
Nadie llama “herejía” al conjunto de prácticas y afirmaciones modernas
relacionadas con el divorcio, pero de hecho el divorcio es una herejía desde el
momento en que su característica determinante es la negación de la doctrina
cristiana del matrimonio y su sustitución consecuente por otra doctrina, a
saber: la de que el matrimonio no es más que un contrato y además un contrato
rescindible.
Del mismo modo es una herejía – un “cambio por excepción” – el afirmar que
nada se puede saber de las cosas divinas, que todo no es más que mera opinión y
que, por lo tanto, nuestras únicas guías para el manejo de los asuntos humanos
deberían ser las cosas de las cuales se tiene certeza por la evidencia de los
sentidos y por la experimentación. Quienes piensan de esta forma pueden
conservar, y generalmente conservan, mucho de la moral cristiana; pero desde el
momento en que niegan la certeza por la Autoridad – siendo que esta doctrina es
parte de la epistemología cristiana – son herejes. No es herejía decir que la
realidad puede ser aprehendida por medio del experimento, por percepción
sensual o por deducción. La herejía consiste en afirmar que no puede ser
aprehendida por medio de ninguna otra fuente.
Actualmente vivimos bajo un régimen de herejía que se distingue de los
períodos herejes más antiguos tan sólo en que el espíritu herético se ha vuelto
generalizado y aparece bajo varias formas.
Se verá que en las páginas siguientes he hablado del “ataque moderno”
porque algún nombre hay que darle al asunto antes de poder discutirlo en absoluto.
Pero la marea que amenaza con cubrirnos es tan difusa que cada uno tendrá que
darle su propio nombre; no tiene una denominación genérica todavía.
Quizás lo tendrá más adelante, pero no antes de que se vuelva agudo el
conflicto entre ese espíritu moderno anticristiano y la tradición permanente de
la Fe a través de la persecución y el triunfo o la derrota de la misma. Quizás
entonces se llame Anticristo.
[1] La palabra “herejía” se deriva del verbo griego “haireo” que al
principio significó “yo tomo” o “yo apreso” y después vino a significar “yo
extraigo”.
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