martes, 12 de agosto de 2014

Aunque todos yo no (13 - final) Beato Manuel González García

Antigua medalla de la obra
de las tres Marías de los
Sagrarios Calvarios
   IV.- La Obra completa
 

   1.- ¿Sueños o realidad?
 

   ¿Eran estos razonamientos hasta aquí apuntados, sueños de un bien intencionado, castillos de naipes de un desocupado, poesías trasnochadas de un iluso?

   Escribí estos renglones por primera vez a los seis años de nacida la Obra y las 80.000 Marías y 5.000 Discípulos de san Juan sólo en España, sin contar con otros tantos en América y otros países, dan la mejor y más brillante respuesta a aquellas preguntas.

   ¿Qué hacen y cómo se han propagado tan rápida, tan prodigiosamente esas Marías y esos Juanes? Leed periódicamen­te El GRANITO DE ARENA y ante vuestros ojos irán desarrollán­dose esos prodigios de multiplicación, no de panes y peces, sino de almas con hambre de pan de Sagrario y multiplicadoras a su vez, de esas hambres en innumerables almas.

   ¡Qué historia tan interesante, tan llena, tan alentadora, tan divina, se puede ya escribir de las Marías! Plegue al Amo bendito que muy luego pueda poner mano en este libro de tanta gloria para Él y de tantas enseñanzas para el mundo.  

   Limitado en este  libro a dejar bien sentadas las bases de nuestra Obra y siendo la autoridad del Papa la más firme de todas las que pueden cimentar una Obra católica, expondré aquí, tomándolo de Él GRANITO DE ARENA, cómo las Marías llegaron al Papa y cómo el Papa bañó con una mirada de predilección a las Marías, al par que completó su Obra según verá el lector.
 

   2.- La Obra de las "Tres Marías" ante el Papa


    Bien le sobra a Él GRANITO DE ARENA 1 razón para mostrar­se hoy loco de alegría y para buscar y rebuscar sus mejores galas y sus palabras más bonitas y sus alabanzas más entu­siastas y todo lo mejor y más vibrante que pueda decir, pensar y sentir, para celebrar del modo menos indigno posible, la gracia y la historia que a Obra predilec­ta, a la Obra de sus ternuras, le ha llovido desde las alturas del Vaticano.

   Apuradillo se encuentra de verdad el cronista para contener el desbordamiento de sus entusiasmos y contar ce por be a sus buenos amigos todo lo que la legítima curiosidad de éstos tiene derecho a exigirle.

   Lo intentaré, sin embargo, para gloria del Amo bendito, honor de su santo Vicario en la tierra y satisfacción y alegría de esas afortunadas almas que forman en la ya numerosa y brillante legión de las Marías y de los Juanes de los Sagrarios-Calvarios.


 

 

   3.- Un poco de historia

 

    En  mayo del año que acaba de pasar, de camino que iba a Montilla a dar una conferencia a los sacerdotes cordobeses, en peregrinación ante el sepulcro del glorioso apóstol de Andalucía, san Juan de Avila, me llegué a Madrid con el exclusivo objeto de dar un vistazo a aquellas Marías, de las que tantas buenas hazañas me contaban y escribían constan­temente.

   Sentía vivos deseos de ver por mis propios ojos aquellos viajes eucarísticos emprendidos por Marías de toda clase y condición y por todos los medios de locomoción conocidos. Y aquellas batidas con tanto denuedo como delicadeza dadas contra el abandono de sus Sagrarios. Y oír con mis propios oídos la narración de aquellas aventuras afrontadas por amor al más fino Amante.

   Y mis deseos fueron satisfechos, más digo, colmados con muchas creces. ¡Dios mío, lo que vi, lo que oí, lo que sentí y lo que tuve que hacer muchas veces para disimular las lágrimas!

 

    La narración de aquellas visitas hechas por débiles señoritas a pueblos distantes para llegar a los cuales había que andar a pie diez y más kilómetros. De aquellas adoracio­nes al santísimo a través del agujero de la llave y de las rendijas de la puerta cerrada de la iglesia. De aquel ir de casa en casa invitando a sus vecinos, con lágrimas a veces, a que visitaran al Jesús bueno de su Sagrario. De aquellas misiones tan trabajadas. De aquellas consagraciones de los pueblos, con sus autoridades a la cabeza, al Corazón de Jesús. De aquellas catequesis y escuelas dominicales y asociaciones piadosas fundadas y sostenidas por ellas. De aquel olvidarse de las comodidades de la casa y de la posición y aquel pasarse horas y días alternando entre el Sagrario abandonado y los toscos aldeanos. Y aquel soñar siempre con su Sagrario. Y... la narración de todo eso, repito, ¡cuánto me hizo gozar y alabar al Corazón Eucarístico de Jesús, porque había querido que en medio de este siglo de los abandonos y frialdades para Él, naciera su Obra sembrado­ra y cultivadora de delicadezas eucarísticas!...

   Y después de haber visto y oído todo aquello, celebramos una fiesta de familia en la iglesia de las Esclavas del Corazón de Jesús y en presencia de Jesús Sacramentado, hablé a muchos cientos de Marías. Y, olvidando la timidez con que abrigaba antes mis proyectos, les expuse tal como lo había concebido ante el Sagrario, el tipo de una María, lo que al presente era y lo que estaba llamada a ser. Procuré demos­trarles, que la Obra de las Marías, bien entendida y bien practicada, al acabar con el abandono de los Sagrarios, aceleraría el reinado social del Corazón de Jesús sobre la tierra y constituiría una base sólida de regeneración cristiana de los pueblos que no pueden saciar las hambres que padecen si no es comiendo el Pan de vida que guarda el Sagrario.

Reverso de la medalla
   Y como aquélla era hora de contar intimidades, anuncié a aquellas Marías mi aspiración de que la Obra fuera a Roma a que el Papa de la Eucaristía la conociera y le pusiera su sello y, sobre todo, a que la completara.

 

 

   Lo que faltaba

 

    Decía yo a las Marías que me preguntaban qué le faltaba a la Obra: hasta ahora son las Marías las que van a visitar al Corazón de Jesús abandonado y pobre. Son ellas las que no se contentan con adorarlo en las catedrales suntuosas, en las que es tratado como Rey. Ni en las devotas capillas de las religiosas, en las que se le trata como Dios y Esposo. Sino que llevan su adoración y desagravio a esas mismas iglesias en las que no es tratado ni como hombre...

   La Obra estará completa cuando ese Jesús tan agradecido y tan bueno, sea el que vaya a visitar a sus Marías cuando a éstas les toque estar enclavadas en la cruz de la enfermedad sobre el calvario del dolor... y que las visite del modo más bonito y fino que tiene Él de visitar, es decir, en forma de Misa.

   ¡Qué consuelo para las Marías en su calvario, ver alzarse en su misma habitación el Calvario místico de Jesús! ¡Qué gozo ver Calvario frente a calvario y olvidar el uno la cruz propia, para sentir el peso de la cruz del otro y cambiar clavo por clavo, espinas por espinas, cruz por cruz, sangre por sangre, dolor por dolor y hasta muerte por muerte!... ¡Si el Papa quisiera! ¡Si el Corazón de Jesús le dijera que sí! ¡Qué Obra más completa la de las Marías si pudiera nombrarse alguna vez de estos dos modos: Obra de las Marías acompañan­tes del Corazón Eucarístico en el Calvario y del Corazón Eucarístico acompañante de las Marías en el calvario... ¿Se podría decir esto alguna vez sin atrevimiento, con toda propiedad?...

   Un grupo de Marías vino a verme después de aquella reunión y me dijo: tiene usted que ir a Roma enseguida. Esa gracia es menester alcanzarla. Él santo Padre tiene que conocer a las Marías...

   No entraba por cierto en mis planes, la realización tan inmediata de mis aspiraciones. Traté de demostrar la conve­niencia de esperar por ciertas razones de prudencia. ¡Vaya usted con razones de prudencia al amor tan fino como impetuo­so de una María! Ni dificultades de tiempo, ni de recursos, ni de preparación, etc., valieron. Éllas salían al encuentro de todas las dificultades.

   Las demandantes no se aquietaron hasta que les prometí someter su propuesta, que era al mismo tiempo mi deseo, al fallo de mi amadísimo Prelado 2 en quien la Obra encontró siempre todo el calor y todos los cariños de un verdadero padre.

 

 

   ¡A Roma por todo!

 

    Ése fue el fallo de mi Prelado y por añadidura iría con él, cuando fuera a recibir de manos de Su santidad el capelo cardenalicio al que había sido elevado meses antes.

   Y cobijado con tan buena sombra, fui a Roma a fines de noviembre de 1912 con mucha confianza en las oraciones de las Marías de toda España, tan interesadas como yo en el buen éxito del viaje. Y, ¿por qué no decirlo?, con mi poquito de miedo a un no. ¡Era tan grande y tan amplia la gracia que se pedía!

   Bien quisiera detenerme en describir mi viaje, por cierto uno de los más felices y agradables de mi vida, por no decir el más feliz de todos, que no siempre puede uno permitirse el gran gusto, aparte del honor, de pasar cuarenta días en compañía de un padre tan bondadoso, de quien tanto hay que aprender y en cuyo delicado y cariñoso trato, se goza tanto y en esa agradable intimidad, no opuesta al respeto, que despiertan y fomentan los viajes largos y por lejanos países.

   ¡Con qué placer hago constar en estas modestas páginas, la gratitud inmensa, imborrable, que han sembrado en mi corazón esos cuarenta días de bondades de padre, de alientos, de conversaciones amenas, de condescendencias afectuosas de mi venerado Cardenal!

   El Corazón bendito de Jesús pague por mí.

 

 

   En Roma

 

    Dejando aparte las impresiones que la vista de Roma produce en todo corazón cristiano, y, circunscribiéndome al objeto de mi visita, diré que, apenas llegado, visité a los eminentísimos señores cardenales Vives Tutó y Merry del Val, en quienes por su condición de españoles, por conocer ya la Obra de las Marías y por su fama de patronizadores decididos de las causas buenas de España, esperaba yo encontrar buenos intercesores cerca del santo Padre.

   Y la verdad es que no se engañó mi esperanza.

   Una acogida benévola, más aun, entusiasta por la Obra cuyos últimos triunfos en Madrid, santander, Burgos, Badajoz, salamanca y otras ciudades les conté, y un gesto mezcla de temor y de deseo ante la gracia como diciendo: yo quisiera, pero parece demasiada gracia. Esa fue la acogida.

   Nuevas conferencias con el eminentísimo Cardenal Vives, cuya paciencia puse a buena prueba, fueron dando forma a la petición de la gracia.

   Por cierto que en aquellos ratos de conversación, bien pude apreciar por mí mismo cuanto la fama pregona de aquel gran capuchino español, de aquel santo Cardenal Vives. ¡Qué corazón tan lleno del Corazón de Jesús! ¡Qué palabra tan firme, tan penetrante, tan sacerdotal! ¡Qué modo de matizar todas sus conversaciones con el brote espontáneo de los tres grandes amores de su alma: El Corazón de Jesús, la Inmaculada y el Papa!

 

 

   Ante Pío X

 

    Bien se conocía la influencia de las oraciones y adoracio­nes ante el Sagrario de las Marías, en el curso tan bien dirigido de todos aquellos pasos.

   Él 27 de noviembre me anunció mi señor Cardenal una gran noticia: ¡me iba a presentar al santo Padre en la audiencia que tenía concedida para el día siguiente!

   ¡Ver al Papa! ¡Hablar con él! Figúrense los lectores cómo pasaría yo la noche aquélla y con qué ganas desearía oír en el reloj las diez y media de la mañana, hora señalada para la audiencia.

   Santísimo Padre, dijo mi Cardenal terminada la conversa­ción que a solas tuvo con Su Santidad y después de haber presentado a su provisor y secretario, Santísimo Padre ¡el Arcipreste de Huelva! Y como refiriéndose a la conversación antes tenida, ¡el apóstol de la Eucaristía!

   Entre tanto yo hacía delante de Su Santidad las tres genuflexio­nes de rúbrica y besaba su mano, ya que humildemen­te rehusaba dar a besar el pie.

   Él santo Padre, con su mano derecha que yo besaba y estrechaba, hizo ademán de que me levantara y bañándome con una mirada penetrante y muy de padre y con rostro sonriente, comenzó a preguntarme por mis niños pobres. ¡Niños míos, cuánto gocé al veros en la boca y en el corazón del Papa! Siguió hablándome de... ¿queréis que os diga la verdad? Yo perdí en aquellos momentos la noción de la palabra humana. A pesar de los ensayos hechos por mí en la lengua italiana con el exclusivo objeto de entender y hablar al Papa, yo os aseguro que en aquel momento de emociones supremas, olvidé lo poco de italiano que sabía y creo que hasta el castellano. El Santo Padre con una dulzura y un interés cuyo solo recuerdo me conmueve, seguía preguntándome y hablándome y yo, ¡pobre de mí!, no sabía sino que mi cara y mis orejas echaban fuego, y que el corazón parecía que iba a saltar en pedazos de tan ligero y fuerte como latía, y que las piernas no respondían del todo de seguir cumpliendo su oficio de sostenedoras de mi humanidad. ¡Vaya un mensajero que habían mandado las Marías al Papa! ¡Vaya si estuvo elocuente!

   Gracias a la oportuna intervención del buenísimo rector del Colegio Español, don Luis Albert, que nos acompañaba, el santo Padre pudo saber algo de lo que me preguntaba y que le dio motivos para decirme sonriendo: ¡ah párroco pícaro!...

   Nos bendijo a todos así como a nuestras familias y personas confiadas a nuestro cuidado, y besándole de nuevo el anillo me despidió, con un cariñosísimo adiós, párroco mío, que aun parece que estoy oyendo...

 

 

   ¡Ya llegó!

 

    El día 3 de diciembre, fiesta del gran apóstol español, san Francisco Javier, me dice muy temprano el señor Cardenal Vives: esta tarde tengo que despachar con el santo Padre. Tráigame las preces y pídales a los señores Cardenales Almaraz y de Cos que pongan al pie su recomendación.

   ¡Qué día aquél! Y, sobre todo, ¡qué tarde aquélla! ¡Cómo seguía mi espíritu al señor Cardenal Vives! Más que entrete­nerme en admirar las solemnes ruinas del Anfiteatro que aquella tarde visitamos, mi imaginación volaba al Vaticano y, aunque firme en la confianza de que al mismo tiempo que el cardenal hablara de las Marías al Papa, el Corazón de Jesús le iba a estar inspirando que dijera que sí, no podía ahogar del todo el grito de la desconfianza y del miedo que de vez en cuando me decía: ¿y si dice que no?...

   A las siete, un aviso de mi señor Cardenal. Más que corriendo, volando acudí a su despacho y veo en sus manos el mismo documento que yo había mandado horas antes al Papa, pero a continuación de la firma de los Cardenales, ¡Dios mío! ¡letra del Papa! ¡su firma!

   Como antes, cuando vi al santo Padre, no supe hablar, ahora no sabía leer... Sin embargo, mi espíritu leía, allí decía un sí muy grande, muy solemne, muy del Corazón de Jesús.

   De rodillas, recibí en mis manos aquel papel sobre el que acababa de posar su mano ¿quién? ¡Jesucristo mismo!

   ¡Corazón de mi Jesús, paga, paga Tú, que ni tus Marías, ni yo sabemos pagar aquel de tu Vicario!... Paga aquellas intercesiones de tus tres Cardenales y paga aquellas lágrimas de emoción y triunfo que asomaba a los ojos de mi Prelado cuando ponía en manos del último de sus sacerdotes la voluntad del Papa!...

   Lean las Marías y los Juanes lo que pedí para ellos, y regálense leyendo lo que añadieron los eminentísimos Cardena­les de Valladolid y Sevilla, y besen reverentes y agradecidos las palabras augustas del Vicario de Cristo, del Papa Pío X.

 

 

   4.- El gran privilegio

 

    Beatísimo Padre:

   Manuel González García, Arcipreste de Huelva, Archidióce­sis de Sevilla, postrado a los pies de Vuestra Santidad, humildemente expone: Que para tratar de remediar el abandono en que yacen muchísimos Sagrarios, que recuerda el Calvario, fundó en marzo de 1910 la Obra de las Tres Marías para las mujeres, y la de los Discípulos de san Juan para los hombres, los cuáles se dedican con todo ahínco y por todos los medios que su celo les dicta, a acompañar y buscar compañía al Sagrario abando­nado que a cada uno se le señala. De tal modo ha sido bendecida esta Obra por el Corazón Eucarístico de Jesús, que ha obtenido la aprobación de casi todos los reverendísimos prelados de España y no pocos de Portugal y América. Cuenta con diecisieteCentros diocesanos y van extendidas unas treinta mil patentes de agregación, abundando los frutos de frecuencia de sacramentos y renovación cristia­na de los pueblos.

   Como estímulo poderoso y como delicada y agradecida correspondencia del Corazón Eucarístico de Jesús a los que, aun a costa de sacrificios, le acompañan y consuelan abando­nado y pobre, el orador suplica a Vuestra Santidad se digne facultar a los reverendísimos Ordinarios de las diócesis en que esté establecida o se estableciese la dicha Obra, para que a su arbitrio permitan a los directores u otros sacerdo­tes, decir la santa Misa, en altar portátil, a los socios o socias enfermos, bajo las condiciones siguientes:

   1ª Que el enfermo comulgue en la Misa.

   2ª Que conste al director que estando sano, ha cumplido su oficio y comulgado frecuentemente.

   3ª Que se atienda a la decencia del lugar.

   4ª Que no se perjudique el derecho del Párroco respecto a los últimos Sacramentos...

   Gracia...

 

   Recomendamos encarecidamente estas preces, porque conoce­mos a fondo la Obra de que se trata y frecuentemente hemos tenido ocasión de tocar los abundantes frutos que de ella brotan tanto en nuestra diócesis como en otras. Esta piadosa Obra fomenta la frecuencia de Sacramentos y sin duda alguna, contribuirá a que se propague entre los fieles la Comunión frecuente y aun diaria que tanto ha recomendado Vuestra Santidad 3.

 

   + J.Mª Card. de Cos

     Arch. Vallisoletanus

   + Henricus, Card. Almaraz y santos

     Archiepiscopus Hispalensis

 

   Como se pide, con tal que se obtenga el consentimiento del Ordinario del lugar en España para cada enfermo. Absolutamen­te gratis por cualquier título.

   Del Vaticano a 3 de diciembre de 1912  4.

                                                                                     PÍO PAPA X

 

 

   De despedida

 

    Bien quisiera detenerme en dar parte a los amigos de las gratas impresiones que seguí recibiendo aquellos días en Roma, motivadas por las grandes solemnidades que rodean la imposición del capelo, así como me gustaría hablar para edificación de todos, de los buenos ejemplos que me dieron y de los buenos ratos que me proporcionaron y de la parte que tomaron en mi asunto, los superiores del Pontificio Colegio Español, en donde nos hospedábamos y cuyo elogio queda hecho diciendo que es el Colegio de las complacencias del Papa y de la predilección de los eminentísimos Cardenales Merry del Val y Vives.

   Diré sólo que el día 9 fuimos de nuevo recibidos en audiencia privada por Su Santidad, en la que estuve más sereno que en la primera.

   Mi señor Cardenal después de presentar a cada uno de los de su séquito, dio al Papa las gracias por el favor tan extraor­dinario que había concedido a la Obra de las Marías, al que éstas corresponderían acrecentando su celo eucarístico y redoblando sus esfuerzos para acabar con el abandono de los Sagrarios.

   Su Santidad, como en expresión de recordar cuanto en aquellos días había oído de las Marías, se tornó hacia mí y me dijo reposadamente: Diles que las bendigo de corazón a todas.

   Nos bendijo de nuevo a todos, así como a las personas que nos fueran más queridas y los objetos piadosos que le presentamos (yo le presenté mi pluma), y abrazando y besando a nuestro Cardenal y dándonos a besar a los demás su anillo, salimos de aquella estancia con el corazón fortalecido con ganas de prorrumpir etiamsi oportuerit me mori tecum, non te negabo...

   Y después de Roma a Lourdes, a presentar a la Virgencita blanca de la Gruta, la Obra de los abandonados Sagrarios de su Hijo. A pedirle, como allí se pide, luces y ampliación de horizontes y firmeza y rectitud en el obrar. Y premios muy grandes  para el generoso Pontífice y bendiciones muy largas para los Cardenales intercesores. Y amor, mucho amor activo, abnegado, fino, incansable, ingenioso para las Marías, los Juanes, los Juanitos, sus directores, y fidelidad, mucha fidelidad para mí...

   ¡Qué días más sabrosos aquellos de Lourdes! ¡Qué bien me hizo Élla sentir lo que esperaba de la Obra, lo que pedía para ésta!...

   Y después a Madrid, en donde las Marías me esperaban locas de contentas para celebrar el triunfo de su amada Obra; para dar juntos gracias al Corazón Eucarístico de Jesús, porque había querido completarla con la mitad que le faltaba y cuidarla con la bendición cariñosa del Papa.

 

 

   5.- En Huelva

 

    Y omitiendo mil pormenores de felicitaciones y preguntas y proyectos recibidos y oídos en Madrid y en el camino, llegué a mi Huelva, en donde me esperaba, ¡Dios mío, lo que me esperaba! Comisión de sacerdotes y caballeros católicos en la estación de san Juan del Puerto, que es la anterior a Huelva; y en la estación de ésta, un nublado de chiquillos, una masa enorme de hombres de toda condición; un poco más allá, las madres, hermanas y vecinas de los niños; una buena ración de pimporreo de la banda del Sagrado Corazón y ahogando los acordes de los pitos, gritos y más gritos de todos de ¡viva el Corazón de Jesús! ¡Viva el Amo! ¡Viva el Papa! ¡Vivan las Marías! Y hasta su poquito de ¡viva Dó Manué Vicario! Y todo a las nueve y media de la noche en pleno invierno. Pero ¡vaya usted a hablar de fríos en medio de aquella hoguera de entusiasmo!

   Y así tuve que entrar en las calles de Huelva, a punto de caer arrollado por aquel sinnúmero de zarcillos (léase chiquillos) que colgaban de mis brazos, de mis hombros, de mi sotana, de donde quiera que podían cogerse y que me asaetaban a preguntas de "Dó Manué" ¿y el Papa de qué es? Y ¿está más gordo que usted? Y ¿le preguntó a usted por mí? Y ¿verdad usted que el Papa dijo deseguía que sí a tó? ¡Como que hemos mandado más de sietecientas Comuniones pa eso!

   Y... ¡eche usted preguntas y observaciones filosóficas de a perra chica que a otro cualquiera hubieran vuelto tonto y a mí me ponían loco de alegría y de gratitud al Amo, porque en todo aquello que se hacía en honor del criado, lo veía a Él reconocido, agasajado, honrado, agradecido por Huelva, por la Huelva de sus predilecciones!

 

 

   Un dato precioso

 

    Es un gran dato para la historia íntima de mi viaje.

   A los pocos días de mi llegada, un grupo de Juanitos de nuestras Escuelas me presentan una lista con los nombres de los que habían ofrecido Comuniones por el feliz éxito de mi viaje a Roma y el número de ellas que cada uno había ofreci­do.

   El número total era de 796 Comuniones. Me fijo en una nota marginal que traía la lista y leo: "José Fernández Peña: 28 Comuniones, la última por Viático". ¿Sabéis lo que significa eso? Ese niño era uno de nuestros antiguos alumnos, de unos 16 años, colocado ya de telegrafista en la estación de Zafra a Huelva. Alumno ejemplar, no dejó de frecuentar su escuela ni un solo día, ni la sagrada Comunión a la que se había obligado por su profesión de Juanito de los Sagrarios-Calvarios.

   Una enfermedad tan rápida como cruel se lo llevó en tres días, durante mi ausencia. Pero no sin que le diera tiempo de recibir de manos del padre Director de las Escuelas, todos los Sacramentos con una devoción y un recogimiento de ángel.

   ¡Dios mío, qué cosas tan hermosas hace la educación cristiana! En aquel momento precioso, el más solemne de toda su vida, mi querido Peñita, como yo le llamaba, se acordó de mí, pobre sacerdote que lo recibió en la escuela del Sagrado Corazón de Jesús, que le enseñó a comulgar... y me mandó a Roma su Viático y cantando el "Corazón santo" expiró.

   ¿Verdad que el Papa no podía haber dicho que no a una petición recomendada al Corazón de Jesús por miles de oraciones y penitencias de las Marías, por los cientos de Comuniones de los Juanitos y perfumada por el Viático de un niño?

 

 

   6.- Un encargo

 

    Él mismo que me hizo el bondadosísimo Cardenal Vives cuando fui a darle las gracias por su eficaz participa­ción en nuestro asunto: yo no quiero gracias, me dijo, Dios es el que las merece. Lo único que quiero es que el Arcipreste de Huelva, las Marías y los Juanes españoles se encarguen con sus campañas de demostrar al santo Padre que yo no lo he engañado.

   Yo deseo, prosiguió el señor Cardenal, y así se lo he prometido al Papa, que esta Obra sea la red que envuelva a los pueblos, hoy en naufragio de fe y de caridad, y los arrastre a las playas del Sagrario.

   E insistiendo en la misma idea, me dijo al despedirme de él a mi regreso: que me señale un Sagrario, que yo quiero ser Juan de un Sagrario-Calvario y que no se olvide de la red...

   Marías y Juanes amadísimos, ya lo sabéis, se nos piden obras, obras de reparación eucarística, de atracción al Sagrario, de, y permitidme la palabra, eucaristización del mundo...

   Conceded al Corazón bendito de Jesús, a su santo Vicario y al venerable Juan de nuestros Sagrarios-Calvarios, el gran consuelo de que pronto se haga preciso añadir al diccionario de nuestra lengua esta palabra, Eucaristizar: La acción de volver a un pueblo loco de amor por el Corazón Eucarístico de Jesús.

   ¡Dios mío, Dios mío, que las Marías y los Juanes hagan conjugar pronto ese verbo a toda España y a todo el mundo!

Amén, amén.

 

 

   7.- El dedo de Dios

 

   La Obra de las Tres Marías y de los Discípulos de san Juan estaba completa. La bendición y el gran privilegio con que el Santo Pío X, más que enriquecerla, la había mimado, produje­ron, entre otros no menos notables y precio­sos, estos frutos.

 

   1º. Situación y rango de Obra antigua y de franca circula­ción.

   2º. Como consecuencia de lo anterior, desvanecimiento, desaparición de los prejuicios y recelos que toda obra nueva levanta.

   3º. Franca y entusiasta aceptación de la Obra por parte de los venerables Obispos y reverendos párrocos.

   Y 4º. Una maravillosa y, casi me atrevería a decir, milagrosa multiplicación del número de Marías y Juanes; de Centros diocesanos y locales; de actividad y celo heroico, hasta el punto de que los 27 Centros diocesanos existentes en todo el mundo, al obtenerse el gran privilegio, ascendie­ron bien pronto a 55 sólo en España y las 30.000 Marías y reducido número de Juanes que en junto se contaban entonces, llegaron a las 80.000 Marías y 5.000 Juanes sólo en España, de que hice mención antes, sin contar el buen número de Centros y asociados del extranjero.

   ¿No es verdad que el dedo de Dios y no sólo el dedo, sino que toda la mano y todo su Corazón está y se deja sentir en ésta su Obra? Sin Él ¿quién puede expliar lo que se ha hecho? Con Él ¿quién puede calcular todo lo que queda por hacer?

 

 

 

    8. Ampliación del Gran Privilegio de Pío X al mundo             entero

 

   Fecha gloriosa

 

    22 de agosto de 1924. Su santidad Pío XI expide un Breve a petición del Moderador general aprobando y elogiando calurosamente la Obra de las Tres Marías y de los Discípulos de san Juan y confirmando, explicando y extendiendo a las Marías y Discípulos de todos los pueblos del mundo, el privilegio de altar portátil concedido por letras autógrafas por S.S. Pío X sólo para los de España.

   ¡Gloria al Corazón Eucarístico de Jesús! ¡Honor y acción de gracias a su Vicario en la tierra!

 

 

 

                                                 EPÍLOGO

 

 

    Lector amigo: por un designio de la divina Providen­cia que me hace temblar y agradecer, empecé a escribir este librito siendo cura de un Sagrario, que fue abandonado, y lo remato siendo Obispo de la Iglesia de Dios...

   De mis ánimos, propósitos y cariños para con la Obra de los Sagrarios-Calvarios, puestos en tela de juicio por algunos, responden los renglones que en contestación a esos temores escribí en mi GRANITO DE ARENA 5, en los días próximos a mi consagración:

 

 

   Y ¿las Marías?

 

   ¡Qué temerosas y desconfiadas han venido a mi mesa no pocas cartas de amigos de la amadísima Obra de las Marías!

   -Y ¿ahora cómo va usted a tener tiempo? ¿No será usted más Obispo de Málaga que padre de las Marías? ¿Pasará a lugar secundario en la nueva aplicación de su actividad la Obra de sus amores? ¿Cómo vamos a continuar comunicando con usted con tanta confianza? Casi puedo asegurar que las cartas de felicitación de las Marías han venido más llenas de temores que de felicitaciones.

 

 

   Mi respuesta

 

    Podría ser un no rotundo, dicho primero con toda la fuerza de mis pulmones y escrito después con los trazos más fuertes de mi pluma, tan rotundo digo, y firme que pudiera disipar de una vez todos esos temores y desconfianzas.

   No, no dejo la Obra de todo mi cariño, de mi actividad, de mis vigilias, de mis sueños. La Obra por cuya mayor propagan­da y prosperidad más de una vez pedí a mi Prelado que me descargara de curato y arciprestazgo. La Obra tan evidente­mente acogida y mimada por el Papa y los Obispos, tan oportunamente llegada, tan prodigiosamente fecundada por Dios.

   No, Marías y Discípulos de san Juan, no temáis que os deje, que delante de Jesucristo Sacramentado, en cuya presencia escribo, os aseguro que mientras haya pulso en mi mano derecha para escribir y saliva en mi lengua para hablar y palpitaciones en mi corazón, mi pluma, mi lengua, mi corazón, mi sacerdocio, mi episcopado, mi vida toda para el Abandonado del Sagrario serán.

   ¡Para Él, para Él sólo!

 

 

   Yo no quiero

 

    que en mi vida de Obispo, como antes en mi vida de sacerdote, se acongoje mi alma más que por una sola pena, que es la mayor de todas: el abandono del Sagrario. Y se regocije más que con una sola alegría: el Sagrario acompañado.

 

   Yo no quiero

  

predicar a las gentes, ni catequizar a los niños, ni consolar a los tristes, ni socorrer a los pobres, ni visitar a los pueblos, ni atraer corazones, ni perdonar pecados contra Dios o injurias contra mí, más que para quitar al Corazón de Jesús Sacramentado la gran pesadumbre de su abandono y para llevarle el dulce regalo de la compañía de las almas.

 

   Yo no quiero

 

ser Obispo de la sabiduría, ni de la actividad, ni de los pobres, ni de los ricos. Yo no quiero ser más que el Obispo del Sagrario abandonado.

 

    Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que andando por ese camino encontraré hambrientos de muchas clases y los hartaré de todo pan. Descubriré niños pobres y pobres niños y me sobrará el dinero y los auxilios para levantarles escuelas y refugios para remediarles sus pobrezas. Tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con tullidos y hasta con muertos del alma o del cuerpo y haré descender sobre ellos la alegría de la vida y de la salud.

   Yo no quiero, yo no ansío otra ocupación para mi vida de Obispo que la de abrirle muchas trochas a ese camino del Sagrario.

   Trochas entre este camino y los talleres y las fábricas de los obreros, y las escuelas de los niños, y las oficinas de los hombres de negocios, y los liceos de los doctos, y los palacios de los ricos y los tugurios de los pobres...

   ¡Qué dichoso voy a ser cuando logre ver circular por esas trochas y senderos a mis conquistados para el Sagrario! ¡Qué soberanamente dichoso voy a ser cuando vea llegar las irradia­ciones de la lámpara del Sagrario sobre la frente sudorosa de los obreros, sobre la cara sonriente de los niños, sobre las mejillas de rosa de las doncellas, sobre los surcos y arrugas de los ancianos y afligidos!...

 

 

   A eso voy

 

   Marías y Discípulos de san Juan, a eso voy a Málaga y a donde quiera que me manden, a ser el Obispo de los consuelos para dos grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario desolado porque se ha quedado sin pueblo. Y el pueblo desolado porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado.

 

    Por eso mi escudo de armas será el vuestro, Sagrario en el Calvario. Y por eso mi único programa de Obispo será trabajar por tapar la vista de ese Calvario con la presencia ante el Sagrario del pueblo que se fue y vuelve...

   Seguramente que no volveréis a preguntarme si os dejaré. ¿Cómo? si precisamente ahora más he menester de vosotros, y de vosotras, a quienes el Corazón bendito de Jesús ha confiado el precioso encargo de ejecutar el compelle intra­re...

   ¿Cómo voy a dejar a mi amada Obra de los Sagrarios-Calvarios, si mi exaltación al episcopado es una nueva aprobación y más explícita de la Iglesia, a favor de ella? No, no, yo quiero seguir prestándole mis pobres consejos y todos los entusiasmos de mi alma para que con ellos y con la acertada dirección en cada diócesis de sus respectivos Prelados y representantes de éstos, sea la Obra de las delicias del divino Abandonado del Sagrario, y se estrechen más y más los lazos de esta gran familia de consoladores del Sagrario...

 

 

                                      LAS BODAS DE PLATA

 

    Aunque este libro no es la historia completa de la Obra, que para eso harían falta volúmenes, no se puede dejar de registrar en él la fecha gloriosa de sus bodas de plata en el año 1935.

   Como preparación envié una circular a todos los Centros españoles y extranjeros, dándoles los planes convenidos para la celebración. Fueron dos: Uno mínimo y otro máximo.

   Teniendo en cuenta de un lado el carácter diocesano dado por mí a la Pía Unión y de otro el espíritu de reparación ambulante y de piedad austera y sin ruido, propuse como mínimo un plan de dos actos, que responde a ese carácter y a ese espíritu. A saber: día 4 de marzo: DIA DE LA GRATITUD AMBULANTE. Hacer lo posible y lo imposible porque no quede Sagrario este día sin Comuniones y visitas de Marías y Discípulos de san Juan. ¡Qué buen modo de agradecer al Corazón de Jesús los veinticinco años de bendiciones sin cuento a su Obra de los Sagrarios-Calvarios, dándole a gustar en todos los Sagrarios de cada diócesis el placer de poder decir: ¡Cómo me buscan mis Marías!

   Una carta, una postal, un telegrama o una simple tarjeta dirigida a mí desde cada Sagrario en ese mismo día, ¡qué álbum tan rico, perfumado y confortador formarían!

   El segundo acto: El día a elegir por cada Centro, Asamblea diocesana de Marías y Discípulos de san Juan... En estos dos actos consistía el plan mínimo.

   En el plan máximo, entraba, además del mínimo, preparar solemnes actos eucarísticos en esos pueblos que visitaran, precedidos de misiones, inaugurar los Niños Reparadores 6, promover tandas de Ejercicios de Marías, peregrinaciones o actos colectivos de desagravio a algún Sagrario señalado por su mayor abandono, etc.

   Inmediatamente se pusieron los Centros, y especialmente los más fervorosos, a preparar las bodas. Y ¡qué cosas tan finas hicieron con Jesús Sacramentado!...

   Del número extraordinario de El GRANITO DE ARENA, que con tan fausto motivo publiqué, entresaco como notas culminantes lo siguiente:

 

 

   BODAS DE PLATA

 

   ¿DE QUIÉN?... De la Lealtad con el Abandonado

 

    ¡Bendito, millones de veces bendito el día 4 de marzo de 1910 en que, al lado del hermoso Abandonado de los Sagrarios, se presentó tímida y confiada, débil y fuerte, triste y alegre a la vez, la Lealtad cristiana pidiéndole y ofrecién­dole relaciones de amor, fuerte como la muerte, dispuesta a todo menos a volver la espalda a la cara desaira­da de su Jesús!

   ¡Lealtad de las Marías desposada con Jesús abandonado! ¡Qué frutos de bendición para el cielo y para la tierra estás produciendo! ¡Cómo estás cambiando el aspecto y el olor y la vida de nuestros templos y de nuestros pueblos!

   ¿Quién puede formar estadística de números y grados de las cosas que de esas bodas han salido y saldrán?

   ¿Quién puede medir ni calcular lo que puede un corazón puro o purificado amando con todas sus ganas al de Jesús y espoleado por las fuerzas inexploradas de la compasión de verlo desairado?

   Si no hay locura a que no se atreva el amor, ni heroísmo a que no llegue la compasión, ¿quién podrá contar las locuras y los heroísmos de los cientos y de los miles de corazones de las Marías que forman el ejército de la Lealtad?

   En las listas que en estas mismas columnas publicamos, veréis muchas y muy elevadas cifras de Marías y Discípulos de san Juan, Niños Reparadores, Comuniones, visitas y obras de reparación y celo en favor del Sagrario. Y con ser tan elevadas esas cifras y tan para alabar a Dios y derretirse de consuelo y satisfacción, os puedo asegurar, sin el más remoto peligro de exageración ni inmodestia, que en esas estadísti­cas está consignado mucho menos de la mitad de lo que son y han hecho las Marías...

   ¿Ciento cincuenta y tantas mil Marías, dice? Poned trescientas mil y no os engañaréis.

   ¿Quinientos y tantos millones de Comuniones ofrecidas y otras tantas visitas en torno de esos Sagrarios? Poned mil millones y os quedaréis cortos.

   ¡Es tan largo el amor, el verdadero amor, para hacer y tan corto para contar!

   "Cuando se ama no se cuenta", decía una madre pobre cargada de hijos, y ¡son tantas y tantas las veces que hay que avisar a Centros, que se sabe que aman de verdad y de verdad trabajan, para que cuenten algo!

 

    Y a más de lo que directamente se hace y no se dice por las Marías, ¿quién puede medir lo que por su ejemplo, por su constante ir y venir al Sagrario, por su vivir oculto y callado como el de la Hostia del Sagrario, y por su buscar ante todo y a pesar de todos, como las Marías del sepulcro, al Jesús que fue crucificado, y por las bendiciones del Padre celestial, agradecido a lo que se hace por su Hijo? ¿Quién puede medir, repito, lo que ha llovido y llueve sobre pueblos y obras y hombres, que con ellas nada tienen que ver, de orientaciones, rectificaciones de procedimientos, destrucción de moldes y resabios jansenistas, fecundidades e industrias de celo, preparación y perfeccionamiento de elementos de acción católica, de eucaristización, perdóneseme la palabra, de hombres, obras y ambiente?

   Tan cierto estoy y tan lleno de gratitud al Padre celes­tial por las expansiones que ha querido dar a la Obra de la reparación de los Sagrarios de su Hijo, que hoy, al llegar esta conmemoración, más alegría me da la expansión que contemplo del espíritu de las Marías, que la de su organiza­ción, con estar ya tan arraigada y extendida.

 

    ¡Cuántas veces ha henchido mi alma de gozo el leer en biografías de almas selectas que han perfumado sus pueblos en estos últimos años, como causa o medio de su perfección el que eran Marías! Y el oír a miles de religiosas: "soy María y el serlo me trajo aquí". Y a innumerables párrocos: "con las Marías renové mi parroquia". Y a sacerdotes apostólicos recordando con fruición sus entrenamientos en el celo como Juan seminarista, y a Guardias Civiles y Jueces de pueblos: "desde que vinieron por aquí las Marías, apenas tenemos que hacer". Y a no pocos espíritus fuertes pretendiendo hacer un chiste: "¡con la moda de las Marías se está poniendo cara la harina!".

 

                                                       ***

 

    ¡Bien se merecen esos veinticinco años de lealtad andante, un alto en el camino para cantar en torno de sus Sagrarios el himno nupcial de sus estrofas: Primera de alabanza y gratitud al Padre, y al Hijo y al Espíritu santo por la dignación del llamamiento. Segunda, de reconocimiento sin medida de los tres Sumos Pontífices, Pío X, Benedicto XV y Pío XI, por los privilegios concedidos. A los venerables Pastores de la Iglesia por su protección y benevolencia. Y a los párrocos y directores por la caridad y celo. Y tercera, de santo, efusivo y fraternal gozo de todos los que forman esta dilatada familia, en una especie de espiritual banquete en el que nos recreemos viendo junto a las intrépidas Marías y fieles Discípulos de san Juan de toda España. A los Centros de Portugal, cada vez más fieles al genuino espíritu y organización de la Obra. A los de Roma e Italia, que tan delicadamente saben sentirla. A los de Cuba que fueron las primicias de la Obra en América. A los de Argentina, cuyos ojos aun están deslumbrados de la apoteosis eucarística y que tanto trabajaron por Jesús Sacramentado. A los de Colombia, etc., etc.

   Marías, Discípulos de san Juan, que vuestro "¡Viva Jesús Sacramentado y cada vez más acompañado!" de vuestras Bodas de plata, sepa a estas tres frases litúrgicas:

   Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu santo.

   Oremos por nuestros benefactores...

   Alegrémonos todos en el Señor en estas fiestas que celebramos.

 

Notas:

1-    5 de enero, 1913.

2-    El Emmo. Sr. cardenal Almaraz.

3-    El texto en cursiva, está en latín en el original. Aquí lo hemos traducido para mayor comprensión de los lectores.

4-     Idem.

5-    Revista mensual fundada por don Manuel González y que sigue su trayectoria editándose actualmente.

6-    Juanitos, se llamaban al principio de su fundación.

 

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