domingo, 29 de diciembre de 2013

¡No! No se ha hecho imposible el modelo de la familia cristiana - Card. Rouco Varela


Homilía del Emmo. y Rvdmo.
Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid
Antonio Rouco Varela
en la Fiesta de las Familias

 
Domingo de la Sagrada Familia

Plaza de Colón, Madrid, 29.XII.2013
 

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, queridas Familias:

1.       Hoy, Fiesta de la Sagrada Familia, es día para anunciar de nuevo al mundo el Evangelio de la alegría: ¡la alegría del Evangelio de la Familia! La alegría del amor que ha madurado en la fidelidad del esposo a la esposa y de la esposa al esposo veinticinco, cincuenta y más años. La alegría del primer amor que surge en los corazones jóvenes como una primera llama que se enciende interiormente a través de la mirada y del conocimiento mutuo, que traen su causa de un amor más grande de Alguien que trasciende al novio y a la novia: ¡como una vocación que viene de Dios! La alegría del amor matrimonial entre el esposo y la esposa llega a su máxima expresión cuando fructifica en el esplendor de los hijos, si ninguna causa inculpable lo imposibilita. ¡Qué bien y que hermosamente canta el Salmista ese amor fecundo de los esposos que se aman generosamente!: “Tu mujer como parra fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa” (Sal 127, 3). ¡Sí, hoy es el día para proclamar y testimoniar con gozo la alegría de la Familia como lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio a todas las naciones! Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha invitado a emprender la nueva etapa evangelizadora de la Iglesia marcándola con el sello de la alegría que brota de las entrañas mismas del Evangelio, porque “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG, 1) −nos dice−. Y no cabe ninguna duda: a ese Evangelio de la alegría, que es Jesucristo, pertenece como nota esencial la Buena Noticia de la Familia: ¡de la familia cristiana! Aquí, en la madrileña Plaza de Colón, os encontráis hoy, de nuevo un año más, numerosas familias venidas de Madrid, de toda España y de distintos puntos de Europa, fieles, valientes e incansables. Habéis venido unidas. Unidas en el interior de vosotras mismas por los lazos de un amor que es respeto, aprecio, cariño, entrega, donación mutua que no pide ni exige precio alguno, salvo el del amor. Unidas entre vosotras en la Comunión de la Iglesia, para atestiguar públicamente ante el mundo y ante los hombres de nuestro tiempo que la familia, vivida a la luz de una fe amiga de la razón, en la esperanza y en el amor de Jesucristo es la fuente de la primera y fundamental alegría: la alegría de la vida nueva que nace natural y sobrenaturalmente; la alegría capaz de sobreponerse a cualquier clase de sacrificios, convirtiéndolos en oblación de amor; la alegría duradera, perdurable, segura y fiable porque se funda en la mutua donación entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, entre los abuelos y nietos; en último término, porque se fundamenta y enraíza en la gracia de Dios.


2.       Con aquella sabiduría alimentada y madurada en la experiencia multisecular de la fe de su pueblo en las promesas de Dios, el pueblo de la Antigua Alianza, probado a lo largo de una historia de acontecimientos y períodos amargos y tantas veces trágicos como consecuencia de la desobediencia a Él, el autor del Libro del Eclesiástico acaba de recordarnos la antigua y siempre nueva “regla” del mandamiento de Dios para poder vivir el bien, el gozo y la paz de la familia: “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respecta a su madre acumula tesoros… Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras viva” (cfr. Ecl 3,2-6. 12-14). Se trata de “una regla” −¡“regla divina”!− que se puede cumplir; más aún, que se debe de observar cuidadosamente. Es más, esa sabia regla de vida familiar se llena de un contenido nuevo en y por el Evangelio de la Sagrada Familia de Nazareth. ¡En la familia cristiana, y en virtud de su dinamismo interior, no resulta ninguna utopía el poder vivir como “elegidos de Dios, santos y amados” vestidos “de la misericordia entrañable, bondad, humildad, comprensión”, sabiéndose sobrellevar mutualmente y perdonándose “cuando alguno tenga quejas con otro”, siguiendo la exigente y misericordiosa línea de conducta típica de la existencia cristiana dibujada por San Pablo en la Carta a los Colosenses. Con su clave última de comprensión: “Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Cfr. Col 3,12-21).

3.       Justamente es la familia donde se inician y se dan los primeros y decisivos pasos del itinerario de ese amor humano fiel y fecundo sin el cual el nacimiento y el crecimiento de la sociedad y de toda la humanidad en justicia, solidaridad y en paz se hace inviable y sin el cual la misma Iglesia no logrará edificarse y consolidarse, día a día, como la comunidad de fe en Jesucristo Redentor del hombre, fundada y sostenida por Él. Es lo que esperamos y queremos decir cuando con su Doctrina Social afirmamos que la familia es la célula básica o primaria de la sociedad y de la comunidad política y, al mismo tiempo, “la eclesiola”, es decir, la célula esencial para el desarrollo del tejido sobrenatural del Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo.

4.       Dar testimonio del Evangelio de la alegría con obras y palabras en nuestro tiempo es tarea y urgencia primordial de la familia cristiana. Sin su testimonio, sobre todo en esta hora crucial de la humanidad, la evangelización del mundo empalidecería y languidecería hasta su desaparición efectiva. Son muchos los tristes y doloridos que encontramos a nuestro alrededor. ¿Estaremos presenciando y viviendo un nuevo predominio social de la cultura de la tristeza? Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos pone en alerta al inicio de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium ante la inminencia de ese peligro: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG, 2). No hay otro lugar de la experiencia y de la existencia humana donde se puede encontrar quien pueda consolar, aliviar, ayudar eficazmente y alentar animosamente a los enfermos crónicos, a los terminales, a los que han perdido el puesto de trabajo, a los desocupados sin expectativas de empleo en tiempo previsible, a los jóvenes que han embarrancado sus vidas en el alcohol, en la droga, en el sexo salvaje… que no sea en el ambiente cercano, acogedor, tierno y comprensivo de la familia. Naturalmente, de la familia en la que la fidelidad mutua, vivida y mantenida con la fuerza del amor cristiano ofrece brazos abiertos, casa y hogar. En esta dura y persistente crisis, por la que atraviesan todos los países europeos, la familia cristianamente constituida está demostrando, una vez más, en una dificilísima coyuntura histórica, su insuperable e insustituible valor para la solidaridad y la paz social. Aunque no solo sean las circunstancias de extraordinarias contrariedades económicas, sociales y culturales con las que han de enfrentarse, sino con algo mucho más complicado y costoso humana y espiritualmente: un clima de opinión pública y de medio-ambiente ciudadano en el que prima una concepción de la vida personal caracterizada por “la transitoriedad”, como gusta expresarse el Papa Francisco. Ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo e inviolable y, por lo tanto, tampoco, el don del amor.

5.       Si siempre ha sido necesaria la luz y la fuerza de la fe para comprender totalmente, aceptar cordialmente y vivir gozosamente el valor natural de la familia constituida sobre el matrimonio indisoluble como “la íntima comunidad de vida y amor conyugal fundada por el Creador” (Vat II, GS, 42), cuanto más lo es hoy en la agobiante atmósfera intelectual y “mediática”, que nos envuelve, tan contaminada por una visión radicalmente secularizada del mundo y del hombre. ¡No! No se ha hecho imposible el modelo de la familia cristiana. Esa luz y esa fuerza de la gracia de una madura fe cristiana la hace invencible y capaz de sobreponerse y superar cualquier desafío del Maligno y cualquier debilidad nacida del pecado. Esta fe viva está al alcance de la familia cristiana cuando en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración compartida y en la acción de gracias eucarística se abre a la gracia de la presencia y del ejemplo de la Sagrada Familia de Nazareth. Desde el momento en que el Hijo Unigénito de Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo, toma carne en el seno de la Virgen María y es confiado a la paternidad de San José, se hace hijo del hombre en el seno de una familia obediente a la ley de Dios y, formando parte de ella, comienza la obra salvadora del género humano. Desde ese instante no es sostenible ni admisible, ni en la teoría ni en la práctica, el que se mantenga la tesis de que la comprensión y la vivencia de la familia en todo el valor que le viene de Dios Creador no sean posibles. Antes, al contrario, se confirma definitivamente como la verdadera fórmula personal y social para el bien y la realización plena de la persona humana y para el futuro de la humanidad como una gran familia en la que impere como suprema ley la ley de la fraternidad entre las personas y los pueblos. El Santo Padre, el Papa Francisco, actualiza esta verdad con clara concisión en su Mensaje para el día de la paz del inminente Año Nuevo 2014: “La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor” (Papa Francisco, La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz, 1).

6.       Queridas Familias Cristianas: no tengáis miedo de seguir manteniendo abierto lo más íntimo de vuestros hogares al don precioso del Evangelio de la Sagrada Familia, al amor de María y José, que por virginal y exhaustivamente realizado y consumado en el amor a su Divino Hijo y en la entrega a su misión salvadora de ser el Redentor, el Amigo, el Señor y el Hermano de todos los hombres, fue amor limpio, íntegro, incondicional… modelo sublime de todo amor a Dios y a los hombres: ¡el modelo por excelencia del amor de Jesucristo! ¡Que ese amor de María y José aliente, sostenga y santifique vuestro amor de esposos y de padres de familia, sellado sacramentalmente el día en que habéis contraído santo matrimonio ante Dios y ante la Iglesia! ¡Que modele también la respuesta de amor de vuestros hijos y su vivencia mutua como hermanos! Así lo imploramos a Dios en el nuevo día de la Fiesta de la Sagrada Familia, unidos a toda la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia, extendida por todos los rincones de la tierra. No estáis solos, como tampoco lo estaban María y José cuando se desencadena por Herodes la persecución del Niño Jesús y la matanza de “los inocentes”. ¡La oración de innumerables almas consagradas a la plegaria y a la oblación de sus vidas por la Iglesia os acompaña! Vuestros Pastores y las comunidades eclesiales, a las que pertenecéis, quieren estar y están a vuestro lado con su oración, con su cercanía y amor fraterno: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de vuestra vida.

7.       La Iglesia y el mundo de nuestros días os necesitan −como muy pocas veces ha sucedido en el pasado− para llevar el Evangelio al corazón del hombre y de la cultura contemporáneas. Habéis recibido de Dios un don precioso de incalculable valor: el de la fe y el de ser familia cristiana. “Redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Benedicto XVI, Porta Fidei). ¡Comunicadla y transmitidla en familia y familiarmente a todas las personas y a todas las familias vecinas y lejanas, incluso más allá de vuestras fronteras. ¡Sed familias misioneras! El Papa Francisco os invitaba a reconoceros como tales en el encuentro mundial de las familias con motivo del año de la Fe el pasado 23 de octubre: “Las familias cristianas son familias misioneras. Hemos escuchado en la Plaza de San Pedro el testimonio de familias misioneras. Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, ¡poniendo en todo la sal, y la levadura de la fe. ¡Conservar la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días!”.

Al finalizar la Liturgia de la Palabra procederemos al envío de más de un centenar de familias cristianas dispuestas a ser misioneras del Evangelio de la Familia a dondequiera que la Iglesia se proponga enviarlas, sea a países descristianizados del viejo mundo, sea a países nuevos de “misión ad gentes”. Han recibido mucho del Señor −¡el don de la fe y de la vida cristiana en sus familias!− y quieren darlo y comunicarlo a todos. Son unos testigos excepcionales de lo que es y de lo que significa el amor cristiano y el de compartirlo en plenitud. Quieren ser testigos con obras y palabras de la presencia salvadora de la Sagrada Familia de Nazareth en la hora presente de la humanidad. ¡Sembradores a manos llenas del gozo del Evangelio! ¡De la alegría del Evangelio de la familia cristiana!

         Los encomendamos al cuidado maternal de la Santísima Virgen,  a la protección paternal de San José y a la gracia y a la ternura divina del Niño Jesús. Les ofrecemos todo nuestro afecto y nuestro cariño de hermanos, todo nuestro apoyo público y privado y, muy especialmente, nuestra oración. ¡Contad con la oración de la Iglesia!

 Amén.

 

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