lunes, 6 de junio de 2022

Carta a los Jóvenes Card. Norberto Rivera Carrera (4) La realidad del pecado

 

LA REALIDAD DEL PECADO

 

·        El pecado no es un problema más de la humanidad, sino «el problema», el verdadero problema de fondo que altera el plan de Dios para el hombre, proyecto de felicidad.

·        Esta es la verdadera dimensión del pecado: preferimos el amor a nosotros mismos por encima del amor a Dios, construimos nuestro proyecto de vida al margen del proyecto de Dios.

 

Tenme piedad. Oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar esta ante mí, contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Porque aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas. Mira que en culpa yo nací, pecador me concibió mi madre. Mas tu amas la verdad en lo intimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría. Rocíame con el hisopo, y seré limpio, láveme, y quedare más blanco que la nieve. Devéleme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú. Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro; un espíritu firme dentro de mí renueva. (SALMO 50, 3-12)

 

QUERIDO JOVEN: Seguramente, cuando ves las noticias en la televisión te preguntas muchas veces que pasa, porque hay tanto mal en este mundo, porque hay tanta gente que hace sufrir a los demás, que mata, que fabrica armas destructivas, que no respeta la dignidad de la mujer y la usa como simple objeto de placer, que no respeta el misterio de la infancia, que abusa de su poder. La respuesta a esos porqués la encontramos en un problema de fondo: la crueldad del hombre contra el hombre es consecuencia de una ruptura del hombre con dios. El pecado no es un problema más de la humanidad, sino «el problema», el verdadero problema de fondo que altera el plan de Dios para el hombre, proyecto de felicidad. Y la raíz de ese pecado es la rebelión del hombre ante Dios. «Exclusión de Dios, ruptura con dios, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y es, bajo formas diversas, el pecado que puede llegar hasta la negación de dios y de su existencia; es el fenómeno llamado ateísmo. Desobediencia del hombre que no reconoce, mediante un acto de su libertad, el dominio de dios sobre la vida, al menos en aquel determinado momento en que viola su ley» (Reconciliatorio et poenitentia, n. 15)

 

El pecado es siempre, en el fondo, una traición a dios; no es otra cosa. Nosotros, amigos íntimos de Jesucristo que ha muerto por nosotros en la cruz para darnos la vida eterna, lo traicionamos. Y los más perjudicados con esta traición somos nosotros mismos que rompemos un plan de amor y felicidad que Dios ha diseñado para nosotros. Esta es la verdadera dimensión del pecado: preferimos el amor a nosotros mismos por encima del amor a Dios, construimos nuestro proyecto de vida al margen del proyecto de Dios.

Y así, los primeros perjudicados somos nosotros.

 

A lo mejor, el pecado no es para ti un fenómeno lejano: es posible que ya hayas experimentado en tu vida su realidad y su peso sobre ti. No tienes que sorprenderte, pues forma parte de nuestra condición humana después del pecado original. El evangelista San Juan nos explica que «si reconocemos nuestro pecados, fiel y justo es Él (Dios) para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: `no hemos pecado `, lo hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros» (I Jn. 1, 9-10). Por eso muchas veces, si somos sinceros con Dios y con nosotros mismos, nos podemos aplicar muy bien el salmo con el que empieza esta carta. Es el famoso salmo llamado «Miserere» porque con esa palabra comienza la traducción latina del mismo («Miserere mei, Deus»). En la historia y vida de la iglesia, este salmo lo rezaban los moribundos porque recoge muy bien cuáles deben ser las actitudes de un alma que se acerca al momento supremo de la muerte: por un lado pide perdón a Dios; y por otro, expresa una profunda confianza en la misericordia divina.

 

El salmo se le atribuye a David, uno de los personajes bíblicos más importantes en la historia del pueblo de Israel. David había cometido un grave pecado de adulterio y había ocasionado el homicidio de un hombre, Urias; para encubrir su pecado (así se nos cuenta en el capítulo 11 del Segundo libro de Samuel). Un día, viene a visitarlo el profeta Natan y lo hace reflexionar sobre la gravedad de su pecado (II Samuel 12). Le cuenta la historia de un hombre poderoso que, teniendo muchas ovejas, se apodera de la única ovejita de su vecino. Así toco Natan la conciencia de David haciéndole caer en la cuenta de la gravedad de su pecado.

 

Se lo presenta como una grave injusticia contra Urias y una falta de gratitud a dios que le ha concedido todos los bienes que posee. David reacciona con humildad y Dios le concede el perdón: «David dijo a Natàn: He pecado contra Yavè. Respondió Natan a David: También Yavè perdona tu pecado; no morirás» (II Sam. 12,13). El arrepentimiento del pecado fue lo que llevo a David a entonar ese salmo que nunca refleja desesperación, sino esperanza y confianza en Dios. Al final, termina humildemente pidiendo un nuevo corazón que ame a Dios y un espíritu firme. Se da cuenta de que eso es de verdad lo que necesita para no desobedecer más a Dios y no dañar a lo demás.

 

Nuestras fuertes tendencias de soberbia, avaricia, envidia, lujuria, ira, gula o pereza, nos llevan a ofender a Dios y a afectar duramente a nuestros hermanos. La Biblia nos reporta muchos ejemplos de las funestas consecuencias del pecado. Caín, dejándose llevar por la envidia, asesina a su hermano a sangre fría (Génesis 4,2-16). Dios le exige cuentas a Caín sobre su hermano como le exigió cuentas a David de su pecado a través de Natàn. Y Caín descubre la maldad de su comportamiento. En otro caso, como el de Susana, se ve como el ser humano es capaz de llegar hasta el asesinato con tal de satisfacer sus pasiones sexuales desordenadas (Daniel 13). Dos ancianos amenazan de muerte a una mujer para que satisfaga sus deseos perversos de placer. Los ancianos no pueden resistir la virtud de Susana que rechaza el mal y acepta la muerte por encima del pecado. Están dispuestos a llegar hasta el final, a la muerte de Susana, si no por un niño que, iluminado por Dios, descubre el chantaje.

 

La actitud correcta ante la triste experiencia del pecado es la del salmo con el que inicio esta carta: reconocerlo, pedir perdón a Dios y solicitar siempre su ayuda para vencerlo viviendo muy unido a Él con un nuevo corazón. Pero no todos los personajes que aparecen en la Biblia actúan así. Si lees los Evangelios, veras que están llenos de pecados y de respuestas negativas del hombre al amor de Dios. Algunos no están dispuestos a dar todo para seguir a Dios, como el joven rico (Mc. 10,17-23). Otros, habiendo sido elegidos y perteneciendo al grupo de los amigos íntimos de Jesús, lo traicionan. Cuanto nos duele a nosotros la traición de alguien en quien hemos puesto toda nuestra confianza y amistad. A Jesucristo también lo traicionaron dos de sus más íntimos amigos, del grupo de los doce elegidos: Pedro y Judas. Uno de ellos, Pedro, confía en el Señor y recupera su amistad, reacciona como David, con humildad, buscando de nuevo a Dios. El otro, Judas, se suicida dejándose llevar por la desesperación. La desesperación ante el pecado nos hace imposible la regeneración, pero la confianza y la humildad nos hacen construir sobre ruinas y crecer en el amor reparando así la amistad perdida (Jn. 21, 15-17). Por eso, ante el pecado no hay que reaccionar con desesperación: «Yo no puedo» «siempre caigo en lo mismo», sino con gran humildad. Cuando ves el pecado como algo que enturbia la maravillosa imagen que tienes de ti mismo, el pecado produce amarguras y desesperación, pero cuando ves el pecado como una ofensa dolorosa a un Padre que siempre esta dispuesto a amarte, el pecado se convierte en una ocasión de crecimiento en el amor a través del arrepentimiento sincero y confiado.

 

Los ejemplos podrían multiplicarse. Una y otra vez, el ser humano se rebela contra Dios y contra sus hermanos, se salta las leyes del Señor y se deja llevar por pasiones que lo embrutecen. Seguramente, tú podrás añadir aquí cientos de ejemplos mas, donde se percibe esa maldad del pecado que lleva a romper la amistad con Dios y la convivencia con los demás. Tú mismo, seguramente, experimentas muchas veces esa lucha interior entre la búsqueda generosa del bien y las fuerzas pasionales crecidas por el egoísmo que arrastran todo su ser hacia el mal. Todo esto nos enseña que el ser humano es débil, incapaz de buscar siempre y en todo momento el bien si no es por la ayuda de Dios. El hombre, cualquier hombre, encuentra esa contradicción interior. Percibe en si mismo esa debilidad en la búsqueda del bien que Dios le presenta y puede desesperarse con facilidad. ¿Y tú, que debes hacer?

 

Muy sencillo, confía en Dios. La debilidad tiene su aspecto positivo: gracias a ella nos damos cuenta de que necesitamos de Dios y de los demás. Gracias a ella nos convertimos en seres necesarios para los demás. Gracias a ella nos hacemos realistas y ponemos nuestra esperanza en el único que es, de verdad, la garantía de nuestra esperanza: Dios. Jesucristo ha vencido al pecado para ti, para que acudas a Él en tu debilidad. Jesucristo ha vencido al pecado para que de la amistad con Él nazca en ti un «hombre nuevo» que venza el mal con el bien. «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro; un espíritu firme dentro de mí renueva».

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