MENSAJE
DEL
SANTO
PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2014
LA FRATERNIDAD,
FUNDAMENTO Y CAMINO
PARA LA PAZ
1. En este mi primer Mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a las personas y a los
pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y
de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que
forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión
con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino
hermanos a los que acoger y querer.
De hecho, la fraternidad es una
dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de
este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una
verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la
construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. Y es
necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el
seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias
de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia
es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el
camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo
con su amor.
El número cada vez mayor de
interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta
hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra forman una
unidad y comparten un destino común. En los dinamismos de la historia, a pesar
de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación
de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se
preocupan los unos de los otros. Sin embargo, a menudo los hechos, en un mundo
caracterizado por la “globalización de la indiferencia”, que poco a poco nos
“habitúa” al sufrimiento del otro, cerrándonos en nosotros mismos, contradicen
y desmienten esa vocación.
En muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los
derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad
religiosa. El trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y
desesperación especulan personas sin escrúpulos, representa un ejemplo
inquietante. A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras
guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo
económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias,
de empresas.
La globalización, como ha afirmado
Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos[1]. Además, las numerosas situaciones de desigualdad,
de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad,
sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas
ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y
consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa
mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más
débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se
parece cada vez más a un mero do ut des pragmático y egoísta.
Al mismo tiempo, es claro que tampoco
las éticas contemporáneas son capaces de generar vínculos auténticos de
fraternidad, ya que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común,
como fundamento último, no logra subsistir[2]. Una
verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad
trascendente. A partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la
fraternidad entre los hombres, es decir, ese hacerse «prójimo» que se preocupa
por el otro.