lunes, 22 de mayo de 2023

Carta a los Jóvenes Card. Norberto Rivera Carrera (5) Preguntas con respuestas

 

PREGUNTAS CON RESPUESTAS



·        Aunque lo evite, continuamente el hombre se encuentra con el problema de sus orígenes y el angustioso enigma de la muerte.

·        Toda la vida del hombre, desde el inicio de su presencia sobre la tierra, ha sido un preguntarse constantemente sobre todas las cosas, desde las que lo rodean en la naturaleza hasta las más profundas que tocan sustancialmente su existencia.

 

Muchos de sus discípulos, al oírle dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escurarlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: « ¿Esto os escandaliza? ¿Cuándo veáis al hijo del hombre subir adonde estaba antes?...Es espíritu es el que da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen». Porque Jesús sabía desde el principio quienes eran los que no creían y quien era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mi si no se lo concede el Padre». Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿A dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». (JUAN 6, 60-69)

 

QUERIDO JOVEN:

En una ocasión, cuando estudiaba en Europa, viaje en tren desde Roma hasta una pequeña ciudad del norte de Italia. En un tramo del viaje se acercó a mí un señor inglés que me preguntó dónde estábamos. Le contesté con un mapa delante y entablamos conversación. Le pregunté dónde había tomado el tren y me respondió que no sabía. Le interrogué también sobre su destino y su respuesta fue la misma: no sabía. Me explicó que a él lo que le gustaba era disfrutar del viaje en tren, que en lugar de comprar un boleto hacia un destino concreto, adquiría vales por un número determinado de kilómetros y que le daba igual subir o bajar del tren en un sitio u otro. Para él, su felicidad estaba en gozar del viajar en tren. Creo que al hombre de hoy le pasa un poco lo mismo con su vida; no se pregunta de dónde viene o a dónde va, simplemente le gusta disfrutar del viaje de la vida y de todas las satisfacciones que le ofrece. ¿En qué estación abordó? ¿Dónde se va a bajar? ¿Qué le espera después del viaje? No le importa. Y, sin embargo, es un hecho que este viaje no dura para siempre, que tuvo un inicio y tendrá un fin tarde o temprano, lo queramos o no. Muchas preguntas quedan entonces sin respuesta.

Aunque lo evite, continuamente el hombre se encuentra con el problema de sus orígenes y el angustioso enigma de la muerte. Igual que evita las preguntas, hay algunas respuestas que solo buscan eludir los problemas, dejar la solución para después: algo muy típico del hombre que ante las dificultades que percibe como insuperables, simplemente las deja de lado esperando que el tiempo por sí solo las resuelva. En este campo, por ejemplo, encontramos la poco convincente teoría de la reencarnación que simplemente pospone el problema ofreciendo la falsa solución de una prorroga sin gol de oro y en la que, además, no quedan muy claras la individualidad e irrepetibilidad de cada persona; cada ser humano es único. En este fin de siglo, han aparecido muchas sectas religiosas que se han convertido en vendedores de esperanzas, muchas veces vanas. Algunos simplemente buscan hacerte más placentero el viaje en el tren de la vida, otros pretenden prolongarlo indefinidamente presentándote paraísos que simplemente recrean las comodidades y consuelos con los que vivimos aquí. Son muy pocos los que responden a todas las preguntas que llevas en la mente: « ¿De dónde vengo?», « ¿adónde voy?», « ¿Por qué el dolor?», « ¿Por qué la muerte?», « ¿Qué sentido tiene sufrir?», « ¿Cuánto vale la vida del hombre?», etcétera. Son preguntas que en muchas de estas nuevas sectas quedan sin respuesta, pero eso parece no preocuparle al hombre de hoy que, como te decía más arriba, solo se contenta con un agradable viaje en tren. Pero no basta con esto para afrontar los graves problemas que representa la vida humana. El hombre no es sólo un cuerpo que muere, también un alma creada por Dios que permanece después de la muerte. Esta alma es la base de la inteligencia humana, de la libertad, de la responsabilidad que tiene el hombre sobre sus actos, y todo esto nos diferencia de los demás animales que pueblan nuestro planeta. Esta alma es el origen de todas las preguntas y es la que descubre en la revelación de Cristo las respuestas.

Toda la vida del hombre, desde el inicio de su presencia sobre la tierra, ha sido un preguntarse constantemente sobre todas las cosas, desde las que le rodean en la naturaleza hasta las más profundas que tocan sustancialmente su existencia. Los filósofos clásicos eran buscadores de certezas que sirvieran para construir la vida del hombre. Se acercaron a descubrir la existencia del alma, a formular los principios de la ética, a la idea de una divinidad única. Las respuestas a las preguntas más profundas del hombre lo llevaron a acercarse a algunas ideas centrales de la revelación cristiana.

No eran personas que se preocuparan solamente por pasarlo lo mejor posible en el tren, como han hecho otros filósofos posteriores, sino que buscaban llegar a la explicación ultima de su existencia, y esa búsqueda los fue llevando a intuir las grandes respuestas que después nos ofrecería Cristo: la vida eterna, el sentido redentor del dolor, la existencia de un Dios personal que actúa movido por amor. Desde Jesucristo, la vida humana se redimensiona y se ve a la luz de la vida eterna. Sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna.

Pero a veces nos cuesta aceptar lo que Dios nos pide. Esto es lo que se refleja en las palabras de los discípulos de Jesús que aparecían en el texto del capítulo 6 de San Juan. No es fácil entender a fondo el mensaje de Jesucristo. Las maravillas de Dios no encuentran lugar fácilmente en nuestra cabeza ni en nuestro corazón. Necesitamos partir siempre de la fe.

La fe es un regalo que Dios te hace, igual que las demás virtudes teologales (el amor y la esperanza). Por eso dice Jesucristo que nadie puede ir a Él si el Padre no se lo concede. Por la fe aceptamos lo que Dios nos ha revelado sabiendo que procede de la máxima inteligencia, la inteligencia perfecta y absoluta de Dios, y del máximo amor. Por eso sabemos que no hay confusión ni engaño en Él, como podemos encontrar en los hombres cuando confiamos en ellos. La vida de la Iglesia y la Sagrada Escritura son depositarias de las palabras de Cristo que son palabras de vida eterna. En ellas encuentras las respuestas a los problemas de la vida del hombre. Por la fe sabes que Jesucristo te creo por amor; murió por ti por amor, para abrirte el camino de la salvación; que toda su vida sobre la tierra fue por ti, por amor a ti. Jesucristo, siendo Dios, no actuaba por una masa de personas, sino por cada ser humano. En su mente y en su corazón estabas y estás tú siempre. Por eso encuentras en Él las respuestas únicas e irrepetibles a tus preguntas, únicas e irrepetibles para ti.

Las respuestas a tus preguntas más profundas no se encuentran en las ideologías, sino en la vida de la Iglesia, que recoge la vida de Cristo. La Iglesia Católica es presencia de Jesucristo en la tierra, especialmente en la eucaristía. Aquí, en la vivencia plena de tu vocación dentro de la Iglesia, encuentras un sentido a tu vida, una respuesta continua a tus preguntas. Pero no te olvides que no se trata tanto de saber las respuestas, sino de vivirlas desde la fe, la esperanza y el amor.

Termino con los mismos sentimientos que expresa San Pablo en la Carta a los Efesios: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que conceda, según la riqueza de su gloria, que seas fortalecido por la acción de su Espíritu en el hombre interior; que Cristo habite por la fe en tu corazón, para que, arraigado y cimentado en el amor, puedas comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que te vayas llenando hasta la total plenitud de dios (cf. Efesios 3,14-19). Esto es lo que te deseo para que desde esta experiencia profunda de Cristo en la Iglesia des una respuesta válida a todas tus preguntas.

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