1. Sentimientos de culpa
Al cabo de tres días
de fatigoso viaje en común, Léo Moulin, de ochenta y un años, aparece fresco,
elegante, atento y tan cordial como siempre. Moulin, profesor de Historia y
Sociología en la Universidad de Bruselas durante medio siglo, autor de decenas
de libros rigurosos y fascinantes, es uno de los intelectuales más prestigiosos
de Europa. Es quizás quien mejor conoce las órdenes religiosas medievales, y
pocos sienten tanta admiración por la sabiduría de aquellos monjes como él. A
pesar de haberse distanciado de las logias masónicas en las que militó («A
menudo —me dice— afiliarse a ellas es condición indispensable para hacer
carrera en universidades, periódicos o editoriales: la ayuda mutua entre los
"hermanos masones" no es un mito, es una realidad aún vigente»),
sigue siendo un laico, un racionalista cuyo agnosticismo bordea el ateísmo.
Moulin me encomienda
que repita a los creyentes uno de sus principios, madurado a lo largo de una
vida de estudio y experiencia: «Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo
que se dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado
crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia,
infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A
fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido
convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del
mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la
crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar.»
Feministas,
homosexuales, tercermundialistas y tercermundistas, pacifistas, representantes
de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea,
científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales,
moralistas laicos: «Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo
falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento
histórico que no se os haya imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de
vuestro pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de respaldarlos. En
cambio, yo (agnóstico, pero también un historiador que trata de ser objetivo)
os digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad. De hecho, a menudo no es
cierto. Pero si en algún caso lo es, también es cierto que, tras un balance de
veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las
tinieblas. Luego, ¿por qué no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros?
¿Acaso han sido mejores los resultados de lo que ha venido después? ¿Desde qué
púlpitos escucháis, contritos, ciertos sermones?» Me habla de aquella Edad
Media que ha estudiado desde siempre: «¡Aquella vergonzosa mentira de los
"siglos oscuros", por estar inspirados en la fe del Evangelio! ¿Por
qué, entonces, todo lo que nos queda de aquellos tiempos es de una belleza y
sabiduría tan fascinantes? También en la historia sirve la ley de causa y
efecto...»