domingo, 16 de febrero de 2014

Domingo VI durante el año (ciclo a) Catena Aurea

Mateo 5,17-37
"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos".
"Porque os digo en verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás: pues el que matare, reo será en el juicio. Mas yo os digo, que todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno".
"Por tanto, si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".
"Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez y el juez te entregue al ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante".
"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella".
"Y si tu ojo derecho te sirve de escándalo, sácalo y échalo de ti. Porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego del infierno. Y si tu mano derecha te sirve de escándalo, córtala y échala de ti, porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo vaya al fuego del infierno".
"También fue dicho: Cualquiera que repudiare su mujer, déle carta de repudio. Mas yo os digo que el que repudiare a su mujer, a no ser por causa de fornicación, la hace ser adúltera. Y el que tomare la repudiada, adultera".
"Además oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás; mas cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo, que de ningún modo juréis: ni por el cielo, porque es el trono de Dios: ni por la tierra, porque es la peana de sus pies: ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey: ni jures por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello blanco o negro. Mas vuestro hablar sea, sí, sí, no, no. Porque lo que excede de esto, de mal procede".   
 
Glosa
Después que exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.
 
Remigio
Para que no apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Esta sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" ( Ex 20,17). Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" ( Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas ( Mt 5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento ( Mt 17,1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo ( Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan ( Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.
Insiste Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.
Otra vez Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Para qué esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" ( Dt 12,32). A lo que contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas.
Sigue Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,1
Cuando confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18, 2
Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18, 3
Cuando un judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo que contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,7
Los católicos nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.
 
San Agustín, contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido.
Sigue Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 19,1
Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 2
Si no fue éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican naturalmente lo que manda la ley" ( Rom 2,14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc ( Rom 8,2). Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo: "Os envío profetas y sabios" ( Mt 23,24). (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" ( Ex 21,24). A lo que dice San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 19,7
Manifiesto es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste: "No matarás" ( Ex 20,13). Nosotros, pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".
 
Remigio
La palabra amén es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Por esto que dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.
 
Remigio
Subsistirán esencialmente, pero se renovarán.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Por estas palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.
 
Rábano
Con intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el Evangelio.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. O de otro modo:
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen aun estos preceptos más pequeños.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar sino los grandes.
 
Glosa
Quebrantar es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.
 
San Gregorio, homiliae in Evangelia. 12
También debe entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O llama pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos".
 
San Jerónimo
Reprende en esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley. Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se predica.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Con tan magnífico exordio empezó a plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a sus Apóstoles que no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si no aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando dice: "Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor", etc.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Llama justicia aquí a la virtud universal. Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos míos, que ellos consideraban como pequeños, no entrará en el Reino de los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos, pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa quebrantar los preceptos pequeños y no cumplirlos, ¿por qué dice arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeño en el reino de Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino de los Cielos? Pero entiende que ser pequeño en el Reino, es lo mismo que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo, sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeño, y que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos, esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que es el rey de los cielos.
 
San Agustín, de civitate Dei, 20,9
O como dice en otro lugar: "Si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y de los fariseos", esto es, de aquéllos que no practican lo que enseñan porque de ellos ya ha dicho San Mateo: "Dicen y no hacen" ( Mt 23,3). Como si dijese: si no abundase vuestra justicia de modo que no quebrantéis, sino más bien hagáis lo que enseñáis, no entraréis en el Reino de los Cielos. Antes se entendía el Reino de los Cielos donde están ambos: el que no practica lo que enseña y el que lo practica, pero el primero se llama pequeño y el segundo grande, por lo que se entiende como Reino de los Cielos a la Iglesia presente. Aquí, se entiende el Reino de los Cielos donde entra aquel que cumpla la ley. Esta es la Iglesia tal y como será en la otra vida.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 30
Este nombre de Reino de los Cielos, que con tanto interés nombra nuestro Señor, no sé si alguno lo habrá encontrado escrito en los libros del Antiguo Testamento. Propiamente hablando pertenece a la revelación del Nuevo Testamento, porque se reservaba nombrarlo a los labios de Aquel a quien prefiguraba el Antiguo Testamento para regir y gobernar a sus siervos. Este fin, al cual deben referirse los preceptos, estaba oculto en el Antiguo Testamento, aunque ajustados a él vivían los santos que veían su revelación futura.
 
Glosa
O esto que dice: "si no abundare", debe referirse a la inteligencia de los escribas y fariseos, no al contenido del Antiguo Testamento.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 28
Casi todo lo que el Señor aconsejó o mandó precedido de estas palabras ( Mt 19,23): "Yo, pues, os digo", se encuentra en aquellos libros antiguos. Pero como no comprendían que el homicidio era otra cosa más que la destrucción de un cuerpo humano, el Señor les manifestó que todo movimiento malo que pueda contribuir a hacer daño al prójimo, debe considerarse como homicidio. Por esto añade: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Queriendo Jesucristo manifestar que el mismo Dios que habló en la ley es el que ahora manda en la gracia, pone a la cabeza de sus preceptos aquel que en la ley antigua se ponía el primero; esto es, antes de los prohibitivos contra el prójimo.
 
San Agustín, de civitate Dei, 1, 21
El precepto: "No matarás", no expresa, como opinan los maniqueos, la prohibición de arrancar una caña o matar un animal sin razón, puesto que por ordenación justísima del Creador, su vida y su muerte están sometidas a nuestras necesidades. Por ello debemos entender, que todo lo dicho se refiere al hombre: No matarás a otro, ni tampoco a ti, pues el que se mata, no hace otra cosa que matar a un hombre. De ningún modo obraron contra este mandamiento los que por orden de Dios hicieron la guerra. Ni tampoco cometen crimen aquellos que, ejerciendo la autoridad legítima, castigan a los criminales por razones justas. A Abraham, no solamente no se le consideró como culpable de crueldad, sino que más bien se le alaba con el nombre de piadoso, cuando quiso matar a su hijo por obedecer a Dios. Se exceptúan aquí aquellos a quienes Dios manda matar por mandamiento expreso, o por cumplir con la ley, o por librar a otra persona. No mata aquél que obedece al que manda, como aquellos que prestan su ayuda al que ejerce la justicia; tampoco debe considerarse como homicida a Sansón, que sucumbió bajo las ruinas con todos sus enemigos, porque el mismo Espíritu que por medio de él hacía milagros, había sido quien le había dado esta orden, aunque de una manera oculta.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,5
Por esto que dice: "Se ha dicho a los antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso añade: "Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta manera: "Esto dice el Señor". Porque aquéllos, como siervos, anunciaban las cosas que eran del Señor, pero éste, como Hijo, anuncia las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a sus compañeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados.
 
San Agustín, de civitate Dei, 9,4
Dos son los pareceres de los filósofos acerca de las pasiones del alma. Los estoicos creen que las pasiones son impropias del hombre sabio; pero los peripatéticos creen que los hombres sabios pueden tener pasiones, pero moderadas y sujetas a la razón, sí como cuando se ejerce la misericordia de modo que se conserve la justicia.
 
San Agustín, de civitate Dei, 4,5
En la doctrina cristiana no se indaga principalmente si un alma piadosa puede encolerizarse o entristecerse sino el origen de donde proceden esas impresiones.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
El que se encolerice sin causa, será culpable. Pues si la ira no existiera, ni la doctrina aprovecharía, ni los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían. Así, el que no se enfurece cuando hay causa para ello, peca. La paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos.
 
San Jerónimo
En algunos códices se añade: "Sin causa". Sin embargo, en las cosas verdaderas no hay duda y la cólera se prohíbe totalmente. Si se nos manda rogar por los que nos persiguen ( Mt 5,44), queda suprimida toda ocasión de enfurecerse. No debemos incomodarnos sin causa, porque la ira del hombre no opera la justicia de Dios ( Stgo 1,20).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Sin embargo, la ira con causa no es ira, sino juicio, pues la cólera propiamente dicha es la alteración de una pasión. El que se enfada con causa, su ira no es de pasión, y por lo tanto juzga, no se irrita.
 
San Agustín, In libro retractationum, 1, 19
También debemos fijarnos en lo que significa enfurecerse con su hermano, puesto que no se enfurece con su hermano aquel que se enfurece por la culpa de su hermano. El que se enfurece con su hermano y no con su pecado, se enfurece sin causa.
 
San Agustín, de civitate Dei, 14, 9
Nadie que tenga su juicio cabal, podrá decir que se enfurece aquel que se incomoda con su hermano para que se corrija. Estos movimientos, que provienen del amor del bien y de la santa caridad, no pueden llamarse vicios, puesto que están en armonía con la recta razón.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Yo creo que Jesucristo no habla aquí de la ira carnal, sino de la ira espiritual. La carne no puede obedecer sin conturbarse. Cuando el hombre se enfurece y no quiere hacer aquello que la ira le impulsa, su carne se enfurece, pero su alma queda en paz.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
Así, pues, en este primer mandamiento se trata de una cosa sola: la ira. En el segundo se trata de dos: la ira y la voz que la expresa, como se dice en estos términos: "Y el que dijere a su hermano raca, obligado será en el concilio". Algunos han querido tomar del griego la significación de esta palabra, creyendo que la palabra raca quiere decir andrajoso, puesto que en griego la palabra racos quiere decir andrajoso. Es más probable que sea una voz sin significado alguno, pero manifestando la alteración de un alma indignada. Los gramáticos llaman a estas voces interjecciones, como cuando se dice por uno que padece: "¡Ay!"
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,7
También la palabra raca puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros: "Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen la palabra raca en lugar de tú. El Señor, pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeños, y por ello nos manda que nos respetemos mutuamente.
 
San Jerónimo
O bien raca es una palabra hebrea y quiere decir vano o hueco, a quien no podemos llamar con la injuria vulgar, sin cerebro. Y con intención añade: "El que dijere a su hermano": nuestro hermano, pues, no puede ser otro que aquel que tiene un mismo padre que nosotros.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
No es propio llamar hombre vacío a aquel que tiene en sí al Espíritu Santo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,9
En tercer lugar, se significan tres cosas: la ira, la voz que significa la ira y la expresión del vituperio. Por ello sigue: "Y quien dijere insensato, quedará sujeto al fuego del infierno". Hay gradación en estos pecados. Primero, cuando uno se enfurece y retiene el movimiento concebido en el corazón y si esfuerza la voz sin significación precisa, pero que por su fuerza es signo de la emoción, hay un grado más que en la cólera que calla. Pero aun es más si expresa una palabra ciertamente injuriosa.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Así como ninguno que tiene el Espíritu Santo puede llamarse vacío, así ninguno que conoce a Jesucristo puede llamarse fatuo. Pero si la palabra raca significa vacío en cuanto al sentido de la palabra, lo mismo quiere decir fatuo que raca. Se diferencia, sin embargo, en cuanto al fin que se propone el que dice esta palabra. Raca era una palabra vulgar entre los judíos, la cual pronunciaban, no por ira ni por odio, sino por algún movimiento vano. La decían, pues, más bien como para expresar confianza que injuria. Pero si no se dice por causa de rabia, ¿qué clase de pecado es? Porque se dice con el deseo de disputa, no de edificación; si, pues, no debemos decir aun las buenas palabras sino para edificar a los demás, ¿cuánto más aquello que en sí ya es malo por naturaleza?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,9
Fijémonos ahora en las tres clases de pena: el juicio, el Sanedrín y el fuego eterno, grados con los cuales subimos de lo más leve a lo más grave; pues en el juicio aun hay lugar a defenderse. Al Sanedrín pertenece la pronunciación de la sentencia, cuando los jueces convienen entre sí en la clase de castigo que haya de aplicarse, y en el fuego eterno ya se expresa claramente la condenación y la pena del culpable. De donde se ve cuán grande es la diferencia que hay entre la justicia de Jesucristo y la de los fariseos. Entre éstos la muerte de otro hace reo de juicio, y Aquél lo hace reo de juicio por la ira, de cuyas tres cosas ésta es la más leve.
 
Rábano
El Señor llama aquí infierno al tormento del infierno, cuyo nombre creen que lo tomó de un valle consagrado a los ídolos, y que está cerca de Jerusalén, lleno en otro tiempo de cadáveres, que, según leemos en el libro de los Reyes, Josías profanó.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,8
Es la primera vez que pronuncia el nombre de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos, manifestando que El nos da éste por su amor, el otro por nuestra desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres como cosa pequeña el llamar a tu hermano necio, puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales somos hombres y nos diferenciamos de los animales.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O será reo del Sanedrín, esto es, no pertenecerá al concilio de aquéllos que se reunieron contra Jesucristo, como interpretan los Apóstoles en sus cánones.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien el que trata como vacío al que está lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio de los santos, como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con la reprensión de jueces santos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
Alguno me preguntará: ¿con qué suplicio más grave se castiga el homicidio, si la injuria ya se castiga con el fuego del infierno? Obliga a comprender que hay varios infiernos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16
El juicio y el Sanedrín son penas que se padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, pero que le es posible enfrentarlas y por lo tanto, no la fijó una pena determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea que innova en todo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
En estas tres sentencias debe observarse que hay palabras que se sobreentienden, exceptuada la primera, que tiene todas las palabras: "El que se enfurece, dijo, contra su hermano" (sin causa, según algunos); en la segunda, cuando dice: "Pero el que dijese a su hermano raca " (se entiende sin causa), y en la tercera, cuando dice: "Pero el que dijese fatuo", da a entender dos cosas: a su hermano y sin causa. Y esto es con lo que se defiende aquel dicho del Apóstol, que llama necios a los de Galacia, a quienes también denomina hermanos. No hace, pues, esto sin causa.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Si no es lícito enfurecerse contra su hermano ni decirle raca ni necio, mucho menos debemos tener ninguna animadversión que pueda degenerar en odio, y por esto añade: "Por tanto, si fueres a ofrecer tu ofrenda al altar y allí recordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti".
 
San Jerónimo
No dijo si tú tienes algo contra tu hermano, sino si tu hermano tiene algo contra ti, como imponiéndote con más dureza la necesidad de reconciliarte.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Entonces él tiene algo contra nosotros, si le hemos ofendido en algo; pero nosotros tenemos algo en contra de él, si él nos ha ofendido, en cuyo caso no es necesario procurar su reconciliación. No pedirás el perdón a aquel que te hace alguna ofensa, sino que lo que haces es perdonarlo. Como deseas que Dios te perdone, perdona tú también a tu hermano.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Pero si aquél te ofendiere y fueses el primero en pedirle el perdón, adquirirás un gran mérito.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,9
Pero si alguno no procura reconciliarse con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un lugar sagrado. Por esto añade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".
 
San Gregorio, hom 1
El Señor no quiere recibir el sacrificio de los que están enemistados. De aquí podéis conocer cuán grande sea el mal de la enemistad, por lo cual se rechaza aun aquello, en virtud de lo cual se perdona la culpa.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Ve aquí la gran misericordia de Dios, que da preferencia a las utilidades de los hombres sobre su honor, más bien quiere la unión de los fieles que sus ofrendas. Cuando los hombres fieles tienen alguna disensión entre sí, no recibe ninguna ofrenda de ellos, ni oye ninguna de sus oraciones, mientras dura la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo fiel de dos que son enemigos entre sí, y por ello, Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no guardamos la fe a Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos. Aquel que ofende primero, debe ser el que pida la reconciliación. Has ofendido con el pensamiento, debes reconciliarte por medio del pensamiento; has ofendido con palabras, con palabras debes reconciliarte; has ofendido con obras, con obras debes reconciliarte. Todo pecado, del mismo modo que se comete, debe hacerse por él penitencia.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Una vez obtenida la paz humana manda volver a la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de Dios, y por ello sigue: "Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Si lo que aquí se dice se toma al pie de la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar; mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Señor. Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Señor, ya sea por medio de la enseñanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa, debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra ofrenda.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor quiere que no pasemos ningún tiempo sin acudir a El, con la intención de perdonar. Por ello nos mandó reconciliarnos con nuestro enemigo en el camino de la vida, no sea que al tiempo de la muerte nos vayamos sin terminar la paz comenzada. Por ello dice: "Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez".
 
San Jerónimo
Como no tenemos en los códices latinos la palabra consentiens, en los griegos se ha escrito eunoon, que quiere decir benigno o benévolo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 11
Si pensamos quién sea nuestro contrario, con quien se nos manda ser benévolos, deberemos creer que es, o el diablo, o el hombre, o la carne, o Dios, o su ley. El diablo no me parece que sea aquel con quien se nos manda ser benévolos o estar en amistad. Donde hay benevolencia allí hay amistad, y nadie puede mandarnos que tengamos amistad con el diablo. Ni tampoco conviene estar conforme con él, puesto que hemos renunciado a su trato y le hemos declarado la guerra. Ni tampoco debemos consentir con él, porque el haber estado conformes con él alguna vez, ha hecho que caigamos en tantas miserias.
 
San Jerónimo
Algunos dicen que manda el Salvador que seamos benévolos con el demonio para que no le hagamos sufrir por culpa nuestra, porque hay quien dice que debe ser atormentado por nosotros cuando consentimos en sus tentaciones. Otros dicen, con más precaución, que nosotros en el bautismo hacemos una especie de pacto con el demonio, renunciando a él; pero si respetamos este pacto, nos hacemos benévolos y conformes con nuestro enemigo, y no seremos encerrados en la cárcel.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
No veo cómo interpretar esto: nosotros somos entregados por el hombre al juez, cuando comprendo que Jesucristo es el juez ante cuyo tribunal todos habremos de presentarnos, según dice el Apóstol. ¿Cómo habrá de ser entregado a un juez aquel que, como nosotros, habrá de comparecer también ante el juez Supremo? Y también si alguno daña a otro hombre matándolo, no tendrá tiempo de reconciliarse con él en el camino, esto es, en esta vida, ni podrá obtener el perdón por la penitencia. Tampoco comprendo cómo se nos podría estar mandando estar acordes con la carne, en cuyas supersticiones, si consentimos, nos hacemos más pecadores. Los que la someten a la servidumbre, no están de acuerdo con ella, sino que la obligan a que se someta.
 
San Jerónimo
¿Cómo puede meterse la carne en la cárcel, si no está de acuerdo con el alma, siendo así que el alma y el cuerpo han de ser aprisionados juntamente, y el cuerpo no puede hacer nada si el alma no le obliga?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Acaso lo que se nos manda es estar unidos a Dios, de quien nos hemos separado pecando, y que desde entonces resulta nuestro adversario resistiéndonos, según estas palabras: "Dios resiste a los soberbios". Todo aquél, pues, que no se reconciliare con Dios en esta vida por medio de la muerte de su Hijo, será entregado por El al juez, esto es, al Hijo, a quien el Padre ha dado todo juicio. ¿Mas cómo puede decirse rectamente que el hombre se halla en el camino con Dios, sino porque Dios está en todas partes? Y si no se quiere decir que Dios, presente en todas partes, esté con los impíos, así como no decimos que los ciegos estén con la luz que los baña. Sólo resta aquí que comprendamos como adversario al precepto de Dios, opuesto a los que quieren pecar, y que nos ha sido dado en esta vida para que nos dirija en el camino. Una vez conocido, debemos asentir a él prontamente (leyendo, oyendo, asintiendo a su autoridad suprema), no aborreciéndole, porque es opuesto a nuestros pecados, sino amándolo porque nos corrige. No desechándolo por oscuro, sino orando para comprenderlo.
 
San Jerónimo
Mas, de los antecedentes aparece que Dios nos exhorta a la caridad fraterna, puesto que dice más arriba: "Ve a reconciliarte con tu hermano".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Se apresura el Señor a reconciliarnos con nuestros hermanos en esta vida, sabiendo cuán peligroso es que un enemigo muera sin reconciliarse. Si, siendo enemigos, os presenta la muerte ante el juez, éste os entregará a Cristo, el cual os convencerá de reos en su juicio. Os entregará al juez, por más que antes os haya suplicado la reconciliación. Pues el que ruega antes al enemigo, lo hace reo delante de Dios.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
O bien vuestro adversario os entregará al juez, porque vuestra ira, que permanece sobre él, es la prueba de vuestra enemistad.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Entiendo que ese juez es Cristo, porque "el Padre dio todo juicio al Hijo" ( Mt 4,11). Por ese ministro entiendo el ángel: "Y los Angeles, dice, le servirán". Y, en efecto, creemos que vendrá a juzgar con sus ángeles, por lo cual añade: "El juez te entregará al ministro".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O al ministro, esto es, al ángel cruel de las penas, el cual os sepultará en la cárcel de fuego, y así es como sigue: "Y serás metido en la cárcel".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Entiendo por cárcel las penas de las tinieblas, y para que ninguno desprecie esta cárcel, añade: "En verdad te digo que no saldrás de esa cárcel hasta que no pagues el último cuadrante".
 
San Jerónimo
Cuadrante es una moneda que vale dos minutas, lo cual equivale a decir: no saldrás de la cárcel mientras no hayas expiado hasta los pecados más pequeños.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Esta expresión se pone aquí para significar que nada se deja sin castigo. Así como decimos de una cosa, exigida con rigor, que se la ha exprimido hasta lo último. O se significan, con el nombre de novísimo cuadrante, los pecados terrenos, puesto que la tierra es el cuarto ( novísimo o último) de los elementos. La palabra pagar significa la pena eterna, y la manera de expresarse hasta que, debe tomarse en el mismo sentido que esta otra frase: "Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies" ( Sal 109,1). Es claro que su reino no terminará cuando someta a sus enemigos y así debe entenderse aquí: "No saldrás de ahí hasta que no pagues el último cuadrante", como si dijera que nunca saldrá de allí, porque pagará siempre el último cuadrante mientras duren las penas eternas, debidas a los pecados de su vida.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Si haces las paces en esta vida, puedes recibir la remisión aun de las faltas más graves. Pero una vez condenado y metido en la cárcel, no sólo te exigirán suplicios por los pecados graves, sino también de una palabra ociosa, lo que puede entenderse por cuadrante.
 
San Hilario in Matthaeum, hom. can
Como la caridad cubre multitud de pecados, pagaremos hasta el último cuadrante, si con el precio de ella no redimimos nuestros pecados.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
También se pueden llamar cárceles a las angustias de este mundo, las cuales permite Dios muchas veces a los que pecan.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,11
O se trata aquí de los jueces de este mundo, del camino que conduce a este juicio y de esta cárcel. Esto para fijarnos en las cosas de la eternidad por medio de las temporales que tenemos a la vista y que de ordinario nos mueven más. En este sentido dice San Pablo: "Si obrares mal, teme la potestad; pues no sin causa lleva ceñida la espada" ( Rom 13,4).
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.17,1
Después que el Señor terminó el primer mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás".
 
San Agustín, sermones, 9,3
Esto es, no irás a buscar otra mujer que la tuya. Si exiges de tu mujer esto, ¿no querrás pagarle del mismo modo cuando debes darle ejemplo con tus virtudes? Es muy necio el que el hombre diga que esto no se puede hacer. Lo que hace la mujer, ¿no podrá hacerlo el hombre? No quieras decir: No tengo mujer y por lo tanto voy a buscar a una mujer pública y por ello no quebranto este precepto, puesto que dice: "No adulterarás". Ya has conocido lo que vales, el precio que Cristo pagó por ti: ya sabes qué comes y qué bebes, y también a quién comes y a quién bebes. Sepárate, pues, de las fornicaciones. Cuando corrompes la imagen de Dios (que eres tú), por las fornicaciones y por las complacencias carnales, el mismo Dios también (que sabe lo que te es útil), te manda esto para que no se destruya su templo, que tú has empezado a ser.
 
San Agustín, contra Faustum,19, 23
Pero como los fariseos creían que el sólo trato corporal e ilícito con una mujer se llamaba adulterio, el Señor les manifestó que tal concupiscencia no era otra cosa, diciéndoles: "Pues yo os digo que todo aquél que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella". Lo que la ley manda es: "No desearás la mujer de tu prójimo" ( Ex 20,17), esto les parecía a los judíos que debía entenderse sólo de la acción de quitar la mujer a otro y no del trato carnal.
 
San Jerónimo
Entre la pasión y el deseo hay la diferencia de que la pasión se considera como vicio, y el deseo aun cuando tiene la misma culpa del vicio, sin embargo, no se considera como crimen. Luego aquel que viese una mujer y observase que su alma se perturba, éste debe considerarse como herido por el deseo. Si consintiese, pasa del deseo a la pasión, y para éste, no sólo hay voluntad de pecar, sino también ocasión. Todo aquél que viese una mujer con ánimo de pecar con ella (esto es, si la mira de tal modo que la desee y se prepare para obrar el mal), éste ya puede decirse con verdad que ha pecado en su corazón.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 12
Tres circunstancias concurren para que se cometa un pecado: la sugestión, la complacencia y el consentimiento. La sugestión se verifica por medio de la memoria, esto es, por los sentidos del cuerpo, en cuyo goce, si alguno se deleita, ha incurrido en delectación ilícita, que debe refrenar. Si ha habido consentimiento, entonces hay pecado completo. La complacencia, sin embargo, antes del consentimiento, o es nula o muy leve. Consentir con ella es pecado cuando es ilícita; pero si se lleva a la práctica, parece que entonces se sacia y se apaga la concupiscencia. Después, cuando la sugestión se repite, la complacencia es mayor, más no lo es tanto como aquella que viene a constituir un hábito, que difícilmente se puede vencer.
 
San Gregorio, Moralia, 21, 2
Todo aquel que mira exteriormente de una manera incauta, generalmente incurre en la delectación de pecado, y obligado por los deseos, empieza a querer lo que antes no quiso. Es muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer, y, una vez obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón, que apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos, pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito desear. Para que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal pensamiento, deben apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque son como los ladrones que nos arrastran a la culpa.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,2
Si quieres con frecuencia fijar los ojos en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas, retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna, adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la cabeza, también se dice al cuerpo.
 
Glosa
Después que Jesucristo enseñó a evitar el pecado de la lujuria, porque no sólo debe evitarse este pecado en sí, sino que también deben evitarse las ocasiones de los pecados, nos dice que no sólo en la práctica, sino también en el corazón, conviene evitar las ocasiones de los pecados, diciendo: "Si tu ojo derecho te escandaliza".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si según el profeta ( Sal 37,4), no hay nada que no esté herido por el pecado en nuestra carne, debemos cortarnos cuantos miembros tenemos para que la pena de éstos pague la malicia de la carne. Pero veamos si así puede entenderse del ojo corporal y de la mano.
Así como todo hombre, cuando se convierte a Dios, está muerto al pecado, así el ojo, cuando deja de mirar mal, se separa del pecado, pero ni aun así está conforme. Si el ojo derecho te escandaliza, ¿el izquierdo qué hace? ¿Acaso contradice al derecho para que se conserve inocente?
 
San Jerónimo
En el ojo derecho, y en la mano derecha, se insinúa el afecto a los hermanos, la mujer, los hijos, los parientes y amigos, los cuales, si alguna vez resulta que nos son impedimento para conocer la verdad, debemos separarlos de nosotros.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 13
Del mismo modo que se entiende la contemplación en el ojo, así debe entenderse con toda propiedad la acción en la mano. Por ojo entendemos un amigo muy querido. Y esto suele decirse por aquellos que quieren expresar su cariño, diciendo: "Lo quiero como a las niñas de mis ojos". Conviene entender aquí por ojo un amigo consejero, porque el ojo nos enseña el camino. En cuanto a lo que se añade, el ojo derecho, acaso vale para aumentar la fuerza del cariño. Siempre temen los hombres mucho más el perder el ojo derecho. Por lo mismo que es ojo derecho se entiende que es su consejero respecto de las cosas divinas. El ojo izquierdo es el consejero de las cosas mundanas. Y así éste es el sentir: "Cualquiera que sea la cosa que tú quieras, como si fuera tu ojo derecho, si te escandaliza (esto es, si te sirve de impedimento para conseguir la vida eterna), arrójalo y sepáralo de ti". Acerca del izquierdo, cuando te escandalice, es inútil el decir que tampoco debes perdonarlo. La mano derecha se considera como un auxiliar estimado para las buenas obras, y la izquierda como un auxiliar de las cosas necesarias para esta vida y para el cuerpo.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
O de otro modo: nuestro Señor Jesucristo quiere que nos preservemos no sólo del peligro de pecar, sino que también las personas cercanas a nosotros, eviten el hacer algo malo. Como si teniendo tú algún amigo, le consideras como tu ojo derecho, y cuando cuida de tus cosas le consideras como tu propia mano; mas si supieras que hacía alguna cosa mala, lo arrojarías lejos de ti, porque te escandaliza; pues no sólo daremos cuenta de nuestros pecados, sino también de los de nuestros prójimos que podamos evitar.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Hay un grado de inocencia que llega a ser muy elevado: se nos aconseja no sólo carecer de nuestros propios vicios, sino también de no incurrir en ellos exteriormente.
 
San Jerónimo
O de otro modo: Como antes había hablado de la concupiscencia de la mujer, llamó ahora pensamiento y sensación al ojo que se fija en diversas cosas. Por la mano derecha y por las demás partes del cuerpo se designan los principios de la voluntad y del afecto.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Este ojo de carne es el espejo del ojo interior. El cuerpo tiene su sentido, que es el ojo izquierdo, y el apetito es la mano izquierda. Las acciones del alma se llaman derechas, porque el alma ha sido creada con el libre albedrío y bajo la ley de la justicia, para que vea y obre bien. El cuerpo no tiene libre albedrío, está bajo la ley del pecado y se le llama mano izquierda. No manda nuestro Señor cortar el sentido o el apetito de la carne. Podemos contener el deseo de la carne con tal que no hagamos lo que la carne desea; mas no podemos arrancarla para que no desee. Cuando a propósito queremos una cosa mala y pensamos en ella, entonces el sentido derecho y la voluntad derecha nos escandalizan, y por lo tanto se nos manda cortar estas cosas, lo cual podemos hacer por medio del libre albedrío. O de otro modo: toda cosa buena que nos escandaliza, o a cualquier otro, debe ser separada de aquellos a quienes escandaliza. Así como si yo visito alguna mujer por causa de la fe, este motivo es bueno y se llama ojo derecho; pero si visitándola con frecuencia caigo en deseo de ella, o si los que lo ven se escandalizan, entonces mi ojo derecho me escandaliza, y lo que es bueno sirve de escándalo. El ojo derecho es una mirada con buen fin, esto es, una buena intención. La mano derecha es una buena voluntad.
 
Glosa
Tu ojo derecho es también la vida contemplativa, que escandaliza cuando caes en desidia o en arrogancia, o cuando no podemos por debilidad nuestra contemplar las cosas santas. La mano derecha es una buena obra, o la vida activa, la cual escandaliza cuando se desordena con la frecuencia de las cosas mundanas y el tedio de la ocupación. Si alguno no adelanta en la vida contemplativa, no descuide la activa y así no agostará en el ocio la dulzura de la vida interior.
 
Remigio
Nuestro Señor Jesucristo manifiesta por qué debe arrojarse el ojo derecho y cuándo debe cortarse la mano derecha, cuando dice: "Porque te conviene perder uno de tus miembros, etc".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como somos los unos miembros de los otros, mejor es que nos salvemos sin uno de estos miembros, que queriendo conservarlos, ellos y nosotros perezcamos. O mejor es que nos salvemos sin un respeto o sin una obra buena, que no hacer toda las obras buenas, pereciendo con ellas.
 
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no debe desearse la mujer del prójimo. Ahora enseña, como consecuencia, que no debe dejarse la propia, diciendo: "También fue dicho a los antiguos: cualquiera que repudiase a su mujer, déle carta de repudio".
 
San Jerónimo
Más abajo nuestro Salvador explica mejor este pasaje, esto es, que Moisés mandó dar el acta de divorcio por la dureza de corazón de los maridos, no concediendo el divorcio, sino impidiendo el homicidio.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Cuando Moisés sacó a los hijos de Israel de Egipto, por su descendencia eran israelitas, pero por sus costumbres eran egipcios. De aquí, que habían aprendido, en las costumbres de los gentiles, que el marido aborreciese a su mujer, y como no se le permitía dejarla, estaba dispuesto a matarla o mortificarla constantemente. Por eso Moisés mandó dar el acta de divorcio, no porque era bueno, sino porque era el remedio de un mal mayor.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Pero nuestro Señor, conciliando la equidad para con todos, mandó que ella principalmente sea la que procure la paz del matrimonio. Y por esto añade: "Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer", etc.
 
San Agustín, contra Faustum,19, 26
Lo que aquí manda el Señor de no despedir a la mujer, no es contrario a lo que manda la ley, como decía el maniqueo, ni tampoco dice esto la ley: "El que quiera dimita a su mujer" (a lo cual sería contrario no despedirla), sino que como no quería que la mujer fuese repudiada por el marido, puso ese obstáculo del acta, que podía detener a un espíritu precipitado. Entonces, sobre todo, que entre los hebreos (como dicen) sólo los escribas tenían el privilegio de escribir en su idioma, porque tenían una sabiduría superior. La ley mandaba que viniesen a éstos todos aquellos a quienes mandó dar el acta de divorcio si despedían a su mujer. Estos escribas procuraban persuadir a los consortes, de una manera pacífica, a que tuviesen concordia entre sí y no escribían el acta sino cuando no acogían su consejo y se perdía toda esperanza de conciliación. Así como, pues, no cumplió la ley primordial por esta adición de palabras, tampoco destruyó la de Moisés oponiéndole una contraria (como el maniqueo decía), sino que de tal modo recomendó todo el contenido de la ley de los hebreos, que todo lo que hablase además de su persona valiese, o para buscar mejor aclaración (si algo oscuro se encontraba en ella) o que aprovechase para cumplirla mejor.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 14
El que buscó medio de detener el divorcio, manifestó claramente que no quería la disensión ni aun entre los hombres más endurecidos. El Señor para confirmar esto mismo, esto es, que no se repudie fácilmente, exceptúa sólo la causa de fornicación, diciendo: "A no ser por causa de fornicación". Manda, pues, que se sufran todas las demás molestias, si acaso existieren, llevándolas con paciencia en beneficio de la paz conyugal.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si debemos llevar con paciencia las malas acciones de los extraños, puesto que dice el Apóstol: "Llevad mutuamente vuestras cargas" ( Gál 6,2), ¿cuánto más las molestias de las mujeres? El hombre cristiano no sólo no debe pecar, sino que también debe evitar a otros la ocasión de obrar mal. De lo contrario, la culpa de otro vendría a constituir un pecado de éste, puesto que había sido la causa de que se cometiese el crimen. El que despidiendo pues, a su mujer, dio ocasión a adulterios, que ella adultere con otro, y otro con ella, éste sería condenado por causa de este adulterio. Por ello dice que el que repudia a su mujer, la obliga a que adultere.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 14
También dice más adelante que adultera aquel hombre que se case con la repudiada por otro, aun cuando sea por medio del acta de divorcio. Y por esto añade: "Y el que tomase la repudiada, comete adulterio".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.17,4
Y no puede decirse que su propio marido la ha repudiado, puesto que ésta, aun después de repudiada, continúa siendo mujer del que la repudió.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,14
El Apóstol señala los límites de este precepto, diciendo que debe observarse por todo el tiempo que viva el marido, pero muerto éste se le concede licencia a la mujer para casarse. Y si no se le concede permiso para casarse con otro, mientras vive el marido, de quien se ha separado, mucho menos le es permitido cometer pecados ilícitos o estupros con cualquier otro. El que sin despedir a su mujer, vive con ella, no carnal sino espiritualmente, no va contra este precepto, pues los matrimonios de aquellos que viven en continencia por mutuo consentimiento, son más felices. Aquí nace una cuestión: siendo así que nuestro Señor permite repudiar a la mujer por causa de fornicación, conviene saber qué clase de fornicación sea ésta. Si debemos creer que esta fornicación se refiere a aquellos que cometen estupros, o si, como dicen las escrituras, que suelen llamar fornicación a todo pecado ilícito ( 1Cor 7), como es la idolatría, la avaricia, o cualquier otra transgresión de la ley, cometida por concupiscencia ilícita. Pero si es permitido, según el Apóstol, el repudiar a la mujer infiel, aun cuando sería mejor no repudiarla, sin embargo, no es lícito, según el precepto del Señor, el que se repudie a la mujer, sino por causa de fornicación. La infidelidad es una fornicación. Y si la infidelidad es también fornicación, y la idolatría infidelidad, y la avaricia idolatría, no debe dudarse que la avaricia es también fornicación. Y en este caso ¿quién podrá separar fácilmente cualquier concupiscencia ilícita de la fornicación, si la avaricia es fornicación también?
 
San Agustín, in libro retractationum, 1, 19
No quiero, sin embargo, creer que esta cuestión suscitada por nosotros en asunto tan difícil, satisfaga al lector. No todo pecado puede llamarse fornicación espiritual, ni tampoco Dios castiga a todo el que peca, puesto que todos los días oye a sus santos, que dicen: "Perdónanos nuestras deudas" ( Mt 6,12). Sin embargo, pierde a todo el que se hace reo de fornicación respecto de El. ¿Es lícito el divorcio por una fornicación de esta clase? Oscura es la cuestión, pero no hay duda ninguna respecto de la fornicación que profana el cuerpo.
 
San Agustín, de diuersis quaestionibus octoginta tribus, q. ultima
Si alguno dice que el Señor sólo considera la fornicación como causa suficiente para repudiar a la mujer, aquella fornicación que se comete por medio de concubinato ilícito, puede decirse que el Señor se refería a uno y a otro fiel, diciendo que a ninguno es lícito separarse del otro a no ser por causa de fornicación.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 16
No se trata aquí solamente de repudiar a la mujer adúltera. El que la despide lo hace, no sólo porque ella cometía la fornicación, sino porque era causa de fornicación para él mismo; la repudiaría por causa de fornicación no sólo de ella sino también suya; de ella, porque fornica, y suya, para que no fornique.
 
San Agustín, de fide et operibus, 16
Con igual razón, la repudiará, si ella dice a su marido: "No continuaré siendo mujer tuya, si no me enriqueces con el robo", o si se deleitase con alguna otra cualidad criminal que notase en su marido. Entonces, aquel a quien la mujer dice cualquier cosa de éstas, si es un verdadero penitente, cortará aquel miembro que la escandaliza.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 16
Ninguna cosa hay más fea que dejar a la mujer por causa de fornicación, cuando el marido puede convencerse de que también él es fornicador. Entonces sucede aquí lo que dice San Pablo a los fieles de Roma: "Te condenas a ti mismo en aquello que juzgas a otro" ( Rom 2,1). Y en cuanto a lo que dice Jesucristo: "Y el que tomare la repudiada comete adulterio", puede comprenderse que así como adultera el que se casa con ella, así también peca aquella con quien se casó. Se manda por el Apóstol que ella siga sin casarse o que se reconcilie con su marido, pero si se separa de su marido, dijo el Apóstol que siguiera sin casarse. Mucho interesa saber si es ella la que repudia o si es la repudiada. Si es ella la que se separa de su marido y se casa con otro, parece que se separa de su primer marido por el deseo de contraer nuevo matrimonio (lo cual debe considerarse como un pensamiento de adulterio), pero si es ella repudiada por el marido no puede averiguarse ciertamente cómo se explica que, verificándose la unión por mutuo consentimiento, uno de ellos sea el que adultere y no el otro. A esto debe añadirse que si adultera aquel que se casa con otra que ha sido repudiada por su marido, ella es la que le hace adúltero, lo que prohíbe el Señor aquí.
 
Glosa
Nuestro Señor había enseñado antes que no debe hacerse injuria alguna a nuestro prójimo, prohibiendo la ira como el homicidio, la concupiscencia como el adulterio, y el abandono de la mujer como el acta del divorcio. Ahora, como consecuencia, enseña que debe evitarse toda injuria contra el Señor, puesto que prohíbe como malo, no sólo el perjurio, sino también el juramento como ocasión de algún mal. Y por ello dice: "Además oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás". Se dice en el Levítico: "No perjurarás en mi nombre" ( Lv 19,12) y para que las creaturas no se hiciesen dioses a su gusto, mandó que todo juramento se atribuya a Dios, y no se haga por las creaturas. De donde añade: "Dedicarás tus juramentos al Señor; esto es, si sucediese el que jurases, jurarás por el Creador, y no por la criatura". De donde se dice en el Deuteronomio: "Temerás al Señor tu Dios, y jurarás por su nombre" ( Dt 6,13).
 
San Jerónimo
Esto fue concedido entonces a los hombres en la ley, como a niños, porque así como ofrecían víctimas al Señor, para que no las inmolasen a los ídolos, así también se les permitía jurar por Dios. No porque hiciesen con esto alguna cosa buena, sino porque sería mejor ofrecer esto al Señor que a los demonios.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 12
No jura ninguno frecuentemente sin incurrir alguna vez en juramento falso. Así como aquel que tiene costumbre de hablar mucho, algunas veces habla cosas inoportunas.
 
San Agustín, contra Faustum 19, 23
Como el jurar en falso es un pecado grave y ninguno está más lejos de incurrir en él que aquel que no acostumbra a jurar, aun cuando sea con verdad, quiso más el Señor que, no jurando, no nos separásemos de la verdad, que, jurando lo verdadero, nos expusiésemos al juramento falso. Por esto añade: "Pero yo os digo que de ningún modo juréis".
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 17
En esto confirma la justicia de los fariseos, que es no jurar en falso. No puede ser perjuro el que no jura. Pero como jura todo aquel que trae a Dios por testigo, debe examinarse si aparece que el Apóstol dijo algo contra este precepto, porque él juró muchas veces de este modo, cuando dice a los Gálatas: "Lo que os escribo, lo escribo delante de Dios, quien sabe que no miento" ( Gál 1,20). Y escribiendo a los Romanos: "El Señor me sirve de testigo, a quien sirvo en mi espíritu" ( Rom 1,9). Puede que alguno diga que sólo está prohibido el juramento, en el cual se dice algo por cuya virtud se jura, y que éste: "El Señor me sirve de testigo", no es juramento, sino que sería preciso decir: "Por Dios". Es ridículo creer esto así, pero también es menester saber que el Apóstol juró de esta manera, diciendo a los fieles de Corinto: "Hermanos, todos los días muero por vuestra gloria" ( 1Cor 15,31). Lo que para que nadie crea que suena como si dijese: "Vuestra gloria me hace morir todos los días", las versiones griegas creen que lo que está escrito no puede decirse por otro que por el que jura.
 
San Agustín, de mendacio, 15
Pero no pudiendo entender muchas veces el sentido de las palabras, en las acciones de los santos comprendemos muchas veces cómo deba entenderse lo que fácilmente puede traducirse en otro sentido, cuando no puede confirmarse con ejemplos. El Apóstol juró en sus cartas, y así manifiesta cómo debe entenderse lo que el Señor dijo: "Os digo, pues, que no juréis en absoluto", no sea que, jurando, vengáis a adquirir el hábito de jurar, porque de la facilidad de jurar se pasa a la costumbre, y de la costumbre al falso juramento. Así es que no se halla que jurase sino escribiendo, en cuya acción la consideración es más distinguida y no tiene lengua que se precipite. Sin embargo, el Señor dice en absoluto que no se debe jurar. No concedió, pues, esa licencia a los que escribiesen. Como no es lícito decir que San Pablo es reo de un precepto quebrantado, especialmente en sus cartas escritas para la salvación de los hombres, preciso es comprender que aquel adverbio, de ningún modo, está puesto para que, cuanto te sea posible no lo desees, o como si fuese un bien con cierta delectación, no apetezcamos el juramento.
 
San Agustín, contra Faustum 19, 23
En las Escrituras, como hay mayor detenimiento, se encuentra que el Apóstol jura en algunos sitios, para que no haya quien crea que se peca jurando con verdad, y además para que comprenda mejor que los corazones de la humana fragilidad pueden conservarse libres de pecado no jurando y preservándose del perjurio.
 
San Jerónimo
Ultimamente considera que el Salvador no prohibió jurar por Dios, sino por el cielo y la tierra, por Jerusalén y por tu cabeza. Se conoce que los judíos tuvieron siempre la pésima costumbre de jurar por los elementos. El que jura, o venera o ama a aquél por quien jura. Los judíos, pues, jurando por los ángeles, y por la ciudad de Jerusalén, y por el templo, y por los elementos, tributaban a estas creaturas los honores de Dios, estando mandado en la ley que no juremos sino por Dios nuestro Señor.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 17
O por lo mismo se añade: "Ni por el cielo", etcétera, porque los judíos no creían que estaban obligados por el juramento cuando juraban por estas cosas, como si dijese: "Cuando juras por el cielo y por la tierra no creas que por ello dejas de estar obligado al Señor en todo lo que has jurado, porque te convencerás de que has jurado por El, cuando consideres que su trono es el cielo y su escabel la tierra". Lo cual no se dice aquí como si Dios tuviese miembros colocados en el cielo y en la tierra (como cuando nosotros nos sentamos), sino que aquel asiento de Dios representa el juicio de Dios. Y como tiene una gran parte de su gloria en el universo material de este mundo, se dice que está en el cielo, porque allí se ve de una manera más evidente la fuerza divina de su excelente hermosura. Se dice que tiene la tierra por escabel, porque hace llegar sus órdenes hasta los más pequeños sitios de todos los confines del mundo ( 1Cor 2,15). Hablando espiritualmente, designa con el nombre de cielo a todas las almas santas, y de tierra al pecador, porque el hombre espiritual juzga todas las cosas. Se ha dicho, pues, a la parte pecadora: "Eres tierra y a la tierra irás" ( Gén 3,19). Y el que quiso permanecer en la ley, se colocó bajo la ley, y por lo tanto, oportunamente dice que la tierra "es escabel de sus pies". Prosigue: "Ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey". Lo cual es mejor que decir "Mi ciudad", comprendiéndose que esto es lo que dijo. Y como El mismo es Dios, debe jurar por Dios aquel que jura por Jerusalén. Prosigue: "Ni jurarás por tu cabeza". ¿Qué es lo que puede corresponder a cualquiera con más propiedad que su propia cabeza? Pero ¿cómo diremos que es nuestra, cuando no tenemos poder para hacer que un cabello blanco se vuelva negro? Por ello dice: "No puedes hacer un cabello blanco ni uno negro". Luego cualquiera que jura por su cabeza, parece que ha jurado por Dios, y lo mismo se entiende respecto de lo demás.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,5
Observad que ensalza Cristo los elementos de este mundo, no por su propia naturaleza, sino por la relación que tienen con Dios, para quitar toda ocasión de idolatría.
 
Rábano
El que prohibió jurar, nos enseñó cómo debe hablarse, diciendo: "Mas vuestro hablar sea, sí, sí; no, no". Esto es, para lo que es, basta decir es, y para lo que no es, basta decir no es. Puede que aquí se diga dos veces es, es, no, no, para significar que lo que afirmas con la boca debes probarlo con las obras y lo que niegas con las palabras no lo confirmes con las obras.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
O de otro modo: no es necesario jurar a los que viven en la sencillez de la fe, porque para ellos lo que es verdad lo es, y lo que no es verdad no lo es, y por esto las palabras y las obras de ellos siempre son verdaderas.
 
San Jerónimo
La verdad evangélica no necesita de juramentos puesto que toda palabra fiel es un juramento.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 17
El que cree que no debe jurarse en obsequio de las cosas buenas, sino en el de las necesarias, modérese cuanto pueda para que no jure sino cuando haya verdadera necesidad. Como cuando vea que hay hombres malos para creer lo que es necesario creer y que no creen si no se asegura por medio de juramentos. Esto es bueno y apetecible lo que aquí se dice: "Mas vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí procede del mal". Esto es, si te ves obligado a jurar, sabe que esto proviene de la necesidad, que nace de la maldad de aquellos a quienes deseas persuadir de algo, cuya necesidad se llama también maldad, y por ello no dijo: "Lo que excede de esto es un mal" (tú no haces nada malo, puesto que empleas bien el juramento para que persuadas a otro de lo que quieres persuadirle para su utilidad), pero el mal viene de aquél, por cuya debilidad te ves precisado a jurar.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,6
Proviene de lo malo, esto es, de la debilidad de aquellos a quienes la ley permite jurar. Así Jesucristo no dice que la antigua ley es del demonio, sino que de la imperfección antigua conduce a la nueva, más abundante.

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