LA INTOLERANCIA DOCTRINAL
(Sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres,
publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H.
Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)
“Unus Dominus, una fides, unum baptista” "No hay más que un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (San Pablo a los Efesios, IV, 5)
Un sabio ha dicho que las acciones del hombre
son las hijas de su pensamiento, y nosotros mismos hemos comprobado que tanto
los bienes como los males de una sociedad son fruto de los principios buenos o
malos que ella profesa. La verdad en el espíritu y la virtud en el corazón son
dos cosas que se corresponden casi puntualmente: cuando el espíritu se ha
entregado al demonio de la mentira, el corazón — no obstante que el desorden no
haya comenzado por él — está muy cerca de abandonarse al demonio del vicio. La
inteligencia y la voluntad son dos hermanas, entre las cuales la seducción es
contagiosa: si ven que la primera se ha abandonado al error, corren un velo
sobre la honra de la segunda.
Y porque esto es
así, mis hermanos, porque no existe ningún daño, ninguna lesión en el orden
intelectual que no tenga consecuencias funestas en el orden moral y aún en el
orden material, es que concedemos importancia a combatir el mal en su origen, a
secarlo en su fuente, esto es, en sus ideas. Mil prejuicios se han popularizado
entre nosotros: el sofisma, asombrado de sentirse atacar, invoca la
prescripción; la paradoja se vanagloria de haber adquirido carta de
nacionalidad y derechos de ciudadanía. Los mismos cristianos, viviendo en medio
de esta atmósfera impura, no han evitado totalmente su contagio: aceptan
demasiado fácilmente muchos de los errores.
Fatigados de
resistir en los puntos esenciales, a menudo cansados de luchar, ceden en otros
puntos que les parecen menos importantes, y no advierten nunca — a veces porque
no quieren percatarse — hasta dónde podrán ser llevados por su imprudente
debilidad. Entre esta confusión de ideas y de falsas opiniones nos toca a
nosotros, sacerdotes de la incorruptible verdad, salir al paso y censurar con
la acción y la palabra, satisfechos si la rígida inflexibilidad de nuestra
enseñanza puede detener el desborde de la mentira, destronar principios
erróneos que reinan orgullosamente en las inteligencias, corregir axiomas
funestos admitidos ya por la convalidación del tiempo, esclarecer finalmente y purificar
una sociedad que amenaza hundirse, que envejece en un caos de tinieblas y de
desórdenes, donde no será ya posible distinguir la índole y, menos aún, el
remedio de sus males.
Nuestra época grita: “¡Tolerancia!
¡Tolerancia!" Se admite que un sacerdote debe ser tolerante, que la
religión debe ser tolerante. Mis hermanos: en primer lugar, nada iguala a la
franqueza, y yo vengo a decirles sin rodeos que no existe en el mundo más que
una sola sociedad que posee la verdad, y que esta sociedad debe ser
necesariamente intolerante. Pero antes de entrar en materia, y para entendernos
bien, distingamos las cosas, determinemos el sentido de las palabras y no
confundamos nada.