DISCURSO DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES
EN EL CONGRESO NACIONAL
DEL CENTRO
DEL CENTRO
ITALIANO FEMENINO
25
de enero de 2014
Queridas amigas del Centro italiano femenino:
Con ocasión del Congreso de vuestra asociación os doy mi bienvenida y os
saludo cordialmente. Doy las gracias a vuestra presidenta por las palabras con
las que ha introducido nuestro encuentro.
Doy gracias con vosotras al Señor por todo el bien que el Centro
italiano femenino ha realizado durante sus casi setenta años de vida, por las
obras que ha llevado a cabo en el campo de la formación y promoción humana, y
por el testimonio que ha dado sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la
comunidad eclesial. En efecto, en el curso de estos últimos decenios, junto a
otras transformaciones culturales y sociales, también la identidad y el papel
de la mujer, en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, ha conocido
notables cambios y, en general, la participación y la responsabilidad de las
mujeres ha ido creciendo.
En este proceso ha sido y es importante también el discernimiento por
parte del Magisterio de los Papas. De modo especial se debe mencionar la carta
apostólica Mulieris dignitatem de 1988, del beato Juan Pablo II, sobre
la dignidad y vocación de la mujer, documento que, en línea con la enseñanza
del Vaticano II, ha reconocido la fuerza moral de la mujer, su fuerza
espiritual (cf. n. 30); y recordamos también el mensaje para la jornada mundial
de la paz de 1995 sobre el tema «La mujer: educadora para la paz».
He recordado la indispensable aportación de la mujer en la sociedad, en
particular con su sensibilidad e intuición hacia el otro, el débil y el indefenso.
Me alegra ver cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales con
los sacerdotes, en el acompañamiento de personas, familias y grupos, así como
en la reflexión teológica; y desea que se amplíen los espacios para una
presencia femenina más amplia e incisiva en la Iglesia (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 103).
Estos nuevos espacios y responsabilidades que se han abierto, y que
deseo vivamente se puedan extender ulteriormente a la presencia y a la
actividad de las mujeres, tanto en el ámbito eclesial como en el civil y
profesional, no pueden hacer olvidar el papel insustituible de la mujer en la
familia. Los dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, que
abundantemente tiene el alma femenina, representan no sólo una genuina fuerza
para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y de
armonía, sino una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable.
Esto es importante. Sin estas actitudes, sin estos dotes de la mujer, la
vocación humana no puede realizarse.
Si en el mundo del trabajo y en la esfera pública es importante la
aportación más incisiva del genio femenino, tal aportación permanece
imprescindible en el ámbito de la familia, que para nosotros cristianos no es
sencillamente un lugar privado, sino la «Iglesia doméstica», cuya salud y
prosperidad es condición para la salud y prosperidad de la Iglesia y de la
sociedad misma. Pensemos en la Virgen: la Virgen en la Iglesia crea algo que no
pueden crear los sacerdotes, los obispos y los Papas. Es ella el auténtico
genio femenino. Y pensemos en la Virgen en las familias. ¿Qué hace la Virgen en
una familia? Por lo tanto la presencia de la mujer en el ámbito doméstico se
revela como nunca necesaria para la transmisión a las generaciones futuras de
sólidos principios morales y para la transmisión misma de la fe.
En este punto surge espontáneamente preguntarse: ¿cómo es posible crecer
en la presencia eficaz en tantos ámbitos de la esfera pública, en el mundo del
trabajo y en los lugares donde se toman las decisiones más importantes y, al
mismo tiempo, mantener una presencia y una atención preferencial y del todo
especial en y para la familia? Y aquí está el ámbito del discernimiento que,
además de la reflexión sobre la realidad de la mujer en la sociedad, presupone
la oración asidua y perseverante.
Es en el diálogo con Dios, iluminado por su Palabra, regado por la
gracia de los Sacramentos, donde la mujer cristiana busca siempre responder
nuevamente a la llamada del Señor, en lo concreto de su condición.
La presencia maternal de María sostiene siempre esta oración. Ella, que
cuidó a su Hijo divino, que propició su primer milagro en las bodas de Caná,
que estaba presente en el Calvario y en Pentecostés, os indique el camino que
hay que recorrer para profundizar el significado y el papel de la mujer en la
sociedad y para ser plenamente fieles al Señor Jesucristo y a vuestra misión en
el mundo. Gracias.
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