Catecismo de la Iglesia Católica
La defensa de la paz
La paz
2302 Recordando el
precepto: “No matarás” (Mt 5, 21), nuestro Señor pide la paz del corazón y
denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para
el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable
imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de
la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1,
ad 3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado de matar al prójimo o de
herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; es pecado
mortal. El Señor dice: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será
reo ante el tribunal” (Mt 5, 22).
2303 El odio voluntario
es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea
deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le
desea deliberadamente un daño grave. “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos
y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial...” (Mt 5, 44-45).
2304 El respeto y el
desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de
guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no
puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las
personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la
dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad.
Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13).
Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad
(cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrenal es
imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9,
5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16;
cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su
Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios.
“El es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que
construyen la paz” (Mt 5, 9).
2306 Los que
renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los
derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan
testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los
derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan
legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la
violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78).
Evitar la guerra