SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de julio de 1993
El presbítero y la sociedad civil
(Lectura:capítulo 10 del evangelio de san Marcos, versículos 42-45)
1. El tema del
desapego del presbítero de los bienes terrenos está unido al tema de su
relación con la cuestión política. Hoy más que nunca se asiste a un
entrelazamiento continuo de la economía y la política, ya sea en el ámbito
amplio de los problemas de interés nacional, ya en los campos más restringidos
de la vida familiar y personal. Así sucede en las votaciones para elegir a los
propios representantes en el Parlamento y a los administradores públicos, en
las adhesiones a las listas de candidatos propuestas a los ciudadanos, en las
opciones de los partidos y en los mismos pronunciamientos sobre personas,
programas y balances relativos a la gestión de la cosa pública. Sería un error
hacer depender la política exclusiva o principalmente de su ámbito económico.
Pero los mismos proyectos superiores de servicio a la persona humana y al bien
común, están condicionados por él y no pueden menos de abarcar en sus
contenidos también las cuestiones referentes a la posesión, el uso, la
distribución y la circulación de los bienes terrenos.
2. Todos éstos son
puntos que incluyen una dimensión ética, en la que se interesan también los
presbíteros precisamente con vistas al servicio que tienen que prestar al
hombre y a la sociedad, según la misión recibida de Cristo. En efecto, él
enunció una doctrina y formuló preceptos que aclaran la vida no sólo de cada
una de las personas, sino también de la sociedad. En particular, Jesús formuló
el precepto del amor mutuo. Ese precepto implica el respeto a toda persona y a
sus derechos; implica las reglas de la justicia social que miran a reconocer a
cada persona lo que le corresponde y a repartir armoniosamente los bienes
terrenos entre las personas, las familias y los grupos. Jesús, además, subrayó
el universalismo del amor, por encima de las diferencias entre las razas y las
naciones que componen la humanidad. Podría decirse que, al definirse a sí mismo
Hijo del hombre, quiso declarar, también con esa presentación de su identidad
mesiánica, la destinación de su obra a todo hombre, sin discriminación entre
categorías, lenguas, culturas y grupos étnicos y sociales. Al anunciar la paz a
sus discípulos y a todos los hombres, Jesús puso su fundamento en el precepto
del amor fraterno, de la solidaridad y de la ayuda recíproca a nivel universal.
Está claro que para él éste era y es el objetivo y el principio de una buena
política.
Sin embargo, Jesús
nunca quiso empeñarse en un movimiento político, rehuyendo todo intento de
implicarlo en cuestiones o asuntos terrenos (cf. Jn 6, 15). El Reino que
vino a fundar no es de este mundo (cf. Jn 18, 36). Por eso, a quienes
querían que tomara posición respecto al poder civil, les dijo: "Lo del
César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios" (Mt 22, 21). Nunca
prometió a la nación judía, a la que pertenecía y amaba, la liberación
política, que muchos esperaban del Mesías. Jesús afirmaba que había venido como
Hijo de Dios para ofrecer a la humanidad, sometida a la esclavitud del pecado,
la liberación espiritual y la vocación al reino de Dios (cf. Jn 8, 34.36);
que había venido para servir, no para ser servido (cf. Mt 20, 28); y
que también sus seguidores, especialmente los Apóstoles, no debían pensar en el
poder terreno y el dominio de los pueblos, como los príncipes de la tierra,
sino ser siervos humildes de todos (cf. Mt 20, 20.28), como su
"Señor y Maestro" (Jn 13, 13.14).